Aquellos maravillosos años de la infancia: 1989

Tenía pendiente la publicación de esta entrada desde hace tiempo (muuuucho tiempo) ya que es la que finaliza una miniserie que, a razón de una entrada por año, ha ido retratando mi infancia. En este caso nos remontamos a 1989, año en el que me regalaron mi primera cámara con la que precisamente fueron hechas estas fotografías en las que ya se vislumbran algunos rasgos que incluso pese al tiempo que ha pasado siguen siendo reconocibles.

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De hecho, a lo largo de los años he tenido ocasión de encontrarme con profesores que me dieron clase en aquella época y siempre me han reconocido sin ningún género de dudas. Nada más acercarme a ellos enseguida me he encontrado con un sonoro «¡Hombre, Luis, cuánto tiempo!» o «Yo te di clase a ti…» señal de que en el fondo mi aspecto no ha cambiado demasiado en las tres últimas décadas.

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Las dos fotografías que ilustran este artículo están hechas el mismo día en las inmediaciones del barrio de Venecia y el caso es que todavía recuerdo perfectamente a mi madre haciéndolas. La primera es en uno de los árboles de los márgenes del paseo del río a la altura del colegio Iplacea; árbol que sigue allí sólo que ahora bastante más grande. La segunda es en el parque que existe todavía hoy en el extremo sur del mencionado barrio pero en el que ya no están esos rústicos troncos de madera en los que cada vez que pasaba trataba de mostrar al mundo mis innatas cualidades para el funambulismo.

A partir de aquí empecé a ser yo el que casi siempre estaba detrás de la cámara, por lo que mis apariciones fueron mucho más esporádicas e incluso hay años en los que no aparezco ni en una miserable imagen. Por tanto, a partir de este año la mini-serie perdería su sentido y de ahí que haya decidido poner el punto final justo en el último año de la década de los ochenta.

Han sido ocho entradas en las que os he mostrado cómo fui creciendo y cambiando durante la primera década de mi existencia y con las que espero haberos hecho partícipes de lo que fui para así tener una perspectiva desde la que entender todo lo que vino después.

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1988

Pocos meses antes de estrenar el año 1988 entró en casa mi primer ordenador: un ZX Spectrum +2 con sus 128 KB de memoria y su unidad de cassette integrada para la carga y grabación de programas.

En la primera de las dos fotografías que ilustran esta entrada podéis verme a mi a los mandos del aparato jugando a lo que parece un título de plataformas tan habitual en aquellas épocas (algo estilo Mario Bros, Bomb Jack o similares) mientras mi hermano se dedica a mirar la acción en pantalla poniendo una cara bastante «peculiar».

Enero de 1988

Por lo demás, bajo el televisor en blanco y negro al que estaba conectado mi querido Spectrum podéis ver algunos de los juegos que tenía por aquella época. Recuerdo que con el ordenador venía de regalo un pack de doce títulos y que por comprarlo en El Corte Inglés me regalaron cuatro más. Por lo tanto, desde el primer día tenía ya diversión asegurada; aunque bien es cierto que poco a poco mis padres y abuelos fueros regalándome otros títulos cuyos precios variaban entre las 875 pesetas de las novedades en caja de plástico hasta las 1200 que solían valer las ediciones especiales en caja grande de plástico (como ese Bomb Jack II que destaca entre el resto de juegos).

De cualquier modo, reconozco que ahora me da un poco de pena no haber usado aquel Spectrum para otra cosa que no fuera jugar. Programar aquella sencilla máquina no era nada complicado, y mucha gente consiguió hacer cosas realmente interesante con aquellos limitados recursos que la máquina ponía a su disposición. Aun así, gracias al Spectrum aprendí muchos conceptos informáticos que se mantienen vigentes hoy en día como la diferencia entre bits y bytes, el modo de acceder a las posiciones de memoria y cosas de ese estilo; por lo que siempre tendré presente su recuerdo.

En cuanto a la segunda imagen, esta me muestra en la terraza de mi casa posando delante de la cámara según las indicaciones de mi madre, a quien se adivina vestida con una camisa roja en el reflejo del cristal que queda a mi espalda. Por lo frondoso de los árboles que también se aprecian en la fotografía así como por mi vestimenta se confirma que fue tomada en Mayo de ese año.

Mayo de 1988

Todavía me acuerdo de esas sillas que se ven en la parte inferior derecha de la fotografía que desplegábamos cuando llegaba la primavera y los primeros rayos del sol pegaban de lleno en la terraza. Al ser de tela y estar a la intemperie se echaron a perder con los años y las sustituimos por unas de plástico; pero he de reconocer que eran realmente cómodas. También me acuerdo de ese horrible cinturón rojo que llevo puesto, y aunque es verdad que estéticamente es de lo peor que he visto, al menos el sistema de enganche funcionaba mucho mejor que el de los clásicos cinturones «de agujeros».

Y así, entre recuerdos y aberraciones estéticas, terminan estas líneas correspondientes al año de los juegos olímpicos de Seúl. Dentro de unos días avanzaremos un poco más y nos plantaremos en 1989; pero eso ya será en otra entrada.

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1987

Lo reconozco: de pequeño me daban miedo las bengalas; y de ahí que en la fotografía que ilustra esta entrada no sea capaz de apretar más mis labios.

Enero de 1987

Esta imagen fue tomada en las Navidades de 1987 mientras pasábamos aquellas fiestas en familia en casa de mis abuelos incluida mi hermana nacida apenas un par de meses antes. Recuerdo bien que una mañana mi padre compró un sobre de aquellas pequeñas bengalas chispeantes y que a mi madre le pareció una buena idea que sujetara una de ellas encendida para hacerme una fotografía que diera cuenta del momento.

Por eso, a diferencia de otras imágenes de mi infancia, aquí no sonrío; y es que mi mueca representa más miedo que otra cosa. Lo que se me pasaba por la cabeza en esos momentos era que una de las chispas de la bengala prendería mi ropa y tendríamos un accidente. Y aunque al final nada de eso ocurrió, durante aquellos interminables segundos no podía evitar pensar en el inminente desastre mientras mantenía el incesante chisporroteo lo más alejado posible de mí.

No recuerdo mucho más de aquellas Navidades porque los recuerdos se mezclan con las de otros años al ser unas fiestas que más o menos siempre siguen el mismo guión. Sin embargo, sí que me acuerdo de que una tarde pusieron El Imperio Contraataca en la televisión y vi la película (que en aquellos días me pareció un rollo) yo sólo tumbado sobre la alfombra del salón mientras en el exterior caía una fuerte tormenta con rayos, truenos y centellas. No obstante, por mucho ruido que hiciera el cielo, a mí me acobardaba mucho más una simple bengala que costaba apenas diez pesetas.

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1986

En casa nunca hemos tenido mucha costumbre de celebrar el Carnaval, pero en el del año 1986 a mis padres les pareció divertido vestirme de karateka y hacerme posar de esa guisa delante de la cámara de fotos. Fruto de aquello salieron unas cuantas diapositivas de las que he seleccionado la siguiente por ser aquella en la que menos ridículo aparezco.

Febrero de 1986

Al margen de mis escasas cualidades para las artes marciales, en la escasa porción de habitación que aparece en la fotografía podéis distinguir un colorido elemento que destaca sobre los demás: la casa de los Pitufos. Se trata de uno de los juguetes que recuerdo con más cariño porque aunque hace ya años que acabó en la basura, fueron innumerables las horas pasadas jugando con mis Playmobil como habitantes de la misma.

Y ya que estamos con estos temas, me gustaría contaros que yo era un niño extremadamente cuidadoso con mis juguetes, pero la llegada de mi hermano (que en esta época tenía dos años recién cumplidos) hizo que todas esas cosas que trataba con esmero acabaran destrozadas gracias a su costumbre de patear todo lo que tenía a mano y lanzar cosas por la terraza en cuanto veía la puerta abierta. De hecho, una de las pérdidas que más me dolió (junto con unos cuantos juegos de Spectrum que acabaron estampados sobre la calle) fue precisamente una nave espacial de Playmobil sobre la que un día mi hermano decidió ponerse de pie destrozándola en mil pedazos.

Y es que aunque si hoy en día le conocéis y veis que casi ni se atreve a toser sobre su iPhone o que no os deja sentaros sobre su cama «porque se arruga», os aseguro que tiene un pasado de «destrozón» que en su día me provocó mil y una lágrimas.

Dentro de unos días escribiré algo sobre una foto de 1987 de la que recuerdo perfectamente cómo y dónde se hizo. Ya os contaré…  ^__^

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1985

Bienvenidos a 1985: el año en el que Gorvachov se convirtió en presidente de la unión soviética y Ronald Reagan inició su segundo mandato en la casa blanca, dando lugar a las conversaciones que marcarían el final de la guerra fría. De cualquier modo, a mí todo aquello de la política me pillaba muy lejano, y yo sólo me preocupaba de divertirme y ver a Eva Nasarre en la tele.

Enero de 1985

La primera de las imágenes que ilustran esta entrada corresponde al día que cumplía cinco años. Como veis, estaba a punto de zamparme un bollo de chocolate y, por la cara que pongo en la foto, debía de estar viendo Barrio Sésamo, ya que en el mueble al que miraba estaba colocada la televisión y teniendo en cuenta que era la hora de la merienda, es muy posible que estuvieran emitiendo las andanzas de Espinete, Don Pimpón y compañía.

En aquellos años los cumpleaños se celebraban en mi casa con la familia; aunque poco después empezaría la época en la que para esas celebraciones invitaba a mis amigos y celebrábamos allí una merendola con patatas, Fanta y tarta de almendra. Muy ochentero todo, vamos… 😛

Julio de 1985

La siguiente imagen pertenece al mes de Julio y está tomada en Oropesa del Mar. Concretamente en la zona sur de la playa de la concha, casi pegado a la cala que hay al final del actual paseo (por si alguien conoce la zona y quiere situarse). La verdad es que se me hace raro ver cómo en aquellos años apenas había gente en la playa, ya que hoy en día en esa zona (bueno, en realidad en toda la playa) la proliferación de sombrillas es notoria.

Por cierto, no sé si os habrán llamado la atención, pero yo no puedo dejar de fijarme en las horribles cangrejeras que llevaba en los pies por aquellas épocas. Es verdad que ahora parecen (y de hecho lo son) un espanto; pero entonces eran de lo más habitual y todo el mundo tenía unas metidas en su armario.

Julio de 1985

La tercera imagen está tomada el mismo día que la anterior (recuerdo la sesión fotográfica) y en ella se me ve sentado en una barca y con la urbanización de fondo. Lo más curioso es que en la parte derecha se puede ver en obras la zona en la que tenemos el apartamento actualmente, pues el primero (que vendimos hace ya veinte años porque se nos quedó pequeño con el nacimiento de mi hermana) era una de esas terrazas que se ven en la parte izquierda.

También es curioso comprobar cómo antiguamente había siempre barcas varadas en la playa que pertenecían a gente que salía a pescar o simplemente las tenían como medio de recreo. Con los años construyeron el puerto deportivo y ya no permitieron dejar las barcas en la playa, pero yo creo que la vista de una playa con barquitas en la arena es algo siempre agradable y que se he perdido en muchos lugares costeros; aunque por suerte pude ver algo así de nuevo hace cinco años en Galicia.

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1984

Las dos fotografías de hoy pertenecen al año 1984 y muestran a un Luis bastante parecido al que se puede ver hoy en día dando vueltas por Alcalá de Henares con una cámara en la mano.

La primera de las dos está hecha durante el mes de Enero en la localidad de Manresa; lugar donde nació mi hermano pocos meses antes de asentarnos definitivamente en la ciudad complutense. No recuerdo muy bien esa vitrina marrón con tanto cristal ni el cuadro que hay detrás de mí; pero sí que me acuerdo del teléfono rojo que se puede apreciar en la semioscuridad del fondo de la imagen.

Enero de 1984

En cuanto a la segunda imagen, esta fue hecha en el mes de Junio, poco después de llegar al piso de Alcalá. En ella se puede ver un banco que teníamos en la terraza por aquella época y, medio escondido detrás de mí, un coche a pedales que aunque era para ir al parque a jugar, también empleaba por el pasillo y las habitaciones volviendo a llenar de marcas el suelo de la casa como ya hacía en 1982 en el puerto de Santa María.

Junio de 1984

Confieso que redactando estas entradas me sorprende ver cómo iba cambiando foto tras foto durante las primeras épocas de mi vida. Si ahora veis una imagen mía del año 2000 podréis apreciar que tenía prácticamente el mismo aspecto que ahora mismo; pero a principios de los ochenta entre retratos con pocos meses de diferencia los cambios son más que evidentes. Cambios que seguiremos viendo otro día con alguna imagen tomada en 1985.

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1983

La imagen que hoy os muestro está tomada en Mayo de 1983 en la localidad Barcelonesa de Manresa y me resulta especialmente interesante porque en esta ocasión sí que recuerdo la gran mayoría de elementos que aparecen en ella; dándome a entender que mis primeros recuerdos conscientes proceden de esta etapa de mi vida.

Mayo de 1983

En primer lugar, esa mesa camilla que tiene una «falda» hasta los pies era mi refugio dentro de la casa en la que vivíamos entonces. Por aquella época se ve que tenía ganas de independizarme y todo el día estaba jugando a las casitas. De hecho, recuerdo que después de la mudanza mis padres me hacían chalets (más bien chabolas) con las cajas de carton que habían empleado en ella porque me encantaba pasarme el día metido en su interior.

También me acuerdo del macetero blanco con ese ficus que medía casi lo mismo que yo; pero más que la planta como tal, recuerdo las broncas que me echaba mi madre cuando me dedicaba a mover aquel mamotreto salón arriba y salón abajo gracias a las ruedas sobre las que se apoyaba. Era divertido y lo más parecido a conducir que tenía a mano en aquellos años; pero seguramente las marcas sobre el parquet fueran un buen indicativo de que era mejor optar por juegos menos destructivos con el entorno.

En cuanto a lo que hay sobre la mesa, recuerdo con claridad que dentro de ese frasco de cristal había unas flores secas y unas manzanas de madera que olían a perfume y que con ese triciclo de madera y mimbre solía jugar transportando canicas, muñecos y todo tipo de cosas pequeñas que tuviera por allí cerca. Queda claro que como por aquella época yo era hijo único, mi única manera de entretenerme era echándole imaginación a las cosas; algo que no he dejado de hacer desde entonces.

¡Nos vemos en 1984!

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1982

La fotografía que ilustra esta entrada la hizo mi madre en El Puerto de Santa María (al igual que las dos de la correspondiente a 1981) cuando tenía dos años recién cumplidos.

En ella podéis ver que mi pelo había dejado de ser rubio para tomar un tono más castaño y que los ojos habían mutado para ir más o menos a juego con la cabellera. A lo largo de los meses siguientes el pelo se oscurecería algo más y los ojos tomarían un tono verdoso; pero ya en Enero del 82 poco quedaba de mis pintas de niño sueco con cara de no haber roto un plato.

Enero de 1982

De hecho, al ver esta imagen me doy cuenta de varias cosas: por un lado la forma de mi peinado ya se parecía ligeramente a la actual; con esa especie de remolino en el centro del flequillo que se rebela contra mí en cuanto sopla un poco de viento. Por otra parte, me llaman la atención esos dedos «porretos» que tenía por aquella época (ahora son más bien finos) así como los pedazo de mofletes que gastaba. De cualquier modo, al ver las fotografías de esta época mi madre siempre comenta que cuando estábamos en León era un auténtico glotón y que me solía zampar yo solito una fuente entera de pescado rebozado.

Por lo demás, no soy capaz de reconocer casi ninguno de los elementos que aparecen en la fotografía; pero es que con apenas dos años uno no tiene demasiada memoria, la verdad. Sin embargo sí que me acuerdo de ese triciclo en el que estoy subido y del cual sólo se ve el manillar; pero eso es porque todavía duraría unos cuantos años, hasta el punto de que incluso mi hermano disfrutó de él cuando era pequeño.

¡Hasta la próxima foto!  😉

Aquellos maravillosos años de la infancia: 1981

Hace un par de semanas estuve durante toda una tarde viendo en casa fotografías de mi infancia. Imágenes que tenía completamente olvidadas y que aparecieron por pura casualidad en un mueble antiguo que llevaba mucho tiempo sin abrir.

Una vez superada la sorpresa inicial provocada por el inesperado hallazgo, encendí el escaner y me puse a digitalizarlas con la intención de poder acceder a ellas con facilidad en el futuro; pero al mismo tiempo también pensé que estaría bien colocar algunas de ellas en el blog para así hablar una vez más sobre el paso del tiempo que, como ya sabéis, es un tema que siempre me ha llamado poderosamente la atención.

Mayo de 1981

Las imágenes que ilustran esta entrada están hechas durante 1981 en El Puerto de Santa María; lugar donde mis padres se fueron a vivir por motivos de trabajo poco antes de que yo cumpliera un año y en el que estuvimos hasta Marzo de 1982.

En concreto, la imagen que hay sobre estas líneas la hizo mi madre en el mes de Mayo de 1981, y los que aparecen al fondo son mi padre y mis abuelos. Como podéis ver, incluso a aquellas edades ya era ver una cámara de fotos y poner cara de pillo, así que tal vez algo de pasión por la fotografía se empezaba ya a vislumbrar en mí.

Agosto de 1981

La segunda imagen fue captada también por mi madre en el mes de Agosto de aquel mismo año; algo que se percibe en la vestimenta veraniega tanto de mi padre (con unas pintas de lo más ochenteras, por cierto) como en la mía propia. Por cierto, si os fijáis en la fotografía, por aquellas épocas mi pelo era completamente rubio con tirabuzones y además tenía los ojos azules; aunque en la fotografía esto último no se aprecia.

Meses después los rizos continuaban (de hecho hoy en día reaparecen si me paso una temporada larga sin pasar por la peluquería) pero de golpe y porrazo me convertí en un chico moreno con los ojos verdes; que es la configuración con la que me quedé definitivamente.

El transcurrir del tiempo y los efectos que esto tiene sobre los lugares y las personas es algo que siempre ha estado muy presente en mi vida y que se refleja en todo lo que hago. Y precisamente por eso iré mostrándoos en el futuro algunas imágenes más de épocas que parecen hoy muy lejanas pero que en realidad quedan más cerca de lo que parece. Al menos a mí todo este tiempo se me ha pasado en un suspiro.

¡Nos leemos!  😉