Recuerdos de Oropesa (XXVII)

Cuando le conté a unos amigos que vivían en Oropesa del Mar que iba a estar allí trabajando y residiendo recuerdo que lo primero que me dijeron fue que desde que me instalara allí no bajaría a la playa ni atado. Una afirmación a la que no di el más mínimo crédito en ese instante, porque a lo largo y ancho de todos los veranos que allí pasé fueron contados los días que no bajé a la playa armado con toallas, flotadores, melocotones y crema solar dispuesto a disfrutar de la costa de aquella localidad castellonense.

Julio de 1985

Sin embargo, reconozco que aquella pareja de amigos tenía razón: durante los dos años que estuve viviendo allí contemplé mil veces la vista del mar desde el paseo, fotografiaba todos los atardeceres bonitos que veía con el Mediterráneo al fondo, me gustaba quitarme los zapatos y pasear descalzo por la orilla cuando no había nadie más allí… pero ni se me pasaba por la cabeza ponerme el bañador y bajar a darme un chapuzón como había hecho durante todos los veranos de mi vida en aquellas aguas.

Día de playa

Sólo cuando mi novia venía una temporada a verme bajábamos a la playa a disfrutar de esa arena y ese mar que no tenemos en Madrid. Y el caso es que cuando estábamos allí tumbados siempre decía lo mismo: «Parezco tonto; tengo la playa cruzando la calle y no bajo nunca con lo a gusto que se está» pero cuando ella se marchaba, esa idea no se me volvía a pasar por la cabeza ni de casualidad.

Creo que la soledad que allí se respiraba hacía que los que vivíamos en Oropesa tuviéramos una visión romántica e idealizada de la playa. Me gusta pensar que todos la contemplábamos con cariño en invierno cuando no era más que un compendio de arena y agua sin hamacas, patines ni sombrillas.

Verano azulUna forma de ver aquello es la fotografía que tenéis aquí arriba y que resume perfectamente esa visión de la playa como un lugar idílico y tranquilo en el que sentirse parte del paisaje que nada tiene que ver con las masificaciones estivales que, con puntualidad inglesa, acababan llegando.

Recuerdos de Oropesa (XXIII)

Sí que es verdad que a veces en Madrid hay atardeceres en tonos pastel bien bonitos, pero poco tienen que hacer frente al embrujo que el mar ejerce sobre el cielo cuando los últimos rayos del sol inciden sobre la costa.

Pastel

Esta fotografía la hice en enero de 2013; en esas épocas del año en la que no hay absolutamente nadie en Oropesa del Mar. Estaba dando un paseo por los alrededores de mi casa y llevaba en la mano mi ya veterana Olympus E-PL1 cuando los colores del cielo captaron mi atención y traté de inmortalizarlos a través del objetivo.

Apreciaba mucho esos meses de soledad porque por mi trabajo durante el verano y Semana Santa no tenía tiempo ni de respirar. Sin embargo, a lo largo del invierno es cuando hacía mis mejores fotografías y aprovechaba para visitar pueblos de las cercanías a los que siempre trataba de encontrar su encanto particular.

Sé de gente que no soportaría vivir en una urbanización de quinientos apartamentos que durante seis meses se encuentra casi totalmente desierta, pero sin embargo yo aquello lo llevaba muy bien. Al fin y al cabo, habiendo conocido desde pequeño esta pequeña localidad castellonense siempre llena de gente durante los meses estivales, disfrutar a cualquier hora del silencio sólo roto por el suave rumor del mar era para mí un auténtico lujo.

La fotografía que os muestro al inicio de este artículo no es un prodigio de la técnica (de hecho está subexpuesta, el horizonte me quedó ligeramente torcido, apenas se aprecia la textura de las rocas…) pero me trae recuerdos de aquellos paseos en soledad durante los que no me cruzaba absolutamente con nadie. La sensación de estar en un «pueblo fantasma» donde a las cinco de la tarde la poca gente que había por allí se refugiaba en sus casas hasta el día siguiente era algo que me parecía fascinante acostumbrado al ritmo de Madrid y por eso hice tantas veces este tipo de fotografías durante los inviernos que estuve allí.

¿Queréis otro ejemplo de esa sensación que os quería transmitir hoy en estos párrafos? Pues aquí lo tenéis:

Soledad

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XVII)

Durante mis dos años de estancia en Oropesa del mar hubo dos tipos de fines de semana: aquellos en los que venía de visita a Madrid y los que pasaba allí. Y puesto que en aquella localidad en invierno la cosa está muy tranquila, solía aprovechar para acercarme a algún pueblo de la provincia con idea de comprar el pan, tomar un café, dar un paseo por sus calles y, sobre todo, hacer unas fotos.

Uno de esos pueblos es L’alcora; lugar relativamente cercano a la ciudad de Castellón de la Plana y cuya vista desde las alturas podéis apreciar en la siguiente fotografía:

L'Alcora desde las alturas (I)

Más que en el primer plano (reconozcámoslo, exceptuando ese campanario el resto de edificios no dicen gran cosa) lo llamativo de esta imagen está en ese horizonte brumoso por el que parecen asomar pequeños montes y donde allá en la lejanía se intuye el mar.

Normalmente la gente suele asociar Castellón con playas de fina arena; pero si os adentráis un poco en el interior de la provincia vais a descubrir que es muy raro encontrar grandes planicies, estando todo salpicado de relieves que hacen las delicias de excursionistas y deportistas por igual.

Para captar esta imagen recuerdo que me tocó patear bastante por un sendero que subía a un monte desde el que me pareció que podía tener una buena visión del pueblo (ya sabéis cómo me gusta ver las ciudades desde las alturas). Llegué cansado arriba, pero no me equivoqué y, sentado sobre una roca, me dediqué a jugar con la cámara hasta obtener la fotografía que quería.

Recuerdos de Oropesa (XVI)

Benicassim tiene más vida en invierno que Oropesa del Mar; y estando a apenas ocho kilómetros de distancia es lógico que algunas veces me diera una vuelta por allí o me llevara la cámara para hacer unas fotos. La soledad de Oropesa tiene su encanto; pero es verdad que a veces a uno le gusta ver algo más de gente, y para ello hay que acercarse a esta pintoresca localidad o incluso a Castellón de la Plana, capital de la provincia.

La foto que tenéis a continuación la hice tras un par de días de lluvias muy intensas, y de ahí que la arena de la playa esté tan horadada, pues al fluir el agua hacia el mar toma caminos preferenciales y acaba excavando en la playa auténticos ríos.

Gemelas

Precisamente gracias al agua acumulada es por lo que se me ocurrió esta fotografía; ya que me daba la oportunidad de retratar no sólo una puesta de sol en los dos tercios superiores de la fotografía sino también de poner el reflejo de esas dos palmeras en el tercio inferior restante.

Estamos nuevamente ante un ejemplo de «la regla de los tercios», que aunque tremendamente sencilla también es muy eficaz a la hora componer nuestras fotografías.

En otro orden de cosas, en la línea del horizonte podéis ver el puerto de Castellón con sus múltiples grúas y un poco más a la izquierda uno de los habituales petroleros que se acercan por las refinería que hay allí a descargar empleando para ello unas tuberías submarinas (esto se hace para evitar que el barco se tenga que acercar demasiado al puerto).

En cuanto al cielo, aquella tarde era una de esas que tanto me gustan en las que las nubes parecen algodón de azúcar por su textura y el sol, mientras se oculta en la lejanía, lo pinta todo en colores pastel.

Recuerdos de Oropesa (XV)

La que hoy os presento es otra de esas fotografías de Oropesa del Mar que recuerdo con cariño, pues representa uno de esos paisajes costeros que tanto me gusta retratar; sólo que en esta ocasión no fue ni al amanecer ni al anochecer, sino a primera hora de la tarde.

Color

Era el 1 de diciembre y recuerdo que la claridad reinante aquella tarde era espectacular gracias al viento que hacía. Una ocasión perfecta para abordar la fotografía de paisaje, pues los colores y la nitidez de la escena ganan muchos enteros con respecto al típico día en calma en el cual la humedad del mar «emborrona» el aire.

Además de esto, la marea estaba ligeramente baja, lo que dejaba al descubierto ese degradado en las rocas que tanto me gusta. Del mismo modo, el punto que elegí para disparar permitía seguir con la mirada un tramo de la conocida Vía Verde que une las localidades de Oropesa y Benicassim así como el irregular perfil de la playa de la Renegá.

El encuadre lo tenía claro porque en una misma imagen metía vegetación, mar y paseo; pero a la imagen le faltaba algo que en agosto no me hubiera costado nada encontrar: gente. Por tanto, esperé unos minutos y entonces apareció ese grupo disgregado de cinco personas que caminaban a paso tranquilo en dirección a la torre de la Cordada. De hecho, pese a que estaba bastante lejos de ellos, me llegan levemente los sonidos de sus conversaciones cruzadas.

Justo cuanto el grupo pasó por el punto que quería sólo tuve que contener la respiración un instante y acariciar suavemente el disparador de la cámara tratando de buscar la máxima nitidez posible para eternizar así una minúscula fracción de tiempo.

Recuerdos de Oropesa (XIV)

Siempre me gustó la saga SimCity. Tuve la primera versión de este afamado videojuego en Spectrum y desde entonces he ido jugando a todos los que Maxis ha ido sacando al mercado (aunque he de reconocer que mi favorito sigue siendo SimCity 2000).

Pero no es de videojuegos de lo que vamos hablar hoy; sino de fotografías tomadas en los alrededores de Oropesa del Mar como he venido haciendo durante las últimas semanas. Lo que ocurre es que si no fuera por mi afición a la saga SimCity posiblemente no se me hubiera ocurrido tomar la imagen que tenéis a continuación.

Benicassim y Grao de Castellón desde el desierto de las palmas

Veo algo casi mágico en contemplar las ciudades desde las alturas; y sospecho que la perspectiva isométrica de SC2K y las versiones que vinieron después tienen algo que ver en ello. De hecho, no será esta la última fotografía de este estilo que veréis por aquí; os lo aseguro.

Esta imagen está captada desde las montañas que hay detrás de la N-340 y la AP-7 a su paso por Benicassim. Para acceder a este lugar hay que subir una carretera de montaña serpenteante muy conocida por los ciclistas y aunque hay curvas en las que hay que ir con mucha precaución por la poca visibilidad que existe os aseguro que el resultado bien vale el paseo.

Lo que tenemos a nuestros pies es el conocido «desierto de las palmas»: parque natural que se expande por toda esta zona y donde abundan monasterios, ermitas, capillas y demás lugares de índole religiosa. Además de esto, el lugar sorprende por la cantidad de vegetación mediterránea existente y por su escarpado relieve.

Pero vamos a lo que nos interesa de verdad (al menos a mí) y es que si os fijáis, desde este lugar gozamos de una perspectiva fantástica tanto de Benicassim como de la propia ciudad de Castellón de la Plana. A modo de curiosidad os pediría que os fijarais en que ambas localidades están físicamente unidas, siendo muy difícil diferenciar donde termina una y comienza la otra.

En realidad la parte de edificios altos que aparece en la fotografía todavía pertenece a Benicassim; mientras que a continuación ya comienzan las viviendas unifamiliares dispersas que dan inicio al Grao de Castelló, que es el distrito más septentrional de la ciudad de Castellón.

Una cosa muy habitual en las ciudades costeras de la Comunidad Valenciana (bueno, en general de todas las ciudades costeras) es que su disposición es alargada por el sencillo motivo de que todo el mundo quiere estar lo más pegado posible al mar. Si no lo veis claro, os invito a que recorráis el paseo que traza la franja de costa que se aprecia en la fotografía que ilustra este artículo, ya que las veces que yo lo he hecho se me ha hecho prácticamente interminable.

Fue un rato de muchas curvas y subidas pronunciadas; pero cuando estuve allí arriba y pude ver los tejados de todos los edificios que alcanzaba mi vista supe que había merecido la pena la excursión.

Recuerdos de Oropesa (XIII)

Recuerdo bien cómo hice la fotografía que ilustra esta entrada: una mañana de sábado del mes de enero me había despertado cuando todavía era de noche y puesto que soy incapaz de «vaguear» en la cama más de cinco minutos enseguida puse los pies en el suelo, desayuné y me pegué una ducha.

Mirando por la ventana observé que el día estaba extremadamente despejado. Soplaba viento y las estrellas se veían en el cielo con una claridad muy particular, de modo que sin pensarlo demasiado cogí la cámara y subí al mirador del monte Bobalar para ver si desde allí podía hacer una buena foto de Oropesa.

Cuando llegué allí los primeros rayos del sol estaban asomando ya por el horizonte dando a la escena una iluminación preciosa. Pero no fue la visión de Oropesa lo que me llamó la atención, sino unas «manchas» que se veían a contraluz en la lejanía del mar rompiendo lo que debería de ser una recta perfecta.

Usando el teleobjetivo a su máxima focal enseguida pude distinguir un pequeño saliente puntiagudo a la izquierda de la imagen que no era otra cosa sino el faro de la isla principal del archipiélago de las Columbretes.

Islas Columbretes (III)

Lo más curioso de aquello es que de pequeño había intentado varias veces ver esas islas subiendo a este mismo lugar con prismáticos en días despejados pero no tuve éxito. El día que hice esta foto entendí por qué nunca había conseguido divisarlas de aquella manera; y es que gracias a que en esas fechas (en las que, por cierto, nunca antes había estado en Oropesa) el sol sale justo por detrás del archipiélago, el contraluz creado consigue hacerlas destacar entre la bruma que siempre existe en el mar.

Si el sol hubiera subido un poco más en el firmamento o bien iluminara a las islas por un lateral seguramente no las hubiera distinguido; pero en este caso estuve en el lugar indicado y en el momento preciso llevándome de recuerdo una foto inesperada.

Recuerdos de Oropesa (XII)

Hay algo en las cercanías de Oropesa que se echa de menos aquí: carreteras secundarias desiertas que parecen no conducir a ninguna parte pero que juntas conforman una densa red que puede llevarnos a casi cualquier rincón de la provincia.

Destino

Coger el coche y conducir sin rumbo aparente entre campos de almendros y naranjos para acabar apareciendo en algún pueblo remoto es algo incomparable que le hace sentir a uno como un auténtico aventurero.

Otro día os mostraré alguna imagen captada en esas excursiones a las que me refiero; pero de lo que hoy quería hablar es de aquella tonta sensación de libertad. Sensación que también se puede conseguir en la comunidad de Madrid; aunque aquí hay que hacer muchos kilómetros hasta conseguir alejarse de la civilización.

Y es que esa sensación de surcar a ritmo tranquilo carreteras estrechas y sin pintar (y a veces incluso sin asfaltar) mientras nos movemos entre el Mediterráneo y las montañas es algo que no olvidaré porque, aunque desde pequeño pasé todos mis veranos en Oropesa del Mar, nunca me había dado por recorrer el interior de Castellón en busca de lugares desconocidos.

Como siempre os digo, estas pequeñas aventuras de cada día son las que más me gusta compartir con vosotros; así que espero que disfrutéis tanto de las entradas ya publicadas como de las que están por llegar en próximas fechas.

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XI)

Hay un término en fotografía que se aplica a aquellas imágenes captadas al emplear una exposición larga en el periodo de tiempo durante el que a simple vista parece que ya es de noche pero en realidad todavía queda bastante luz en el cielo. Esto se denomina blue hour y viendo la siguiente fotografía entenderéis perfectamente el por qué de ese nombre.

Blue hour

Cuando disparé esta fotografía eran casi las ocho de la tarde de un 12 de enero, por lo que la oscuridad era casi total. De hecho, recuerdo que donde estaba situado (un monte cercano al mirador de Torre Colomera) apenas podía ver mi mano si estiraba el brazo, lo que os dará una idea de la luz ambiental que había disponible.

Sin embargo, al plantar la cámara sobre el trípode y dejar abierto el diafragma durante medio minuto a f/11 y con ISO 200, en la pantalla de la cámara apareció esa infinidad de puntos luminosos y un cielo con un precioso degradado de azul oscuro a naranja salpicado de pequeñas nubes. Milagros de la capacidad de recolectar fotones del sensor de la cámara.

Para situaros un poco , comentar que lo que tenéis en primer término son diversos chalets de la urbanización Torre Bellver (perteneciente al término municipal de Oropesa del Mar) y que más al fondo se puede distinguir perfectamente la amplia bahía que comienza en Benicassim y muere en las inmediaciones del puerto de Castellón.

¿Por qué no empleé una apertura mayor para así captar más luz? Pues porque entonces la profundidad de campo se vería reducida y todas esas luces del fondo serían apenas un borrón. Digamos que lo que tenéis aquí es una aplicación de la distancia hiperfocal sólo que en horario nocturno; de modo que se imponen diafragmas bastante cerrados para maximizar los elementos que permanecen enfocados en la composición.

«Efectivamente, es la hora azul», pensé, y con la satisfacción de haber conseguido la fotografía que había previsualizado en mi cabeza días atrás marche hacia casa a cenar.

Recuerdos de Oropesa (X)

A los que hayáis estado en la playa de La Concha de Oropesa del Mar entre los meses de junio y septiembre se os hará extraña la siguiente visión de la misma; pues seguramente echaréis en falta sombrillas, hamacas, camas elásticas, chiringuitos diversos y, sobre todo, oleadas de gente.

Paseo por la playa al atardecer

Durante el invierno esta playa se convierte casi en un rincón salvaje en el que apenas parece haber influido la mano del hombre. Y os aseguro que es un verdadero placer darse un paseo por la orilla del mar sin que nada interrumpa la visión de la arena y el mar; algo que sólo los que hemos pasado allí algún invierno hemos podido experimentar.

Afinando un poco más, también os llamará la atención ver cómo durante el invierno el sol se oculta prácticamente tras el puerto deportivo mientras que en los meses de verano el astro rey desciende tras la montaña que se empieza a adivinar en la parte derecha de la imagen al ser el arco que describe en el firmamento mucho más amplio.

Sutiles cambios en los que uno no se para a pensar si sólo conoce la faceta veraniega de este rincón del mediterráneo; y es que aunque pasar las vacaciones estivales en la costa es un placer, vivir allí durante el invierno también tiene su encanto.

Recuerdos de Oropesa (VII)

En las tierras de Levante hay una obsesión casi ancestral por el fuego. Ya sea en las fallas, en la noche de San Juan o en las fiestas de cualquiera de sus pueblos, las gentes de la Comunidad Valenciana practican esa curiosa tradición que siempre da lugar a imágenes muy pintorescas.

Cremá Oropesa 2011

Recuerdo la fotografía que hay sobre estas líneas porque la tomé a finales de junio de 2011; concretamente en la cremá de un ninot que se hizo en la plaza principal de Oropesa del mar. Era una noche templada y seca como corresponde a esas épocas del año y éramos muchos los curiosos que nos habíamos acercado hasta allí para ver arder una gran figura de madera y cartón.

El inicio fue tranquilo: el ninot comenzó a arder por su parte inferior y poco a poco las llamas fueron intensificándose al tiempo que los bomberos no permitían que el fuego llegara a descontrolarse. Sin embargo, dado que la materia prima de la que estaba hecho aquello ardía con rapidez, pronto las pavesas empezaron a volar cayendo directamente sobre los allí presentes.

No es que se dieran escenas de pánico ni mucho menos; pero sí que es verdad que algunos de nosotros no nos sentíamos muy tranquilos bajo aquella lluvia de cenizas incandescentes; especialmente si pensábamos en la cantidad de tejidos sintéticos que se emplean hoy en día a la hora de vestir.

Sea como sea, la cremá apenas duró unos minutos y una vez que la figura había quedado recudida a rescoldos se dio por terminado aquello y nos encaminamos hacia nuestras respectivas casas.

Además de estas cremás, también se dieron en Oropesa otros acontecimientos relacionados con el fuego como un espectáculo pirotécnico también muy típico en las tierras valencianas llamado «correfuegos» (correfoc en valenciano) y al que pertenece la siguiente imagen:

Correfuegos en Oropesa del Mar (Julio 2012)

En este tipo de eventos, un grupo de personas pertrechados con todo tipo de artículos pirotécnicos se mezcla entre el público presente para dar lugar a una mezcla de carreras, luces, ruido y olor a pólvora. No es que sea yo muy amigo de que me duchen con chispas; pero reconozco que en estas situaciones me gusta estar en un segundo plano con mi cámara (en este caso equipada con un 50mm f/1.8) para captar todos esos puntos luminosos que tanto contrastan con la negrura de la noche.

¡Hasta la próxima entrada!

Recuerdos de Oropesa (VI)

La que hoy os muestro es una de las fotografías más representativas de mi estancia en Oropesa del mar, puesto que combina paisaje costero y soledad.

SoledadEra una mañana de abril y caminaba por la zona de acantilados que une las dos playas principales de la localidad. Un mar relativamente tranquilo y ese denso manto de nubes que presagiaba lluvia dominaban la escena desde mis pies hasta el horizonte. Nada que no hubiera visto ya en otras ocasiones; pero justo cuando iba a tomar otro camino para volver a casa apareció en la playa un hombre portando una silla plegable y un libro.

Gracias a él la escena cambió radicalmente y pasó a ser un ejemplo perfecto de la soledad y la tranquilidad que se respira en ese lugar cuando no está en su apogeo la época estival. Ya sólo tuve que elegir la focal adecuada (podría haber llenado el encuadre con el empedernido lector usando para ello un teleobjetivo, pero quería darle protagonismo al escenario) y pulsar el disparador sin demasiado miedo al rango dinámico dado que la iluminación era bastante homogénea.

Como os dije en la entrada anterior, hubo momentos duros durante el tiempo que viví en este rincón del Mediterráneo; pero era el precio a pagar por experimentar sensaciones como la que esta fotografía pretende expresar.

Recuerdos de Oropesa (V)

Por mucho microclima que sus montañas puedan propiciar, Oropesa del mar no es una excepción a un fenómeno que las provincias mediterráneas conocen muy bien: la gota fría. Y es que si sólo habéis ido por allí durante los meses de verano os sorprenderá encontraros con una imagen como esta tomada en una tarde de noviembre:

Lluvias en Oropesa del Mar (21/11/2011)

Recuerdo que aquel día estuvo lloviendo intensamente desde primera hora de la mañana y cuando al salir de trabajar me dirigí al supermercado a hacer la compra como de costumbre, me encontré con un panorama absolutamente caótico: la carretera se había convertido en un auténtico río y no estaba yo por la labor de jugarme el tipo vadeándolo, de modo que me tocó dar la vuelta y tras un gran rodeo entré a Oropesa por un paso elevado.

Ese puente que veis en la imagen es un transitado acceso a Marina D’or que durante los meses estivales cientos de personas atraviesan cada día. Seguramente pocos veraneantes se habrán imaginado que en ocasiones es necesario cerrarlo al tráfico (de hecho así estuvo durante varios días en esta ocasión) porque debido a la fuerza de la corriente algún vehículo podría verse implicado en un grave accidente; pero los que hemos pasado allí algún invierno sabemos de primera mano que cuando en Oropesa llueve con ganas hay que andarse con mucho ojo.

El río Chinchilla es un cauce fluvial que durante la mayor parte del año no lleva ni una gota de agua. Sin embargo, cuando llueve copiosamente en el interior de la provincia hasta el punto de elevarse el nivel de los acuíferos de la zona de Cabanes, en cuestión de minutos el agua empieza a correr por él buscando el camino hacia el mar sin que nada ni nadie pueda detenerlo hasta que el nivel freático desciende y todo vuelve a su equilibrio natural.

Lluvias en Oropesa del Mar (22/11/2011)

Como ya os he contado en varias ocasiones, el vivir durante todo el año en un lugar típicamente «de veraneo» hace que uno se encuentre con situaciones que no se dan durante julio y agosto. Hay cosas muy agradables y apetecibles como dar un paseo por la playa en soledad o disfrutar de un atardecer en completo silencio; pero también hay malos ratos como los que os describo con estas imágenes.

Al fin y al cabo, la gracia de esta serie de entradas que estoy redactando últimamente es daros a conocer esas situaciones en parte por mi afición por la fotografía y en parte por las ganas que siempre tengo de compartir esas pequeñas cosas de cada día con vosotros.

¡Hasta la próxima parrafada!  😉

Recuerdos de Oropesa (IV)

Como ya os he dicho en más de una ocasión, la casi absoluta soledad que me encontré en Oropesa del mar fuera de la temporada de verano es lo que más me cautivó de aquel lugar. Sé que hay gente que aborrecería tal cosa; pero la sensación de dar un paseo por sus calles vacías era algo que nunca dejó de sorprenderme durante el tiempo que viví allí y, por ello, fue un motivo muy habitual en mis fotografías.

Cantos rodados

Esta imagen en concreto está tomada en la playa de Amplaries, situada en la zona de Marina D’or, y en ella podéis apreciar cuán diferente es esa zona tan turística cuando reina el mes de mayo.

Apenas un par de paseantes caminan sobre unas piedras que en realidad siempre han estado ahí; ya que año tras año lo que se hace poco antes del pistoletazo de salida de la temporada estival es cubrir todo esto con arena extraída de la cala Retor. En el horizonte, una plataforma anclada al fondo del mar coloca algún tipo de estructura que la mayoría de nosotros nunca conocerá.

Cuando llega septiembre y comienzan las lluvias torrenciales esa arena que os decía es arrastrada de nuevo al mar y por enésima vez vuelven a quedar al descubierto los cantos rodados que conforman el litoral costero desde el final de la playa de Morro de Gos hasta prácticamente llegar a tierras catalanas.

Es la imparable fuerza de la naturaleza, de la cual os volveré a hablar en la próxima entrada.

El pasado de Oropesa en postales (VIII)

Con la de hoy, y coincidiendo precisamente con el final de año, quería poner un punto y seguido a estas entradas que nos muestran el aspecto de Oropesa del mar tiempo atrás con ayuda de postales que he encontrado por mi casa. Y digo punto y seguido porque aunque la idea ha sido un éxito tanto para vosotros como lectores como para mí mismo a la hora de escribirlas, por el momento me he quedado sin más material gráfico que mostraros, de modo que ahora comienza una búsqueda por mi parte en la que espero recopilar más postales para poder compartirlas en un futuro por aquí.

Como no podía ser de otro modo, vamos a echar un vistazo a dos imágenes de la zona de la playa de La concha, pues ya sabéis que este ha sido durante toda mi vida el lugar donde he pasado mis vacaciones de verano.

Avenida de Columbretes. 1995

Avenida de Columbretes. 1995

En la primera de las postales podemos ver la avenida de Columbretes desde un punto de vista elevado. En ella aparece en primer plano el hotel Neptuno a la derecha y la plaza de París a la izquierda (ya con su actual configuración). Podemos ver que en la acera ya desde entonces (y mucho antes) aparcaban los autocares que traían a los turistas a esta zona de Oropesa y que en aquellos años lo de la «zona azul» todavía ni se les pasaba por la cabeza a los concejales del ayuntamiento. La tienda pintada de color blanco en los bajos del edificio de de fachada marrón claro era una de aquellas novedosas tiendas de veinte duros y actualmente un negocio de alquiler de bicicletas que ha surgido a raíz de la popularidad de la vía verde.

La urbanización Oromar aparece completamente terminada y detrás de ella se ve con claridad el supermercado del camping Torepaquita donde mis padres hacían la compra todas las tardes por aquella época. Hoy en día ese supermercado ha desaparecido y en su lugar hay una urbanización de doce pisos con piscina en la azotea.

Comentar también que discurriendo en paralelo a la propia avenida podéis ver un canal de aguas pluviales que hoy en día está tapado con una rejilla metálica. Actualmente no se concibe que una estructura de este tipo esté expuesta a que pueda caer en su interior cualquier persona que camine despistada por la calle (aunque recuerdo que estaba delimitado por una pequeña barandilla metálica) pero en aquellos años la seguridad no era un concepto tan tenido en cuenta como lo es ahora en cualquier infraestructura pública o privada.

Sea como sea os diré que ese canal de aguas pluviales se construyó para evitar las inundaciones de la avenida de columbretes en época de lluvias torrenciales (la famosa «gota fría» del mes de septiembre) porque cada vez que ocurría se inundaban locales comerciales, trasteros y garajes. El canal no evitó esto por completo porque cuando llueve mucho y el agua se pone a nivel no hay canal que la encauce; pero al menos hizo que el desastre no ocurriera con la frecuencia de antaño porque para que se salga de ahí tiene que caer mucha agua en muy poco tiempo.

En cualquier caso, yo, que trabajo en el mundo de las aguas, se muy bien que cuando el agua busca su camino no hay canal ni dique que la pare porque de un modo u otro acaba fluyendo por su cauce natural; y precisamente la avenida de Columbretes es la continuación de una rambla que baja desde la montaña y que actualmente podéis ver entre el pueblo y los campos de los que os hablaba en la entrada anterior. Del mismo modo, el río Chinchilla es un río aparentemente seco que recoge el agua que cae por las montañas que hay detrás de Oropesa y cuando allí hay tormentas fuertes su cauce puede crecer espectacularmente en cuestión de minutos.

Vamos a ver ahora la segunda imagen, que corresponde también a la playa de La concha y en la que podemos ver una vista muy parecida a la que se puede observar hoy desde lo alto del hotel Neptuno (que es desde donde parece estar hecha esta postal).

Plaza de París y playa de la concha. 1995

Plaza de París y playa de la concha. 1995

Como podéis ver, pese a estar en 1995 el paseo todavía tenía las piedras blancas y las losas rojizas de los años 80. No tardarían mucho en levantarlo por completo durante un invierno y sustituir esas piedras por un muro completo de color marrón así como cambiar el suelo por las baldosas blancas y azules que podemos ver hoy en día; pero básicamente su apariencia era la misma que tenía a finales de los 70.

En zonas más alejadas podemos ver que el puerto deportivo también estaba ya terminado y por la montaña empezaban a surgir ya multitud de chalets; si bien todavía se edificarían muchos más durante los diez años siguientes.

A modo de curiosidad, encima de la montaña que hay sobre el puerto deportivo, en la misma zona que fue afectada hace unos años por un voraz incendio forestal, existe hoy en día un radar de movimientos migratorios de aves y que podéis ver si os detenéis en el conocido mirador de El balcó.

Por lo demás, podemos apreciar que en la playa ya están presentes los famosos patines de colores, que las papeleras seguían siendo todas azules, que las sombrillas de alquiler estaban todas dispuestas a acoger a multitud de turistas y que las palmeras del paseo ya iban tomando altura.

Un litoral el que se ve en esta última imagen más parecido ya a lo que nos encontraremos hoy en día si pasáis por Oropesa del mar; y es que gracias a las postales que tenía por mi casa vosotros habéis podido ver cómo era esta localidad hace unos cuantos años y yo he disfrutado recordando lugares y anécdotas de cuando no era más que un niño.

Como os decía al principio de este artículo, a partir de ahora trataré de buscar más material gráfico con el que seguir con esta serie de entradas que tanto he disfrutado; de modo que espero sorprenderos dentro de algún tiempo con más vistas de la Oropesa que conocí siendo apenas un niño o que incluso ni siquiera llegué a conocer.

¡Un saludo y gracias por leerme!