Durante el tiempo que estuve residiendo en Oropesa del Mar me acostumbré a vivir a contracorriente. Me explico: tras toda la semana trabajando, el viernes por la tarde conducía hasta Madrid para ver a mi familia y a mi novia, de tal modo que en mi trayecto me cruzaba con los que se iban a la playa a disfrutar de esos dos días de descanso. Del mismo modo, me los volvía a cruzar a todos en la A-3 cuando el domingo por la tarde regresaba a Oropesa encontrándome al llegar lo que parecía una ciudad fantasma.
Recuerdo bien aquella extraña sensación al recorrer ya de noche la avenida principal del pueblo de Oropesa los domingos del invierno y no divisar absolutamente a nadie. Tras un poco de callejeo y poco antes de llegar a la playa de la Concha entraba al parking de la urbanización en la que vivía y en la que durante esos meses de frío casi siempre el único coche era el mío. Tenía la buena costumbre de aparcar en mi plaza, pero podría haber dejado el coche atravesado en medio del vial y nadie se hubiera quejado.
A mi memoria viene ahora el suave rumor del mar al abrir la puerta del coche, el eco de las ruedas de mi trolley repiqueteando sobre el asfalto hasta llegar al portal, el frío de la casa al entrar, el ascensor siempre esperándome en mi descansillo de lunes a viernes… Cuando llegaba nadie se asomaba a su ventana a ver quién osaba romper la tranquilidad reinante en aquel lugar porque sencillamente había semanas en las que yo era el único habitante en una urbanización de más de 400 viviendas.
Hay gente que todavía hoy me pregunta que si no me daba miedo estar allí sólo e incluso que cómo podía conciliar el sueño por las noches. Y qué queréis que os diga, no me considero ningún valiente (de hecho la palabra que mejor me define es «prudente») pero nunca me planteé que aquella soledad extrema pudiera suponer una amenaza o incluso un problema. Cierto es que nunca tuve ningún susto ni ninguna mala vivencia durante los inviernos que allí estuve, pero siempre he pensado que a la soledad no hay que temerla porque por si misma no te va a hacer nada.
Si sólo conocéis esta localidad mediterránea durante la temporada alta os recomiendo que os paséis por allí cuando nadie se plantea coger vacaciones. Os aseguro que os vais a encontrar una soledad brutal que tal vez no podáis soportar; pero si le cogéis el gusto acabaréis viéndole todas sus ventajas e incluso la echaréis de menos.