El juego de tu vida con preguntas sobre el blog

Breve, extraño y curioso sueño el que tuve hace apenas un par de días, pues en él se mezclan los conceptos de televisión e Internet a partes iguales debido a  mi presencia en el concurso «El juego de tu vida». No obstante, esta vez sí que sé de dónde viene este sueño, pues esa misma tarde vi un sketch de Que vida más triste donde se ridiculizaba dicho concurso y que, aunque apenas duró unos segundos, me hizo reír durante un buen rato al verlo junto a mi hermano.

Pues bien, el caso es que me encontraba sentado en la silla del programa dispuesto a responder a las preguntas que me hiciera la repelente presentadora Emma García sobre mi vida privada. Datos que se supone que pertenecen a mi exclusiva intimidad y que por nada del mundo quisiera que salieran a la luz.

el-juego-de-tu-vida

Sin embargo, comienzan las preguntas y me sorprende ver que la primera de todas simplemente dice: «¿Es verdad que te gusta la fotografía?». Respondo con un escueto «sí», la voz en off del programa afirma sin titubeos que digo la verdad y acto seguido el público empieza a aplaudir y a llamarme valiente.

La siguiente cuestión quiere saber si he escrito una novela basada en mis desastres amorosos. A continuación enfocan al público y se ven multitud de caras de tensión… Yo me quedó dudando un segundo y respondo con otra respuesta afirmativa, logrando nuevamente gracias a ello el fervor de la multitud.

Las preguntas avanzan y me doy cuenta de que todas ellas versan sobre cosas que ya he tratado en mi propio blog, por lo que empiezo a cuestionarme el trabajo de los documentalistas del programa. Las rondas van avanzando y las preguntas, en lugar de tratar de sacar a la luz todo tipo de trapos sucios sobre mí, versan acerca de mis paseos por la ciudad, mi costumbre de fotografiar edificios, mi teléfono móvil… para llegar a una última pregunta que, con gran emoción y muchos redobles de tambor, dice simplemente: «¿Es verdad que una vez le diste la mano a Hideo Kojima?».

Sin terminar de creerme demasiado la sencillez de la pregunta respondo con un «sí, desde luego que sí» que la misteriosa voz en off interpreta como una mentira por mi parte; pero justo cuando el público gritaba al unísono «OHHHHHHH!» y la presentadora ponía cara de circunstancias saqué mi EeePC 701y mostré a cámara la fotografía que ilustraba el reportaje de aquella presentación de Metal Gear Solid 4.

Dando la mano a Hideo Kojima

Acto seguido la voz dijo con marcado acento metálico: «Lo siento, me he equivocado; nadie es perfecto, ni siquiera yo». Y entonces el público (por orden expresa del regidor) prorrumpió en sonoros aplausos para celebrar que me llevaba el premio de 30000 euros que Tele5 otorgaba a quien respondiera con sinceridad a todas las preguntas planteadas.

Desperté con una extraña sensación de irrealidad que se pasó en cuanto tomé consciencia de mí mismo y comprendí que aquel extraño concurso plagado de preguntas ya respondidas en este blog no era más que un sueño bastante tonto que al menos ha servido para redactar una nueva entrada del mismo. Cosas del subconsciente, supongo.

Isabel Gemio

Si la persecución gatuna de hace unos días fue una pesadilla un poco atípica, creo que lo que os voy a describir hoy lleva el concepto de sueños extraños a un nuevo nivel. Es una pena que ya no viva Sigmund Freud, porque seguro que se enganchaba a este apartado del blog.

El caso es que iba de camino a la estación de autobuses de Alcalá para acudir a una presentación en Madrid; algo de lo más habitual hace unos meses, cuando tenía tiempo para colaborar con la gente de ultimONivel (aunque dentro de poco os comentaré algo sobre ese tema).

Pues bien, resulta que andaba medio resfriado y con la nariz tan congestionada que apenas se me entendía al hablar. Cuando fui a echar mano a mi paquete de pañuelos de papel me encontré con que no llevaba ni uno encima, así que me tocaba buscarme la vida de algún modo. Era primera hora de la mañana de un Martes: nadie en las aceras, ni siquiera se veían coches por las calles… así que se me ocurrió la idea de entrar en mi antiguo instituto para ver si alguien tenía un Cleanex que dejarme.

Sin embargo el instituto parecía haber pasado a la dimensión oscura de Silent Hill, pues estaba todo lleno de mugre, las paredes con pintadas, los pasillos y las aulas en tinieblas… Me dirigí a uno de los baños (todavía recordaba exactamente dónde se situaban de los años en los que estudié allí) y me llevé la sorpresa de que el cuarto de baño estaba medio derruido.

206_silent_hill2_1b

Vueltas y más vueltas por los pasillos; arriba y abajo por las tres plantas de un edificio completamente abandonado. No quedaba ni un sólo cuarto de baño en pie, así que opté por dejar atrás aquellas paredes y dirigirme a la estación de autobuses para llegar a tiempo al acto.

No recuerdo bien cómo fue el trayecto en el autobús; debí dormirme, pero sí que tengo claro que aparecí en la puerta del hotel Palace; lugar que ya conocía porque allí acudí a un par de presentaciones hace poco más de un año. Allí, un botones uniformado me coge la maleta en la que llevo mi portátil y mi cámara de fotos para acompañarme hasta un lujoso salón en el que va a dar comienzo la presentación.

Nada más entrar me encuentro un proyector escupe imágenes del último modelo de lavadora de Siemens. El producto no tiene nada que ver con videojuegos, pero la estructura del acto no difiere demasiado de lo que estaba acostumbrado a cubrir meses atrás. Es curioso, pero pese a ser algo muy diferente de lo que había hecho hasta el momento no me sentía extrañado ni fuera de lugar.

Saco mi cámara y disparo como un loco a la flamante lavadora como si se tratara de Hideo Kojima. Como me suele ocurrir en estas cosas, comienzo mi tarea con disimulo y al final termino por levantarme de mi sitio y plantarme al pie del escenario para sacar una mejor perspectiva del lugar. A la gente le gusta ver fotografías, así que siempre intento captar la máxima información gráfica posible.

Vuelvo a mi sitio repasando las fotos en la pantalla de la cámara, pero al pasar por una de las filas de invitados siento que una mirada me recorre de arriba a abajo. Llego a mi asiento y pocos segundos después aparece Isabel Gemio que se sienta en una silla contigua a la mía. Era ella la que me miraba con atención segundos antes, y sus primeras palabras fueron: “¿Ya no te acuerdas de mí?”.

Isabel llevaba un vestido negro escotadísimo, unas medias brillantes y unos zapatos de tacón rojos; hay que reconocer que estaba realmente atractiva; y aunque juraría que jamás había cruzado una palabra con ella, una cierta sensación de familiaridad recorría mi memoria.

Parecía enfadada, sin duda. Es una virtud que algunas mujeres tienen; y es que sólo con aquellas seis palabras que Isabel acababa de pronunciar había conseguido desatar en mí una auténtica tormenta de extrañas sensaciones.

– Tenías mi número; podías haberme llamado, ¿no?

– Isabel, ¿qué número? ¿De qué me estás hablando?

– Es increíble, Luis – (¡Isabel Gemio conocía mi nombre!) -. Con todo aquello que dijiste y ahora, tres meses después, dices que no te acuerdas de mí… ¡¡Esto sí que no me lo esperaba de ti!!

Isabel Gemio parecía conocerme, estaba claro; así que era bastante posible que tuviera razón en todo lo que estaba diciendo, de modo que decidí asumir la situación de que algo en mi cabeza se había cortocircuitado por alguna extraña razón y no recordaba nada de lo que me estaba diciendo.

lascuitastelevisivas_4776_8941

– Isabel, no sé qué me ha ocurrido. No recuerdo nada de lo que me ha sucedido en los últimos meses, y eso te incluye a ti. No soy capaz de acordarme de lo que tenemos ambos en común, y mucho menos de tu número…

En ese momento caí en la cuenta de que hacía casi un año que no había cambiado de teléfono móvil, de modo que si ella tenía razón, en la agenda estaría su número… Ante su mirada lo saqué del bolsillo de la chaqueta, consulté la agenda y… allí estaba ella; el único contacto que aparecía en la letra G. Isabel Gemio. 637897….

– 653 – añadió ella completando el número.

Vale, conocía a Isabel; pero… ¿por qué tenía su número? Conozco a mucha gente, pero el número de teléfono sólo lo tengo de los más allegados, así que… ¿qué pintaba aquella conocida presentadora de televisión en mi vida?.

Consulté también el historial de llamadas, y eso sí que me dejó helado: había un par de llamadas entrantes la última semana. Las dos eran de Movistar; publicidad lo más seguro. Sin embargo, había más de una decena de llamadas anteriores que yo mismo había hecho al número de Isabel. Llamadas de más de una hora en todos los casos. También había tres o cuatro llamadas de larga duración realizadas por ella, así que ahora entendía todavía menos mi situación.

El acto continuaba: en ese momento Fernando Romay estaba sobre el escenario presentado un frigorífico cuya principal cualidad es que tenía todavía más altura que él. Sin embargo, desde que Isabel se sentó a mi lado y había comenzado a descubrir todas estas cosas, había dejado de prestar atención a lo que Siemens quería enseñarnos.

De hecho ya me daba exactamente igual aquel acto al que había acudido. Me importaba muy poco el reportaje que tenía que publicar a continuación porque en realidad lo único que quería saber era lo que había ocurrido en mi vida durante los últimos meses, pues aquella amplia laguna mental me estaba atormentando terriblemente.

Isabel se puso muy seria. Cruzó los brazos y dirigió su vista al frente. Tras diez segundos de silencio dijo: «Bueno, no sé qué te ha podido ocurrir, pero también es cierto que tenía tu número y yo tampoco he sido capaz de llamarte». Parecía que la situación se relajaba un poco, pero yo seguía sin tener ninguna respuesta a aquel extraño misterio.

No sabía por qué no recordaba nada de la última etapa de mi vida y tampoco sabía que había ocurrido entre Isabel Gemio y yo tres meses atrás. Sin embargo, mi curiosidad nunca fue satisfecha, pues un rayo de sol iluminó mis párpados y los abrí de par en par comprobando que estaba en la tranquilidad de mi habitación a las nueve de la mañana de un Domingo cualquiera.

De todos modos no me levanté al momento, pues me quedé un buen rato allí tumbado recordando lo que había soñado. Las dos fases de aquella experiencia onírica eran a cada cual más extraña; pero sobre todo intentaba atar los cabos que habían hecho aparecer todos esos elementos en mi mente durante la noche. No lo conseguí; tan sólo pude hayar una explicación para lo de ir al Palace a una presentación; pero todo lo demás carecía de aparente sentido… ¿y no es precisamente eso lo que da un cierto aire de misterio a esa parte de nuestro inconsciente que se despierta cada noche?

Vistas desde Nepal

Una chica de camisa amarilla, voz alegre e intensos ojos azules se dirigió a mí en el portal, justo cuando iba a sacar mis llaves del bolsillo. Dijo que seguía mi blog habitualmente; y basándose en ello se había formado una idea bastante aproximada de mi forma de ser y que, precisamente por eso, pensó que era la persona idónea para darle una opinión sincera sobre algo que había creado.

Me puso en las manos un DVD titulado «Vistas desde Nepal» y me pidió que lo viéramos juntos. Decía que era un cortometraje que había hecho; el primero de toda su vida tras una serie de cursos dedicados al cine, y que necesitaba un punto de vista de alguien externo y neutral. Nadie había visto esas imágenes todavía; ni siquiera su familia, de modo que podía considerarme un privilegiado al haber sido elegido para valorar un proyecto en el que no se habían escatimado esfuerzos ni ilusiones.

No me negué a aquello; me encanta que me ocurran cosas imprevistas, de modo que acepté aquel extraño ofrecimiento y ella añadió que para disfrutarlo plenamente había que verlo en un lugar elevado tal y como sugería el título del corto. Subimos a una colina tapizada de un césped cuidado con un mimo exquisito: una alfombra verde sobre la que era una delicia caminar descalzo y sentarse a disfrutar del frescor de la tarde.

Con un suave chasquido de sus dedos el sol aceleró su periplo celeste y en segundos dio paso a una noche estrellada mientras en una pantalla gigante surgida de la nada se proyectaban las primeras imágenes grabadas en aquel disco misterioso. Nieves perpetuas en las cimas de los grandes picos que se podían divisar, gente humilde abrigada con todo tipo de prendas y, al fondo, la curvatura de la tierra bajo un cielo tan azul que parecía irreal. El corto aparentemente no narraba ninguna historia, pues se limitaba a mostrar la belleza de las cosas que nos rodean. Había visto en los últimos años mil programas de televisón protagonizados por aventureros a la conquista del Polo Norte y de las montañas más altas del planeta sin sentir la mitad de las cosas que estas imágenes conseguían evocar dentro de mí. No sé qué había en aquel sencillo cortometraje, pero fuera lo que fuera me tenía absolutamente absorto en un mar de paz y armonía.

nepa

Allí estábamos los dos: cómodamente sentados en la cima del mundo, comiendo palomitas y disfrutando de unos breves minutos de cine documental. Sin tráfico, sin gente, sin ruidos, sin frío ni calor… Eché de menos mi cámara; quise inmortalizar aquel momento, pero ella dijo que no podía ser; que esos instantes eran tan especiales que sólo podía guardarlos en mi mente. Si los olvidaba, se perderían sin remedio en la noche de los tiempos.

El cortometraje terminó, y cuando miré a mi derecha con los ojos húmedos por la emoción de lo que había visto en la pantalla para felicitar a aquella chica misteriosa me encontré con su dedo índice posado en mis labios al tiempo que me decía: «shhhh… no digas nada; si hablas se acabará para siempre».

Nada más abrir la boca para pronunciar la letra ‘a’, el maldito despertador ejerció su dictadura de cada mañana con un desagradable y repetitivo pitido al tiempo que me daba cuenta de que tenía que haber hecho caso a la chica de los ojos azules. Si no hubiera dicho nada, tal vez el sueño hubiera continuado un rato más… Y aunque también me prohibió fotografiar el momento nada dijo sobre plasmarlo en una hoja de papel, así que eso fue precisamente lo que hice nada más abrir los ojos tumbado en mi cama.

Pesadilla gatuna

Hace unos días tuve un extraño sueño: en él aparecían unos gatos de color gris absolutamente mansos en el jardín de mi casa a los que me acercaba con un plato de pescado en la mano dispuestos a darles de comer al tiempo que acariciaba su lomo. Hasta ahí todo bien, sin nada que se saliera de lo normal.

Un gato posando

El problema (el GRAN problema) vino cuando la madre de estos lindos gatitos hizo acto de presencia pensando que iba a atacar a sus crías. Su tamaño, más propio de un tigre de bengala que de un minino, y las enormes garras de las que hacía gala me hicieron comprender que tal vez no era una buena idea acercarme tanto a aquellos gatitos que ahora comían despreocupados una de las sardinas que había llevado instantes antes.

Me levanté de golpe y la gata se envalentonó; debió sentir mi miedo porque empezó a bufar, a arquear su lomo y a amenazarme con una de sus zarpas. En ese momento me di la vuelta y comencé a correr camino a casa al tiempo que escuchaba un rápido galopar (porque aquello retumbaba sobre la acera como las pezuñas de un caballo) que se acercaba cada vez más a mí.

No quería mirar hacia atrás, pues temía tropezar y que aquella tigresa me devorara en pocos bocados; pero las caras de pánico de las gentes con las que me cruzaba en mi alocada carrera me hacían ver que estaba en serio peligro. Llegué a alcanzar el portal, pero estaba cerrado y las llaves quedaron atascadas en mi bolsillo. Con los nervios y las prisas no lograba sacarlas de ahí, y en ese momento me sentí como un pelele a punto de ser arrollado por un tren de largo recorrido.

Sin embargo, tuve la suerte de evitar ver mi propio descuartizamiento, pues en el momento que aquella gata inmensa estaba a punto de abalanzarse sobre mí, abrí los ojos y me encontré tumbado en mi cama, con las sábanas revueltas y empapado en sudor. Todavía faltaba media hora para levantarme e ir a trabajar, pero no conseguí dormirme de nuevo debido a mi estado de agitación debido a aquel sueño, así que me levanté y me puse a escribir para, al menos, aprovechar ese rato de insomnio mañanero.

Lluvia en la habitación

Hoy tuve un extraño sueño en el que veía cómo gotas de agua resbalaban por los cristales de la habitación en la que estaba. Hasta cierto punto es lógico porque con las tormentas que está habiendo por esta zona sería normal soñar con lluvias; pero el caso es que llovía dentro de la habitación en vez de hacerlo fuera.

Sentía que no hacía frío allí, pero el agua se colaba por la disquetera de un viejo ordenador para refrescarlo; cosa que el sistema operativo agradecía con frecuentes pantallazos azules y una robótica voz que decía algo así como «gracias por no permitir que me derrita». Yo estaba tranquilo y relajado sentado en mi silla mientras miraba cómo el líquido elemento iba mojando las paredes de aquel extraño y aséptico lugar.

Cogí el teléfono para tratar de avisar a los de la limpieza, pero lo único que escuché es que Telefónica me decía que el número marcado no se encontraba disponible en aquel momento. Fue entonces cuando alguien miró con gesto curioso a través del cristal y lo entendí todo: estaba dentro de una pecera y la estaban empezando a llenar de agua.

Bola acuática

Me desperté y me di cuenta de que la oreja derecha me dolía horrores: me había quedado dormido con los auriculares puestos y eran las seis y media de la mañana. Media docena de horas planchado contra la almohada habían hecho que el pequeño casquito blanco se me tatuara a fuego en mi pabellón auditivo.

En la calle llovía a cántaros; pero al menos dentro de casa no.

El perro con pelo de spaghettis

Yo no sé por qué pero ultimamente sueño de vez en cuando con perros. El de hoy iba de que aparecía por la facultad de derecho de Alcalá de Henares dispuesto a poner una hoja de reclamaciones porque la fachada exterior del edificio estaba llena de polvo; sim embargo cuando entré en el lugar el panorama era muy diferente a lo me esperaba:

La persona que atendía las reclamaciones estaba en una habitación con rejas y metida en la cama porque aseguraba que con el ruido del viento en los barrotes no había quien durmiera por las noches y tenía que aprovechar los ratos de calma para echar un sueño. Me indicó amablemente que cogiera el libro de reclamaciones y pusiera lo que quisiera; pero entonces algo me llamó la atención, y es que debajo de la mesa donde se encontraba el libro estaba escondido un caniche cuyo pelo eran… ¡spaghettis!

El perro se mostraba muy mimoso y atento incluso con un desconocido como yo, pues enseguida se acercó para que acariciara su lomo; cosa que era bastante placentera porque sus pelos-spaghettis estaban bañados en mantequilla y mi mano se deslizaba sin esfuerzo por ellos.

No recuerdo mucho más; aunque sí que me suena que la persona que estaba en la cama adoptaba una actitud un poco desagradable cuando le comentaba que la fachada del edificio debería estar más cuidada. Supongo que sería el conserje o algo así, pero como estaba enredado entre sábanas la verdad es que ni siquiera sé decir si era chico o chica.

En fin, cosas raras que se sueñan durante una noche en la que me he despertado varias veces con frío. Lo que más gracia me hace es que aunque me despierte con la espalda helada no soy capaz de levantarme de la cama y cerrar la ventana porque me vuelvo a dormir en escasos segundos…

¡Buenos días! 😛

Perritos ultracongelados

Hoy tuve un sueño realmente extraño que consistía en que decidía comprar un perro para dar un poco de alegría a la casa. Son unos animales fascinantes que siempre me han llamado la atención por su inteligencia y el cariño que regalan a las personas que les tratan con amor.

Lo que ocurre es que en mi sueño los perros no se compraban en una tienda de mascotas, sino en una especie de máquina de refrescos situada en un centro comercial de la que salían lindos perritos ultracongelados metidos en una funda de plástico transparente como si de un bocadillo se tratara.

El caso es que había que meter cinco euros (en monedas o en billetes) por una ranura y a continuación se elegía un modelo de perro. Acto seguido salía por la ranura inferior de la máquina junto con unas instrucciones que aconsejaban descongelar el perro dejándolo un par de horas junto a la chimenea de casa para que así poco a poco fuera despertando de su forzada hibernación.

Tuve suerte de despertar poco después y no recordar cómo terminaba la historia, pues eso de descongelar a un pobre perrito no ha de ser algo muy agradable para la mascota ni para el dueño.

En fin, sé que siempre sueño cosas raras, pero la de hoy se lleva la palma; lo peor es que una vez me había espabilado un poco comencé a preguntarme: ¿veremos cosas así en el futuro?

Un Metro en Madrid sólo para «indies»

Hoy soñé con la ciudad de Madrid; con sus atascos, sus prisas y su ritmo de vida. Soñé que iba en el Metro en dirección a Gran Vía cuando me perdí completamente entre la multitud que poblaba sus escaleras mecánicas. No sabía dónde estaba y de repente todos los carteles indicativos habían desaparecido de su sitio. Menos mal que de repente, entre los más de cuatro millones de habitantes de la capital, apareció mi amiga Carol presta a salvarme del desastre no sin antes decirme que me sacaría de allí a cambio de ir con ella a un concierto de Nacho Vegas que había esa noche en Callao.

Le decía a Carol que estaba de acuerdo con sus condiciones, pero que con tanta gente no nos iba a dar tiempo a llegar al lugar del concierto. Entonces ella me miró, puso cara de extrañeza y me pregunto que si no leía el foro de Los Planetas, porque allí se comentaba la existencia de una línea secreta de Metro que comunica las salas de conciertos y a la que sólo tienen acceso los seguidores de los grupos indie en castellano.

Mi sorpresa era mayúscula, pero no tuve mucho tiempo de permanecer atónito ante esa revelación, pues Carol cogió mi mano y tiro de mí con rapidez hacia una de esas máquinas de bebidas que hay en todas las estaciones del subterráneo de Madrid. Ante ella pulsó una rápida combinación de teclas y la máquina se abrió como la típica librería de la vieja mansión presente en toda película de misterio antigua.

Dentro había un estrecho pasillo que tras unos metros nos dejó en un extraño andén en el que la publicidad no era la típica de marcas de ropa, detergentes y grandes almacenes, sino que mostraba discos de Lori Meyers, fechas de conciertos, gafas de pasta… todo un universo indie del que jamás había oído hablar pero en el que Carol se movía como pez en el agua.

De inmediato llegó un tren decorado con amplias rayas horizontales de colores y en el que sonaba a todo volumen música de Sexy Sadie y El Niño Gusano. Decenas de personas (casi todas de nuestra edad aproximadamente) viajaban sentadas en él sacudiendo sus cabezas a cámara lenta al ritmo de la música. No nos llevó más de cinco minutos llegar hasta nuestro destino, y desde el andén volvimos a coger un estrecho pasillo que nos llevó directamente a la sala donde iba a ser el concierto.

Por supuesto agradecí a Carol su gesto, pues si no hubiera sido por ella yo seguiría perdido en los pasillos de alguna estación indeterminada de la periferia de la ciudad y a continuación nos dispusimos a disfrutar del concierto cuando sonaron los primeros acordes de “La noche más larga del mundo”. Aquel Metro alternativo que yo desconocía hasta ese momento me había salvado y además me había dejado a los pies de un escenario en el que tocaba uno de mis artistas favoritos actualmente, así que pasé del desastre a un día fantástico.

Soñando con karts

Hoy he soñado con karts; ha sido un sueño corto y conciso, pero se ve que después de la experiencia del otro día me he quedado con ganas de más y ya hasta durmiendo mi mente sueña que voy al volante de uno de estos vehículos.

El caso es que estaba en el circuito de Santos de la Humosa junto a mi hermano y el novio de mi hermana disputando una carrera. Gracias a los conocimientos adquiridos en la carrera que disputamos en Oropesa unos días antes era capaz de ir a una velocidad de vértigo, hasta tal punto que batí el record del circuito en la vuelta de calentamiento.

En ese momento el dueño del circuito paraba la carrera y venía a felicitarme diciendo que tenía un talento innato para esto y que me ofrecía un contrato de por vida para competir en karts patrocinado por él mismo a título personal y bla bla bla…

No recuerdo mucho más; supongo que me desperté poco después, pero veo que lo de los karts ha causado una profunda impresión en mí. Creo que tendré que comprobar si éste ha sido un sueño premonitorio o no, pero me da a mí que se va a quedar en pura fantasía 😛

El hombre anuncio que perdió su mando

Los sueños a veces son de lo más variados, y prueba de ello es el de esta noche, que además tiene un montón de elementos procedentes de conversaciones y detalles del día anterior reforzando la teoría de que los sueños no son más que pedacitos de nuestra vida pasada que el subconsciente interpreta a su manera.

Televisión

En él me veía trabajando en una empresa de publicidad a modo de actor de anuncios. La campaña era de un juguete que lo que hacía era explotar al paso de la gente mediante un detector de presencia, así que un grupo de personas formábamos en fila yendo yo iba en cabeza y al pasar junto a un Peugeot 306 rojo (precisamente el coche en el que aprendí a conducir en mi autoescuela) explotaba una carga explosiva que llevaba en el maletero lanzándonos a toda la cuadrilla de actores por los aires.

Una vez que el director decía que la toma había valido nos levantábamos todos del suelo y nos felicitábamos del trabajo realizado pasando a continuación a un gran salón en el que una especie de Morticia Addams nos esperaba para tomar un té. Yo, no sé bien por qué, le abría el sobre del azúcar a esa dama quien me daba las gracias por el gesto para a continuación decirla que los agradecimientos eran míos por haberme contratado.

Por último, el escenario cambiaba por completo y aparecía en el salón de casa haciendo bicicleta estática mientras miraba un programa de televisión. El novio de mi hermana aparecía entonces por la puerta y me quitaba de la mano el mando del televisor (que en realidad era un nunchuk de Wii) para enseñarme más de mil fotografías, por lo que me agarraba un cabreo de mil pares de pelotas ante semejante “golpe de estado”.

Acto seguido me desperté y me lancé al teclado para tratar de plasmar todos los detallitos del sueño, pues si lo hago más tarde estoy seguro de que apenas recordaría nada.

Soñando con huelgas de kiosqueros

En mi sueño de hoy veía como bajaba un cuarteto de mexicanos de un coche viejo y convocaban una asamblea vecinal frente al kiosco de prensa de Nueva Alcalá. Megáfono en mano reclamaban una bajada de las comisiones que las editoriales les cobraban para repartirles los periódicos y para hacer más presión dijeron que a partir de ese momento iniciaban una huelga por la que la gente se podía llevar sin pagar un duro un periódico o revista de su elección. Acto seguido pintaron en la persiana metálica del kiosco la frase “que no te haga bobo Jacobo” (mítica canción de la banda Molotov) y abrieron el negocio dando por iniciada la huelga.

Yo, no sé muy bien por qué, me encontraba entre el grupo de gente que miraba aquella declaración de intenciones, así que me acerqué a la pequeña ventana del kiosco observando que había unas revistas Micro-Manía por las que nadie se había interesado todavía.

La revista en concreto era una edición facsímil de un número que yo tenía en casa. En el original aparecía Emilio Butragueño tal y como había sido retratado en el juego de fútbol de la década de los ochenta que llevaba su mismo nombre, pero esta edición que estaba a pocos centímetros de mis manos tenía el mismo formato pero la fotografía era de Fernando Torres.

Le pregunte al improvisado kiosquero si me podía llevar una de esas revistas, a lo que me contesto con un marcado acento de Mexico exclamando “¡Claro que sí!”; de modo que al final me fui a casa con una publicación sobre videojuegos que hacía clara alusión a un auténtico clásico de la década de los ochenta.

La chica de la bicicleta

Siempre se ha dicho que los sueños son fragmentos de lo vivido en el día anterior que nuestra mente intepreta a su manera en las horas que nuestro cerebro está en stand-by; y buena muestra de ello es que mis sueños de esta noche tienen mucho que ver con lo que os contaba ayer sobre la orilla de la playa y la gente que pasea por ella.

Lo que hoy soñé fue que tras el baño mañanero de rigor me encontraba estático en la orilla del mar con las olas mojándome las puntas de los dedos de los pies. Lo raro del asunto es que mientras me secaba al sol de aquella manera decenas de chicas guapísimas pasaban delante de mí sonriéndome y guiñándome un ojo en hábiles intentos de seducción.

Cuerpos esculturales, miradas felinas, insinuaciones de vértigo… y yo completamente apático, inmóvil, impasible ante tanta hermosura hasta que apareció ella: una chica montada en una bicicleta de montaña que iba dejando una huella de tacos en la arena mojada mientras trataba de esquivar a la multitud que la increpaba por su osadía.

Aquella muchacha no tenía ninguna cualidad física que destacara especialmente a simple vista, pero era diferente a las demás; tenía personalidad propia, y aquello sí que me llamó la atención hasta el punto de empezar a caminar tras ella mientras gritaba al viento decenas de nombres de mujer para ver si alguno era el suyo y conseguía captar su atención.

Sin embargo, mi colección de sustantivos propios no dio resultado y la chica de la bicicleta se alejó por la orilla dejándome allí plantado esperando por si decidía dar media vuelta y venir a mi encuentro… aunque tal vez eso suceda en otro sueño, porque en el de hoy no recuerdo nada más.

Kinder Sorpresa

Hoy tuve otro extraño sueño de esos que no aparentan tener mucho sentido. Me sorprende ver que de un tiempo a esta parte recuerdo a menudo mis sueños; aunque supongo que también tiene que ver que cuando nada más despertar recuerdo lo que he soñado, me lanzo al ordenador a escribirlo lo antes posible.

El de esta noche consistía en que bajaba al supermercado a comprar (por lo que veía era el Ahorramás de mi barrio en Alcalá de Henares) un huevo Kinder Sorpresa por expreso encargo de mi hermana, que es una golosa de bombones y derivados de mucho cuidado.

La cosa es que no encontraba los Kinder Sorpresa como tales, aunque sí los más diversos chocolates en tableta; pero claro, a ver quién es el valiente que no cumple un encargo de mi hermana (que es de armas tomar) y desesperado opté por pedir ayuda a una cajera que pasaba por allí.

Resulta que como es verano, los Kinder Sorpresa los retiraban de la circulación para que no se estropearan, pero a cambio habían traído una edición especial en la que venían tres huevos en un envoltorio térmico que evitaba que se derritieran. Incluso la cajera me comentaba esto un poco sorprendida, porque toadvía no había tenido ocasión de probarlos al haber llegado esa misma mañana, de modo que se acercó al almacén del supermercado y trajo un envoltorio en forma de conejo y en color rojo brillante.

Lo que ocurre es que me pidió el favor de que si podíamos abrir el envase para ver si eran los mismos huevos Kinder Sorpresa que ella conocía, pues como me había dicho antes ese formato era novedad recién llegada y no había tenido ocasión de verlos anteriormente.

Yo no me negué a ello, pero mi sorpresa fue que la chica arrancaba la cabeza al conejo para extraer a través de su cuello uno de los huevos de chocolate y romperlo en dos mitades de las que me ofreció una de ellas para zamparse ella la otra.

¿Cómo le iba a llevar el envoltorio abierto a mi hermana? ¿Cómo le iba a explicar que faltaba uno de los tres huevos porque la cajera se empeñó en probarlos? No recuerdo nada más de ese sueño, por lo que no sé si en ese onírico encargo mi cabeza habrá terminado de una pieza o rota por no haber llevado a buen término la misión que se me encomendó; pero sea como sea desperté y me encontré tumbado en mi cama y con el iPod todavía sonando en mis oídos para poner banda sonora a un extraño sueño con sabor azucarado.

El credi-Tom

El sueño de hoy es un poco raro y mezcla de bastantes cosas (esto es algo que ya no me sorprende). Es curioso que haya recordado mis sueños de tres noches en el plazo de cinco días, pero me alegro por ello. A ver si con un poco de suerte encadeno una buena racha y os voy contando algunos más. De momento os dejo con el de hace un rato:

Camino de las oficinas de Nintendo en Madrid me encuentro con mi amigo Tomás (aunque yo le suelo llamar Tom) sentado en la puerta de un banco (Cajamadrid para más señas) con una cara de preocupación considerable y al borde del llanto.

Temiéndome que a él o a su familia le hubiera ocurrido algo grave me detengo pese a la prisa que llevo (hasta en los sueños siempre llevo prisa) y le pregunto qué hace ahí, a lo que me responde que ha pedido un crédito al banco y que está esperando la resolución ahí sentado.

Ante mi pregunta de para qué quiere un crédito me responde que es para una plaza de garaje, y que para ello necesita cien mil euros. Yo le entiendo «diez mil», pero él me insiste en que con esa cantidad no se compra ni una plaza para moto y que necesita diez veces más.

El caso es que al final aparece en escena un compañero de otro medio y me pide que le acompañe a Nintendo porque no sabe dónde está, así que le deseo suerte a Tom y me dirijo hacia mi destino acompañado de un tío que tiene los aros olímpicos tatuados en el brazo derecho.

Una vez en la puerta de Nintendo me doy cuenta de que me he olvidado mi cámara de fotos en la puerta del banco, así que vuelvo corriendo a aquel lugar para recuperarla. Allí me encuentro una lata de cocacola flotando en una fuente y un empleado de una tienda me dice que un amable ciudadano ha metido la cámara dentro de la lata para que nadie se la llevara.

Una vez recuperada con la ayuda de un abrelatas me encamino de nuevo a realizar mi reportaje pero atravesando esta vez calles sombrías en las que se escuchan terribles sonidos y de cuyas ventanas aparecen ojos que me acechan en la oscuridad. Finalmente me vuelvo a encontrar con el compañero de antes quien me recoje con su coche y me lleva a las oficinas donde nos esperaban ya desde hacía un rato.

Irene, la desaparecida profesora de filosofía

Me llaman mucho la atención los sueños en los que aparecen datos concretos del mundo real y tras los que, al despertar, piensas si será una premonición o si será una mezcla de cosas del día anterior (me inclino más bien por esto último). El caso es que esta noche he soñado algo que me ha llamado mucho la atención, ya que si bien no recuerdo con claridad el fin que perseguía, sí que recuerdo a sus protagonistas:

Aparecía en la puerta de mi antiguo instituto (el Alonso Quijano de Alcalá de Henares) en busca de la responsable del departamento de filosofía. Una vez recorridos los pasillos sin dar con el puñetero departamento me dicen en conserjería que está «en la primera planta pero justo al otro lado del edificio» (una descripción de lo más detallada, vamos).

Encamino hacia allí mis pasos y tras muchas vueltas y ver a bastantes alumnos que me miran con cara rara me encuentro ante la puerta de un despacho en cuya puerta dice «Despacho de Filo y Sofía». Llamo a la puerta y me abre la misma conserje que me mandó a aquel lugar hace un rato, y sin extrañarme demasiado le pregunto que quién es la directora del departamento ¿Filo o Sofía?

Sombras en la puerta

Ante esto, la buena mujer me dice que las dos están de vacaciones y que para cualquier cosa relacionada con el departamento tengo que preguntar por Irene, que es quien está estos días al mando. Así que pregunto por ella y me dice (ya sé que todo esto parece un poco surrealista) que se ha ido a la carcel a visitar a su hermano; que volverá cuando acabe el horario de visitas, que es a medianoche.

Claro, mi pregunta es que si el instituto seguirá abierto a esas horas tan intempestivas, a lo que la conserje me responde que no, que ellos ya trabajan bastantes horas a la semana y que a las ocho de la tarde cierran la puerta…

Y ya no recuerdo más porque en ese momento eran las 7:30 de la mañana y estaba escuchando una canción de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge que no me era desconocida; me había acostado con el iPod puesto y a esas horas de la mañana tenía ya los auriculares casi tatuados en las orejas.