Hogar. Cap 1. «Buscando un techo»

Hay momentos en la vida en los que te tienes que plantear tomar grandes decisiones. Puedes retrasarlo desviando la vista hacia otro lado interesándote por el vuelo de un pajarillo o haciendo que tropiezas y te tuerces un tobillo, pero ten por seguro que al final no vas a poder esquivarlo. Una de esas decisiones trascendentales y que marcará un punto de no retorno en tu existencia es la compra de una vivienda.

Mi primer consejo (sobre todo si la idea es adquirir la vivienda a medias con otra persona) es que primero paséis una temporada de alquiler. No tienen por qué ser varios años; realmente con unos meses ya vale, y es que al final convivir es aprender a soportar las manías del otro; y eso es algo que en poco tiempo ya se ve si va a ser tarea fácil o un tormento chino. Que de visita o saliendo a cenar todos somos muy majos, pero cuando día tras día te encuentras el tubo de pasta de dientes espachurrado, tu cojín favorito manchado de keptchup o la luz del baño encendida «por deporte» puede salir a la luz ese pequeño dictador nazi que todos llevamos dentro.

Aparte de eso, el estar en un piso de alquiler donde, por lo general, no te dejan modificar nada va a servir para ver realmente qué nos hace falta para el día a día y de qué podemos prescindir; algo que te evitará muchos errores a la hora de elegir y diseñar la que será tu vivienda definitiva. En mi caso particular (y el de mi chica) nos ha servido para, además de ver que nos llevamos estupendamente, comprobar empíricamente que:

  • Las plantas crecen más y mejor en una terraza
  • Un barrio donde haya pequeños comercios evita visitas intempestivas al siempre abarrotado centro comercial
  • Con dos baños llegaríamos a tiempo a todos nuestros compromisos
  • El suelo de gres es gélido en invierno (mala idea para salón y dormitorios)
  • Al igual que los discos duros, el almacenamiento en la cocina (y en los armarios) siempre se acaba llenando, así que cuanto más mejor
  • Las ventanas oscilobatientes de PVC y doble cristal son el mejor invento del mundo a nivel térmico y acústico
  • La orientación y altura de la vivienda influye radicalmente en la cantidad de luz natural que nos llega y su temperatura interior

Pero bueno, aunque tengamos muy claras nuestras prioridades, nadie es experto en esas cosas: todos al principio somos muy optimistas y nos convencemos de que si buscamos un poco y aplicamos grandes dosis de paciencia algún día aparecerá alguien que venda por azares de la vida un chalet en La moraleja a precio de bajo en Villaverde; pero siento deciros que en el mercado inmobiliario no hay un Aliexpress de los pisos o un eBay donde con un poco de suerte te llevas algo con una única puja.

El que vende una casa se ha informado y sabe lo que tiene entre manos. Te la puede rebajar un poco si le caes bien y le das mucha pena; pero es algo irrisorio en comparación con la cantidad de pasta que vas a tener que soltar por tener un techo propio bajo el que caer muerto algún día. En serio, cuando piensas en la cantidad de años que vas a tener que trabajar para poder pagar eso te entra un vértigo que ni en lo alto de la torre Eiffel.

Para hacerlo de una forma ligeramente ingenieril (ya sabéis que me encanta) vamos a definir la fórmula de la compra de nuestra casa como X + Y = Z; donde X son los metros cuadrados, Y las calidades de la vivienda y Z los ahorros que vamos a invertir en ella. Lo malo es que da igual lo que tengáis en mente porque a medida que vayáis viendo casas os daréis cuenta de que tendréis que elegir entre bajar X e Y o bien buscar la manera de poder aumentar Z.

Si disminuis X está claro: casa más pequeña, cosa que de inicio no es un gran problema hasta que paséis a la siguiente gran decisión vital, que no es otra que formar una familia. Niños apretujados en el baño a la hora de ir al cole, cenas de bandeja en el sofá o tele de 21 pulgadas en el salón no apta para miopes.

Si optáis por que sea la Y la que disminuya podéis hacerlo de varias formas: casa que se cae a cachos, barrio chungo, ventanas de papel, suelos que crujen, quinto sin ascensor… Lo del barrio no tiene remedio; pero el resto con tiempo y pasta se podría corregir, así que no es descabellado y, desde mi punto de vista, si no hay que bajar muchísimo el listón creo que es mejor que la opción de bajar la X, ya que esos metros cuadrados de más nos darán mucho juego en el futuro.

Por último, claro está, tenemos la opción de que Z se incremente; cosa que podemos hacer con paciencia ahorrando mes a mes todo lo posible, de un modo mucho más rápido mediante formas ilegales poco recomendables (robo, extorsión, comercio ilícito…) o bien pidiendo una hipoteca al banco haciéndonos ricos por un instante pero pobres para el resto de nuestra vida.

Sea como sea, pasa el tiempo y al final damos con algo que nos encaja; y ahí cada persona (o cada pareja) es un mundo. Hay gente que es de adosados, otros de pisos altos, otros de áticos, otros de cabaña en medio de las montañas… Seas del tipo que seas, lo que te acabas de comprar es más pequeño, más cutre y más caro que aquello que tenías en mente el primer día; eso es así. Pero no te deprimas, ya que lo divertido empieza ahora; sobre todo si, como nosotros, has pensado que lo mejor era comprar un piso antiguo y reformarlo.

Recuerdos de Oropesa (II)

No todo eran paisajes en Oropesa del Mar (aunque volveremos a ellos más adelante) porque también había otros elementos que llamaban la atención de quien no se limita a ir de un punto a otro sin detenerse a mirar lo que hay a su alrededor.

El sótano

Dado que la costa levantina es uno de los más claros exponentes del «ladrillazo» que prosperó en España durante la primera mitad de la década pasada, son numerosos los ejemplos prácticos de la crisis de la construcción en forma de esqueletos de viviendas a medio construir por éste y otros rincones de nuestro país.

En uno de mis paseos por una zona de chalets cercana a la playa de La Concha existía (y supongo que sigue existiendo) una interminable fila de pareados en los que apenas estaban levantados los tabiques externos y la estructura de la escalera que iba desde el garaje hasta la planta baja. Una especie de radiografía que dejaba a la luz la fragilidad de la economía cuando las cosas se hacen sin pensar en el día de mañana.

Lo que me hizo pulsar el disparador en esta ocasión fue la extraña iluminación proveniente del piso superior, ya que le daba un aire muy cinematográfico. Y eso sin contar con esa silla volcada (que añade un sutil «toque Tarantino» a la escena) y los desvencijados puntales metálicos que sujetaban la estructura de la escalera. Por último, comentar que el elemento clave de la composición es la propia línea diagonal que trazan los escalones y que es la que divide el fotograma en dos zonas donde reinan la luz y la penumbra respectivamente.

El mar, los atardeceres, las montañas… son elementos que durante el tiempo que viví en Oropesa fueron para mí fuente de inspiración; pero también es verdad que algunos elementos construidos por la mano del hombre pueden dar lugar a imágenes muy potentes.

¡Hasta la próxima foto!

Cosas que sólo suceden en los pueblos

Hay cosas que nunca sucederían en las ciudades; y la que me ocurrió hace unos días en las cercanías de Oropesa es una de ellas:

Era un domingo después de comer, y viendo que hacía un día estupendo para hacer fotografías me acerqué por segunda vez al balcó para captar desde allí algunas imágenes pintorescas del lugar. Uno de esos días de viento en los que la atmósfera está tan limpia que la vista alcanza decenas de kilómetros. De hecho, incluso en algunas fotografías que hice se llega a apreciar con claridad la localidad de Peñíscola, que está a aproximadamente 45 Km en línea recta desde donde yo estaba.

Vistas desde el balcó

Una vez allí arriba y tras hacer unas cuantas fotografías pensé que ya que había salido de casa podría aprovechar la tarde acercándome a Torre la Sal; un minúsculo pueblo pesquero formado por apenas una veintena de casas bajas a la orilla de una pequeña playa con abundantes formaciones rocosas. Es un lugar por el que no parecen haber pasado las últimas dos o tres décadas, pues conserva buena parte de su esencia familiar y acogedora. En definitiva, un buen lugar para dar un paseo y captar algunas imágenes.

Pues bien, estaba caminando por la acera que hay entre las casas y la playa cuando unas animadas voces me sacaron de mis pensamientos: se escuchaba a un grupo de personas en el porche de una de las casas en la típica sobremesa mediterránea que se alarga hasta bien entrada la tarde. Y el caso es que según pasaba delante de la vivienda en cuestión una chica se asomó entre unas cortinas y me dijo: «oye, ¿nos puedes hacer una foto?».

En ese momento no supe qué contestar porque no tenía claro si la cosa iba de broma o en serio, de modo que ante mi cara de asombro añadió: «Es que nos hemos juntado la familia y nos gustaría tener una foto de recuerdo pero no tenemos cámara, ¿nos la puedes hacer tú?». Y el caso es que me pareció algo raro, pero al fin y al cabo tenía toda la lógica del mundo, de modo que accedí a hacerles el favor.

Torre la Sal

Al pasar al porche me encontré a una decena de personas sentadas en torno a una mesa sobre la cual descansaban los restos de una paella, un par de botellas de vino y unos cuantos vasos de té todavía vacíos. De inmediato empezaron a decir «¡Hombre, ya tenemos fotógrafo!» y cosas así, de modo que les indiqué que se juntaran un poco para ver si podía meterlos a todos en la misma imagen (menos mal que en la mochila llevaba el 16-85 VR, porque con el 50mm que llevaba montado en la cámara en ese momento hubiera sido imposible dado las escasas dimensiones del lugar) y me puse manos a la obra.

Hice un par de pruebas y a la tercera fue la vencida, de modo que pedí alguna dirección de correo donde enviar la fotografía y uno de los integrantes de la comilona me facilitó la suya. Sin embargo, lejos de terminar ahí la cosa, me sorprendió que aquellas personas que acababa de conocer me invitaron a sentarme en su mesa y me ofrecieron su comida y su bebida. Yo ya había comido en mi casa (y mucho además) de modo que decliné la invitación; aunque sí me apunté al té que estaban preparando en ese momento. Sacaron una silla más del interior de la casa, se apretaron un poco y allí, como uno más de la familia, empecé a charlar con ellos y a preguntar algunas cosas sobre el pueblo y las montañas cercanas.

Aquella gente vivía todo el año allí, y enseguida se ofrecieron a acompañarme si un día me animaba a hacer alguna excursión por la zona; algo de lo que tomé buena nota porque en un futuro tengo pensado recorrer éste y otros rincones de la provincia acompañado de mi cámara en un proyecto de futuro del que todavía no os he dicho nada pero cuyos rasgos principales ya tengo en la cabeza.

Torre la Sal

Sea como sea, mi mayor sorpresa llegó a la hora de despedirme, pues el cabeza de familia me dio las gracias por la foto y por haberme sentado con ellos a compartir anécdotas por un rato para decirme a continuación: «Nosotros nos juntamos aquí a comer todos los domingos, así que si un día te quieres venir estaremos encantados y serás uno más de la familia». Sorprendido por aquello me despedí con gratitud y me encaminé hacia mi coche, que estaba aparcado a pocos metros del paseo que se ve en la fotografía que tenéis sobre este párrafo.

Mientras regresaba a casa pensaba en aquella frase y lo que implicaba: una familia te pide que les hagas una foto y como agradecimiento te sientan a su mesa y te invitan a que formes parte de ellos por un rato el día que te apetezca. Yo no sé si en Madrid o en cualquier otra gran ciudad ocurren este tipo de cosas, pero me da que no. Estoy seguro de que esto es algo que sólo pasa en esos pueblos tranquilos y humildes donde sus vecinos todavía creen en las personas.

Un capricho muy cafetero

Reconozco que me encanta el café. No es que sea un cafetero compulsivo, pero sí que me gusta tomar tres o cuatro repartidos a lo largo del día y hay algunos que no puedo perdonar como el del desayuno o el de después de comer.

Lo que ocurre es que me da una pereza tremenda coger la cafetera italiana, prepararla, ponerla al fuego y esperar pacientemente a que hierva el agua para tomarme una simple taza (y una vez que se enfría ya no sabe igual de bueno); de modo que el pasado fin de semana decidí cortar por lo sano, acercarme a Castellón y hacerme con un pequeño capricho.

La cosa es que llevaba tiempo buscando información sobre este tipo de cafeteras, ya que durante los últimos meses han aparecido en el mercado varios sistemas incompatibles entre si en la mayoría de los casos y no quería pillarme los dedos haciendo una mala elección. De todos modos, lo que las marcas han presentado es una cafetera para casa que permita hacer café en pocos segundos y de forma limpia y sencilla; pero normalmente las dosis de café que se introducen en la máquina son diferentes entre unas y otras, siendo un concepto muy similar al de las impresoras, donde el verdadero beneficio no está en la venta de la máquina como tal sino en los cartuchos necesarios para su funcionamiento.

En principio iba buscando una cafetera Nespresso (supongo que porque con tanta publicidad, inconscientemente uno al final acaba convirtiéndolas en el icono de este tipo de aparatos) pero resulta que las cápsulas que contienen el café sólo se pueden conseguir en tiendas Nespresso o a través de Internet con el engorro que esto supone. Puesto que mi prioridad era que pudiera encontrar el café cómodamente en mi supermercado habitual, la cafetera doméstica más conocida quedó automáticamente descartada.

Al final, echando un vistazo a otras opciones similares me llamó la atención el sistema Senseo (apadrinado por Marcilla y Philips) por ser una cafetera cómoda, elegante, de tamaño contenido y, sobre todo, porque los paquetes de café se venden en cualquier supermercado y a un precio que ronda los 3 euros por cada bolsa de 16 monodosis que hay disponibles en diferentes variedades. Vamos, que cada café que preparamos sale por unos 20 céntimos.

Con respecto al aparato como tal, os diré que consta de un depósito de litro y medio que hay que llenar de agua y poco más. Luego, para cada café que queráis preparar se levanta la tapa superior, se pone la monodosis (es como un disco de fieltro relleno de café molido por el que la cafetera hace pasar agua hirviendo) y en poco más de un minuto tenéis un café humeante y con una buena capa de espuma. Por supuesto, antes de decidirme por este modelo, en la propia tienda me dieron a probar un café recién hecho en una de estas cafeteras y he de admitir que ese fue el empujón definitivo que me hizo decantarme por la Senseo Quadrante, cuyo sobrio diseño me gustó mucho más que el modelo básico de formas redondeadas.

Un capricho

Como veis en la fotografía, además de la cafetera también se vino conmigo un pack de cuatro variedades de café que traía una lata metálica de regalo. Al final el capricho me salió por 111 euros en total: 99 de la cafetera y 12 del pack de cafés. Un precio que a mí me parece bastante bueno sobre todo después de haber degustado ya a lo largo de estos días unos cuantos cafés de diversas variedades y estar encantado tanto por su sabor como por la comodidad que supone su preparación.

Por cierto, viendo el bombo que le están dando en los centros comerciales a estos sistemas de cafeteras estoy convencido de que será uno de los regalos estrella de estas Navidades.

¡Cuidado con el escalón!

¿Y si un día trataras de salir a la calle y tu puerta estuviera situada a decenas de metros sobre el suelo?

Algo así es lo que se me vino a la cabeza cuando hace unos días pasé por delante de esta casa y gracias a los colores con los que han pintado su fachada me di cuenta de la curiosa diferencia de alturas.

Cuidado con el escalón

Por cierto, ¿sabéis dónde está situada esta vivienda tan ibicenca?

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1983

La imagen que hoy os muestro está tomada en Mayo de 1983 en la localidad Barcelonesa de Manresa y me resulta especialmente interesante porque en esta ocasión sí que recuerdo la gran mayoría de elementos que aparecen en ella; dándome a entender que mis primeros recuerdos conscientes proceden de esta etapa de mi vida.

Mayo de 1983

En primer lugar, esa mesa camilla que tiene una «falda» hasta los pies era mi refugio dentro de la casa en la que vivíamos entonces. Por aquella época se ve que tenía ganas de independizarme y todo el día estaba jugando a las casitas. De hecho, recuerdo que después de la mudanza mis padres me hacían chalets (más bien chabolas) con las cajas de carton que habían empleado en ella porque me encantaba pasarme el día metido en su interior.

También me acuerdo del macetero blanco con ese ficus que medía casi lo mismo que yo; pero más que la planta como tal, recuerdo las broncas que me echaba mi madre cuando me dedicaba a mover aquel mamotreto salón arriba y salón abajo gracias a las ruedas sobre las que se apoyaba. Era divertido y lo más parecido a conducir que tenía a mano en aquellos años; pero seguramente las marcas sobre el parquet fueran un buen indicativo de que era mejor optar por juegos menos destructivos con el entorno.

En cuanto a lo que hay sobre la mesa, recuerdo con claridad que dentro de ese frasco de cristal había unas flores secas y unas manzanas de madera que olían a perfume y que con ese triciclo de madera y mimbre solía jugar transportando canicas, muñecos y todo tipo de cosas pequeñas que tuviera por allí cerca. Queda claro que como por aquella época yo era hijo único, mi única manera de entretenerme era echándole imaginación a las cosas; algo que no he dejado de hacer desde entonces.

¡Nos vemos en 1984!

Las mirillas de la calle Mayor de Alcalá de Henares

Hay cosas en Alcalá de Henares que son universalmente conocidas: la fachada de la universidad, ser la ciudad natal de Miguel de Cervantes, su numerosa población de cigüeñas… sin embargo, hay un pequeño detalle en la calle Mayor que siempre me ha llamado mucho la atención y que no mucha gente conoce: las mirillas que hay sobre algunas de sus puertas.

Mirillas en la Calle Mayor (I)

Seguro que en vuestra casa tenéis una mirilla para ver quién llama (lo más habitual del mundo) o, si vivís en una vivienda de nueva construcción, un sistema de videoportero automático. Pues bien, si os dais una vuelta por la calle más emblemática de la ciudad complutense fijándoos con atención en sus techos tendréis la oportunidad de ver con vuestros propios ojos al antecesor de todo eso.

Las casas de la calle Mayor son de dos o tres alturas siendo, por lo general, la planta baja destinada a la entrada y poco más. No es más que un portal con unas escaleras que conducen a las plantas superiores, por lo que no es habitual que los habitantes de la casa se encuentren allí. Precisamente por esto es por lo que surgió la idea de estas originales mirillas.

Mirillas en la Calle Mayor (IV)

Mirillas en la Calle Mayor (V)

Se trata simplemente de practicar un agujero cuadrado de unos diez centímetros de lado sobre la posición que ocuparía la persona que está llamando a la puerta de entrada (viendo alguna de las fotos que ilustran esta entrada os haréis una idea mucho mejor) y tapar el hueco con una tablilla de madera en el suelo de la planta, de tal modo que cuando alguien llamaba a la puerta, el dueño de la casa, en lugar de descender fatigosamente hasta el portal de forma sistemática, lo único que tenía que hacer para ver de quién se trataba era abrir esa tapa y observar a través del hueco.

Si el visitante era conocido, se bajaban las escaleras y se le abría la puerta; pero en caso de que fuera algún «indeseable» se le ignoraba por completo y santas pascuas (aunque seguro que algunos de vosotros ya estáis pensando alguna trastada para espantarlo, jejeje).

Cierto es que en aquella época (estas mirillas datan del siglo XIX) no se podía abrir la puerta a distancia tal como hacemos hoy en día; pero sí que nos permitían ver remotamente a la persona que nos acababa de despertar de la siesta con un timbrazo y actuar en consecuencia; más o menos como hacemos con un videoportero automático (salvando las distancias, claro  😛 ).

Mirillas en la Calle Mayor (III)

Curioso, ¿verdad?  😉

Otro edificio abandonado en Alcalá

Parece mentira, pero a escasos cinco minutos caminando desde la plaza de Cervantes (concretamente en la calle Portilla) hay un pequeño edificio abandonado de ventanas tapiadas cuyo aspecto siempre me llama la atención desde hace años. Eso sí, en el caso de éste ni tiene la fama de la casa del loco ni he estado nunca en su interior.

La mañana no es un buen momento para fotografiar el lugar porque el sol da en la parte trasera de la casa quedando el interior en sombra; pero a última hora de la tarde la cosa cambia y algún rayo de sol se cuela por la oxidada puerta para poder observar algo si se mete el objetivo de una cámara entre sus barrotes.

Otra casa abandonada (I)

Otra casa abandonada (II)

Otra casa abandonada (III)

Por cierto, reconozco que le estoy cogiendo el gustillo a esto de hablar sobre edificios abandonados… A ver cuál es el próximo. ¡Se aceptan sugerencias! :mrgreen:

Fotos de la casa derrumbada en la calle Mayor de Alcalá de Henares

Cuando ayer a la hora de cenar me enteré de que una vivienda de la calle Mayor de Alcalá de Henares había sufrido una explosión que había borrado de un plumazo su fachada y su tejado no pude evitar sentir una extraña sensación, pues apenas una hora antes del incidente había pasado por allí en uno de mis habituales paseos por el centro de la ciudad.

Debido a la explosión hay varias personas heridas, pero por lo que tengo entendido no se teme por la vida de ninguna de ellas; incluida la dueña de la casa (de 98 años de edad) que aunque quedó atrapada bajo los escombros no perdió la consciencia en ningún momento y eso que hasta medianoche no pudo ser rescatada por los bomberos.

Pues bien, siendo éste un lugar por el que paso tan a menudo pensé que tenía que ver el desastre con mis propios ojos, así que esta mañana me levanté pronto y bajo la lluvia me encaminé hacia la calle Mayor cámara en mano.

Al llegar frente al conocido bar Nino había ya una multitud de personas observando el estado del inmueble; pero se ve que los bomberos se habían aplicado durante la noche y la zona ya estaba limpia de escombros. Unos escombros que ayer a última hora todavía cubrían el pavimento y que fueron precisamente los que provocaron los heridos debido a su caída sobre los viandantes.

Bueno, no es que hubiera mucho que hacer allí por mi parte, así que me limité a sacar la cámara y comencé a hacer fotografías mientras la gente a mi alrededor contaba historias del pasado llenas de recuerdos relacionados con aquella casa que ahora literalmente se había volatilizado.

Puesto que una imagen vale más que mil palabras; os dejo con las fotografías de lo que he podido contemplar hace unos minutos:

Derrumbe en la calle Mayor

Derrumbe en la calle Mayor (II)

Derrumbe en la calle Mayor (III)

Derrumbe en la calle Mayor (VI)

Derrumbe en la calle Mayor (IV)

Derrumbe en la calle Mayor (V)

Alcalá de Henares ayer y hoy (74)

Nos hayamos hoy a los pies de la puerta de Madrid. Ya os he dicho alguna vez que representa la entrada más importante de la ciudad, pues bajo su arco principal pasaba hace años la carretera que procedía de la capital del país. De ahí que pese a la variedad de puertas de la localidad, esta sea, sin duda, la más trabajada de todas.

Puesto que la propia puerta ya la hemos visto en otra entrada anterior, vamos a fijarnos hoy en los detalles que la rodean aprovechando que la fotografía original es muy nítida y abarca un amplio campo de visión.

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“Puerta de Madrid». Fotografía anónima de 1969. Extraída del libro “El archivo y la fotografía de Alcalá de Henares”. ISBN: 84-87914-53-3.

Fijaos bien en la casa que hay adyacente a la puerta en la parte izquierda de la imagen porque años después desaparecería sin dejar rastro. Dicha vivienda está colocada en el hueco que queda entre la puerta de Madrid y el torreón de la muralla que tapa parcialmente, por lo que aquellos vehículos que hacían uso de esta entrada a la ciudad tenían que pasar forzosamente bajo el arco principal, con la consiguiente suciedad y deterioro para el monumento.

Quedaos también con el estado del torreón, y sobre todo con la situación de esa oscura ventana que se puede apreciar. Tiempo después el torreón sería restaurado y recuperaría su altura original. Dicho todo esto vamos a pasar a ver este mismo paisaje en la actualidad.

109m

Puerta de Madrid en la actualidad.

Al margen de la iluminación instalada en el monumento que consigue que éste luzca (nunca mejor dicho 😛 ) mucho mejor, daos cuenta del gran cambio sufrido en los alrededores de la puerta de Madrid: la casa que se veía en la fotografía anterior ha desaparecido sin dejar rastro y gracias a ello ahora los vehículos pueden pasar por una calle que se ha habilitado entre el monumento y la muralla.

Y hablando de la muralla, fijáos en el torreón que os comentaba antes: su altura se ha visto duplicada y sus piedras han sido profundamente limpiadas. A título personal he de decir que me hubiera gustado más que el torreón se hubiera dejado en su estado original, pero bueno, pese a todo hay que reconocer que éste es uno de los rincones más acogedores de la ciudad. De todos modos, dentro de unos días visitaremos la plaza que hay detrás de la propia puerta, pues también es un lugar con mucho encanto. Estoy seguro de que esa fotografía os gustará bastante.

Buzón de alta tecnología

A veces uno se da una vuelta por lugares ya conocidos y se da cuenta de que hay muchos detalles que se le habían escapado en las anteriores ocasiones. Un ejemplo de ello es el buzón de «alta tecnología» que hay en una casa situada a escasos metros de la plaza de los Santos Niños de Alcalá de Henares; es decir, en pleno centro histórico de la ciudad.

Mail

Tiene gracia que el propietario de la casa se haya gastado los cuartos en un telefonillo de lo más moderno y no haya aprovechado para instalar un sencillo buzon; pero bueno, supongo que esta solución «casera» también tiene su encanto  😉

Mi «escritorio informático» de casa

Hoy me apetece mostraros una fotografía en la que podéis ver cómo es el lugar desde el que se han gestado muchas entradas de este blog que hoy cumple un añito. Hay un puñado de ellas que han sido ideadas y desarrolladas en los lugares más insospechados gracias al Asus Eee PC 701 que podéis ver a la izquierda, pero como os digo, la mayor parte de las cosas que escribo aquí y en ultimONivel están hechas en ese portátil Toshiba Satellite (que ya tiene cuatro años) acoplado a un monitor externo para tener una mayor área de trabajo.

Mi zona informática

El ultraportátil suele estar guardado en su funda cuando no lo estoy usando, pero me apetecía incluirlo en la fotografía porque de ese modo os podéis hacer una idea de su tamaño y porque también forma parte de mi «equipamiento informático». A modo de curiosidad os diré que la pantalla del Asus es de 7″ (800 x 480), la del portátil es de 15″ (1024 x 768) y el monitor externo es de 17″ (1280 x 1024).

Por cierto, obviad la alfombrilla de ratón de Batch-PC porque recientemente se me rompió la que tenía desde hace años y hasta que me compre otra estoy usando esa tan hortera que tenía guardada en un cajón :mrgreen:

Por lo demás, el lugar de trabajo es cómodo pero tiene la desventaja de que tengo la ventana justo detrás de las pantallas, lo que hace a mediodía sea un poco incómodo usar el ordenador. Ya sé que no es lo más recomendable, pero por la configuración de la habitación no me queda más remedio que tener aquí la mesa en la que está puesto el equipo. Mesa (desplegable, por cierto) que tiene los mismos años que yo y que hace años estaba en la cocina de casa, dando idea de su versatilidad.

Poco más que comentar, pues lo único que pretendía con esta imagen y estos párrafos es abriros por un rato la puerta del lugar donde ahora mismo estoy escribiendo esta entrada. Es domingo y ando resfriado; no me pidáis hoy una entrada de la categoría filosofía barata.  😛

¡Un saludo!

Alcalá de Henares ayer y hoy (41)

Como os decía en la entrada anterior de esta serie, hoy vamos a ver una casa que hasta hace poco despertaba muchas miradas entre los vecinos de Alcalá, y es que al estar junto al cuartel de la policía local, en un lugar bastante transitado, hacía que a muchos de nosotros se nos quedara grabado en la memoria su peculiar perfil y especialmente ese arco que había en la puerta de entrada a la finca.

Me estoy refiriendo a la casa que estaba en el cruce entre la Travesía de Avellaneda y la calle Avellaneda; en la esquina de un estrecho callejón que lleva directamente a la mencionada comisaría de la policía municipal de Alcalá de Henares.

Calle Avellaneda desde Traves�a de Avellaneda
“Calle Avellaneda desde la Travesía de Avellaneda”. 1962. Fotografía de Baldomero Perdigón Puebla. Extraída del libro “Alcalá de Henares en Blanco y Negro (1960 – 1970). ISBN: 84-607-1405-5.

Seguro que nada más ver la fotografía de los años 60 os habéis acordado de la cantidad de veces que habéis mirado en dirección a los Santos Niños desde el mismo punto donde está hecha la foto y os habéis fijado en el peculiar arco de la entrada.

La casa llevaba tiempo deshabitada y fue derruida hace poco dando paso a una construcción que respeta en gran parte la forma del edificio original pero que ni guarda dentro de sí las historias de la clásica (es curioso ver la casa cuando tenía residentes en ella) ni tiene el encanto del pasado.

Lo que menos me gusta es que ahora la puerta de la entrada es de lo más corriente, por lo que ahora, al mirar en dirección a la iglesia magistral ya no habrá un par de columnas y un arco achatado que me llamen la atención.

Calle Avellaneda desde Traves�a de Avellaneda actualmente
Calle Avellaneda desde la Travesía de Avellaneda en la actualidad.

Y sin más me despido hasta la próxima entrega de nuestros paseos por el tiempo enmarcados en la ciudad de Alcalá de Henares.

¡Un saludo! 🙂