Recuerdos de Oropesa (IV)

Como ya os he dicho en más de una ocasión, la casi absoluta soledad que me encontré en Oropesa del mar fuera de la temporada de verano es lo que más me cautivó de aquel lugar. Sé que hay gente que aborrecería tal cosa; pero la sensación de dar un paseo por sus calles vacías era algo que nunca dejó de sorprenderme durante el tiempo que viví allí y, por ello, fue un motivo muy habitual en mis fotografías.

Cantos rodados

Esta imagen en concreto está tomada en la playa de Amplaries, situada en la zona de Marina D’or, y en ella podéis apreciar cuán diferente es esa zona tan turística cuando reina el mes de mayo.

Apenas un par de paseantes caminan sobre unas piedras que en realidad siempre han estado ahí; ya que año tras año lo que se hace poco antes del pistoletazo de salida de la temporada estival es cubrir todo esto con arena extraída de la cala Retor. En el horizonte, una plataforma anclada al fondo del mar coloca algún tipo de estructura que la mayoría de nosotros nunca conocerá.

Cuando llega septiembre y comienzan las lluvias torrenciales esa arena que os decía es arrastrada de nuevo al mar y por enésima vez vuelven a quedar al descubierto los cantos rodados que conforman el litoral costero desde el final de la playa de Morro de Gos hasta prácticamente llegar a tierras catalanas.

Es la imparable fuerza de la naturaleza, de la cual os volveré a hablar en la próxima entrada.

Recuerdos de Oropesa (III)

La fotografía que ilustra la entrada de hoy la capté a primera hora de la tarde de un lunes de primavera cuando iba de camino a mi trabajo en Oropesa del mar.

Pasa la vida

Pulsé el disparador porque quería transmitir una sensación con esa fotografía: que el tiempo es fugaz, que aunque hoy estamos aquí puede que mañana nos despertemos en otro lugar y, sobre todo, que vayamos hacia donde vayamos nunca debemos de olvidar nuestros orígenes. De ahí la importancia del retrovisor; porque si está ahí puesto es para que por muy rápido que avancemos siempre podamos mirar hacia atrás de un simple vistazo.

A nivel técnico la fotografía es muy simple, ya que se basa en enfocar al infinito para obtener nitidez en el reflejo y conseguir un tiempo de disparo más o menos largo con idea de dar una cierta sensación de movimiento (algo que se aprecia en el asfalto). En cuanto a la composición, he tratado de centrar el espejo tratando de llenar con él buena parte del encuadre y al mismo tiempo intentar que aparezca también el marco de la ventanilla para situar así al espectador en el contexto de la imagen.

No echo de menos aquellos días a orillas del Mediterráneo porque me siento muy feliz de haber vuelto a Madrid; pero he de admitir que tenía cierto encanto aquello de que el camino hacia la oficina estuviera flanqueado por cientos de almendros y naranjos.

¡Hasta la próxima fotografía!

Recuerdos de Oropesa (II)

No todo eran paisajes en Oropesa del Mar (aunque volveremos a ellos más adelante) porque también había otros elementos que llamaban la atención de quien no se limita a ir de un punto a otro sin detenerse a mirar lo que hay a su alrededor.

El sótano

Dado que la costa levantina es uno de los más claros exponentes del «ladrillazo» que prosperó en España durante la primera mitad de la década pasada, son numerosos los ejemplos prácticos de la crisis de la construcción en forma de esqueletos de viviendas a medio construir por éste y otros rincones de nuestro país.

En uno de mis paseos por una zona de chalets cercana a la playa de La Concha existía (y supongo que sigue existiendo) una interminable fila de pareados en los que apenas estaban levantados los tabiques externos y la estructura de la escalera que iba desde el garaje hasta la planta baja. Una especie de radiografía que dejaba a la luz la fragilidad de la economía cuando las cosas se hacen sin pensar en el día de mañana.

Lo que me hizo pulsar el disparador en esta ocasión fue la extraña iluminación proveniente del piso superior, ya que le daba un aire muy cinematográfico. Y eso sin contar con esa silla volcada (que añade un sutil «toque Tarantino» a la escena) y los desvencijados puntales metálicos que sujetaban la estructura de la escalera. Por último, comentar que el elemento clave de la composición es la propia línea diagonal que trazan los escalones y que es la que divide el fotograma en dos zonas donde reinan la luz y la penumbra respectivamente.

El mar, los atardeceres, las montañas… son elementos que durante el tiempo que viví en Oropesa fueron para mí fuente de inspiración; pero también es verdad que algunos elementos construidos por la mano del hombre pueden dar lugar a imágenes muy potentes.

¡Hasta la próxima foto!

Recuerdos de Oropesa (I)

Han pasado más de siete meses desde que regresé a Madrid después de vivir durante más de dos años en la localidad castellonense de Oropesa del Mar y ahora que empiezo a ver aquello como algo lejano, me gustaría analizar con cierta perspectiva algunas de las muchas fotografías que hice por allí durante mi estancia.

Mediterráneo

Hoy me gustaría centrarme en la imagen que tenéis sobre estas líneas; y empiezo precisamente por ella porque tanto me gustó que en mi apartamento quedó un cuadro de 90 x 60 cm colgado en la pared del pasillo.

Recuerdo bien cómo capturé esta instantánea porque una de las cosas que más me llamaron la atención desde el primer día que puse el pie en Oropesa es la soledad del lugar fuera de la temporada de verano. Desde pequeño me he acostumbrado a ver esa playa atestada de gente a cualquier hora del día; de modo que esa visión despejada de personas que permite centrarse en el paisaje era algo casi mágico para mí.

La fotografía está hecha desde el paseo marítimo de la playa de La Concha, que se eleva unos metros sobre el nivel del mar y justo en la zona donde me coloqué abundaba esa extraña especie vegetal típica de esas latitudes que capta la atención de todo el que las ve por primera vez. Una vez que has pasado delante de ellas más de cien veces se hacen invisibles; pero los recién llegados siempre me preguntaban qué era esa especie de «espárrago» que crece tan alto.

La mañana estaba algo nublada y el sol había salido hace escasos minutos. Recuerdo también el frescor húmedo de esas horas y el susurro continuo del mar en cualquier rincón de la costa. Cierto es que no soy muy amigo de los contraluces; pero como os decía antes, la sensación de soledad, la silueta de las plantas en primer término, el batir del mar y las nubes flotando sobre el horizonte me hicieron mirar por el visor y apretar el disparador.

Una vez en casa, el post-procesado con Lightroom no fue excesivamente complejo: un virado a tonos morado-verdosos, un incremento de los negros y algo de viñeteado. Y como os digo, el resultado me gustó tanto que lo usé para decorar mi propia casa.

Poco a poco os iré comentando detalles y anécdotas de otras fotos tomadas durante mi época oropesina mientras voy acumulando material para retomar proyectos fotográficos que se me quedaron a medias hace años.