La Torre del Rey en Oropesa del Mar es una pintoresca e impresionante construcción medieval de tipo defensivo situada en pleno litoral de esta localidad castellonense. Es realmente sorprendente ver aparecer este gigantesco cubo de piedra gris a pocos metros de los modernos edificios de apartamentos y directamente sobre unos acantilados cuyas vistas me han observado hacer multitud de fotografías a lo largo de todos estos años.

La Torre del Rey sobre los acantilados de Oropesa del Mar.
Hoy nos vamos a adentrar un poco en el pasado de este monumento tanto desde el punto de vista histórico como del personal, pues recuerdo muchas vivencias de mi adolescencia entre sus piedras, arcos y troneras. Los que me conocéis un poco sabéis bien que los recuerdos son algo muy importante en mi vida, así que intentaré sacar a relucir muchos de ellos al tiempo que os presento un lugar sin par en todo el litoral valenciano.
UN POCO DE HISTORIA
Oropesa del Mar no siempre ha sido una tranquila (bueno, ahora no tan tranquila) localidad de veraneo para cientos y cientos de personas. Si nos remontamos seis siglos en el tiempo veremos estos mismos parajes de acantilados rocosos y playas de arena blanca pero sin el menor atisbo de chalets, edificios de varias alturas y derivados. Sin embargo, ya en la primera mitad del siglo XV se podía apreciar en el litoral una peculiar construcción en forma de torre que servía para defender a la población de los ataques piratas tan frecuentes en el Mediterráneo.
Los riscos y acantilados de Oropesa del Mar eran un escenario idóneo para que los corsarios ejecutaran mil y una escaramuzas tanto en el propio litoral como en los barcos que surcaban estos mares. Debido a ello los habitantes de aquel pequeño pueblecito costero pidieron al Rey de la Corona de Aragón algún tipo de construcción defensiva para paliar en mayor o menor medida estos ataques, pues sus cultivos, sus familias y sus propias vidas corrían un serio peligro de forma continuada.

Fotografía aérea de Oropesa del Mar en la actualidad.
El hecho concreto que llevó la petición hasta los ojos del Rey fue el ataque pirata a Torreblanca acontecido en el año 1397. Viendo el desastre causado por aquella acción en una localidad tan próxima a Oropesa los ciudadanos de la villa decidieron movilizarse para conseguir un aumento de su propia seguridad.
El Rey accedió a la petición el 25 de Septiembre de 1413 y además de la torre decidió levantar una capilla y una fortaleza que más adelante serían derribadas como luego veremos. La obra se financió mediante limosnas y recaudaciones de los procuradores de la Corona de Aragón, pero aquel capital inicial reunido resultó no ser suficiente y hubo que afrontar el proyecto por partes, siendo la primera y más importante la torre defensiva que se terminó de edificar en 1428.

Grabado del Cabo de Oropesa de 1811 mostrando la situación de la torre.
En el año 1534 el Conde de Cervellón, Señor de la Villa de Oropesa, decide reestructurar la torre de tal modo que esta sea mucho más fuerte para potenciar su labor defensiva. El plan consiste en edificar una torre más ancha y más alta tomando como base la construcción original para optimizar esfuerzos y recursos. Sin embargo, dos años después un sangriento ataque del pirata Barbaroja haría ver que ni siquiera aquella poderosa torre era capaz de otorgar una seguridad completa a los habitantes de Oropesa. Acometer esta reforma le cuesta a Cervelló entre 15000 y 21000 ducados y se cree que gracias a su acción le es entregada la propia torre en forma de donación por parte de la Corona, aunque otras teorías sostienen que directamente fue adquirida por el propio Cervellón.
La reforma de la torre consistió a grandes rasgos en un engrosamiento de los muros de la planta baja, la adición de las plantas superiores y la construcción de las dos características caponeras que hacen el perfil de esta edificación completamente reconocible en la distancia. Por fin, en 1568 la torre estaba completamente finalizada y fue entonces adquirida por el Rey Felipe II abonando diez mil ducados en plazos. A partir de ese momento es cuando se empieza a conocer a la fortificación con el nombre de “Torre del Rey”.
Comentar a modo de curiosidad que un ducado era una moneda fabricada a base de oro de 23’75 quilates de pureza y cuyo peso era de 3’5 gramos. Si tenemos en cuenta que ahora mismo el oro de 24 quilates cotiza a unos diecisiete euros el gramo rápidamente podemos echar cuentas y ver que un ducado podría equivaler a unos 60 euros, y aunque es verdad que el oro ha ido subiendo su cotización a lo largo de la historia sí que podemos entender que 10000 ducados en aquella época era una cantidad de dinero más que considerable.
La primera decisión de Felipe II nada más tomar posesión de la torre es limitar el número de plazas de la misma a catorce repartidas en cuatro hombres a caballo, dos artilleros y ocho infantes. Posteriormente (entre 1571 y 1576) la dotación de la torre se queda sólamente en siete personas. Precisamente en el año 1576 pasa a encargarse de la gestión de la Torre del Rey la Guarda de la Costa del Reino de Valencia; más conocida como la «Guarda de los Veintiuno».

Vista hacia el Norte desde la planta de coronación.
Según los historiadores la construcción de la fortaleza civil complementaria a la torre fue finalizada entre 1499 y 1536, pues en ese último año es cuando sucede el ataque de Barbaroja antes mencionado y que se considera el bautismo de fuego del conjunto defensivo incluyendo la mencionada fortaleza civil según rezan los escritos de la época.
Por otra parte, se cree que la capilla es una obra posterior, pues no hay referencias de su existencia hasta el año 1597 cuando Catalá de Valeriola narra en sus crónicas que pasó la noche en el castillo de Oropesa y al día siguiente se acercó a «la otra torre» para escuchar misa en la iglesia que había junto a ella.
Sin embargo, iglesia y fortaleza desaparecieron sin dejar apenas rastro entre 1597 (cuando Catalá hace referencia a esta edificación) y 1791, año en el que Cavanilles describe la Torre del Rey como un elemento defensivo aislado y sin nada a su alrededor. No deja de ser curioso que de dos construcciones tan importantes como una iglesia y una fortaleza civil no queden más que leves rastros de argamasa que parecen indicar que ambas edificaciones se situaban muy próximas a la Torre del Rey.

Dibujo de Cabanilles de 1791 representando la villa de Oropesa.
La teoría más aceptada sobre la desaparición de estos dos grandes elementos arquitectónicos está relacionada con otro importante ataque pirata a la Villa de Oropesa en 1619. En él cual la villa fue saqueada e incendiada y sus habitantes muertos o hechos prisioneros.
Tras ese ataque se decidió aumentar la funcionalidad de la fortificación, y para ello se tomó la drástica decisión de demoler las construcciones que había en los alrededores de la torre y que limitaban la visión de la misma. De esta forma cayeron la capilla y la fortaleza que formaban parte del proyecto original. Aquellos ataques demostraron una vez más que la Torre del Rey no era capaz de cumplir su función de vigilancia y defensa de la población, y a los señores de la época no les tembló el pulso a la hora de firmar el derribo de estos estorbos para la visión. Tras esta “limpieza”, la configuración de la torre permaneció invariable hasta nuestros días.
Comentar a modo de curiosidad que existen dos pequeñas torres de vigilancia al Sur de Oropesa (Torre Colomera y Torre Cordà) y otra más al Norte (Torre la Sal) que servían también para avisar al ejército y a la población de los posibles ataques que pudieran llegar. Estas torres se encuentran en más o menos buen estado de conservación y en el caso de la Torre Cordà se puede divisar a simple vista desde lo alto de la propia Torre del Rey.

La Torre de la Cordà tras el espigón del puerto deportivo de Oropesa.
LA TORRE
La Torre del Rey son en realidad dos torres una dentro de la otra: la original de 1413 y la construida a modo de refuerzo por el Conde de Cervellón en 1534, aunque en la práctica la delimitación entre ambas es prácticamente imperceptible. La torre original contaba con dos plantas principales y una auxiliar, estando la planta baja conformada por las dos salas principales que podemos ver actualmente.
Esta planta contaba con un perímetro exterior de 13’20 x 13’20 metros y una anchura de muros de 150 cm. El espacio interior se repartía en dos salas de idénticas dimensiones. Del resto de plantas no quedan apenas restos debido al hecho de que la torre nueva se construyó directamente empleando la antigua como base.
La torre que se comenzó a construir en 1534 tiene un exterior de piedra caliza en forma de sillar y el interior elaborado en mampostería. Los muros en la planta baja tienen un espesor total de 360 cm y en conjunto la torre tiene unas dimensiones de 17’40 x 17’40 metros de perímetro en su base y una altura de 15’70 metros, resultando un imponente volumen de 4792’6 metros cúbicos incluyendo las caponeras.

Entrada a la Torre del Rey tras los restos del muro «tambor».
La adición de dichas caponeras en esquinas opuestas de la planta baja también es consecuencia de la obra de la nueva torre. Estas curiosas garitas de vigilancia contaban con tres troneras cada una desde las que se tenía una buena visibilidad de los alrededores. Las caponeras cuentan con un radio exterior de 5 metros y un radio interior de 2’7 metros, lo que nos da una anchura de muros de 230 cm y contando con una pequeña abertura en su parte superior a modo de ventilación.
Sabemos también que junto a la torre existía un patio cerrado en el que estaba situada la cocina, los baños y un aljibe abovedado con capacidad para 45000 litros de agua. Lugar que actualmente no aparenta ser un patio tal y como tendemos a concebirlo, pero éste presenta una pequeña puerta que da acceso al mencionado aljibe confirmando lo que la crónicas de la época nos dicen.

Aspecto general de la Torre del Rey.
En el primer piso, al que se accede a través de una estrecha escalera en la que más vale no cruzarse con otra persona porque sencillamente no hay espacio para los dos, nos encontramos con dos amplias salas rectangulares de 11’67 x 5,46 metros, una de ellas (la que da al Este) equipada con chimenea y unos aseos que, aunque hoy en día nos parecerían tercermundistas, eran lo que se estilaba en aquella época. Los muros en esta planta tienen 286 centímetros de anchura.
La planta alta era de tipo descubierto y estaba destinada a la defensa del territorio circundante. Poseía una serie de troneras que cubrían los trescientos sesenta grados del horizonte y gracias a ello era mucho más fácil visualizar cualquier ataque que se pudiera producir.
En las esquinas contrarias a las caponeras de la planta baja se encuentran unos garitones con troneras que permiten una mejor visión del territorio y también hay presentes unos aljibes en los huecos de las bóvedas.

Vista de una tronera y uno de los garitones de la torre.

Vista hacia el Sur desde una de las troneras de la planta alta.
Por último, en la planta de coronamiento existe un camino de ronda al que se accede a través de una escalerilla desde la planta alta y un pretil sin almenas de ninguna clase.
RECUERDOS DE UN ADOLESCENTE
Mucho más cercanos en el tiempo están mis propios recuerdos de esta singular construcción: allá por la primera mitad de los años noventa rara era la semana en la que no nos acercábamos una o dos tardes al abrigo de sus muros a jugar a las cartas, charlar o simplemente jugar a ser unos Indiana Jones de pacotilla. Nos encantaba subir a la parte superior y tumbarnos en las piedras cuando el sol estaba bajo y su sombra era una bendición; o si no, trepábamos torpemente a la caponera (lo que nosotros llamábamos ”el huevo”) de la esquina Norte para tener una perspectiva original del pequeño mundo que nos rodeaba en aquellos días de verano.

Nuestra querida caponera Norte.
En aquellos tiempos la torre estaba en un estado de total abandono. Es una pena no contar con imágenes del lugar porque me hubiera encantado mostrároslas, pero lo que voy a hacer es intentar narraros con detalle lo que uno se podía encontrar allí si se atrevía a franquear los retorcidos barrotes de una puerta llena de óxido que daba acceso al lugar:
En primer lugar hay que señalar que no había luz alguna en el interior de la fortificación. Los muros de más de tres metros de anchura en su parte inferior mantenían el lugar en una penumbra constante debido a que por las estrechas troneras apenas entraban los rayos del sol. Subir las escaleras era un verdadero acto de fe, y no hablemos ya de entrar en alguna de las dos salas de la planta baja, pues sus suelos estaban plagados de agujeros en los que alguna vez metí un pie llevándome de recuerdo un buen raspón con los bordes de la roca.
Otro de los recuerdos que tengo de estas estancias es que cuando entrábamos en ellas íbamos caminando con paso lento y arrastrando los pies al tiempo que llevábamos los brazos extendidos hacia delante para no chocar contra nada. Nunca tuvimos el valor de entrar en la sala contigua que hay a la derecha de la primera que uno se encuentra en la planta baja porque llegar a tocar el muro del fondo con las manos ya nos parecía bastante osadía, y es que al estar completamente a oscuras cualquier pequeña sensación extraña ya le hacía a uno imaginar las cosas más terroríficas del mundo.

Interior de una de las salas de la planta baja.

El arco que comunica las dos salas de la planta baja.
Nosotros íbamos por allí a pasar la tarde sin más malicia que la de dejar transcurrir el tiempo de verano cuando no había nada mejor que hacer. Sin embargo parece ser que allí se debían montar unas buenas juergas por la noche, pues en muchas de las estancias se podían ver botellas rotas, preservativos usados y todo tipo de desperdicios. Tuvimos suerte de nunca cortarnos con ningún cristal ni tener ningún accidente grave, pero hay que reconocer que surcando aquellos corredores estrechos y palpando con la mano los enormes escalones llevábamos muchas papeletas para haber salido de allí con un una buena herida.
Ya en la parte de arriba de la torre también había que caminar con bastante cuidado pese a que estábamos al aire libre y los ojos dolían al pasar de la oscuridad más total a la más cegadora de las luces. Os decía hace un momento que entrar en la Torre del Rey era como una pequeña aventura que te subía las pulsaciones, y prueba de ello es que para los que no nos llevábamos bien con las alturas era todo un trago tener que saltar un hueco de medio metro de ancho para pasar a la otra mitad del mirador o mirar con espanto que un agujero en el suelo del tamaño de una puerta (la chimenea de la torre) llevaba directamente al piso inferior sin ningún tipo de parada intermedia por obra y gracia de la ley de la gravedad.

Sala Este de la primera planta con su característica chimenea.

Aspecto de la planta alta con sus troneras y el camino de ronda.
Una vez allí quedaban atrás todos los malos ratos pasados en la subida y nos centrábamos en disfrutar de la tarde. Algún pirado del grupo a veces se sentaba en las piedras que hacían de barandilla mientras a mí se me hacía un nudo en el estómago y casi siempre terminábamos tumbados formando una figura geométrica (cuya forma dependía del número de personas que estuviéramos allí ese día) con la cabeza de cada uno apoyada en las rodillas de otro. Eran otros tiempos; años en los que no había más preocupaciones que llegar a casa a tiempo para cenar y no olvidarse de ver el capítulo de turno de Bola de Drac por las mañanas. Todavía faltaban algunos años para empezar a preocuparnos por nuestro futuro y el de las personas que nos rodean, y hay que reconocer que fue una época inolvidable para todos nosotros.
De cualquier modo he de reconocer que de todo el conjunto arquitectónico, lo que me daba un mayor “mal rollo” era esa habitación semienterrada que se encuentra fuera de la propia torre y que no es más que ese patio conformado por la cocina, los baños y el aljibe que os comentaba al hablar de la torre anteriormente. Era realmente aterrador asomarse y comprobar cómo esa estancia se encontraba completamente inundada y llena de basura flotando en sus aguas. El olor que salía de allí era bastante desagradable y le llevaba a uno a imaginar tenebrosas historias que nunca me atreví a compartir con mis amigos para no amargar sus sueños de esas noches.

El patio exterior con su aljibe.

El interior del aljibe.
Si tengo que hacer un balance de los recuerdos que tengo en este escenario he de reconocer que es muy positivo. Bien sabéis que aquella fue una época muy especial para mí y en la que se conformó gran parte de mi forma de ver la vida. Aquellas tardes con mis amigos hablando sobre cómo cambiar el mundo y soñando con una vida futura nunca tuvieron continuación en los años posteriores, y por lo tanto atrás quedan los sustos y el miedo en las escaleras de la torre permaneciendo en mi memoria las vistas compartidas, las partidas de cartas y las siestas a la sombra de las piedras.
LA TORRE DEL REY HOY EN DÍA
Ya habían pasado unos cuantos años desde la última vez que subí con aquellos amigos a la Torre del Rey. Supuse que todo seguiría más o menos tan abandonado como en los viejos tiempos, pero hace un tiempo pasé por delante de la entrada observando que habían vallado todo el recinto y había horario de visitas colgado en la puerta. Por lo visto el ayuntamiento de Oropesa había decidido recuperar este bello monumento y había empezado por el paso más lógico: restringir el acceso de modo que no hubiera más destrozos en el interior de la fortificación.

Aspecto actual de la Torre del Rey desde la entrada al recinto.
Por supuesto, no iba a dejar pasar la oportunidad de ver cómo habían cambiado las cosas en el interior de la torre, así que crucé la renovada puerta de entrada (esta vez sin temores) y una pareja de guías me mostró una de las salas de la planta baja y la caponera norte desde dentro, donde uno se preguntaba cómo podían estar ahí dentro los soldados haciendo guardia durante horas, pues era un lugar terriblemente agobiante tanto por sus dimensiones como por el calor húmedo que hacía allí.
Los suelos habían sido cuidadosamente arreglados y ya no había huecos en los que meter un pie. Del mismo modo, las escaleras habían sido iluminadas con multitud de focos y recorrerlas ya no suponía un acto de fe, si bien la considerable altura de los escalones seguía notándose en las piernas (sobre todo al día siguiente). Pese a que la restauración aún estaba a medio terminar, la torre se veía impoluta y cuidada, cosa que era absoluta novedad para mí. Y es cierto que la planta superior todavía no había sido modificada en absoluto, pero al menos llegar hasta ella ahora estaba al alcance de cualquiera sin excesivas complicaciones.

Primer tramo de escaleras.
Desde el año 2007 la restauración de la Torre del Rey está completamente finalizada, aunque en realidad todavía están en proyecto algunas mejoras que se afrontarán en el futuro: ahora mismo hay luz en todas las estancias, las troneras tienen un cristal para evitar que la gente se asome, se han instalado barandillas en todos los tramos de escalera, se han puesto vallas metálicas en la planta superior… en definitiva, se ha acondicionado la fortaleza para que la gente pueda conocerla en todo su esplendor.
Lo que más llama la atención (al menos desde mi punto de vista) son los estrechos pasillos y tramos de escalera en los que es físicamente imposible cruzarse con otra persona por muy delgada que esta sea. También impresionan de sobremanera los angostos accesos a las caponeras de la planta baja, y es que con mis 172 centímetros de estatura tengo que pasar por ese lugar en cuclillas, así que os podéis imaginar lo agobiante que puede ser permanecer ahí todo el día junto a otras personas.
Demostrado queda que el ser humano es capaz de hacer cosas increíbles, y es que si vemos cualquier construcción de hace un siglo seguro que está bastante dañada y necesita una urgente rehabilitación. Sin embargo, lo que se ha hecho en la Torre del Rey en un arreglo básicamente cosmético, pues la estructura de la torre está prácticamente intacta pese a que han pasado seiscientos años desde su concepción. Nunca dejará de sorprenderme que no hay presente en ella vigas ni ayudas técnicas de ningún tipo; sólo piedras, argamasa y el duro trabajo de muchas personas.

Uno de los garitones de la planta alta al detalle.
De cualquier modo hay que señalar que en la década de los sesenta el suelo de las caponeras fue elevado un metro y medio con respecto a su altura original, por lo que aunque el espacio vital seguía siendo escasísimo en su interior antes de la mencionada reforma, al menos había un poco más de altura con respecto a lo que nos vamos a encontrar actualmente. Esto explica por qué en el interior de dichas caponeras las troneras nos quedan a la altura de los tobillos; y es que uno al entrar en estos peculiares lugares podría pensar que para vigilar los alrededores los soldados debían estar tumbados en el suelo; pero al conocer la altura real del suelo entonces todo cobra sentido y se entiende que la postura de los soldados en realidad era erguida o en el peor de los casos de rodillas.
De esa misma época data tanto la reconstrucción de la fila superior de piedras de la torre (que quedó muy dañada en la guerra civil española) como la construcción del camino de piedras que rodea a la torre entre plantas, gatos y chicharras. Dicho camino está formado por guijarros redondeados más o menos del mismo tamaño y colocados todos de canto de tal modo que caminar con tacones por ese lugar es algo un poco complicado a tenor de lo que he podido ver en diversas ocasiones.

El camino de piedras que rodea la torre.
El camino, como digo, es de los años sesenta así como el vallado original que rodeaba la torre. Dicho vallado fue sustituido por otro más fuerte a principios de la presente década porque el primero estaba seriamente dañado tanto por la corrosión como por los distintos actos vandálicos que ha venido sufriendo este conjunto arquitectónico desde hace muchos años y que parecen haber cesado con la última restauración y el nuevo cercado de la parcela que ocupa la edificación.
No cabe duda de que la obra realizada en el exterior de la torre, aparte de contribuir a un mejor aspecto de la misma, ha logrado que su futura conservación sea más fácil y mejor. De esta forma no se repetirán las entradas indeseables en la torre, los pintadas, la suciedad y los destrozos en su interior.

Acceso a la caponera Sur.
No puedo dejar de comentar la angosta entrada a la propia torre. Entrada que en su momento era todavía más estrecha, y es que en su momento existía un muro «tambor» entre el patio exterior y la apertura de la puerta estando situado entre la caponera Norte y el muro principal de la fortificación. Este muro contaba con dos portales defendidos por troneras de tal modo que cualquier persona que pretendiera acceder a la torre debía pasar por este lugar y someterse al examen de los guardias de la entrada.
Por otra parte, lo más probable es que en su momento existiera algún escudo de armas sobre la puerta de entrada, pero eso es algo que jamás se ha podido demostrar y hoy en día ha quedado un hueco relleno por piedras distintas a las originales que da alguna pista sobre que efectivamente ahí debió haber algún tipo de ornamento hace mucho tiempo.

La entrada a la torre.
En definitiva, si tenéis ocasión de visitar Oropesa del Mar os recomiendo que preguntéis por la Torre del Rey y saquéis un rato para visitarla: la entrada es gratuita, se recorre en menos de media hora y en su interior os vais a dar cuenta de que si nuestra vida nos parece complicada, la gente de hace unos siglos lo tenía mucho peor. Nunca está de más «desconectar» del tiempo presente para hacernos una idea de cómo eran las cosas en el pasado, y los que seguís este blog sabéis muy bien que eso es algo que tengo muy presente.
AGRADECIMIENTOS
No quisiera finalizar esta entrada sin dar las gracias a la gente de la oficina de turismo de Oropesa del Mar; especialmente a Patricia: la chica que está estos días en la puerta de la Torre del Rey y que enseguida se implicó en este artículo facilitándome material y disipando todas las dudas que me han ido surgiendo durante la documentación del mismo. Sin su ayuda este pequeño reportaje hubiera carecido de muchos detalles y el rigor que he tratado de emplear a la hora de contaros un poco por encima la larga historia de esta fortificación defensiva. Del mismo modo, tanto Sara como Agustín (dos trabajadores de la mencionada oficina de turismo de Oropesa del mar) han colaborado han colaborado en la realización de este artículo aportando algunos datos puntuales y facilitándome mi labor en todo momento.
Mis agradecimientos también a los historiadores Francisco Sevillano Colom y José María Doñate Sebastiá por sus investigaciones sobre la villa de Oropesa gracias a las cuales he podido documentar este reportaje. Del mismo modo no puedo dejar de dar las gracias a Vicente Forcada Martí por esa pequeña maravilla editada en 1988 llamada «La Torre del Rei» que hace un fantástico recorrido histórico por la vida de esta peculiar construcción que siempre me ha fascinado tanto.
Y por fin, tras muchos párrafos y bastantes fotografías hemos llegado al final de esta entrada sobre una temática con la que nunca me había atrevido anteriormente y que espero hayáis disfrutado de su lectura tanto como lo he hecho yo con su redacción y documentación. En los días que he invertido en su preparación he aprendido muchas cosas tanto a nivel histórico como personal y también han vuelto a mi memoria un montón de anécdotas pasadas entre estos muros que, por incumbir a terceras personas, he preferido guardar exclusivamente para mí.

«Aquellas sombras de la tarde bajo las que nos acurrucábamos son ahora destellos de unas vidas que, aunque disgregadas por el mundo, siempre tendrán en común nuestras aventuras entre las piedras de la Torre del Rey».
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