Algunas cosas nunca cambian

Buscando entre mi colección de fotografías me di cuenta (una vez más) de que algunas cosas nunca cambian; especialmente las personas. Aquí tenéis una prueba de ello:

Julio de 1985

Julio de 1985

Julio de 2012 (27 años después)

Julio de 2012

Hay 27 años de diferencia entre estas dos fotografías (¡casi nada!) pero todavía recuerdo perfectamente el momento en el que mi madre me hizo la primera de ellas e incluso la cámara que utilizó: una Olympus Trip 35.

La segunda me la hizo mi novia el pasado verano con una Nikon D40 y un objetivo de 35mm; y lo más curioso es que sin haberlo buscado (en el momento del disparo no tenía en mente la instantánea de 1985) las dos imágenes resultan muy similares.

Me ha ocurrido siempre que me he encontrado con gente de mi colegio y amigos de la infancia a los que les tenía completamente perdida la pista: las vidas y las circunstancias de las personas van cambiando conforme pasan los años; pero a nada que nos fijemos nos daremos cuenta de que la esencia que hace que cada uno seamos como somos permanece intacta.

Hoy, viendo estas dos imágenes juntas, he experimentado de nuevo esa misma sensación.

Sobre el cierre del colegio Zulema

Recientemente me encontré con la triste noticia del próximo cierre del que fue mi colegio en los años 80 y en el que cursé ocho años de EGB: el Zulema. Y aunque reconozco que mi primera reacción fue de incredulidad y tristeza, hoy me gustaría contaros el caso más pausadamente y reflexionar durante unos minutos sobre ello.

El baby-boom de los 80

Tengo claro que yo fui uno más de los niños del baby-boom de aquella época; y es que éramos tantos los chavales nacidos en torno a 1980 que todo se nos fue quedando pequeño en Nueva Alcalá según íbamos creciendo: cuando estábamos en edad escolar faltaban colegios, cuando llegamos al instituto hubo que ampliar el existente y construir uno nuevo, cuando cumplimos los 18 las autoescuelas florecieron por doquier y los bares de «la zona» estaban todos los fines de semana hasta la bandera…

Sin embargo, han pasado los años y la situación ha cambiado radicalmente: muchos nos hemos ido del barrio y ahora lo que más abunda allí son los padres de todos nosotros. Personas que ahora tienen entre cincuenta y sesenta años, de modo que la demanda de colegios, institutos, autoescuelas y bares de copas ha caído radicalmente y así seguirá hasta que el barrio poco a poco se vuelva a poblar de parejas jóvenes que tengan hijos y vuelvan a completar el imparable ciclo de la vida.

El cierre del Zulema

¿Quiere esto decir que el cierre del colegio Zulema está justificado? Obviamente no; y de hecho estoy convencido de que si no fuera por la actual situación económica nadie en el ayuntamiento o en la Comunidad de Madrid se plantearía siquiera el cierre de un centro de enseñanza. Sin embargo, está claro que alguien pensó que se podría ahorrar dinero haciendo un «donde caben dos caben tres» en los colegios de Nueva Alcalá y al final el Zulema es el que se ha llevado la palma.

La idea es meter a todos los niños del Zulema (todavía no se ha hablado de qué pasará con los profesores, que es algo que también preocupa) en el vecino colegio Henares; si bien parece ser que no es tan fácil la cosa como se pinta, ya que por lo visto en este centro no es que sobre precisamente mucho aforo y seguramente el curso que viene habrá problemas de espacio en las aulas si la cosa sigue adelante.

En pie de guerra

Como es lógico, ante esta perspectiva los padres de los alumnos no han tardado en ponerse en pie de guerra (con protestas y manifestaciones casi a diario) ya no sólo por el hecho de tener que trasladar a sus hijos a otro centro con lo que esto conlleva en cuanto a adaptación al nuevo colegio, nuevos compañeros, nuevos profesores… sino también porque temen que la calidad de la enseñanza recibida se degrade en mayor o menor medida debido a la saturación de las aulas. Del mismo modo, muchos de ellos comentan que de los dos colegios fusionados el Zulema es el que cuenta con mayores y mejores instalaciones, lo que contribuye aun más a la incomprensión general del asunto.

Pero no sólo son los padres los que se oponen al cierre del colegio, ya que a este movimiento se han sumado los comerciantes de la zona que ven cómo con el cierre del centro se esfumará buena parte de sus ingresos: los padres que dejan al niño en el colegio y hacen la compra o se toman una cerveza en el bar de la esquina, la papelería a escasos 30 metros de la puerta principal en la que todos los chavales compran material escolar, los frutos secos que venden bollos y chucherías a los chavales…

Obviamente el cierre de un colegio no es colgar un letrero en la puerta y llevarse a todo el mundo cuatro calles más abajo. El cierre del Zulema significará el fin de muchos de los comercios de una zona que bastante abandono ha sufrido ya en los últimos años, pues recuerdo que cuando era pequeño esa parte del barrio era un auténtico hervidero de tiendas y hoy en día sobreviven tan sólo media docena de ellas gracias al movimiento de personas que hay en las horas de entrada y salida del colegio.

Soluciones alternativas

No me dedico a la política y por tanto no soy ningún experto en macro-economía ni nada que se le parezca. Sin embargo, siempre aplico el sentido común a todo lo que hago; y aunque con los números en la mano parece que el cierre de un colegio en un barrio donde hay muchos menos niños que hace dos décadas podría estar justificado, nunca hay que olvidar que la educación es uno de los pilares sobre los que se asienta la sociedad y es algo que no podemos permitirnos descuidar.

Seguramente habrá otros gastos asociados al centro que se podrían reducir o bien se podrían destinar algunas partidas presupuestarias a mantener abierto el colegio manteniendo así a los alumnos en sus pupitres. La solución del cierre debería de ser la última en ser llevada a cabo tanto por el perjuicio directo a padres y alumnos como por la mala imagen que se da del sistema educativo español en general; aunque por lo que se ha comentado durante los últimos días parece que la decisión está más que tomada y en septiembre el Zulema no abrirá sus puertas.

El lado sentimental

Al margen de todo lo comentado en los párrafos anteriores también me gustaría hablar un poco sobre el aspecto «sentimental» de esta noticia; y es que no puedo dejar al margen el hecho de que el Zulema fue mi colegio tal y como os decía al principio de esta entrada.

Allí cursé toda la EGB, que si bien sólo asienta una serie de conocimientos básicos para todo lo que vendrá después, no es menos cierto que lo más importante que se aprende a esas edades son los conceptos como la amistad, el respeto a los profesores, el trato con los demás, el interés por aprender…

Desgraciadamente no he tenido con el colegio Zulema la misma relación que con el que fue mi instituto; pero sí que me he encontrado alguna vez con profesores que me dieron clase allí y eso es algo siempre hace ilusión. Sobre todo cuando te das cuenta de que se acuerdan de ti y que incluso recuerdan alguna anécdota concreta de un día en clase que tú ya habías borrado de tu memoria hace años.

Recuerdo los horarios de clase por aquella época: de 9 a 12 y de 15 a 17. Unas horas de entrada y salida que a cualquier padre le hacían ir de cabeza y que con los años se cambiaron por un horario continuado más acorde a los tiempos actuales en los que los dos progenitores han de trabajar para poder sacar adelante una familia y una hipoteca.

Me acuerdo también del frío que hacía en los vestuarios del gimnasio a primera hora de la mañana en invierno, de las clases de pretecnología, de cómo jugábamos en los recreos con cualquier cosa que recordara vagamente a un balón, de los días de lluvia en los que nos quedábamos en clase, del primer examen de mi vida (que no me dio tiempo a terminar y quise llevarme a casa), de la inauguración de radio-zulema donde emitieron un programa sobre U2 que hicimos entre un amigo y yo, del aterrador despacho del jefe de estudios, del primer día de clase del nuevo curso, del «Zulemón», de algún compañero que ya de pequeño apuntaba maneras, de algún profesor con el que hoy me gustaría sentarme a charlar sobre la vida, del conserje abriendo las puertas cinco minutos antes de que sonara la campana, de mi madre esperándome todos los días junto al mismo árbol, del camino a mi casa tapizado de hojas amarillas, de las tardes viendo Campeones y Bola de Dragón delante de un tazón de leche y un cuaderno lleno de cuentas… Muchos recuerdos de cosas que han marcado mi infancia y, en general, que me han hecho ser como soy actualmente.

La importancia de la educación temprana

Puede que no pensemos mucho en ello, pero todo aquello que vivimos cuando tenemos tan pocos años queda tan grabado en nuestro interior que nos acompañará toda la vida. Por eso la educación temprana es tan importante y por eso no se debería recortar ni un euro en ella ni tomarla a la ligera.

Sé que es difícil, pero espero que haya una solución de última hora para que el curso que viene el Zulema siga acogiendo nuevos alumnos. Si así fuera, todos esos recuerdos que guardo en mi memoria podrán seguir siendo los recuerdos de los niños de esta generación y de las que vengan después.

Las tasas universitarias se disparan en Madrid

Hace ya tiempo de aquello, pero he de confesar que conservo buenos recuerdos de mi época como universitario. Hubo asignaturas mejores y peores, profesores mejores y peores, exámenes mejor y peores, compañeros mejores y peores, días mejores y peores… Pero el conjunto de todas aquellas experiencias me hicieron ser cómo soy porque, al margen de los conocimientos técnicos que allí adquirí, todo lo vivido durante los años de universidad te da una perspectiva personal e intransferible para luego afrontar la vida que te espera.

Escuela politécnica

Sin embargo, por lo que he podido ver, mucha gente tendrá que renunciar a la experiencia de vivir la universidad por un tema de precios, ya que (al menos en la comunidad de Madrid) las matrículas universitarias se han incrementado de forma brutal con respecto al curso anterior como podréis ver al detalle en el pequeño estudio numérico que os he preparado a continuación:

NOTA: los precios son por cada crédito matriculado y los he sacado de las tablas de precios públicos de la universidad de Alcalá. Los que emplearé son los que corresponden a una carrera de grado de experimentalidad 3, que es el que aplica a las ingenierías.

1ª matrícula

Curso 2011/2012:  20,62 €

Curso 2012/2013:  26,81 €

Incremento del 24 %

2ª matrícula

Curso 2011/2012:  25,78 €

Curso 2012/2013:  47,61 €

Incremento del 84 %

3ª matrícula

Curso 2011/2012:  35,05 €

Curso 2012/2013:  89,28 €

Incremento del 154 %

4ª matrícula y sucesivas

Curso 2011/2012:  35,05 €

Curso 2012/2013:  119,04 €

Incremento del 239 %

¿A alguien le parece esto normal? Y me refiero no ya sólo el hecho de incrementar de ese modo los precios con respecto al año pasado; sino de que se penalice tan drásticamente las asignaturas que se tengan en tercera y cuarta matrícula. Es decir, que el precio de un crédito en cuarta matrícula el curso pasado no llegaba a la mitad de lo que costaba uno en primera matrícula, pero ahora se paga prácticamente cinco veces más caro.

Simetría

Vamos a ver un ejemplo muy sencillo de todo esto que os ayudará a verlo más claro:

Una matrícula típica de estudiante de ingeniería al que ya le queda poco para terminar podría consistir perfectamente en lo siguiente. Y que conste que lo sé bien por mi propia experiencia y por la de muchos compañeros de carrera. Es rarísimo que alguien se saque una ingeniería aprobando a curso completo por año.

  • Tres asignaturas de 4,5 créditos en primera matrícula: 3 * 4,5 * 26,81 = 361,93 €
  • Una asignatura de 6 créditos en primera matrícula: 6 * 26,81 = 160,86 €
  • Dos asignaturas de 4,5 créditos en segunda matrícula: 2 * 4,5 * 47,61 = 428,49 €
  • Una asignatura de 6 créditos en tercera matrícula: 6 * 89,28 = 535,68 €
  • Una asignatura de 4,5 créditos en cuarta matrícula: 4,5 * 119,04 = 535,68 €

Total: 2022 € por ocho miserables asignaturas que totalizan 39 créditos (aproximadamente un 16% de toda la carrera) teniendo tan sólo una de ellas en tercera matrícula y otra en cuarta.

Esto mismo con las tasas del año pasado saldría exactamente por 1002 €. Es decir, que de un año para otro en la comunidad de Madrid se ha duplicado el precio de una matrícula universitaria normal y corriente.

El patio de la escuela politécnica

Si tenemos en cuenta que un grado en ingeniería tiene una carga lectiva de 240 créditos, es fácil comprobar que si lo aprobárais todo a la primera (algo que, como os decía antes, es realmente utópico en una carrera de ese tipo) el título os saldría por 6434 €. Cualquier suspenso que arrastréis de un año para otro no hará más que incrementar la factura final, y pobres de vosotros como se os atragante alguna asignatura de bastantes créditos y la suspendáis unas cuantas veces, porque la broma os saldrá muy cara.

Ya sabéis que nunca hablo de política o economía porque al fin y al cabo cada uno tiene su opinión sobre esos temas y yo respeto esa pluralidad; pero lo que no me entra en la cabeza es que en los tiempos que corren se exprima a la gente de ese modo.

¿Qué se conseguirá con esta subida de tasas? Pues ya os lo adelanto yo: una «espantada» de universitarios que o bien dejarán sus estudios a medias o bien directamente ni se atreverán a iniciarlos porque no todo el mundo puede permitirse invertir ese dineral en estudiar una carrera y unos campus elitistas en los que sólo los que cuenten con más recursos económicos podrán entrar, dejando fuera a gente con muchas ideas y ganas de aprender.

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

De verdad, no entiendo cómo es posible que, con la que está cayendo, el enorme agujero que hoy en día tiene la universidad pública les toque rellenarlo a los propios alumnos. Si hoy en día la situación de esta institución es ya bastante delicada, con medidas como estas acabará por hundirse. Y si no, tiempo al tiempo.

Navidad: tiempo de reencuentros

A cada uno de vosotros le gustará más o menos la Navidad y tal vez la consideréis un periodo de gastos superfluos, una horterada o una oda al derroche. Y no seré yo el que quite u otorgue razones porque creo que cada uno es muy libre de pensar lo que quiera; pero sí que os puedo decir que yo particularmente tenía muchas ganas de que llegara esta época del año.

Navidad en Oropesa

Supongo que es algo que va en función no de las personas como tal sino de sus circunstancias (ya lo dijo Ortega y Gasset) porque para los que vivimos y trabajamos lejos de nuestras familias y nuestras novias es la ocasión perfecta para pasar unos días de vacaciones en compañía de nuestros seres queridos. Y es que aunque tengo que admitir que considero un privilegio residir en la playa, la sensación de volver por unos días al calor de mi casa de toda la vida es muy reconfortante.

Navidad en Oropesa

Además, en mi caso particular, durante el verano me es totalmente imposible coger un sólo día de vacaciones porque Oropesa del Mar está esos días hasta la bandera de gente y la intensidad de mi trabajo es directamente proporcional a ese factor. Y ojo, que me encanta lo que hago y tengo la gran suerte de que mi labor profesional es un reto que saca siempre lo mejor de mí; pero todos necesitamos desconectar un poco durante unos días y yo tengo que aprovechar estas fechas en las que allí apenas hay gente para hacer una escapadita por tierras madrileñas.

Navidad en Oropesa

Luces de colores, villancicos, cuentas bancarias echando humo… Será todo lo innecesaria y materialista que queráis; pero más allá de esas cosas la Navidad es tiempo de viajes y reencuentros, y aunque sólo sea por eso para mí ya se justifica sobradamente su existencia.

Navidad en Oropesa

¡Que paséis esta noche en buena compañía!

PD: las fotografías que ilustran esta entrada están hechas en Oropesa del Mar durante los últimos días aprovechando las luces de Navidad instaladas por el pueblo y un pequeño árbol que tengo por casa. La Navidad, además de ser tiempo de reencuentros es tiempo de bokeh.

Una dosis de optimismo para afrontar los exámenes de septiembre

Esta mañana iba conduciendo hacia el trabajo cuando en la radio comentaron lo cerca que queda ya el mes de septiembre con sus correspondientes depresiones post-vacacionales, compras masivas de libros escolares, tormentas a última hora de la tarde… y los temidos exámenes de recuperación.

Paisajes casi tropicales

Enfrascado como estoy ahora mismo en mis tareas laborales, no me había dado cuenta de que estamos ya a menos de diez días de finiquitar el mes de agosto; y al percatarme de esto empecé a recordar que en mi época universitaria a estas alturas de verano estaría ya acelerado pensando en la cercanía del primer examen.

Por suerte solía ser un alumno aplicado y, aunque tenía amigos que se dedicaban a jugar a las cartas de Octubre a Junio y luego en Septiembre recuperaban todo lo que no habían aprobado durante el curso, yo solía sacar la mayoría de las asignaturas en Febrero y en Junio para que, aunque llevara alguna para las recuperaciones, al menos pudiera desconectar un poco durante el verano.

Oxidado

Pero el caso es que me pongo a recordar ahora aquellas tandas de exámenes y se me viene la cabeza la sensación de desánimo que me invadía cuando pese a echarle un montón de horas a una asignatura la suspendía con un cuatro y pico o cuando en un laboratorio la práctica final fallaba justo a cinco minutos de la evaluación. Momentos de impotencia que seguro habréis sufrido todos los que conozcáis de primera mano la vida universitaria y que a veces pueden llevarnos a pensar que estamos perdiendo el tiempo o que nos deberíamos haber dedicado a plantar guisantes en el fondo de algún valle perdido.

Un sentimiento que hace ya unos cuantos años traté de plasmar en este vídeo que grabé con una simple cámara compacta, una frenética canción de El niño gusano  y un poco de imaginación.

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No obstante, lo que pretendo con esta entrada es daros ánimos a todos los que estéis a punto de comenzar vuestros exámenes de recuperación. Las temporadas de exámenes en la universidad son épocas duras en las que cuesta conciliar el sueño y durante las que tenemos los músculos más tensos de lo habitual. De hecho, son tantas las horas de estudio que, por lo general, la espalda y/o el cuello acaban resintiéndose; así que no os olvidéis de hacer un descanso de vez en cuando.

Sin embargo, pese al dolor, la frustración, la ansiedad o el desánimo os aseguro que al final merece la pena todo el esfuerzo realizado. No ya sólo por el día en el que presentas tu proyecto de fin de carrera y te das cuenta de que ya tienes tu título (es una sensación indescriptible) sino por la perspectiva que adquieres a partir de ese momento. Tener una carrera no te hace más listo que nadie; pero sí que te abre una serie de puertas que de otro modo permanecerían cerradas; y eso es algo que tal y como están las cosas hoy en día no es ninguna tontería.

I think it's gonna be a long long time

Y es que a todas las facetas de mi vida les aplico la misma filosofía: ser metódico, constante y tener en mente que «si se hace algo es para hacerlo bien». Esto es algo que a mí hasta el momento me ha dado muy buenos resultados y, de hecho, ahora mismo estoy recogiendo el fruto de todo lo que sembré en su momento y considero que me encuentro en la mejor época de mi vida.

También me acuerdo de algunos compañeros de instituto que dejaron los estudios en plena época de vacas gordas para arrimarse a la cultura del pelotazo y el dinero fácil. Y si bien es verdad que mientras yo iba a clase en un coche viejo y pasaba las tardes peleándome en la biblioteca con ecuaciones diferenciales ellos iban a los sitios de moda en un BMW último modelo, ahora la mayoría de ellos se arrastra de empresa en empresa en busca de algún empleo que les permita llegar a fin de mes si es que no han vuelto a las aulas en busca de alguna formación que les abra aquellas puertas que ellos mismos se cerraron años atrás.

¿Cerrado?

Como os decía, desde mi punto de vista es fundamental trazarse una línea de trabajo y seguirla durante todo el tiempo que sea necesario. Sólo así algún día (seguramente más tarde que pronto) llegaremos a alcanzar nuestros objetivos o incluso a superarlos. Sin embargo, aquellos que van buscando atajos al final lo único que consiguen es ir de lado a lado picoteando de aquí y de allá, dándose cuenta al cabo de los años de que en realidad han estado dando vueltas en círculo y están en el mismo lugar desde el que partieron.

Cada loco con su tema

En definitiva: a aquellos que esteis a punto de meteros de lleno en los exámenes de septiembre os mando mucho ánimo y una buena dosis de optimismo porque, aunque es verdad que las cosas ahora mismo pintan mal en el plano laboral, si tenéis ganas y una actitud valiente ante el futuro las buenas noticias acabarán llegando.

Ya lo veréis. Al fin y al cabo, nunca llueve eternamente.

Un nuevo amanecer

Viváis donde viváis os recomiendo que hagáis esto alguna vez: sentaos antes del amanecer en algún rincón y esperad a que poco a poco la ciudad se vaya llenando de vida y de luz. Casi sin daros cuenta descubriréis que aunque el sol salga todos los días, en realidad cada uno de ellos es único e irrepetible.

A primera hora

La virtud de la paciencia

Hay gente que no lleva nada bien las esperas por breves que sean. Se trata de esas personas que todos hemos visto alguna vez y que se caracterizan porque en la consulta del médico están dando paseos de esquina a esquina constantemente, en el supermercado se lanzan en pos de ser los primeros de la fila de la caja que acaban de abrir y a la hora de conducir circulan a escasos centímetros del parachoques del vehículo que les precede.

La espera eterna

A mí, sin embargo, las esperas nunca me han supuesto ningún problema: de hecho me gusta llegar a los sitios con tiempo para, una vez allí, dedicarme a observar el entorno y recrearme en algunos detalles. Cuando quedo con alguien a una hora determinada y se retrasa un rato en la mayoría de las ocasiones viene pidiéndome perdón por la tardanza; y aunque sé que mi habitual «no te preocupes, a mí no me importa esperar» le suena a forma políticamente correcta de aceptar sus disculpas, en realidad le estoy diciendo una verdad como una catedral. Para mí, una espera no es una pérdida de tiempo; sino una ocasión perfecta para detenerse por un rato, mirar alrededor y aprender todo lo posible.

Esto mismo aplicado a una escala mayor representa mi propia filosofía de vida según la cual lo importante no es tomar atajos para llegar a los sitios lo antes posible; sino elegir un itinerario que te permita contemplar paisajes desconocidos de los que poder disfrutar y aprender al mismo tiempo. Precisamente, la carretera por la que circulo desde hace meses me sigue enseñando cosas sorprendentes cada día, pero en la lejanía veo un pueblo costero en el que voy a hospedarme durante unos días para empezar a trazar mi futuro más inmediato.

Carreteras

Al fin y al cabo, las carreteras menos transitadas son las que llevan a los lugares más bellos.

M-230, Km 3

La vida es una carretera de montaña en la que nunca se sabe lo que vendrá detrás de cada curva. En ocasiones una placa de hielo nos pillará desprevenidos y nos dará un buen susto; pero otras veces tendremos ante nuestros ojos un paisaje de ensueño que merecerá la pena contemplar.

Sea como sea, mi filosofía de vida consiste en no tomar atajos, circular a la velocidad adecuada e ir con los ojos bien abiertos para aprender todo lo posible durante el trayecto. De ese modo, cuando uno llega a su destino lo hace con una sonrisa en la cara y la sensación de que cada kilómetro ha merecido la pena.

Cosas que aprendí en el instituto

A medida que pasan los años me doy más cuenta de que los profesores de los que más aprendí fueron aquellos que me encontré en el instituto. Allí estudié materias como la filosofía, que me dio un punto de vista diferente sobre las cosas. También adquirí una base matemática y física que luego me fue de gran utilidad durante la ingeniería, aumenté mi nivel de inglés, encontré nuevas formas de expresarme gracias a la asignatura de Lengua y Literatura…

Aula Alonso Quijano (35mm)

Siempre he afirmado (y lo seguiré haciendo) que buena parte de mi forma de ser y mi manera de ver el mundo la adquirí entre los muros del Alonso Quijano; pero no tanto gracias a los libros como a los profesores que me encontré durante aquellos años. Y es que aquellas personas consiguieron inculcarnos una serie de valores más allá del contenido lectivo de las asignaturas que impartían logrando, por ejemplo, que me convirtiera en una persona bastante organizada a la hora de afrontar cualquier tarea y que siempre aplique una dosis de creatividad a todo lo que hago.

De todos modos, una de las lecciones más importantes la aprendí de un profesor de educación física que en una mañana soleada mientras cursaba primero de BUP afirmó que «Sentarse en un banco y ver a la gente pasar puede llegar a ser lo más divertido del mundo».

Un alto en el camino

Tal vez en aquella frase se encuentre el origen de mi veneración por los pequeños detalles que me voy encontrando cada día  😉

Las pequeñas decisiones son las que marcan el camino

La vida es una interminable sucesión de acontecimientos cuya combinación no es otra cosa que el producto de nuestras pequeñas decisiones de cada día.

Sucesiones

Puede que no nos paremos a reflexionar sobre ello, pero siempre he pensado que lo que tenemos y lo que hacemos hoy es la consecuencia de todas las decisiones que hemos ido tomando hasta el momento. Y no hablo de las grandes disyuntivas como optar por ciencias o por letras a la hora de estudiar; sino de todas esas acciones que realizamos a diario casi sin darnos cuenta porque en realidad forman parte de nuestra forma de ser.

Todavía no sé con certeza cuál será el próximo término de mi sucesión particular, pero las cosas apuntan a algo bueno. Ojalá sea así porque es algo que me ilusiona enormemente.

El volcán Eyjafjalla: una necesaria cura de humildad

A estas horas ya estaréis todos enterados de la que hay liada en toda Europa con motivo de la nube de polvo y cenizas provocada por la erupción del volcan Eyjafjalla: todos los vuelos con origen o destino en la mitad Norte de nuestro continente sencillamente no pueden volar por motivos de seguridad, ya que atravesar una nube de polvo denso en vuelo pone en peligro la integridad del aparato y debido a ello está prohibido desde 1982.

¡Hasta pronto!

Obviamente las consecuencias no se han hecho esperar, y entre ellas figura la cancelación de miles de vuelos, el colapso de trenes, autobuses y otros medios de transporte y el lógico descabalamiento de reuniones de trabajo, viajes de placer, escapadas y demás actividades cotidianas de toda esa multitud de viajeros que jamás contaron con que su vuelo podría ser cancelado por una situación de este tipo.

De hecho, mi hermana y su novio son dos de los afectados por este caos, ya que ambos se encuentran de vacaciones en Praga y debían de haber vuelto a Bruselas hoy a primera hora de la mañana, encontrándose con los aeropuertos de salida y destino cerrados hasta que la situación mejore. Y como la cosa no parece que vaya a tener una solución inminente, al final lo que han decidido es cancelar los billetes de avión y viajar hasta la capital de Bélgica en tren. Un trayecto de doce horas pagado a precio de oro que en avión quedaría solventado en poco menos de dos.

¡¡¡Cuidado con la curva!!!

Luego vendrá la segunda parte del asunto, ya que mi hermana se queda en Bruselas para seguir con su año de Erasmus pero Joe tiene que volver a España el lunes por la tarde para reincorporarse a su trabajo; cosa que no está muy clara porque a estas horas la paralización del espacio aéreo europeo es casi total y nadie sabe con seguridad cuando volverá la normalidad a los aeropuertos. Además, hay que tener en cuenta que una vez que se reanuden los vuelos, los retrasos debidos a la acumulación de viajeros va a ser antológica; así que no descarto que el pobre Joe se tenga que pegar otro viaje maratoniano en tren esta vez desde Bélgica hasta Madrid (y no me quiero imaginar siquiera la de horas y dinero que puede suponer algo así) para poder estar aquí el Martes por la mañana.

Sea como sea, al margen de las historias personales de cada viajero afectado, las consecuencias de esta erupción volcánica nos tienen que servir como cura de humildad: por mucho que dominemos la energía atómica, construyamos medios de transporte cada vez más avanzados, utilicemos ordenadores con capacidades de cálculo deslumbrantes, diseñemos presas con millones de hectómetros cúbicos de capacidad… al final no somos más que simples mortales supeditados a los caprichos de la madre naturaleza.

Tal vez esta repentina crisis del transporte aéreo nos ayude a recordar nuestros humildes orígenes y nos baje un poco los humos. De ser así, todo este lío al menos habrá servido para algo.

Energía solar

Cada día tengo más claro que fui diseñado para funcionar a base de energía solar. Lo digo porque después de este invierno de lluvia y nubes me encuentro con que desde que han llegado los días de la primavera estoy en una especie de estado hiperactivo que no me permite estarme quieto ni cinco minutos.

Sombras anónimas

No hay tarde que me quede en casa, no hay rincón bañado por la luz incapaz de emocionarme, no hay mirada anónima que no consiga derretirme… Y es que, como decía mi hermana el otro día, la sensación de caminar por la calle sintiendo la ropa calentarse con los rayos del sol es algo impagable y que cambia tu estado de ánimo radicalmente; y eso es algo que sabe muy bien porque lleva ya casi nueve meses de Erasmus en Bruselas donde un día despejado es un acontecimiento extraordinario.

Adoro esta época del año porque es aquella en la que me siento más creativo y más activo. De hecho, este fin de semana me he levantado pronto tanto ayer como hoy para patearme la ciudad de arriba a abajo haciendo fotos; y observando en casa los resultados, compruebo una vez más que el buen tiempo es para mí la vitamina más eficaz a todos los niveles.

Enamorarse de la vida

Hoy vamos a hablar de amor, aunque os advierto que no voy a entrar a valorar si el llamado día de los enamorados es un invento de El Corte Inglés o no. Sin embargo os diré una cosa al respecto: no creo que se pueda llamar amor a algo que sólo se demuestra una vez al año.

Cuando a media mañana salga a dar una vuelta por Alcalá estoy seguro de que veré a más de una pareja caminando de la mano por la calle Mayor y sus alrededores. Ella con una rosa en la mano; él oliendo a una colonia recién estrenada… Y me parece muy bien, pero siempre que dentro de unos días él le regale un ramo de flores «porque sí» o el mes que viene ella le sorprenda con algún otro detalle sin venir a cuento.

El amor no es algo que podamos hacer aparecer y desaparecer a voluntad como un David Copperfield cualquiera; sino una filosofía de vida que se lleva dentro y sale a relucir bajo cualquier circunstancia. Una auténtica actitud ante la vida. Quien tiene amor siempre lo da, sea 14 de Febrero o 25 de Octubre. Y no hay por qué entregárselo a una persona; no tenemos por qué guardar ese amor en lo más profundo de nuestra alma si no tenemos pareja.

En mi caso particular, aunque llevo tiempo soltero y sin compromiso siempre ando enamorado de algo: de las calles de la ciudad, de los atardeceres, de una canción, de las sorpresas que me va dando la vida… Por supuesto que muchas veces he estado enamorado de una chica y sé que algún día llegará el amor de mi vida; y aunque hasta el momento algunos de esos amores han durado apenas un cruce de miradas y otros mucho más tiempo, el denominador común de todos ellos es que han tenido fecha de caducidad. Del mismo modo, a veces ha sido un amor correspondido y otras ha quedado en el más absoluto de los secretos, dando a cada relación su propia identidad y personalidad.

De todos modos, enamorarse es compartir: si me enamoro de una chica quiero compartir con ella todo lo que se me pase por la cabeza y conocerla en todas sus facetas, si es de la vida en general lo que quiero es aprender de ella tanto como ella de mí, si es de una calle me gusta pasear por ella para empaparme de sus historias y luego escribir sobre ella… No sé si me explico; pero lo que quiero decir con esta entrada es que el amor no consiste en tener una pareja y cumplir años a su lado, sino en desarrollar la actitud necesaria para aprender, compartir y maravillarse ante todo lo que se presente día a día.

El amor está en más lugares de lo que parece, y hasta las cámaras fotográficas parecen comprender que se trata de un sentimiento que no entiende de edades ni formatos.

Nikon kiss

Todos necesitamos un guardián entre el centeno

Me siento un poco idiota por dos motivos: el primero es por haber dejado pasar tanto tiempo sin leer El guardián entre el centeno. El segundo es por haber contribuido a esa estúpida corriente que encumbra a los artistas cuando mueren. No obstante, creo que he ganado mucho después de haber leído la obra y al final eso es lo que importa, ¿no?

La culpa es de mi subconsciente, que sin permiso alguno me hizo entrar ayer a estas horas a una librería del centro de Alcalá para ponerme a buscar dicho libro. Algo que no hubiera hecho de no ser por la noticia del reciente fallecimiento del escritor estadounidense J.D. Salinger, por un comentario en el blog de hace unos días, una reseña de Natalia y, sobre todo, por la entrada que leí en DUDAS apenas unas horas antes y que me convenció definitivamente de que me había estado perdiendo algo grande.

No me gustan las novelas que cuentan una historia sin más; y por eso me animé a devorar El guardián entre el centeno en apenas veinticuatro horas. Hace escasos minutos que he pasado la última hoja y en mi mente flotan ahora mismo un montón de ideas y sensaciones provocadas por la visión nihilista del mundo de Holden Caulfield y su traumática adolescencia. Un sentimiento muy parecido al que he experimentado en el pasado con películas como Trainspotting o videojuegos como Silent Hill 2; pues una vez terminados te dejan con un vacío interior que te hace ver las cosas desde otro punto de vista.

Bajando las escaleras con comodidad

Holden es uno de los personajes más complejos que me he encontrado en una novela: capaz de pasar del amor al odio y volver de nuevo al amor en apenas unos segundos, con una tremenda capacidad de autodestruirse sin inmutarse lo más mínimo y de mostrar algo de interés por aquellos que le rodean solamente cuando a él le conviene… Y sin embargo, con un fondo de inmensa humanidad que únicamente sale a relucir cuando se refiere a su hermana pequeña, que parece ser la persona más sensata de todo el libro.

Me llama poderosamente la atención comprobar cómo el jóven protagonista de la historia desprecia a todo y a todos; incluso a si mismo. Cómo se deprime por cualquier mínimo detalle, como detesta cualquier pequeño defecto de todo el que se acerca a él y, sobre todo, cómo muestra su completa incapacidad de pensar en el día de mañana. Pero a pesar de todo, incluso contando con ese inmenso odio interior, es fascinante ver que se niega a resignarse ante la simple posibilidad de que se  pierda la inocencia de la niñez.

Tiempos pasados

El guardían entre el centeno es una de esas obras atemporales que siempre estará de plena actualidad. Corran los tiempos que corran se hace necesario un catcher oculto entre las espigas para que los niños que juegan despreocupados en los campos no se precipiten al vacío.

Yo no sé dónde está ni quién puede ser; pero a lo largo de mi vida siempre he sentido que ha habido alguien que me ha llevado por la senda correcta y que no me ha dejado caer al abismo por muy mal que se presentaran las cosas. Nunca he sabido explicarlo, pero ahora conozco un libro que lo hace por mí; y por eso me alegro tanto de haber descubierto esta novela aunque haya sido con unos cuantos años de retraso.

abismo

Gracias Salinger.

Funambulismo barato

Siempre que cruzo un parque que hay cerca de mi barrio tengo la extraña costumbre de pasar sobre una fila de adoquines junto al respiradero de un parking subterráneo. Hay unos diez sitios por los que atravesar el lugar, pero reconozco que cada vez que paso por allí soy incapaz de resistirme a mi ratito de funambulismo barato: un pie detrás del otro y en siete u ocho pasos estoy al otro lado.

Funambulismo barato

El caso es que nunca he pegado un tropezón o me he bajado por un lateral antes de llegar al extremo; pero al margen del grado de estupidez de semejante tontería hay algo en lo que me puse a pensar ayer al hacer esto por enésima vez: ¿Qué ocurriría si en vez de estar al nivel del suelo esta fila de adoquines estuviera a muchos metros de altura? ¿Sería capaz de pasear sobre ellos con tanta naturalidad si fueran en realidad la cornisa de una azotea?

Pues en tal caso os aseguro que no me acercaría ni a diez metros del lugar, ya que sólo la idea de que una estrecha tira de piedra sea mi única salvación ante una caída al vacío no me resulta muy tranquilizadora que digamos. Y sé que habiendo pasado decenas de veces por el lugar que os digo sin que se me fuera un pie, debería ser capaz de pasar con la misma soltura aunque eso estuviera casi a la altura de la estratosfera; pero de verdad os digo que jamás de los jamases se me ocurriría ni tan siquiera asomarme al supuesto precipicio.

Yo creo que ahí es donde está el «truco» de los equilibristas, de los limpiacristales y de los que se dedican al mantenimiento del cableado de alta tensión: pensar que si eso mismo lo estuvieran haciendo a ras de suelo estarían tan campantes tarareando una canción de Joaquín Sabina y, por tanto, lo que hacen es ignorar la altura a la que se encuentran. Todo es cuestión de mentalizarse, ya que los miedos y las fobias no son otra cosa que nuestra propia interpretación de la realidad.

Nunca dejará de sorprenderme el control que la mente ejerce sobre el cuerpo, porque en situaciones como esta demuestra que por muchos músculos que tengamos un simple pensamiento es capaz de doblegar a cualquiera de ellos.