Nos estamos haciendo mayores

Me llama poderosamente la atención que en los últimos meses unos cuantos «jugones de la vieja escuela» nos hemos posicionado de forma bastante parecida frente al mundo del videojuego. Digo esto porque en un breve lapso de tiempo yo he dejado el equipo de ultimONivel (y desde entonces apenas he tocado videoconsola alguna), Manu se plantea una renovación temática en su blog, Rafa reconoce que hay cosas más prioritarias en su vida, mi hermano (jugón desde que dejó el biberón) también ha dejado muy de lado esa forma de ocio para dedicarse a otras cosas…

Jugando con el Spectrum en Enero de 1988 ante la atenta mirada de mi hermano

Jugando con el Spectrum en Enero de 1988 ante la atenta mirada de mi hermano. ¡Han pasado 21 años!

Es curioso comprobar que mientras miles de personas jóvenes y no tan jóvenes descubren cada día una manera divertida de pasar el tiempo con las últimas consolas disponibles en el mercado; muchos de los que comenzamos a saber lo que eran bits, sprites, vectores, scrolls y variables con el mítico Spectrum en la década de los 80 estamos empezando a sentirnos un poco cansados de esto. No sé si es que el mundillo del videojuego se está profesionalizando demasiado (cada vez mueve más dinero y por lo tanto hay muchos intereses en sobre la mesa) o es que estamos saturados de un mercado en el que cada vez hay menos sitio para la sorpresa y la originalidad. El caso es que sea lo que sea, algo está cambiando en la mentalidad de una generación de personas que rondamos la treintena y compartimos aficiones.

Manu y Rafa son dos personas a las que admiro y sigo diariamente desde hace bastante tiempo gracias a sus blogs; y por lo tanto supongo que por esta situación que hoy os comento estarán pasando también muchas otras personas completamente anónimas para mí. Me cuesta mucho creer que seamos sólo cuatro casos aislados de hastío videojuguil, por lo que me temo que algo se ha perdido en el camino de esta evolución que han sufrido los videojuegos en los últimos años y que los está convirtiendo cada vez más en un producto de usar y tirar.

En mi caso particular este desencanto se ha presentado en dos fases muy bien definidas: por un lado hace ya años que empecé a aburrirme de los juegos al uso. Eso de disparar a todo lo que se mueva o conducir más rápido que los demás empezó a cansarme de sobremanera al llevar desde Julio de 1987 haciendo lo mismo. Empecé a valorar los videojuegos que ofrecían una experiencia diferente y original sin preocuparse de gráficos de última generación, sonidos multicanal o cifras de ventas. Así llegaron a mis manos los Wario Ware, Castlevania, Hot Pixel, Electroplankton, Elite Beat Agents, Shenmue, Hotel Dusk, Animal Crossing, Phoenix Wright, Densha De Go, Echochrome, REZ… y tantos otros títulos que he disfrutado como un enano y que siempre he tratado de dar a conocer por todos los medios posibles.

Sin embargo, ya ni siquiera esos títulos tan especiales me hacen disfrutar como antes. Desde el pasado verano me he dado cuenta de que necesitaba hacer otras cosas que me permitieran expresarme de modos diferentes, disfrutar de lo que me rodea y estar más en contacto con el mundo. Siento que en mi tiempo libre el cuerpo me pide viajar, conocer gentes y lugares, fotografiar todo aquello que me llame la atención, descubrir la buena música que todavía no he escuchado y escribir sobre todas esas cosas. Ya no soy capaz de imaginarme sentado delante de la televisión con un mando entre las manos hasta las tantas de la madrugada como hacía años atrás; pero sí que me puedo ver cogiendo el coche y perdiéndome por algún pueblo desconocido en busca de paisajes pintorescos que me regalen por un rato esa indescriptible sensación de libertad que tanto me gusta.

La verdad es que a estas alturas ya no me preocupa lo más mínimo si la próxima consola portátil de Nintendo tendrá detección de movimiento o si apenas aparecen juegos para la PSP en la actualidad; de hecho ignoro por completo la fecha de lanzamiento de la NDSi en Europa pese a que en Wikipedia estará puesta desde hace semanas. No creo que vuelva a comprar un videojuego porque me he dado cuenta de que hay un mundo hay fuera que merece ser descubierto; y es mucho más interesante que cualquier otro que pueda programar nadie. De hecho, desde el mes de Agosto sólo he usado la DS en dos ocasiones: para pasarme el último Phoenix Wright (terminado de mala gana; pero no porque sea malo, sino porque me aburría de estar tantas horas con la consola en la mano) y para mostraros el Trackmanía en ese vídeo que publiqué por aquí hace unos días. El resto de juegos y consolas sencillamente están criando polvo en las estanterías.

Reconozco que he crecido con los los videojuegos y que estos han sido una parte importante en mi vida; pero cada día me doy más cuenta de que nuestro divorcio es total y ya nada volverá a ser como antes. Hace tiempo que no me siento identificado con ellos y veo que hay cosas con las que me siento mucho más realizado. No me cabe la menor duda de que Sony, Nintendo y Microsoft seguirán amasando fortunas gracias a sus ventas millonarias, pero mucho tendrían que cambiar las cosas para que en el futuro vuelvan a ver un euro sacado de mi bolsillo. Es una época que, sencillamente, ya pasó para mí.

La agonía de Mario

Siempre he pensado que todas las cosas, con el paso del tiempo, son como el vino: o bien van mejorando con los años o se convierten en vinagre, pero todo evoluciona para bien o para mal.

Hoy voy a enfocar esta teoría tan simple en algo tan mundano como un conocido personaje de Nintendo ataviado con una gorra roja, mono de trabajo, bigote y barriga prominente. Sí, efectivamente me refiero a Mario; alguien explotado hasta la saciedad por la compañía japonesa y que empieza a pedir ya una jubilación a gritos por puro agotamiento.

Puede que hoy en día el sprite original de Mario en Super Mario Bros. os parezca una chapuza porque no son más que un puñado de pixels en tres o cuatro colores, pero aquella simpleza de líneas (apenas un par de posiciones para correr y una imagen fija a la hora de saltar) le daba un aire inconfundible a aquel personaje que acababa de hacer aparición en la consola Nintendo Entertainment System (más conocida como NES).

Mario apareció por primera vez en el videojuego Donkey Kong (con el nombre de Jumpman) en multitud de plataformas, pero no tomó su nombre oficial hasta la aparición del mítico Mario Bros, donde junto a su hermano Luigi cabeceaban tuberías y eliminaban a patadas a tortugas, moscas y todo bicho viviente que se cruzara en su camino.

En NES aparecieron tres títulos más de Mario en los que se mantuvo prácticamente intacto su aspecto original. Las 2D era la única opción en aquella época y así lo reflejaba el aspecto de Mario. Con el tiempo su sprite tuvo más colores, algún cambio de tonalidad y algún detalle más añadido, pero básicamente seguía siendo el Mario original.

Junto a la consola SNES apareció Super Mario World, que traía gráficos de más definición pero que seguían siendo en 2D, por lo que Mario seguía pareciendo el Mario de los primeros juegos de la saga. Tenía más habilidades, más animaciones, más detalles… pero en lo esencial seguía siendo nuestro entrañable Mario.

El cambio (a peor según mi manera de ver) vino en Super Mario 64, que sin ser un juego ni mucho menos malo hizo que pudieramos observar a Mario desde cualquier ángulo posible y mostrarnos su lado más «irritante», pues fue entonces cuando nos dimos cuenta de lo sumamente ridículo que puede llegar a ser el bigotudo fontanero cuando va dando volteretas por los escenarios mientras va gritando tonterías a los cuatro vientos como «that’s me, Mario!», «Oki, doki» o cosas por el estilo.

Bueno, Super Mario 64 tenía un pase porque era un juego innovador en el que el mundo se nos presentaba en tres dimensiones ante nuestros ojos y eso daba una libertad total, pero como digo, el hecho de ver a Mario en 3D fue una especie de trauma para muchos de nosotros que veíamos en él a un personaje carismático dentro del mundo del videojuego.

El gran problema de Mario es el agotamiento al que está sometido, porque aparte de que ha aparecido en multitud de juegos tanto de la saga Super Mario como de tipo «spin-off», los dos juegos posteriores a Super Mario 64 no son sino remakes de éste: Super Mario Sunshine es un Super Mario 64 con una manguera a la espalda para echar agua, y Super Mario Galaxy, aunque no tiene mala pinta, va a ser más de lo mismo, sólo que cambiando los escenarios planos por pequeños planetas al estilo de «El Principito» (y os lo dice alguien que probó el juego hace un par de meses).

En definitiva, Mario es un personaje que empieza a oler a quemado y aunque en Nintendo han intentado actualizarlo con una imagen más actual lo único que han conseguido es alargar la agonía de alguien que ha perdido muchísimo carisma en los videojuegos. Ya no estamos ante el mismo Mario que nos enganchaba horas y horas en Super Mario Bros, pues los tiempos han cambiado pese a que el reloj de Nintendo vaya más despacio que los del resto de los mortales.

Señores de Nintendo: planteense un cambio radical, piensen en dar un vuelco a Mario y a la saga Super Mario en general, porque aunque los juegos que van saliendo del veterano fontanero plantean algunas ideas divertidas exprimen una idea demasiado gastada ya y muchos jugadores estamos empezando a cansarnos de hacer siempre lo mismo.