Shenmue

Descubrí Shenmue sentado en el mismo sofá donde hoy escribo estas líneas aporreando el teclado de mi portátil. Fue hace ya unos cuantos veranos; cuando traje mi recién comprada Dreamcast para aprovechar los tiempos muertos de un mes en el que no había gran cosa que hacer por aquí.

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No vine con muchos juegos porque apenas tuve tiempo (ni dinero) para comprar tres títulos en las escasas dos semanas que hubo entre la adquisición de la máquina y el viaje a la playa; pero recuerdo bien que mi ocio digital durante aquel verano se repartió entre Metropolis Street Racer, Quake 3 Arena y Shenmue (su primera parte; pues no conseguí la segunda hasta un par de años después). En Alcalá ya había probado durante algunas horas los dos primeros títulos, pero decidí reservar la aventura de Ryo Hazuki íntegramente para ocupar mis horas de asueto en el apartamento.

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Sin embargo, pese a que desde entonces considero que Shenmue es una auténtica obra maestra de los videojuegos, mi primera toma de contacto con él fue un completo desastre: me puse a jugar después de comer y ante el pausadísimo ritmo de las primeras horas de juego… ¡me quedé dormido con el mando en las manos!

Shenmue no es un juego en el que nada más presionar el botón de START estemos ya metidos de lleno en la acción; sino que sus inicios consisten en unas secuencias cinemáticas que nos van metiendo en la piel del protagonista de la gran historia que narra el título y que transcurre en el Japón de los años 80. Algo más de treinta minutos durante los cuales apenas tocaremos el mando de la consola y tras los que nos esperan varias horas consistentes en dar vueltas y más vueltas por la casa y la ciudad con objeto de ir familiarizándonos con todo lo que nos rodea y las posibilidades que tenemos (que no son pocas).

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Una vez superada esta etapa inicial, Shenmue comenzará a mostrarnos todo su potencial: poco a poco nos veremos envueltos en una trama llena de bandas callejeras, amores a medio gas, venganza, mafias, revelaciones del pasado, reliquias mágicas… Todo ello aderezado con unos inmensos escenarios recreados empleando ciertas zonas de la ciudad de Yokosuka y decenas de personajes con los que podremos interactuar y dialogar. Tampoco faltarán combates de acción, pruebas de habilidad, meteorología cambiante, la existencia de ciclos solares que nos obligarán a terminar nuestras tareas dentro de unos horarios estipulados…

Y hablando de tareas, en este juego el dinero no nos caerá del cielo, así que si queremos juntar algunos ahorros tendremos que buscar un trabajo y cumplir nuestro cometido con responsabilidad. Un dinero que luego podremos gastar en máquinas recreativas, capsule toys, bebidas, tiendas, pagar el billete del autobús y algunas cosas más. Algo que da al titulo una humanidad y una cercanía con el jugador que no he vuelto a sentir más que en la segunda parte de este mismo juego (donde todo se llevó un poco más allá todavía).

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Reconozco que nunca me he alegrado más de darle una segunda oportunidad a un videojuego: Si tras aquella frustrada primera vez el título hubiera acabado enterrado en el fondo de un cajón me hubiera perdido un montón de horas de disfrute. Por suerte, un par de días después decidí recomenzar el juego pensando que si tanta fama tenía sería por algo y, esta vez más espabilado, comprendí que a Shenmue no se puede jugar desde la perspectiva de un espectador; sino metiéndose en la piel de Ryo Hazuki; un chico que ansía vengar la muerte de su padre y que no se detendrá ante nada para lograr su propósito. Shenmue es un título que te hace sentir las cosas que le suceden a su protagonista provocándote gracias a ello tristeza, temor o alegría según se va desarrollando el guión; y eso es algo de lo que muy pocos títulos pueden presumir.

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Shenmue fue un magno proyecto del equipo AM2 de SEGA con Yu Suzuki a la cabeza y que tenía más aire de cine que de videojuego (de hecho se contrataron a diferentes actores de doblaje para que cada personaje que aparecía en el juego tuviera una voz diferente); y aunque el listón parecía difícil de superar, la aparición de su continuación consiguió lo que parecía imposible: crear un título todavía más rico en detalles, más grande, más largo y más intenso. Disfruté con Shenmue II tanto como con su antecesor (de hecho, considero a las dos partes como un mismo videojuego; imposibles de separar) pero, si os parece, lo trataremos de una forma similar a éste en una futura entrada.

El título del que hoy hablamos costó la friolera de 70 millones de dólares, convirtiéndose en el juego más caro de la historia hasta el momento. Un coste que reportó unas pérdidas tremendas a SEGA debido a la escasa cantidad de consolas Dreamcast que se vendieron; y es que para haber cubierto los gastos de producción tendrían que haberse vendido dos Shenmues por cada máquina distribuida en el mundo.

Pero aun entendiendo que Shenmue representa un gran agujero en el bolsillo de SEGA, no puedo dejar pasar la ocasión de decir en voz alta que la compañía japonesa nos dejó colgados de mala manera a todos los que vivimos con intensidad las aventuras de Ryo, pues la historia se queda abruptamente cortada al final de la segunda parte y jamás se ha anunciado el desarrollo de la tercera. Rumores y más rumores; pero jamás ha habido nada tangible por parte de la empresa responsable de la saga.

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En parte es lógico, pues Shenmue (y sobre todo Shenmue II) fueron títulos que costaron muchos millones de dólares y sus ventas tampoco es que fueran como para tirar cohetes, por lo que la compañía decidió no seguir perdiendo dinero y canceló la futura tercera parte. Ojalá algún día la veamos en algún formato, pero a día de hoy las posibilidades de que aparezca un hipotético Shenmue III son bastante remotas porque las nuevas hornadas de jugadores seguramente lo vean como algo “fuera de lugar” y, desgraciadamente, los jugones de la vieja escuela no somos tantos como para que nos hagan caso.

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¡Buena suerte en tu aventura, Ryo!

NOTA: todas las fotografías que ilustran este artículo son propiedad de www.shenmuedojo.net; un lugar más que recomendable para ponerse al día sobre esta auténtica obra de arte digital.