Pocos meses antes de estrenar el año 1988 entró en casa mi primer ordenador: un ZX Spectrum +2 con sus 128 KB de memoria y su unidad de cassette integrada para la carga y grabación de programas.
En la primera de las dos fotografías que ilustran esta entrada podéis verme a mi a los mandos del aparato jugando a lo que parece un título de plataformas tan habitual en aquellas épocas (algo estilo Mario Bros, Bomb Jack o similares) mientras mi hermano se dedica a mirar la acción en pantalla poniendo una cara bastante «peculiar».
Por lo demás, bajo el televisor en blanco y negro al que estaba conectado mi querido Spectrum podéis ver algunos de los juegos que tenía por aquella época. Recuerdo que con el ordenador venía de regalo un pack de doce títulos y que por comprarlo en El Corte Inglés me regalaron cuatro más. Por lo tanto, desde el primer día tenía ya diversión asegurada; aunque bien es cierto que poco a poco mis padres y abuelos fueros regalándome otros títulos cuyos precios variaban entre las 875 pesetas de las novedades en caja de plástico hasta las 1200 que solían valer las ediciones especiales en caja grande de plástico (como ese Bomb Jack II que destaca entre el resto de juegos).
De cualquier modo, reconozco que ahora me da un poco de pena no haber usado aquel Spectrum para otra cosa que no fuera jugar. Programar aquella sencilla máquina no era nada complicado, y mucha gente consiguió hacer cosas realmente interesante con aquellos limitados recursos que la máquina ponía a su disposición. Aun así, gracias al Spectrum aprendí muchos conceptos informáticos que se mantienen vigentes hoy en día como la diferencia entre bits y bytes, el modo de acceder a las posiciones de memoria y cosas de ese estilo; por lo que siempre tendré presente su recuerdo.
En cuanto a la segunda imagen, esta me muestra en la terraza de mi casa posando delante de la cámara según las indicaciones de mi madre, a quien se adivina vestida con una camisa roja en el reflejo del cristal que queda a mi espalda. Por lo frondoso de los árboles que también se aprecian en la fotografía así como por mi vestimenta se confirma que fue tomada en Mayo de ese año.
Todavía me acuerdo de esas sillas que se ven en la parte inferior derecha de la fotografía que desplegábamos cuando llegaba la primavera y los primeros rayos del sol pegaban de lleno en la terraza. Al ser de tela y estar a la intemperie se echaron a perder con los años y las sustituimos por unas de plástico; pero he de reconocer que eran realmente cómodas. También me acuerdo de ese horrible cinturón rojo que llevo puesto, y aunque es verdad que estéticamente es de lo peor que he visto, al menos el sistema de enganche funcionaba mucho mejor que el de los clásicos cinturones «de agujeros».
Y así, entre recuerdos y aberraciones estéticas, terminan estas líneas correspondientes al año de los juegos olímpicos de Seúl. Dentro de unos días avanzaremos un poco más y nos plantaremos en 1989; pero eso ya será en otra entrada.