Review: Olympus M. Zuiko Digital ED 30 mm f/3.5 Macro MSC

Siempre me ha gustado mucho la fotografía macro y de hecho en los últimos tiempos, gracias a mis reviews de linternas, he usado intensivamente el Tamron 90 mm montado en mi Nikon D300. Gracias a ello he podido mostraros detalles micúsculos que de otro modo no podría haber fotografiado con la calidad que quería.

Y el caso es que aunque estoy más que contento con el conjunto que os acabo de describir, a medida que voy cumpliendo años cada vez me da más pereza salir con un equipo grande y pesado para fotografiar el mundo que me rodea, prefiriendo algo más manejable aunque a priori pueda perder algo de calidad de imagen.

Es en ese punto donde se me ocurre hacerme con un objetivo macro para mi ya veterana Olympus E-PL1, pues dispongo para ella de zooms entre 14 y 42 mm (el objetivo que trae de serie) y entre 40 y 150 mm además de un 14 mm fijo f/2.5 que me gusta mucho para fotografía urbana. Sin embargo, no podía hacer macro con esta cámara… hasta ahora.

Aspecto externo

Una vez más, lo primero que sorprende de los objetivos para el formato micro 4/3 es su tamaño y su peso: acostumbrado a los objetivos Nikon, estando diseñado alguno de los que tengo para formato Full Frame, el pequeño 30 mm macro de Olympus es un peso pluma que cabe en la palma de la mano. No llega a los extremos de portabilidad del 14 mm de Panasonic pero hay que reconocer que es una pequeña maravilla.

Más allá de sensaciones, para describirlo os diré que tenemos un barril de plástico con un amplio anillo de enfoque, una parte engrosada con un relieve que facilita su agarre que es la que queda pegada al cuerpo de la cámara cuando lo montamos y un fontal en el que destaca una pupila de entrada de poco diámetro en comparación con el diámetro del barril.

La montura por su parte es metálica, lo que ayuda a que el objetivo quede firmemente fijado a la cámara, y esto en comparación con los objetivos de montura plástica se nota en el tacto a la hora de cambiar de óptica. Una vez que escuchamos el click que anuncia que el objetivo está colocado en su sitio no se mueve ni un milímetro aunque lo forcemos en uno u otro sentido.

El objetivo no tiene ningún tipo de control incorporado (enfoque manual/automático, limitación de rango de enfoque, etc) más allá del anillo de enfoque, por lo que una vez montado en la cámara todo se maneja a través de los controles de la cámara.

Características técnicas

Como suelo hacer en este tipo de artículos, os enumero a continuación los datos técnicos del objetivo para que os hagáis una idea de lo que puede ofrecer:

  • Formato: m4/3
  • Distancia focal: 30 mm (60 mm en equivalente a 35 mm)
  • Construcción: 7 elementos en 6 grupos. 2 elementos asféricos, un elemento de baja dispersión
  • Ángulo de visión: 40 grados
  • Tipo de enfoque: automático con motor ultrasónico y compatible con vídeo
  • Distancia mínima de enfoque: 9,5 cm
  • Ratio máximo de ampliación: 1.25x (2.5x en equivalente 35 mm)
  • Diafragma: 7 palas redondeadas
  • Apertura máxima: f/3.5
  • Apertura mínima: f/22
  • Diámetro de filtro: 46 mm (no gira cambiando el enfoque)
  • Dimensiones: 57 mm (diámetro) x 60 mm (largo)
  • Peso: 128 gramos

Uno de sus aspectos más destacables es que el ratio de ampliación es de 1.25x cuando lo habitual en este tipo de objetivos es que sea de 1x; lo que implica que a la distancia mínima de enfoque sobre el sensor de la cámara el objeto a fotografiar se va a proyectar a un tamaño un 25% mayor que el que tiene realmente y eso nos va a ayudar a distinguir mejor aquellos detalles que queremos mostrar.

Calidad de imagen

Si bien la calidad de las fotografías que obtenemos con este objetivo en la E-PL1 no es mala en absoluto, si lo comparamos con lo que logramos con el conjunto de Tamron 90 + Nikon D300 vemos que se queda un poco atrás. Cierto es que como ya os dije hace tiempo, con la Olympus disparo siempre en JPG y con la D300 lo hago en RAW, por lo que en ese caso en postproducción puedo sacar más información y más calidad de la imagen original. Aun así, como os decía al inicio de este párrafo, creo que la calidad que ofrece este objetivo es más que decente, sobre todo teniendo en cuenta su ligereza, su tamaño y la inmediatez de resultados que obtengo al prescindir del procesado posterior.

Lo que observo es que las zonas desenfocadas quedan algo emborronadas y sin la sensación de fundirse como queso que tiene el Tamron en la cámara con montura F. Aun así, los mejores resultados los conseguimos (como en cualquier rama de la fotografía) con una adecuada iluminación. Si tiráis de ISOs altos veréis que las imágenes no quedan nítidas del todo porque el ruido no es muy evidente pero se nota que está ahí disminuyendo la nitidez global de la imagen.

Es mucho mejor que trabajemos con una iluminación potente al ISO nativo de la cámara y disparando a aperturas intermedias para maximizar así la capacidad del objetivo de captar el detalle de las cosas.

De hecho, las primeras pruebas las hice en interiores sin iluminación auxiliar y la verdad es que me hicieron torcer un poco el gesto, pero al día siguiente bajé a la calle después de comer a fotografiar aquellos detalles que me llamaran la atención y ahí sí que empecé a ver que había hecho una buena compra porque luego en el ordenador es cuando me di cuenta de que la calidad de esas imágenes en exterior era bastante mejor.

Una cosa que debemos tener en cuenta es que al tener una distancia mínima de enfoque de tan sólo 9,5 cm con respecto al sensor de la cámara, para conseguir el ratio de magnificación de 1,25x tendremos que situar la lente frontal del objetivo a apenas un par de centímetros del objeto a fotografiar, de modo que es más que posible que nosotros mismos provoquemos sombras precisamente por la proximidad a la que nos situamos.

En tal caso, una buena iluminación lateral (ya sea con la posición del sol respecto al motivo o con alguna fuente de luz auxiliar) ayudará a que no se generen esas antiestéticas sombras que os digo.

En cuanto a la profundidad de campo, como en todo objetivo macro éste es un tema muy crítico a la hora de mostrar algo, pues es fácil que quede ligeramente borroso si no clavamos el plano de enfoque; aunque entre que el objetivo es de 30 mm y que el sensor de la cámara es algo más pequeño que un APS-C como los de las reflex de Nikon, Sony y Canon aquí tenemos algo más de margen.

En términos generales, y al igual que hago con mi D300, mi consejo es que paséis del autofocus y en fotografías macro empléis el enfoque manual; algo a lo que ayuda en las cámaras Olympus la ampliación digital en pantalla de hasta 10x de la zona de la fotografía que queráis. Además, el anillo de enfoque de este objetivo es muy progresivo, de modo que no os costará clavarlo en el punto que queráis.

Es un macro, pero no se queda sólo en eso

Aunque estamos hablando de un objetivo de tipo macro, no quiere decir que sólo podamos enfocar a cosas que estén a apenas unos centímetros delante de la cámara, sino que al fin y al cabo es un 30 mm en formato m4/3 con todo lo que esto implica. De hecho, una ventaja de los objetivos macro es que suelen ser muy nítidos, carentes de deformaciones y con pocas aberraciones cromáticas, y este Olympus no es una excepción.

Además del uso principal para el que está concebido lo he empleado también para hacer algún retrato, fotogafía de paisaje urbano… Lo único malo es que su apertura máxima es de f/3.5 que no es mucho para una focal fija; pero aun así es suficiente para desenfocar los fondos si nos acercamos lo suficiente al sujeto principal (en este caso la distancia mínima de enfoque nunca va a ser un problema).

Un 30 mm es una focal muy natural en una cámara m4/3 y la perspectiva que da se parece bastante a la del ojo humano. De hecho, si os fijáis en las fotos que he hecho por las calles con esta óptica veréis que se parece mucho a lo que observamos cuando estamos dando una vuelta por ahí.

Conclusiones

Como os he comentado a lo largo del artículo, la virtud de ese objetivo es que nos permite disponer de un 30 mm muy nítido y un objetivo macro muy capaz a un coste contenido (su precio oficial es de 269 €, pero a poco que busquemos podemos encontrarlo por debajo de los 200 €) y sin penalizar ni en peso ni en tamaño. Lo considero, por tanto, una buena óptica para llevar en la cámara a la hora de dar un paseo con buena luz y poder captar tanto el paisaje que nos rodea como aquellos pequeños detalles que nos vamos encontrando.

Imágenes de ejemplo

Os dejo por aquí algunas fotografías más captadas con el objetivo que hoy analizamos montado en la Olympus E-PL1. Como ya os he comentado antes, aunque dispone de la opción de formato RAW, con esta cámara disparo exclusivamente en JPG de modo que las imágenes que ilustran este artículo no tienen ningún tipo de postprocesado.

Otras reviews (en inglés)

Os dejo con algunos artículos que han aparecido en otros rincones de internet por si queréis ampliar información de este objetivo que, como os digo, guarda un buen compromiso entre calidad, precio y ligereza.

* Todos los artículos de este tipo en https://luipermom.wordpress.com/fotografia

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1989

Tenía pendiente la publicación de esta entrada desde hace tiempo (muuuucho tiempo) ya que es la que finaliza una miniserie que, a razón de una entrada por año, ha ido retratando mi infancia. En este caso nos remontamos a 1989, año en el que me regalaron mi primera cámara con la que precisamente fueron hechas estas fotografías en las que ya se vislumbran algunos rasgos que incluso pese al tiempo que ha pasado siguen siendo reconocibles.

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De hecho, a lo largo de los años he tenido ocasión de encontrarme con profesores que me dieron clase en aquella época y siempre me han reconocido sin ningún género de dudas. Nada más acercarme a ellos enseguida me he encontrado con un sonoro «¡Hombre, Luis, cuánto tiempo!» o «Yo te di clase a ti…» señal de que en el fondo mi aspecto no ha cambiado demasiado en las tres últimas décadas.

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Las dos fotografías que ilustran este artículo están hechas el mismo día en las inmediaciones del barrio de Venecia y el caso es que todavía recuerdo perfectamente a mi madre haciéndolas. La primera es en uno de los árboles de los márgenes del paseo del río a la altura del colegio Iplacea; árbol que sigue allí sólo que ahora bastante más grande. La segunda es en el parque que existe todavía hoy en el extremo sur del mencionado barrio pero en el que ya no están esos rústicos troncos de madera en los que cada vez que pasaba trataba de mostrar al mundo mis innatas cualidades para el funambulismo.

A partir de aquí empecé a ser yo el que casi siempre estaba detrás de la cámara, por lo que mis apariciones fueron mucho más esporádicas e incluso hay años en los que no aparezco ni en una miserable imagen. Por tanto, a partir de este año la mini-serie perdería su sentido y de ahí que haya decidido poner el punto final justo en el último año de la década de los ochenta.

Han sido ocho entradas en las que os he mostrado cómo fui creciendo y cambiando durante la primera década de mi existencia y con las que espero haberos hecho partícipes de lo que fui para así tener una perspectiva desde la que entender todo lo que vino después.

Review: Sigma 10-20mm D 1:4-5.6 DC HSM

Cuando me compré mi primera cámara réflex (una Nikon D40) venía con el típico 18-55. Dieciocho milímetros en formato APS-C no es que sea muy angular que digamos, pero acostumbrado a las cámaras compactas de la época recuerdo que flipaba al ver todo lo que entraba en el encuadre. Y sí, ya sé que un angular no es precisamente para eso, pero en mis inicios todavía no era consciente de la perspectiva que dan a las fotografías los objetivos de distancia focal corta.

El caso es que tiempo después amplié mi equipo con un Nikon 16-85, el cual daba algo más de angular que el anterior. Puede parecer que dos milímetros de focal no es mucho; pero en la parte baja del rango cada milímetro cuenta. Ese objetivo es, para mí, el más polivalente de todos los que tengo a día de hoy, y en algunos viajes en los que quería ir ligero de equipaje, mi equipo fotográfico ha consistido nada más que en el cuerpo de mi ya veterana D300 y el 16-85 que os digo, dando lugar a algunas de las imágenes de las que más orgulloso me siento.

El caso es que, como afirma el dicho popular, «todos queremos más»; y yo quería más angular; de modo que un buen día se me presentó la oportunidad de hacerme con uno de los objetivos más extremos en cuanto a distancia focal que hay para formato APS-C: un Sigma 10-20.

10 mm ya es una focal más que respetable en la gama DX de Nikon. En términos de ángulo de visión equivaldría a un 15 mm en formato completo, y para obtener algo así necesitaríamos tirar del mítico (y carísimo) 14-24 o de alguna rareza extrema que rara vez aparece en las subastas de ebay y siempre a precios desorbitados.

En principio el 10-20 de Sigma venía en versión AF, lo que implicaba que el enfoque automático no funcionaría en cámaras como la D60, D3000, D5000… y, en general, en todos aquellos modelos de gama baja/media que no incorporan un actuador mecánico para hacer girar el mecanismo de enfoque de los objetivos más antiguos diseñados para cámaras Nikon. Tiempo después llegó la versión HSM, que es el equivalente de Sigma a los AF-S de Nikon y que al incorporar un motor ultrasónico en su interior ya no necesitaba de ningún apéndice físico para enfocar de manera automática. La versión que yo tengo es la HSM, de modo que aunque suelo emplear este objetivo en la D300, puedo colocarlo en la D40 o en la D3000 sin perder la capacidad de emplear el autofocus.

Por cierto, este objetivo se puede montar en cámaras Nikon de formato completo (FX en la nomenclatura de la marca) pero mirando por el visor vais a ver la imagen enmarcada en un círculo negro porque la proyección sobre el sensor está calculada para el formato DX. Yo no tengo una cámara FX, pero he podido hacer esta prueba en una cámara de carrete y a mi gusto queda antiestético, porque no es un viñeteado ligero en los bordes; sino una zona negra que rodea a toda nuestra imagen, la cual saldría en formato circular.

En cuanto a la construcción, en general se trata de un objetivo pesado y robusto que hará cabecear hacia delante nuestra cámara si es de pequeño tamaño (razón por la que lo suelo montar en la D300). Incorpora un parasol minimalista y de tacto «aterciopelado» que resulta terriblemente incómodo de poner y quitar, a diferencia de los parasoles de Nikon. Mira que la metodología es sencilla en ambos casos, pero los de Nikon los quito y los pongo con los ojos cerrados mientras que éste de Sigma entra torcido en dos de cada tres intentos.

Hay una cosa que debéis tener en cuenta: aunque el objetivo es un 10-20, a efectos prácticos es como tener un 10 mm fijo más que nada porque la perspectiva que da esa distancia focal hace que queramos retratar todo de nuevo desde esos 10 mm para así tener un nuevo punto de vista de la realidad. Y más allá de lo impresionante que pueda resultar la amplitud de visión que ofrece una distancia focal así, a mí lo que más me llama la atención es lo mucho (muchísimo) que debemos acercarnos a algo para llenar el encuadre.

Da igual que sea un persona, un edificio, una cabina telefónica, un coche, un elefante… Acostumbrados a focales más largas (por ejemplo el famoso 18-55 que os comentaba al principio) en las que muchas veces tenemos que dar algún que otro paso atrás para que el motivo de nuestra fotografía no quede cortado, con el Sigma a 10 mm muchas veces incluso tendremos que avanzar algo si queremos «inundar» la foto con aquello que pretendemos retratar.

¿Cuál es el fallo del que no tiene claro para qué sirve un angular? Pues meter mil cosas en el encuadre dando lugar a una imagen de lo más inexpresiva. Recordad una de las reglas de oro de la fotografía que dice que para saber si tienes una imagen interesante lo mejor es observarla entre una colección de thumbnails (miniaturas) y si aún siendo de pequeño tamaño consigue captar tu atención es que has conseguido una buena toma.

De hecho, lo que podemos obtener con focales tan cortas va mucho más allá que el mero hecho de «meter más cosas en la foto», puesto que si elegimos un motivo principal para nuestra imagen y llenamos con él la mayor parte del encuadre, el resto de elementos de la escena pasarán a un segundo plano pero estarán ahí rodeando a aquello que estamos retratando y dotándole, por tanto, de un contexto.

Del mismo modo que los teleobjetivos aíslan el motivo principal del fondo, en el caso de los angulares lo meten dentro de una escena que da sentido a la fotografía contando, en cierta manera, una historia. Eso es lo que me llama la atención de este tipo de ópticas y por eso mismo veréis que los fotógrafos de boda siempre llevan un cuerpo con un gran angular montado para tirar de él en cualquier momento aunque en ese momento estén usando una focal más larga para hacer retratos y/o centrarse en los detalles.

Mi experiencia personal con el 10-20 es buena debido al tipo de fotografía que suelo hacer yo. Me explico: no es un objetivo para retratos puros y duros (su distancia focal tan corta deforma las facciones) ni está especialmente recomendado para gente tímida si vas a hacer fotografía urbana porque tendréis que pegaros a la escena para conseguir algo digno.

Sin embargo, para fotografía de arquitectura en la que buscamos conseguir nuevas perspectivas es estupendo, ya que nos ofrece un punto de vista muy diferente al que observamos en el día a día pero sin deformar los elementos de la imagen como haría un ojo de pez.

Es muy útil también para fotografía de interiores, y para muestra un botón: un compañero de trabajo y su mujer tenían su piso en venta y les estaba costando darle salida. Le pedí que me enseñara el anuncio que tenía en internet y vi que las fotos estaban hechas con un móvil, eran oscuras y sólo mostraban trozos de las habitaciones, lo que desmerecía un piso que en realidad era más grande y luminoso de lo que aquellas imágenes mostraban.

Le propuse hacer yo unas fotos del piso y que si les gustaban las usaran para anunciarlo, así que al día siguiente me acerqué por allí con la D300 y el 10-20, pedí que me subieran las persianas y empecé a fotografiar cada habitación desde una perspectiva muy natural (cámara a la altura de los ojos y plano ligeramente picado).

Cuando al terminar les enseñé las fotos en la propia cámara les gustaron mucho, así que al día siguiente se las pasé en JPG; pero lo mejor vino cuando modificaron el anuncio sustituyendo las antiguas fotos por las que había hecho yo: en 24 horas ya habían llamado tres personas interesadas en ver la vivienda y al día siguiente se acordó la venta del piso con uno de ellos.

La moraleja del asunto es que unas imágenes amplias y luminosas hicieron que a la gente le llamara la atención el anuncio y quisieran ir a ver el piso, mientras que si ponemos unas fotos apagadas y faltas de detalles hacemos que el anuncio sea uno más. ¿Os dais cuenta de aquello de que una foto ha de llamar la atención incluso mostrándola en modo miniatura?

Como agradecimiento (estaban esperando a vender su piso actual para cambiarse a uno más grande) mi compañero y su mujer me regalaron una caja Wonderbox; así que aquella sesión de fotos de interiores se convirtió, durante un fin de semana, en una casa rural con SPA junto a mi novia. Buen cambio, ¿no?

La apertura máxima en este objetivo no es demasiado grande y tampoco posee ningún tipo de estabilización óptica; pero en este tipo de angulares extremos son dos elementos que no tienen gran importancia. Me explico: en focales tan cortas el rango de elementos enfocados es muy amplio; es decir, que va a ser casi imposible hacer desenfoques pronunciados incluso abriendo todo lo posible el diafragma. De hecho, vamos a emplear una calculadora de hiperfocales para ver a una apertura de f/4.5 entre qué distancias tendríamos enfocados los elementos de la imagen si nuestro sujeto se encuentra a 2 metros del plano focal.

Como veis, por el cálculo de la profundidad de campo tenemos que fotografiando algo a 2 metros de distancia a focal 10 mm y apertura f/4.5 tendremos enfocado todo lo que esté entre 72 cm y el infinito, lo que nos da una idea de la gran profundidad de campo que nos ofrecen estas focales tan cortas. A modo de comparación, si reproducimos las mismas condiciones pero empleando un objetivo de 80 mm la profundidad de campo se reduce a 11 cm y si nos vamos a 200 mm la PDC es de tan sólo 2 cm.

En cuanto a la estabilización óptica, cierto es que se trata de un elemento siempre útil para evitar trepidación en las fotografías cuando el tiempo de apertura se alarga más de la cuenta ya sea porque queremos disparar con un número f alto, porque hay poca luz y no queremos subir la sensibilidad ISO… y, como suelo hacer yo, pasamos de usar trípode. Lo que ocurre es que la trepidación es muy evidente en un teleobjetivo porque al más mínimo temblor de nuestro pulso la imagen resultante se convertirá en un borrón; y más cuanto más elevada sea la distancia focal.

Lo que ocurre es que a 10 mm el temblor de la cámara queda muy atenuado y por tanto el estabilizador no es un elemento tan necesario como en focales superiores a 200 mm, donde se hace casi imprescindible.

En definitiva, un objetivo capaz de bajar hasta los 10 mm como éste que hoy nos ocupa es una herramienta muy útil para la búsqueda de nuevas perspectivas. Cierto es que la primera vez que lo montamos y miramos por el visor la sorpresa es grande, ya que de repente tenemos una amplitud a la que no estamos acostumbrados; pero una vez superado ese momento y si somos conscientes de las posibilidades que nos brinda una focal tan baja, a poco que nos esforcemos podemos conseguir imágenes muy originales y llenas de fuerza. Esa es la verdadera magia de los angulares extremos.

Recuerdos de Oropesa (XXXI)

Creo que ya os he contado alguna vez que me encantaría volver a la Oropesa de los años 80 pero con la edad que tengo actualmente. Lo que ocurre es que al no tener a mano ninguna máquina del tiempo me tendré que conformar con el material audiovisual de épocas pasadas mezclado con mis propios recuerdos.

Si conocéis Oropesa del Mar sólo por los últimos tiempos os sorprendería ver cómo creció esta esta pequeña población a orillas del Meditérráneo durante los años del cambio de milenio; y es que en poco tiempo aquello pasó de ser un pueblecito casi anónimo a un lugar habitual de vacaciones para mucha mucha gente.

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Mis primeros recuerdos estivales son los de una playa en agosto con familias dispersas aquí y allá, sombrillas hechas de una tela que parecía lana y raquetas de tenis-playa llenas de astillas. Corrían los primeros años de la década de los 80 y cuando en el colegio preguntaban en septiembre dónde habíamos pasado las vacaciones nadie parecía saber en qué rincón de la geografía española se encontraba Oropesa.

En aquellos tiempos no había puerto deportivo, Marina D’or ni comunicación por la costa entre las playas de La Concha y Morro de Gos. El ayuntamiento guardaba las facturas de la contribución en cajas de fruta, la Torre del Rey era un lugar oscuro, húmedo e inmundo al que sólo los más valientes se atrevían a entrar y en la playa había barcas amarradas cerca de la orilla en pacífica convivencia con los escasos bañistas de la época (entre los que me encontraba yo).Julio de 1985

Poco a poco Oropesa del Mar fue creciendo en población, turismo y fama. Abrieron discotecas y bares de copas, cada año se iban construyendo más edificios en la línea de costa, los clásicos chiringuitos se modernizaron y dejaron de ser apenas unas mesas sobre tierra con un cañizo de paja a modo de techo donde comer sardinas asadas, en la playa la Cruz Roja montó un puesto de socorristas, se pusieron unas camas elásticas y un castillo hinchable donde los niños nos lo pasábamos bomba…

Pub El Molí

Y de repente llegó José María Aznar y puso definitivamente en el mapa a un pueblo que todavía seguía siendo relativamente desconocido. Él veraneaba en la urbanización de Las Playetas, que está prácticamente lindando con Benicassim pero administrativamente forma parte del término municipal de Oropesa del Mar, y entonces el nombre de esta localidad Mediterránea comenzó a sonar y a leerse por todos los medios de comunicación.

En septiembre ya no tenía que decir a mis compañeros de clase «He estado en Oropesa, que es un pueblo de costa a 100 Km al norte de Valencia y muy cerca ya de Tarragona». No, ahora cuando me preguntaban dónde había pasado el verano y pronunciaba el nombre de Oropesa mi oyente apostillaba mecánicamente «Ah sí, donde Aznar».

Más o menos por aquella época echaba a andar la construcción del puerto deportivo (cuya inauguración fue en 1992) y el comienzo de la expansión del imperio Marina D’or, que en sus inicios era una urbanización de unos pocos bloques como tantas otras y que por un motivo u otro comenzó a extenderse en dirección Torreblanca a la velocidad de la luz. Por cierto, también desaparecieron las bucólicas barcas de la playa para ocupar unos flamantes amarres en el recién estrenado puerto deportivo.

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Recuerdo que por aquella época íbamos a Oropesa en tren, y cuando salíamos del túnel (actual vía verde) que indicaba que en apenas unos minutos estaríamos en el andén de nuestra estación, siempre miraba por la ventana de la parte derecha del vagón y alucinaba con la cantidad de nuevos bloques que habían construido en el que fue uno de los mayores exponentes de la expansión urbanística en nuestro país.

Color

Lo que hasta entonces era un lugar tranquilo dio paso a las colas: colas en los supermercados, colas en las duchas de la playa, colas a las diez de la noche en el locutorio telefónico que había en lo que hoy es la oficina de turismo, colas en los modernizados chiringuitos para pedir «una de sepia a la plancha y un tinto de verano», colas en los recreativos, colas en el consultorio médico… La afluencia de gente en verano había crecido mucho más que los servicios e infraestructuras de Oropesa, y de aquella época recuerdo por ejemplo los cortes de luz en días de mucha demanda repentina de energía (a la hora de cenar, principalmente).

Con el paso de los años, la afluencia de veraneantes y la capacidad de la ciudad fueron equilibrándose, ya que el aumento de impuestos recaudados gracias al crecimiento de la población repercutió en mejores y más modernas infraestructuras. Ya no había cortes de luz, se hicieron amplias avenidas para los coches, paseos marítimos por los que caminar sin agobios, restaurantes climatizados, grandes supermercados… Cierto es que aquel crecimiento desmesurado nunca me gustó, porque yo siempre he preferido la tranquilidad de los sitios en los que apenas hay gente; pero esto hoy en día es ya una utopía si hablamos del Mediterráneo español.

Playa de la concha. Años 70

Ironías de la vida, durante algo más de dos años me tocó ser parte de la modernización de esta localidad castellonense; ya que fui el jefe de planta de la nueva depuradora de Oropesa tras su puesta en marcha. Y no sólo de la EDAR como tal, sino también de los múltiples bombeos y la red de colectores que de alguna manera son las venas de la ciudad. La antigua depuradora se había quedado muy pequeña para los requerimientos de la población y la encargada de construir las nuevas instalaciones y explotarlas durante los dos primeros años fue la empresa para la que trabajaba en aquel momento, de modo que me encomendaron la misión de hacer que aquello funcionara bien y no diera ningún tipo de problema.

Fue toda una experiencia, la verdad. Yo, que venía de una EDAR con unos cuantos años ya en sus maltrechas espaldas, tenía ahora bajo mi mando una instalación completamente nueva repleta de autómatas recién programados, equipos electromecánicos que todavía conservaban el brillo del metal, personal recién contratado con muchas ganas de trabajar, una red de colectores minuciosamente trazada que llegaba hasta las mismas puertas de Benicassim…

Era una gran responsabilidad, y además, cuando llegué allí el verano empezaba ya a asomar tímidamente por el horizonte, así que tenía que ponerme las pilas de modo que cuando llegara el mes de julio tuviera ya aquello controlado y estabilizado; pues la población de la localidad se disparaba de repente y toda la infraestructura de saneamiento tenía que estar preparada para resistir el exigente tirón estival.

Si ahora echo la vista atrás puedo afirmar que el trabajo de campo era el más fácil. Al fin y al cabo, con los manuales de las máquinas en la mano es fácil identificar cualquier problema y saber cómo ponerle remedio. Más complicado era lidiar con la administración, las previsiones económicas, los periodos de la energía, los días en los que tienes a dos personas de baja y surge una avería gorda, las tormentas a las tantas de la madrugada…

Con respecto a eso, recuerdo una noche de septiembre en plena lluvia torrencial en la que me tuve que acercar a la planta con el coche por unas calles que parecían arroyos. Y ya en la EDAR, mientras me deslomaba para abrir una compuerta cuya válvula manual parecía tener millones de vueltas, sudando la gota gorda bajo mi impermeable azul oscuro, con el agua empapando mi pelo y resbalando por mi cara mire al cielo y alzando los puños grité a pleno pulmón: «¿¡Es que en este p**o pueblo sólo llueve por las noches!?». Sí, podéis considerarlo una enajenación mental transitoria en toda regla.

Lluvias en Oropesa del Mar (21/11/2011)

Pero al margen de momentos duros, he de reconocer que durante aquellos dos años también hubo días buenos; especialmente en los meses de otoño, que para mí es la mejor época para estar allí. Recuerdo atardeceres preciosos desde la ventana de mi despacho, fotografías del amanecer a la orilla del mar, días tranquilos en la depuradora en los que aprovechábamos para tomarnos las cosas con algo más de calma y hablar de cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza, visitas de compañeros de empresa, averías resueltas rápidamente con una mezcla de maña e ingenio…

Aunque siempre tuve mucho trabajo en la depuradora y apenas dispusiera de tiempo libre, tuve la fortuna de poder disfrutar de esta localidad a orillas del Mediterráneo (y otras de los alrededores) cogiendo mi cámara y retratando aquellos paisajes que, especialmente durante el invierno, captaban mi atención poderosamente. Aquella luz tan especial que se da en los lugares de costa hacía que fuera incapaz de dar un simple paseo sin llevar mi cámara encima para poder captar esos momentos irrepetibles.

Oropesa del Mar

En el fondo sabía que antes o después acabaría volviendo a Madrid para emprender un nuevo proyecto laboral, cosa que sucedió a mitad de 2013. Por eso nunca dejé de hacer fotos durante el tiempo que estuve en Oropesa. Sabía que estaba viviendo una época que marcaría mi vida para siempre y quería captar unas imágenes que pudiera mirar años después para recuperar con más facilidad todos aquellos recuerdos.

A día de hoy no echo de menos aquello en términos generales; pero sí pequeños detalles. Mi regreso a Madrid significó estar otra vez cerca de mi novia, de mi familia y de las calles que me vieron crecer; pero también es cierto que el ritmo de la capital es mucho más estresante e insano que aquellos atardeceres silenciosos a la orilla del Mediterráneo.

Blue hour

Esos dos años en Oropesa del Mar supusieron para mí un gran crecimiento a nivel personal y laboral; y siempre he pensado que si aquello no hubiera funcionado bien hoy no estaría de nuevo en Madrid; así que vaya desde aquí mi sincero agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron a hacer mi tarea un poco más fácil.

Mis mejores recuerdos de aquello no tienen como escenario playas abarrotadas ni terrazas en verano; sino estampas como esta que os dejo a continuación y que, para mí, refleja mejor que ninguna otra fotografía lo que es Oropesa del Mar en invierno.

Soledad

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XXX)

Cuando alguien me pregunta cuál es la mejor época para visitar Oropesa del Mar o sus alrededores siempre les digo que se olviden de los meses de temporada alta y que vayan en cuanto pasen las lluvias torrenciales que aparece cada año durante los últimos coletazos del verano.Un día lleno de color

Esa foto que tenéis aquí arriba está hecha en un mes de octubre, y es que por esas fechas ya no quedan veraneantes (los pocos que quedaron al terminar agosto huyeron con la llegada de las lluvias que os decía antes), el día todavía nos regala muchas horas de luz, la temperatura del mar aún es alta suavizando así el clima y, además de todo esto, desde mi punto de vista los atardeceres y amaneceres son los más bonitos de todo el año.

A estas alturas de la película creo que ya sabéis que para mí Oropesa era una pesadilla durante semana santa y en los meses de julio y agosto pero una bendición durante el resto del año. Ya os hablaré un poco más sobre esto en una próxima entrada, porque es un tema interesante y sobre el que me gustaría hablar ahora que el tiempo me ha dado cierta perspectiva sobre aquellos dos años que pasé a orillas del Mediterráneo.

Recuerdos de Oropesa (XXIX)

En aquel momento no tenía ni idea, pero esta sería la última floración de los almendros que iba a fotografíar en Oropesa del Mar, ya que pocas semanas después de captar esta imagen la empresa me ofreció la posibilidad de volver a Madrid para emprender un nuevo proyecto profesional.

AlmendrosEse campo de almendros que veis en la fotografía estaba en la parcela anexa a la EDAR, y en esa época del año siempre que pasaba con el coche no podía evitar quedarme mirando la colorida estampa que la naturaleza pintaba ante mis ojos. Ya sabéis que soy una persona que se suele fijar en los detalles y no podía quedarme indiferente ante la mezcla de tonos pastel que durante unos días pintaba estos rincones de la costa mediterránea.

En Madrid también tenemos carreteras en cuyos márgenes hay paisajes dignos de contemplar, pero si apartamos la vista del asfalto un instante es posible que acabemos besando el parachoques del vehículo que nos precede en el atasco permanente que sufrimos.

Nos leemos.

 

Recuerdos de Oropesa (XXVIII)

Han pasado más de cuatro años desde que regresé a Madrid pero todavía vienen a mi mente recuerdos de aquella época en la que estuve trabajando y viviendo en Oropesa del Mar.

Atardecer tras la ventanaLa fotografía de hoy es de la ventana de la cocina de mi casa en un atardecer de principios de octubre de 2012. Y es que tenía la suerte de que por las tardes daba el sol en esa parte de la vivienda dándole a todo una tonalidad muy especial.

El ocaso significaba el final de la jornada laboral, la cena de bandeja viendo el telediario, una conversación por teléfono, un rato de lectura, dormir pegado al móvil por si había algún desastre y así pasar otra hoja más del calendario con la vista siempre puesta en el futuro.

Una pizca de ingenio fotográfico

Tenlo claro: nunca llevas la cámara y el objetivo adecuados en el momento que te encuentras algo digno de ser fotografiado, pero con un poco de ingenio (y una pizca de previsión) podemos salir del paso dignamente. Y eso es lo que quería contaros hoy en esta entrada de temática fotográfica.

Ayer por la noche estaba con mi chica dando un paseo por Coslada cuando en la cornisa de un jardín nos llamaron la atención una serie de pequeños «bultos» en la penumbra. No eran otra cosa que caracoles, que parecían haber salido de excursión a esas horas en las que empezaba a refrescar tras un día entero de sol y calor.

En ese momento llevaba encima mi Olympus E-PL1 con el 14 mm f/2.5 de Panasonic, objetivo con pocas (más bien nulas) capacidades macro, de modo que tras un par de intentos fallidos de retratar a uno de los habitantes de caracolandia me di cuenta de que por ese camino no iba a conseguir nada.

Aunque sigo pensando que las cualidades fotográficas de los móviles no son comparables a las de una cámara réflex (con o sin espejo) sí que es cierto que por el pequeño tamaño de su sensor son capaces de enfocar desde distancias bastante cortas, de modo que probé a retratar a nuestro amigo de cuernos y casa a la espalda pero el flash hacía que todo apareciera churrascado y sin ningún tipo de detalle.

Por suerte, en mi llavero va siempre una micro-linterna recargable por USB, de modo que anulé el flash del móvil y le pedí a mi novia que hiciera de asistente de iluminación, así que le di las llaves y le dije que buscara algún tipo de juego de luces y sombras chulas que yo pudiera retratar con el móvil desde cerca.

Dicho y hecho, enseguida empezaron a aparecer contraluces muy marcados que prometían bastante, y tras alguna que otra prueba, obtuvimos las dos fotografías que ilustran este artículo.

Si os dais cuenta, son imágenes sin demasiado detalle, con pocos desenfoques y bastante grano; pero entre no poder hacer absolutamente nada y al final sacar un par de imágenes resultonas creo que la elección está clara, ¿no?

Lo difícil no es hacer una fotografía. Lo realmente complicado es componerla en vuestra cabeza, pero una vez que mentalmente la tenéis visualizada seguro que si le ponéis empeño sois capaces de materializarla de algún modo.

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XXVII)

Cuando le conté a unos amigos que vivían en Oropesa del Mar que iba a estar allí trabajando y residiendo recuerdo que lo primero que me dijeron fue que desde que me instalara allí no bajaría a la playa ni atado. Una afirmación a la que no di el más mínimo crédito en ese instante, porque a lo largo y ancho de todos los veranos que allí pasé fueron contados los días que no bajé a la playa armado con toallas, flotadores, melocotones y crema solar dispuesto a disfrutar de la costa de aquella localidad castellonense.

Julio de 1985

Sin embargo, reconozco que aquella pareja de amigos tenía razón: durante los dos años que estuve viviendo allí contemplé mil veces la vista del mar desde el paseo, fotografiaba todos los atardeceres bonitos que veía con el Mediterráneo al fondo, me gustaba quitarme los zapatos y pasear descalzo por la orilla cuando no había nadie más allí… pero ni se me pasaba por la cabeza ponerme el bañador y bajar a darme un chapuzón como había hecho durante todos los veranos de mi vida en aquellas aguas.

Día de playa

Sólo cuando mi novia venía una temporada a verme bajábamos a la playa a disfrutar de esa arena y ese mar que no tenemos en Madrid. Y el caso es que cuando estábamos allí tumbados siempre decía lo mismo: «Parezco tonto; tengo la playa cruzando la calle y no bajo nunca con lo a gusto que se está» pero cuando ella se marchaba, esa idea no se me volvía a pasar por la cabeza ni de casualidad.

Creo que la soledad que allí se respiraba hacía que los que vivíamos en Oropesa tuviéramos una visión romántica e idealizada de la playa. Me gusta pensar que todos la contemplábamos con cariño en invierno cuando no era más que un compendio de arena y agua sin hamacas, patines ni sombrillas.

Verano azulUna forma de ver aquello es la fotografía que tenéis aquí arriba y que resume perfectamente esa visión de la playa como un lugar idílico y tranquilo en el que sentirse parte del paisaje que nada tiene que ver con las masificaciones estivales que, con puntualidad inglesa, acababan llegando.

Recuerdos de Oropesa (XXVI)

Como os conté en la entrada anterior de esta serie, durante el invierno una infinita tranquilidad reinaba en Oropesa del Mar; y aunque es cierto que yo en particular adoraba aquella soledad, había ocasiones en las que a uno le apetecía caminar sin sentirse en un pueblo fantasma, de modo que cogía el coche y me acercaba a Castellón de la Plana.

Pelota

La almendra central de Castellón es un horror para circular, así que normalmente dejaba el coche en las afueras y me daba un paseo por sus calles. Comparado con Madrid no es tan grande y estoy acostumbrado a recorrer grandes distancias a pie, de modo que por andar poco más de veinte minutos no me pasaba nada y así hacía algo de ejercicio al tiempo que podía dedicarme a mirar los detalles de la ciudad.

De esta localidad de Levante recuerdo alguna zona especialmente bonita como la de la plaza del Ayuntamiento y, sobre todo, el parque Ribalta. También guardo gratos recuerdos de la zona de la universidad Jaume I (recién construida por aquella época) y el tranvía que partía de allí pasando por el centro de la ciudad y dirigiéndose hacia el Grao. Recuerdo que incluso una vez hice uso de él por ver cómo funcionaba y escribir una entrada del blog.

TRAM (Castellón)

Me acuerdo también de la tienda de música Portoles situada en la Calle de Enmedio donde para mi cumpleaños en el año 2012 me autoregalé una guitarra eléctrica y su correspondiente amplificador. Luego con el tiempo también me compré allí un par de cacharros de Korg; y aunque reconozco que la composición musical no es uno de mis dones, disfruto trasteando con este tipo de cosas. Eso sí, me acuerdo de que cuando fui a por la guitarra dejé el coche en un parking cercano porque una cosa es pasear y otra es cargar como un burro.

Pronto

Recuerdo también pasear por calles angostas y oscuras, como la calle del Herrero, donde estaba la central de la empresa que llevaba parte de la comunicación móvil de la empresa y que siempre me pareció una calle especialmente deprimente. Sin embargo, muy cerca de ella se encontraba la plaza del teatro principal de Castellón, que me daba la sensación de ser un lugar elegante y con mucha vida.

Me da un poco de pena comprobar que de Castellón no tengo muchas fotos. Como os digo, solía ir a pasear a veces por allí o a comprar en el centro comercial La Salera, pero no me gustaba llevar la cámara encima como en Oropesa, Benicassim y tantos otros pueblos que tuve ocasión de recorrer en los dos años que pasé en aquella región porque en ciertas zonas se veía gente un poco «rara» pululando por las calles.

Contraste

Que quede claro que Castellón de la Plana no es ni de lejos mi ciudad favorita, pero cuando ahora echo la vista atrás y recuerdo las veces que estuve caminando por sus calles reconozco sentir cierta añoranza de un lugar que estaba a apenas veinte minutos de mi casa y que me permitía ser consciente de que más allá de Oropesa del Mar había un mundo en el que la gente salía de sus casas después de la puesta de sol.

Seco

Hace cuatro años que no pongo un pie en Castellón; pero si me vuelvo a dejar caer por esas tierras esta vez llevaré alguna cámara más o menos discreta para poder retratar sus rincones y poder compartir con vosotros tanto las cosas buenas como las malas de esta localidad situada cerca de la orilla del mar Mediterráneo, ya que la mayoría de las fotos que ilustran esta entrada ya habían hecho acto de aparición en este blog en el pasado.

Radiografía

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XXV)

Durante el tiempo que estuve residiendo en Oropesa del Mar me acostumbré a vivir a contracorriente. Me explico: tras toda la semana trabajando, el viernes por la tarde conducía hasta Madrid para ver a mi familia y a mi novia, de tal modo que en mi trayecto me cruzaba con los que se iban a la playa a disfrutar de esos dos días de descanso. Del mismo modo, me los volvía a cruzar a todos en la A-3 cuando el domingo por la tarde regresaba a Oropesa encontrándome al llegar lo que parecía una ciudad fantasma.

By night

Recuerdo bien aquella extraña sensación al recorrer ya de noche la avenida principal del pueblo de Oropesa los domingos del invierno y no divisar absolutamente a nadie. Tras un poco de callejeo y poco antes de llegar a la playa de la Concha entraba al parking de la urbanización en la que vivía y en la que durante esos meses de frío casi siempre el único coche era el mío. Tenía la buena costumbre de aparcar en mi plaza, pero podría haber dejado el coche atravesado en medio del vial y nadie se hubiera quejado.

A mi memoria viene ahora el suave rumor del mar al abrir la puerta del coche, el eco de las ruedas de mi trolley repiqueteando sobre el asfalto hasta llegar al portal, el frío de la casa al entrar, el ascensor siempre esperándome en mi descansillo de lunes a viernes… Cuando llegaba nadie se asomaba a su ventana a ver quién osaba romper la tranquilidad reinante en aquel lugar porque sencillamente había semanas en las que yo era el único habitante en una urbanización de más de 400 viviendas.

Hay gente que todavía hoy me pregunta que si no me daba miedo estar allí sólo e incluso que cómo podía conciliar el sueño por las noches. Y qué queréis que os diga, no me considero ningún valiente (de hecho la palabra que mejor me define es «prudente») pero nunca me planteé que aquella soledad extrema pudiera suponer una amenaza o incluso un problema. Cierto es que nunca tuve ningún susto ni ninguna mala vivencia durante los inviernos que allí estuve, pero siempre he pensado que a la soledad no hay que temerla porque por si misma no te va a hacer nada.

Amanece sobre Oropesa

Si sólo conocéis esta localidad mediterránea durante la temporada alta os recomiendo que os paséis por allí cuando nadie se plantea coger vacaciones. Os aseguro que os vais a encontrar una soledad brutal que tal vez no podáis soportar; pero si le cogéis el gusto acabaréis viéndole todas sus ventajas e incluso la echaréis de menos.

Navidad en Alcalá de Henares

Muy acorde con el día en el que estamos, me gustaría compartir con vosotros unas imágenes que capté hace unos días en la conocida plaza de Cervantes de Alcalá de Henares.

Alcalá en Navidades (I)

Alcalá en Navidades (II)

Estampas cotidianas de una ciudad que, como todos los años por estas fechas, se adorna para la Navidad.

Alcalá en Navidades (III)

En cualquier caso, no todo son luces, gente y abrigos, pues como veréis, estamos teniendo un clima de lo más soleado con temperaturas agradables a medio día (y de momento sin grandes heladas por las noches) que dan lugar a paisajes muy pintorescos a nada que nos alejemos del casco urbano.

De Henares

Por cierto, comentaros que estas fotografías están hechas con una Nikon D3000 que me he comprado recientemente con idea de usarla exclusivamente con el AF-S DX Nikkor 35mm f/1.8 G, dando lugar a un conjunto de pequeño tamaño, ligero y manejable. De hecho, ya en el pasado hice algo parecido con la D40 (cámara que le regalé a mi chica hace ya tiempo) y la experiencia fue muy positiva.

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XXIV)

Vivir durante el invierno en una pequeña localidad costera suele ser sinónimo de paz y sosiego. Y lo sé bien por los dos años que pasé en Oropesa del Mar; un lugar en el que puedes pasear a media tarde durante los meses invernales y no cruzarte prácticamente con nadie sintiendo una soledad que a mí particularmente me resultaba de lo más agradable.

La Oropesa solitaria

Sea como sea, reconozco que llevaba tiempo sin acordarme de Oropesa pero hoy, que no hago más que leer noticias sobre el mal tiempo por las tierras de Levante, han venido a mi memoria unas fotografías que hice una tarde de mayo de 2011 en las que el Mediterráneo se mostraba mucho más amenazador de lo habitual.

A storm is approaching (IV)

Recuerdo que aquella tarde el cielo tenía un aspecto inquietante: una extraña banda oscura lo surcaba de lado a lado y un fuerte viento soplaba desde el mar con inusitada fuerza. Dado que vivía muy cerca de la playa, cogí mi cámara de fotos (al fin y al cabo elegí una Nikon D300 para que si un día me sorprende una tormenta pueda seguir haciendo fotos sin preocuparme de la lluvia) y mi estimado 80-200 f/2.8 para retratar aquel temporal que se acercaba por momentos a la costa.

A storm is approaching (II)

Por supuesto, si la cosa se complicaba no iba a hacerme el héroe y saldría zumbando para casa en cuestión de segundos; pero el aspecto apocalíptico del Mediterráneo con las olas que parecían salirse del mar era algo magnético para un amante de la fotografía como yo. Recuerdo con claridad la intensa sensación de que tenía que captar ese momento porque vendría a mi memoria tiempo después (la entrada de hoy es la prueba de ello) y las fotografías me ayudarían a volver a revivirlo.

A storm is approaching (V)

Capté unas cuantas imágenes y enseguida comenzaron a caer unas gotas enormes; mucho más grandes de lo que acostumbraba a ver por aquellas tierras en las que ya de por si suele llover con fuerza. Sin embargo, estaba claro que la tormenta que se nos echaba encima a pasos agigantados tampoco era muy normal que digamos.

A storm is approaching (I)

Tal y como me prometí, antes de exponerme a correr algún riesgo recogí el equipo y me dirigí para casa donde, parapetado tras los cristales, pude contemplar la fuerza de una tormenta que, gracias a estas fotos, no olvidaré.

A storm is approaching (III)

¡Nos leemos!

Rincones: Cantabria

Como os decía en la entrada del noveno aniversario del blog, de un tiempo a esta parte me centro más en mostraros imágenes y narraros experiencias que en hablar de fotografía pura y dura a nivel técnico; y ya os adelanto que el de hoy es otro de esos artículos basados en la luz que llega al sensor de mi cámara (la Olympus E-PL1 en este caso) mientras paso unos días de vacaciones con mi chica por algún rincón de España.

Dado que ya habíamos visitado Galicia y Asturias, siguiendo una especie de orden geográfico natural en esta ocasión nos decantamos por Cantabria (y ya os podéis imaginar cual será nuestro próximo destino) pero sin obsesionarnos con ver muchas cosas en poco tiempo.

Cantabria Oct-16

Digo esto porque una vez estuvimos un par de días en Barcelona pretendiendo visitar un montón de lugares y lo único que conseguimos fue ir a toda prisa de aquí para allá mirando el reloj y sin disfrutar de la ciudad. Aquello marcó un punto de inflexión en nuestros viajes y desde entonces buscamos un «campamento base» y desde allí vamos haciendo las excursiones que nos van apeteciendo y cuadran con nuestro ritmo de vida.

En en este caso hemos estado alojados en Santillana del Mar; localidad muy próxima a Torrelavega y, para nuestro gusto, realmente bonita. Casco histórico con calles empedradas, casas con balcones de madera, tiendas de productos típicos y muchos rincones con encanto situados en las afueras.

Ya que estábamos allí no podíamos dejar de visitar las cuevas de Altamira. Bueno, en realidad su reproducción, ya que la original fue cerrada a finales de los 70 debido a que la enorme afluencia de visitas estaba degradando a toda velocidad sus espectaculares pinturas rupestres.

Una de las ciudades que más nos gustó fue Comillas. Una de esas excursiones improvisadas sobre la marcha y que nos sorprendió gratamente tanto por su localización junto al mar como por sus bellos y pintorescos edificios, dentro de los cuales nos fascinó especialmente «El capricho de Gaudí»: una casa llena de detalles curiosos encargada por un afamado abogado de la ciudad al genial arquitecto.

Cantabria Oct-16

Cantabria Oct-16

Cantabria Oct-16

También destacaba especialmente (aunque no nos dio tiempo a acercarnos) una casa de aspecto de cuento situada en lo alto de una colina que traté de plasmar en la lejanía con ayuda de mi teleobjetivo. No sabemos si era visitable o no, pero me quedé con ganas de acercarme por allí para echar un vistazo más de cerca; de modo que nos lo dejamos apuntado en nuestra lista de tareas por si algún día volvemos a pasar cerca de Comillas.

Cantabria Oct-16

Potes fue otra de esas localidades que nos dejaron un muy buen sabor de boca. Cuando entras al pueblo no parece ser gran cosa, pero a medida que vas caminando y te adentras en su casco histórico te encuentras con que el río que lo atraviesa está surcado por puentes de estilo medieval que dan al lugar un aspecto de lo más pintoresco.

Cantabria Oct-16

Allí aprovechamos para comer y hacer la compra; y al iniciar el camino hacia nuestro siguiente destino grabé desde el techo del coche con una Polaroid Cube un time-lapse (8x) del trayecto entre las localidades de Potes y Panes a través del desfiladero de La Hermida. Un recorrido entre montañas siguiendo el curso de un río en el que hay que ir despacito por la cantidad de curvas y estrechamientos que nos vamos encontrando. El vídeo dura poco más de cuatro minutos y espero que os guste.

Tras algo menos de una hora llegamos a San Vicente de la Barquera. Una localidad costera con puerto y una iglesia en lo alto de una colina (si algo me ha quedado claro de cantabria es que siempre estás subiendo o bajando porque no hay más de 100 metros seguidos de terreno llano) desde la cual se divisaban unas bonitas vistas. Tras una vuelta por todo el pueblo nos tomamos un chocolate con churros para reponer fuerzas y emprendimos viaje de regreso a casa.

Cantabria Oct-16

Cantabria Oct-16

Cantabria Oct-16

Por último, también visitamos otra cueva quizá no tan famosa como Altamira pero también extremadamente bella: la cueva del Soplao. Una galería minera que enlaza con una enorme cavidad natural excavada por el agua llena de estalactitas y estalagmitas que en algunas zonas parecen desafiar a la gravedad y que, por supuesto, estaba prohibido fotografiar.

Os recomiendo la visita a la cueva porque os va a sorprender muy gratamente y lo que sí os puedo mostrar es una vista del paisaje que se desde su entrada, ya que se encuentra en la cima de un monte en las cercanías de la localidad de Celis desde donde se divisa un paisaje muy típico de esta zona.

Cantabria Oct-16

Y a grandes rasgos esto es lo que dio de si nuestro viaje. Cuatro días muy aprovechados en los que además nos hizo un tiempo estupendo. No sé cómo lo hacemos, pero en todas las ocasiones que hemos visitado el norte de España apenas nos ha llovido rompiendo con el tópico de que por esas latitudes hay que ir siempre con paraguas, chubasquero y botas de agua.

Regresamos hace muy pocos días de las tierras cántabras, pero ya estamos deseando coger de nuevo carretera en cualquier dirección para seguir descubriendo rincones con encanto.

La siempre difícil relación prestaciones/confort en fotografía

Debido a que ya llevo unos cuantos años haciendo fotografías me está ocurriendo algo muy común y que había leído decenas de veces en el pasado pensando que a mí no me iba a pasar: cada vez le doy menos importancia al equipo y más a la creatividad (y a ir ligero de equipaje).

Don MiguelTécnicamente hablando, las cámaras réflex siguen siendo hoy por hoy las reinas en cuanto a calidad de imagen para el usuario de a pie (formato medio y cosas por el estilo quedan fuera del alcance del común de los mortales, seamos realistas) pero no es menos cierto que pesan y abultan bastante, por lo que no son lo mejor para nuestra espalda si nos dedicamos a hacer «safaris fotográficos» de acá para allá.

Compactas, móviles o cámaras bridge tienen el problema de que poseen sensores de imagen de pequeño tamaño, de modo que no pueden hacer la competencia a las réflex por motivos puramente físicos en captación de luz, profundidad de campo, niveles de ruido o precisión de enfoque.

Luna

Sin embargo, hay un punto intermedio muy interesante en las cámaras EVIL que a mí cada vez me gusta más, ya que aúnan las dimensiones y el peso de una compacta avanzada con la calidad de imagen y las prestaciones de una réflex debido al mayor tamaño de su sensor.

Cierto es que parece que nunca acaban de despegar del todo, y los insistentes rumores que circulan últimamente sobre la desaparición de la gama 1 de Nikon no son más que otra prueba más de ello; pero me da a mí que gran parte de la culpa la tienen los últimos móviles de gama alta que en sus constantes maniobras de marketing nos quieren hacer creer que con ellos vamos a poder captar unas fotografías que ni con una Hasselblad.

Coslada at night (I)Que conste que yo soy el primero que a veces veo algo que me llama la atención y lo fotografío con mi móvil si no llevo una cámara encima en ese momento porque prefiero eso a dejarlo escapar; pero si el motivo merecía la pena siempre me he arrepentido de no haber llevado algo en condiciones con lo que capturar ese instante de la mejor manera posible.

Pero bueno, tampoco quiero aburriros con una disertación sobre las ventajas de las cámaras sobre los móviles a la hora de hacer fotografías porque cada uno es muy libre de pensar lo que quiera; pero sí que me gustaría lanzar un pequeño alegato en favor de las cámaras EVIL con ayuda de las fotografías que ilustran este artículo, pues son imágenes que he capturado con mi ya veterana Olympus E-PL1 de las que estoy orgulloso y quería compartirlas con vosotros.

Night driver

Sigo cogiendo la réflex porque su calidad de imagen es incluso superior a la de la EVIL que poseo, pero también es verdad que la ligereza que te da la E-PL1 y sus objetivos hace que al final camines más y veas más lugares que merece la pena fotografiar.

Al fin y al cabo estamos aquí para disfrutar, ¿no?.

Coslada at night (II)

¡Nos leemos!

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