Rincones: Granada

Granada era el punto final de nuestro viaje por el sur. Allí íbamos a pasar dos noches y a continuación volveríamos a Oropesa para descansar un poco del frenético ritmo de visitas a los diversos lugares por los que habíamos pasado desde que nos encontramos en Cuenca.

Granada

Como de costumbre, nos alojamos en un apartamento situado en pleno centro de la ciudad; a escasos metros de la catedral y a apenas un cuarto de hora caminando de La alhambra. Gracias a ello pudimos dejar el coche en un parking y despreocuparnos por completo del transporte, pues podíamos llegar a cualquier lugar a pie perfectamente.

Granada

Nada más llegar nos fuimos a pasear, pero ese día no llevaba la cámara encima (mi espalda se empezaba a resentir de estar todos los días cargando con la correspondiente mochila) y no hay imágenes. Fuimos por la zona del ayuntamiento y como se nos hizo un poco tarde cumplimos con la rigurosa tradición de ir «de tapas»; de modo que pidiendo cada uno un refresco y una caña acabamos con el buche bien lleno.

Al día siguiente nos esperaba la excursión por excelencia en Granada: La alhambra y sus jardines. Un conjunto arquitectónico de origen musulmán situado en lo alto de una colina y desde el que se divisa una panorámica espectacular de la ciudad y sus alrededores.

Granada

Granada

Granada

Granada

Granada

Granada

Contemplar con mis propios ojos arcos y ventanas que había visto representados una y mil veces en los libros de historia del instituto y, sobre todo, estar en el patio de los leones; con estos recién restaurados después de haber estado unos cuantos años escondidos al público fue algo muy especial y que a los dos nos gustó especialmente. Y es que, de hecho, La alhambra es un lugar que tanto mi novia como yo teníamos muchas ganas de visitar, por lo que las expectativas eran bastante altas.

Granada

Granada

Granada

Granada

Granada

Granada

Granada

Lo único «malo» es que por la época del año en la que nos encontramos, si bien los jardines tenían colorido y están muy cuidados, se echaban en falta algo más de vegetación (flores principalmente). Eso sí, estoy seguro de que cuando en primavera florezcan todas las especies que hay allí, la explosión de color será impresionante; de modo que tenemos claro que en un futuro tenemos que volver por allí durante meses más soleados e incluso animarnos a hacer una visita nocturna, pues el conjunto iluminado por focos tiene que ser todo un espectáculo.

Granada

Granada

Granada

Aparte de lo que es La alhambra, reconozco que me hizo también especial ilusión caminar con mi chica por el paseo de los tristes, el barrio del Albaicín y tantos otros lugares conocidos de la ciudad y que en más de una ocasión han aparecido en canciones de grupos musicales a los que sigo desde hace tiempo.

Después de aquello ya sólo nos quedaba hacer una vez más las maletas y poner rumbo hacia Oropesa del mar. Un trayecto de 620 Km que no se me hizo especialmente largo gracias a que paramos unas cuantas veces por el camino para comer algo y estirar las piernas.

Por supuesto, una vez en casa no pararon de aflorar los recuerdos de unas vacaciones que empezaron con la idea de visitar Cuenca un fin de semana y que al final nos llevó a hacer un inolvidable tour por la mitad sur del país. Y, por supuesto, ya hemos acordado que en el futuro tenemos que hacer algo similar pero por la mitad norte; que también los dos tenemos ganas de perdernos por sus bosques y sus ciudades.

Espero que os hayan gustado las imágenes del viaje; aunque los mejores recuerdos los llevo grabados dentro de mi cabeza y esos no hay manera de subirlos a Flickr.

Itinerario completo: Oropesa del mar – Cuenca – Mérida – Sevilla – Granada – Oropesa del mar

05

Rincones: Sevilla

Ir a Sevilla no fue parte del plan inicial, pero nos quedaba de camino hacia nuestro siguiente destino y decidimos hacer noche allí para conocer una ciudad que a los dos nos encantó.

Sevilla

Nada más dejar las maletas en una casa preciosa en pleno barrio de Santa Cruz (mi novia se ha destapado como una experta en buscar alojamientos) nos encaminamos hacia la plaza de la catedral para ver las luces y el ambiente de una ciudad que por las callejuelas de esa zona destila olor a jazmín y no paran de escucharse a los pájaros piar.

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Reconozco que Sevilla me gustó muchísimo. Pese a ser un día entre semana del mes de febrero había gente en las terrazas, tranvías circulando, gente haciendo fotos… Vida en definitiva; de modo que decidimos acercarnos hasta el famoso puente de Triana para ver su reflejo iluminado en el tranquilo Guadalquivir. Un paseo que mereció mucho la pena.

Sevilla

Al día siguiente, ya con las luces del día, nos fuimos caminando hasta la imponente plaza de España, pero pasando también por la universidad y dando una vuelta por el parque de Maria Luisa, donde también se encuentra la plaza de América y su museo de tradiciones populares.

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Sevilla

Lamentablemente no podíamos irnos demasiado tarde porque todavía teníamos casi tres horas de carretera hasta llegar a nuestro último destino; pero los dos guardamos muy buenos recuerdos de las horas que pasamos en Sevilla.

Itinerario hasta el momento: Oropesa del mar – Cuenca – Mérida – Sevilla

03

Rincones: Cuenca

Mi novia y yo necesitábamos unas vacaciones: ella había estado de exámenes y yo había tenido una época de trabajo tan intensa que me encontraba mentalmente agotado, de modo que a finales de febrero me cogí unos días libres y empezamos a planear algo.

Siempre habíamos hablado de pasar un fin de semana en Cuenca: está a mitad de camino entre Castellón y Madrid y tiene sitios muy curiosos para ver, de modo que aunque ese fue nuestro primer destino, no sería el único, pues poco a poco el viaje se fue haciendo cada vez más extenso; si bien eso lo iremos desarrollando en las entradas posteriores.

Cuenca

Cuenca

Cuenca me sorprendió por su tamaño, pues pensé que por su número de habitantes (aprox. 55000) sería más pequeña de lo que en realidad es. Es una ciudad tranquila, rodeada de bonitos paisajes y con una serie de tesoros en su interior que la hacen ideal para perderse en ella sin prisas y curiosear por sus rincones.

Cuenca

Lo primero que visitamos fueron las casas colgadas, ya que además de que es el lugar típico de Cuenca por excelencia, quería experimentar por mí mismo la sensación de vértigo al cruzar el desproporcionadamente estrecho puente que da acceso a esa zona de la ciudad.

Cuenca

Efectivamente, una vez cruzado, uno se da cuenta de que con la altura que tiene el puente da una sensación de fragilidad que si viera a un grupo de excursionistas cruzándolo esperaría a que llegaran al otro extremo antes de atreverme a pasar por él. Sin embargo, la pregunta que vino a mi cabeza una vez que estuve a los pies de las famosas casas colgantes fue: «¿a quién se le habrá ocurrido construirse ahí su casa?». Por supuesto, no os quiero ni contar lo que debe de ser asomarse a esos balcones y observar cómo sólo unas maderas separan tus pies del más profundo de los abismos.

Cuenca

De Cuenca nos gustó también mucho la colorida plaza donde está situada la catedral, los curiosos relieves del paisaje o el pequeño río que recorre gran parte de su casco urbano y que da un aire especial al paseo que discurre junto a su orilla.

Cuenca

Cuenca

Cuenca

Cuenca

Cuenca

No quisiera dejar de mencionar un detalle que a mí se me escapó pero que a mi novia llamó la atención nada más verlo: en una montaña al otro lado del río alguien ha dibujado unos enormes ojos verdes que parecen vigilar a la ciudad como si de un ninja se tratara. Ignoro si es algo artístico, una frikada o cualquier otra cosa; pero la sensación que transmiten es, cuanto menos, extraña.

Cuenca

La ciudad encantada

Ignorante de mí, pensaba que la ciudad encantada de Cuenca estaba pegada al núcleo urbano, pero no es así y para llegar allí hay que recorrer unos 30 Km en coche a través de unas carreteras que yo particularmente disfruté mucho.

De hecho, a mitad del camino tenemos lo que se conoce como «el ventano del diablo» que consiste en una especie de balcón natural sobre la garganta por la que discurre el río Júcar. Al igual que el puente de las casas colgantes no es muy apto para gente con vértigo, pero si te asomas a él divisarás un paisaje espectacular.

Cuenca

Una vez en la ciudad encantada llama la atención el frío que hace (había incluso algunas zonas nevadas) y lo curioso del paisaje, pues se trata de rocas muy desgastadas que, echándole un poco de imaginación, tienen diversas formas asociadas con cosas de lo más cotidiano (una tortuga, un rostro humano, una foca…).

La ciudad encantada se ve dando un paseo de aproximadamente una hora y es recomendable llevar calzado de montaña porque algunas zonas pueden resultar bastante resbaladizas si el terreno está húmedo.

Cuenca

Y con esto terminó nuestra estancia en Cuenca, encaminándonos al día siguiente hasta nuestro próximo destino.

Itinerario hasta el momento: Oropesa del mar – Cuenca

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De vuelta al blog

Aunque me imagino que más de uno habrá pensado que me habría despeñado por algún barranco con mi cámara, en realidad la razón de esta prolongada ausencia ha sido una época de trabajo muy intensa y unas merecidas vacaciones de las que os hablaré en breve.

El reino de las sombras

De todos modos, reconozco estar en medio de una especie de «crisis creativa», ya que de un tiempo a esta parte, el escaso tiempo libre del que dispongo prefiero invertirlo en otras cosas que no tengan que ver con la fotografía, pues Oropesa del mar lo tengo ya muy visto y hay días en los que me voy a dar un paseo con la cámara y vuelvo a casa sin haber disparado una sola fotografía.

De hecho, en los últimos meses he empezado a desarrollar una cierta afición por la creación musical, de modo que además de algúnos «cacharros» de Korg también me he hecho con una guitarra eléctrica y un Roland Micro Cube para hacer mis pinitos. Por el momento soy un absoluto principiante, pero la sensación de improvisar un compás que suene medianamente bien es muy similar a la de conseguir una buena fotografía, así que espero seguir mejorando con la práctica.

Almendros

Aun así, me gustaría aclarar que no es que haya dejado de lado la fotografía ni mucho menos porque de hecho durante estos días de vacaciones he captado imágenes bastante decentes; pero veo que me he encasillado un poco en estas tierras y ahora mismo, si quiero volver a encontrar la inspiración, necesito visitar nuevos rincones.

Pero bueno, al margen de todo esto, lo que quería esencialmente en esta entrada es disculparme por esta larga ausencia y anunciaros que en las siguientes cuatro entradas voy a compartir con vosotros un montón de imágenes captadas durante algo que empezó siendo apenas una excursión y terminó convertido en un auténtico tour por media España.

Luz

¡Gracias por seguir ahí!

Cambios supersónicos

Aunque no hace mucho os hablaba de cambios que transcurren muy lentamente hoy me voy a referir a cosas que llegan de un modo prácticamente supersónico; y es que lo de la afluencia de gente durante el verano en Oropesa del Mar es sencillamente alucinante.

Cierto es que antes yo era uno más de los turistas que abarrotan los rincones de esta localidad estos días; pero ahora que vivo aquí permanentemente me doy más cuenta que nunca del subidón que se produce el 15 de Julio. De buenas a primeras, un día bajas después de cenar a dar una vuelta y te das cuenta de que las terrazas de los bares están hasta arriba de gente y que hasta para caminar por el paseo marítimo hay que ir abriéndose paso entre la multitud.

Pero si queréis una muestra visual de esto que os digo, aquí tenéis un par de fotografías de la playa de Morro de Gos entre las que tan sólo hay seis días de diferencia:

Morro de gos

Fotografía tomada el día 10 de Julio a las 18:05

Segunda quincena de Julio

Fotografía tomada el 16 de Julio a las 18:50

Como podéis ver la afluencia de gente en apenas una semana ha sido brutal; y eso es algo que se nota no sólo a la hora de bajar a la playa, sino también de comprar el pan o aparcar en el pueblo después del trabajo para hacer unas fotos.

Más o menos este será el panorama diario de aquí a un mes; pero del mismo modo que ha llegado toda esta gente, a partir de la última semana de Agosto volverá la tranquilidad y el silencio que reina en estas tierras cuando no estamos en temporada alta.

Mini-vacaciones en Oropesa del Mar

Acabo de regresar de unas mini-vacaciones de cinco días en Oropesa del Mar en compañía de mi novia durante los cuales hemos disfrutado de un tiempo espectacular y una tranquilidad a la que no estamos acostumbrados por aquí.

De todos modos, no por ser un sitio de sobra conocido para mí iba a dejar de llevar mi cámara, así que os ofrezco a continuación unas cuantas imágenes captadas durante estos días esperando que os gusten.

Flor de mar

Panorámica desde el balcó

Beach-volley

Balcones

Atardecer en la playa de la concha

Echar el ancla

Stairway to nowhere

El regreso de los pinos

Flowers

Estadísticas: Junio de 2010

El mes de Junio pasó volando; y aunque hubo un cierto descenso en cuanto al número de visitas, esto es comprensible en parte porque estamos en épocas del año que propician que la gente pase su tiempo libre en la calle y también porque no he escrito demasiado en las últimas dos o tres semanas. De hecho, durante la semana de vacaciones que he pasado en la playa pensé que iba a redactar unos cuantos artículos y al final han sido bastantes menos de lo esperado.

En cualquier caso, las cifras de visitas se sitúan en los niveles de Abril, lo cual está más que bien y me demuestra que todavía no os habéis aburrido de mí  😛

En total, durante el mes de Junio ha habido 38861 visitas al blog, lo que representa un decremento del 8,6% con respecto al mes anterior. Del mismo modo, el promedio diario durante este periodo de tiempo se sitúa en 1278 visitas, siendo el máximo mensual el correspondiente al día 15 con 1529 y el mínimo al 19 con 974.

Como ya sabéis, más allá de las cifras y los promedios, lo que a mí me importa es la cercanía con todos vosotros y el ver que cada día sois más los que pasáis por aquí de forma regular ya sea porque me visitáis con frecuencia o porque estáis suscritos por RSS. Como siempre, mi agradecimiento por vuestra atención y vuestro tiempo.

Pasado, presente y futuro

Breves pero intensas. Así han sido mis pequeñas vacaciones de este verano que ahora me tengo que conformar con recordar desde Alcalá.

La verdad es que esta última semana se me ha pasado a toda velocidad, pero si echo la vista atrás me doy cuenta de que no he parado ni media hora porque al ir a la playa durante unos pocos días el cambio de mentalidad con respecto a pasar allí un mes entero es bastante radical.

He caminado muchos kilómetros mañanas, tardes y noches (mis todavía doloridos pies pueden dar fe de ello), he llevado mi cámara por todos los rincones que he podido, he bajado a la playa todas las mañanas, nunca me he levantado más tarde de las 8:00, me he encontrado con personas a las que hacía mucho tiempo que no veía, he descubierto discos fantásticos… En definitiva, ha sido una semana muy provechosa en la que también he podido pensar mucho en mi propio futuro y darme cuenta de lo afortunado que soy en muchos aspectos.

Obviamente tengo guardados en mi memoria mil recuerdos y pensamientos muy recientes que darán para unas cuantas entradas que iré escribiendo de aquí a unas semanas; pero también hay un centenar de fotografías de las que ya os he mostrado algunas de ellas por aquí. Sin embargo, la única que hoy quería enseñaros es la que resume a la perfección estos días porque en ella se combinan soledad, nostalgia y un pequeño guiño al futuro:

Verano azul

Ninguna de las 99 fotografías restantes es capaz de expresar mejor lo que he sentido durante los últimos siete días. Una imagen que tenía en mi cabeza prácticamente desde que puse el pie en Oropesa del Mar el pasado Sabado 19 de Junio; pero que no encontré hasta anteayer de pura casualidad mientras daba un largo paseo a pleno sol después de comer.

En los próximos días os mostraré muchas imágenes que ilustrarán diversos artículos, pero ya os adelanto que ninguna de ellas me llena tanto como la de esta bicicleta varada en la playa de La Concha.

Rincones, rincones, rincones…

Los que me conocéis de hace tiempo ya sabéis lo especial que es para mí esta localidad castellonense en la que he pasado todos los veranos de mi vida y alguna que otra semana santa. Sus rincones y sus vistas al mar suponen una tentación que no soy capaz de dejar de fotografiar, así que ahí van algunos lugares que estos días me han resultado especialmente pintorescos.

Digamos que es mi pequeño homenaje gráfico al lugar que me ha servido de escenario para mil y una aventuras y al que puede que dentro de poco tenga ocasión de devolverle con creces todo lo que me ha dado en estos años.

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Algodón

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El lienzo de arena

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Estos días estoy descubriendo que la arena de la playa es un lienzo en el que el viento, las huellas y la acción del ser humano esbozan un cuadro en constante cambio pero siempre hermoso a la vista.

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Fotografías que reflejan paz y sosiego

Desde que he llegado a Oropesa del Mar noto que fotográficamente estoy bastante inspirado y mis imágenes reflejan la paz interior que siento. Y es que os aseguro que mirar a una playa y alcanzar con la vista apenas a tres o cuatro personas dispersas es toda una experiencia que me está permitiendo captar una serie de imágenes serenas y muy representativas de mi estado de ánimo.

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El haber podido desconectar completamente del trabajo y del día a día en la ciudad ha hecho que esté en un perpetuo estado de relajación que se nota en todo lo que hago: camino más despacio, apenas miro el reloj, me fijo todavía más en los pequeños detalles que me voy encontrando cada día… De hecho duermo tan bien por las noches que me levanto a las siete y media de la mañana fresco como una lechuga aunque me acueste tarde. Y claro, al madrugar tanto los días cunden una barbaridad.

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Adoro dar un paseo a las ocho de la mañana por la playa para redescubrirla desierta a esas horas. Me encanta ver cómo se van apagando los últimos rayos de sol a la hora de cenar… Estos días se me están pasando a toda velocidad, pero me están sentando de maravilla.

Por cierto, tengo un montón de fotografías hechas; pero sólo he podido subir a Flickr poco más de quince de las cuales os ofrezco una breve selección junto a estas líneas. Si ocurre un milagro con mi conexión a Internet os iré ofreciendo algunas más; pero de momento mis intentos están siendo infructuosos. En el peor de los casos subiré todas las restantes al regresar a Alcalá.

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Por cierto, al pasarme el día dando vueltas por la playa en apenas tres días me he puesto «como un conguito». Si el tiempo no cambia de aquí al fin de semana y sigo pasando las horas dando vueltas bajo el sol, al llegar a Alcalá no me va a reconocer ni mi hermano  😀

Fotos veraniegas y pensamientos breves

Cuando me pongo a recordar las imágenes que capté durante las vacaciones del año pasado me doy cuenta de que mis habilidades con la cámara han mejorado bastante en los últimos meses. Y lo mejor del tema es que es algo natural y de lo que ni tan siquiera me he dado cuenta.

Cielos y palmeras

Por eso, cuando alguien me pregunta qué hay que hacer para tratar de conseguir buenas fotos, yo siempre recomiendo lo mismo: practicar, practicar y practicar. Tener una base teórica está muy bien porque nos ayudará a saber «por dónde tirar»; pero uno aprende qué fotos pueden quedar bien y cuáles es mejor ni siquiera intentar a base de hacer unos cuantos cientos de ellas.

Y ahora algunas ideas rápidas que no darían para una entrada pero sí que me gustaría comentarlas por encima:

– Mi cámara ha llegado a los 20000 disparos en aproximadamente año y medio de vida. Puede parecer mucho o puede parecer poco, pero estoy contento porque siento que cada vez que he apretado el disparador he disfrutado como un enano.

– El pan de leña que venden en el supermercado de la urbanización es delicioso. Estoy por llevarme cuatrocientas barras a Alcalá y congelarlas… Eso sí, cada barra cuesta la friolera de 85 céntimos.

Colores

– Cada verano me sienta peor el «salto» del ADSL a los 56 Kb… ¡Subir una miserable fotografía a Flickr es algo desesperante!

– Pasear a las nueve de la mañana o a las once de la noche por el paseo de la playa en completa soledad (cero personas a la vista) es algo que no conocía. Lo habitual en Julio y Agosto es que a esas horas haya que ir abriéndose paso entre la multitud.

– La temperatura es fantástica: por el día se puede ir en manga corta, aunque por la noche es recomendable coger una chaqueta fina. Lo mejor viene a la hora de dormir, porque yo que siempre paso aquí fatal las noches por culpa del calor me encuentro con que ahora duermo de un tirón y me levanto de la cama de un salto.

Cerrado

– He podido comprobar en persona que el mítico pub Roxanne ha cerrado y en su lugar han abierto un «Music club». Bajo el nombre del mismo pone que es de la gente del anterior local, pero por la decoración me temo que es algo más que un cambio de nombre… Una pena, de verdad, porque para mí era visita obligada cada vez que me pasaba por aquí.

– El agua del mar está congeladísima. Esta mañana me di un «chapuzón express» y casi me da algo (sólo a mí se me ocurre meterme de golpe después de llevar un rato caminando). Eso sí, cuando sales tiritando del agua y nada más sentarte en la toalla sientes cómo te calientan los rayos del sol te invade una sensación de placer indescriptible.

– He descubierto un discazo titulado «A ver quién llega antes al fin» de los Mañana. Si os gustan el estilo de los andaluces Lori Meyers adoraréis este álbum, os lo aseguro.

Tarde de sol

– En Alcalá siempre voy a toda velocidad a cualquier lado, pero aquí me encuentro con que he rebajado mi cadencia de paso y no tengo prisa por nada. Creo que aunque sólo fuera por eso ya estaría justificada esta semana que estoy pasando, porque de verdad que considero imprescindible de vez en cuando «bajar un poco las revoluciones» para no acabar más quemado que el cenicero de un bingo.

– Echo de menos mi ordenador de sobremesa con su monitor Full HD para usar Lightroom a pleno rendimiento. En mi veterano Toshiba comprado en 2004 funciona correctamente y puedo hacer todo lo que hago en el sobremesa, pero tardo cuatro veces más. De todos modos, me gusta poder meter mano a los RAW pocos minutos después de captar las imágenes.

– ¡El 16-85 VR es la bomba! Gracias a él estoy logrando multitud de imágenes bastante llamativas (o al menos eso creo) por su angular de 16mm y el contraste que da en casi todas las situaciones (podéis comprobarlo en las imágenes que acompañan a estas líneas). Lo que ocurre es que de momento no os voy a poder mostrar muchas de ellas porque Flickr me está dando muchos problemas a la hora de subirlas, así que me temo que las voy a tener que ir guardando en una carpeta para cargarlas todas de golpe al llegar a Alcalá. De hecho, las cinco que podéis ver ilustrando esta entrada son las únicas que he podido subir hasta el momento después de varios intentos a diferentes horas del día y de la noche.

Pinceladas

Bueno, y hasta aquí esta entrada vacacional. Mañana aprovecharé para responder a los comentarios pendientes (no dejo pasar la ocasión para agradecer vuestro siempre fiel seguimiento) y también para llevar a cabo algún que otro «experimento fotográfico» que se me ha ocurrido en estos dos últimos días.

¡Ya os contaré!  😉

Semana de vacaciones

Puesto que mi día a día en la depuradora de Alcalá es bastante ajetreado he decidido coger una semana de vacaciones y venir a Oropesa del Mar para disfrutar de unos días en soledad; de modo que también aprovecharé para retratar algunos de sus rincones y mostrároslos por aquí (si mi actual cutre-conexión a Internet de 56 Kb/seg lo consiente, claro  :-S ).

Puede que a algunos de vosotros este plan os resulte un poco aburrido; pero por un lado el cuerpo y la mente me pedían a gritos estar totalmente a mi bola durante unos días para recargar energías y por otra parte me viene muy bien estar una temporada sólo para ir acostumbrándome a algo que podría ser mi día a día a medio plazo. De todos modos, puesto que esto último que os digo tiene que ver con mi futuro laboral y es algo que todavía no está completamente definido, prefiero no decir nada públicamente hasta que tenga algo en firme sobre la mesa.

Pareja de mandos

Por cierto, comentar que nunca había estado por aquí durante el mes de Junio y estoy encantado porque la temperatura es fresca y apenas hay nadie todavía; de modo que se está mil veces mejor que en Agosto con todo lleno de gente por todos lados y un calor sofocante. Ahora mismo es la una menos cuarto de la madrugada, hay 22 grados en el salón y de fondo tengo puesto un disco de Bob Dylan. No sé vosotros, pero yo estoy en la gloria…

Fotografías que reflejan estados de ánimo

Aunque ya os adelanté el otro día que tenía la sensación de haber dejado atrás una época un poco «oscura», he de reconocer que estos días de vacaciones me han sentado estupendamente y me reafirman en esa idea. La semana anterior fue bastante aciaga por una serie de acontecimientos tanto en lo personal como en lo profesional que dejaron mi ánimo un poco tocado; pero tras estos días de buen tiempo en los que la cabeza me pedía que me dedicara tiempo a mí mismo, me siento de nuevo con las pilas cargadas (y hasta parece que vuelvo a tener fe en la especie humana  ^__^ ).

Que la salud de una compañera de trabajo de un vuelco de la noche a la mañana te afecta, que te encuentres por la vida con gente capaz de hacer las cosas con una premeditación nunca vista también te afecta… pero estos días de sol y fotos han sido mano de santo, en serio. Buena prueba de ello son las imágenes que hoy me gustaría compartir con vosotros.

Los colores de la primavera

Curvas de metal

La torre de la magistral

Perfiles cervantinos

A ver qué hizo el Madrid...

Verde y azul

Empiezan a florecer las terracitas

Red tower

La presa del río Henares detrás de la ciudad deportiva El Val

Sucesión oxidada

Detalles

Además, en estos días de relax he aprovechado también para esbozar un par de artículos técnicos sobre fotografía (aparte del que trata sobre el derecheo del histograma) que creo pueden tener una buena acogida entre vosotros; así que poco a poco iré «puliéndolos» para publicarlos lo antes posible.

Por lo demás, pido perdón a todo aquel que esperaba algo de mí estos días: no he mirado el correo ni los comentarios del blog porque quería desconectar de todo brevemente y acabo de ver que tengo algunas cosas pendientes. A lo largo de la tarde de hoy iré poniéndome al día; pero espero que entendáis que mi desaparición temporal obedecía a la necesidad de ver las cosas con un poco de perspectiva. Algo que me ha venido realmente bien.

¡Un saludo y gracias por estar ahí!

Un viaje a la infancia

Necesitaba volver por unos días a mis orígenes y así recuperar viejas sensaciones. Por eso dejé atrás todo, por eso cargué nada más que tres o cuatro cosas básicas en el coche y escapé a toda prisa de la ciudad sin mirar lo que dejaba atrás.

Los viales

Durante todo el camino estuve recordando anécdotas de las vacaciones que pasé durante mi infancia en aquel pueblo costero a los pies de unas montañas de tierra rojiza. Fueron muchos kilómetros bajo el sol acompañado nada más que por los éxitos radiofónicos que escupía la emisora de turno, pero también vinieron a mi memoria multitud de pensamientos fugaces sobre aquellas noches llenas de estrellas y todos los sueños que quedaron pendientes de cumplir.

Después de tantos años me preguntaba qué aspecto tendrían mis amigos, cómo estarían aquellos senderos entre pinos por los que tanto nos gustaba perdernos, qué habría ocurrido en las vidas de cada uno de ellos… Dudas que me habían rondado la cabeza durante años y que por fin iban a tener respuesta.

¿Seguiría Rebeca tan guapa como en aquella foto que me dio al despedirnos? ¿Tendría Óscar tanto éxito con las chicas como entonces? ¿Estaría el césped junto a nuestras casas tan verde como lo recuerdo en la tarde de mi marcha definitiva?

Podría haber avisado de algún modo de mi inminente llegada, pero preferí no hacerlo; igual que cuando teníamos doce años. El ritual siempre era el mismo: ir casa por casa llamando al timbre para anunciar alegremente a mis amigos que un verano más estaba allí dispuesto a pasar días y noches inolvidables. Seguir cumpliendo con aquella tradición sería un modo de demostrar que el tiempo transcurrido no tenía por qué habernos cambiado lo más mínimo.

Repetitividad urbana

Ya habían sucedido demasiados cambios en mi vida; sobre todo desde que me había convertido en un treintañero cuya existencia era pura rutina. Necesitaba sentir que todavía quedaba un remanso de paz en el que el tiempo no hubiera avanzado en las últimas dos décadas, y estaba seguro que ese lugar no era otro que aquel del que provienen los mejores recuerdos de mi vida. Estaba tan cansado del ajetreo del día a día en la ciudad que busqué en aquel lugar que tantas veces había añorado un renacer que me permitiera ver las cosas de otro modo.

Era tres de agosto; plena época estival. La urbanización estaría llena de gente, pero no me sería complicado dar con Rebeca, Óscar y los demás. Recordaba perfectamente sus pisos 3º F y 5º B respectivamente. El de Manolo era el de al lado de Óscar, así que 5º C. El de Noelia el 2º C, pero del portal de al lado, que también era el de Rubén…

De repente, sin darme cuenta siquiera, apareció la señal que indicaba que debía abandonar la autovía en la próxima salida. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que el mar había hecho acto de presencia a mi derecha varios kilómetros antes anunciando la proximidad a mi destino. Estaba a pocos minutos de volver a ver a mis amigos de la infancia, de darles la sorpresa de su vida… y sólo pensar en aquello logró que los latidos de mi corazón se aceleraran considerablemente.

Salí de la autovía y el sol me golpeó de lleno en los ojos. Enfilé una carretera mal asfaltada por la que parecía ser el único en circular y, finalmente, llegué a la entrada del pueblo. Habían pasado veinte largos años desde la última vez que estuve allí, pero seguía tan reconocible como siempre: la entrada del parque, la pequeña gasolinera, la calle principal… sin embargo, por allí no había ni rastro de las casas bajas que recordaba. En su lugar, altos bloques de apartamentos azules y blancos dominaban el paisaje e impedían ver la costa desde aquel rincón.

Parking

-Cosas del progreso; el ladrillo, que por aquí se expandió más que por ningún otro lugar… -pensé. Sin embargo , a medida que me fui adentrando por las calles me fui dando cuenta de que había muchos otros cambios más sutiles pero también mucho más crueles con mis recuerdos.

Ya no había grandes portalones con canastos de fruta en los que las familias del pueblo vendían los productos de sus propias huertas. Recuerdo que en aquellos lugares se podían encontrar las sandías más jugosas, las manzanas con el sabor más intenso que he probado y los melocotones más deliciosos del mundo. Robustas puertas de garaje de las que asomaban insignias cromadas de coches alemanes habían sustituido a aquellas improvisadas tiendas que apenas tenían una mano de pintura y unas balanzas que hoy podrían estar perfectamente en un museo.

Empecé a sentir algo de miedo: miedo a que mis recuerdos estuvieran distorsionados, a que los ojos de aquel niño vieran aquí un paraíso que en realidad nunca existió. Puede que de pequeño se vean las cosas desde otro punto de vista; pero algo era seguro: mis amigos. Y si aquel lugar se había transformado tan profundamente, nada mejor que mi visita sorpresa para que se dieran cuenta de que algunas cosas nunca cambiarán por mucho tiempo que pase.

Me costó un poco orientarme porque algunas calles eran nuevas y otras estaban tan arregladas que parecían pertenecer a otro lugar. El camino de tierra que daba a la huerta de Antonio ahora era una calle llena de tiendas, y el camping que había junto a la urbanización se había convertido en un infinito bloque de viviendas cuya sombra se estiraba hasta casi la orilla del mar.

Camping semidesierto

En la entrada de la urbanización me encontré una barrera cerrada. Otro cambio más, porque en la década de los ochenta se podía entrar libremente y sin problemas de ningún tipo, así que decidí aparcar fuera y entrar caminando para no molestar al portero, pues por la hora supuse que estaría echando la siesta. Sin embargo, en el apartamento que hacía las veces de portería no había ningún cartel identificativo y por un momento dudé si en realidad seguiría cumpliendo aquella función.

Tras dar toda la vuelta a la finca me encontré con que sus puertas también estaban cerradas con llave, pero no podía quedarme allí plantado después de tantas horas de viaje. Me detuve junto a una de ellas (la más cercana a la zona donde los miembros de la pandilla teníamos nuestras casas) y esperé a que saliera algún vecino, cosa que sucedió en apenas un par de minutos durante los cuales me entretuve mirando el perfil de los edificios que había junto a los acantilados del final de la playa. Cuando era pequeño, sobre aquellos riscos no había más que algunos chalets dispersos, pero ahora era incapaz de encontrar un edificio de menos de catorce plantas.

-Bueno, al menos la urbanización parece que sigue igual que siempre. Han pintado las fachadas y ahora hay una valla exterior, pero eso parece todo -me dije mientras me acercaba al que fue mi portal durante algunos veranos.

Entresuelo

El viejo telefonillo de plástico había sido sustituido por uno metálico y brillante, pero para llevar la sorpresa hasta sus últimas consecuencias preferí no llamar y subir directamente a casa de Óscar aprovechando que la puerta estaba abierta (siendo esta la primera que me encontraba en tal estado). El portal poco tenía ya que ver con el que yo recordaba: las viejas puertas del ascensor estaban pintadas de un azul intenso y el suelo se encontraba tan limpio que me veía reflejado al mirar hacia abajo.

Quería plantarme en la puerta de la casa de Óscar lo más fresco posible, así que desestimé la idea de subir las escaleras y esperé a que el ascensor llegara al ver que estaba iluminada la flecha que indicaba que éste era su destino. Cuando hizo acto de presencia, a través del ventanuco de la puerta vi que bajaba alguien en él y por un momento me dio un vuelco el corazón pensando que podría ser el propio Óscar; pero en su lugar abrió la puerta una mujer cargada con una especie de capazo marrón y varias toallas de playa metidas en él. Saludé sin saber muy bien por qué (supongo que por las viejas costumbres, ya que en aquel bloque de viviendas nos conocíamos todos cuando pasaba en él mis veranos) y antes de dar tiempo siquiera a que me contestara me metí en el ascensor y pulsé la tecla del quinto piso.

Las plantas parecían tardar horas en pasar, sobre todo ahora que el ascensor tenía puertas interiores, y con un suave movimiento amortiguado (nada que ver con el salto que daba en cada parada aquel cacharro en el que tantas veces subí años atrás) las puertas se abrieron para mostrarme la inconfundible puerta de la casa de Óscar.

Estaba exactamente igual a como la recordaba: el tirador de la puerta, el marco, la misma mirilla, el mismo timbre… fue fantástico descubrir que algunas cosas no habían cambiado, así que no lo pensé dos veces y llamé alegremente como si no hubieran pasado aquellos veinte largos años. Escuché con atención y noté que alguien se aproximaba a la puerta al tiempo que de fondo se escuchaba el balbucear de un bebé de pocos meses. ¿Habría tenido un niño Óscar? ¿Se habría casado al final con Noelia como todos pronosticábamos? Alguien giró una llave en la cerradura y en ese momento me di cuenta de que dos décadas de espera llegaban a su fin.

A franjas

Me abrió la puerta un hombre alto, delgado, de unos cincuenta años y con algunas canas ya. Demasiado mayor para ser Óscar; demasiado joven para ser su padre. Me quedé sin saber qué decir, pero aquello no fue un problema porque enseguida me preguntó: -¿Qué desea?.

-Estoy buscando a un amigo de la infancia… Se llama Óscar y… hasta donde yo sé, esta es su casa -dije titubeando un poco. Aquel hombre se quedó pensativo y por su gesto pareció comenzar a atar algunos cabos. Me dijo que compraron el apartamento a una familia hace unos cinco años porque ya apenas iban por allí y no les compensaba mantener una casa que casi no pisaban. Le pregunté que si le sonaba de algo el apellido Domenech y me dijo que, efectivamente, esa era la familia que les vendió el piso.

Mientras me contaba aquello, miré disimuladamente sobre su hombro y distinguí a una chica joven sentada en el sofá del salón junto a una mujer mayor. Ambas miraban embelesadas a un niño que gateaba por un suelo lleno de juguetes. Era el mismo salón en el que había estado con Óscar viendo la televisión durante tardes enteras, pero aquel escenario había dejado de pertenecer a mi infancia para convertirse en un lugar extraño y desconocido.

Según me contó aquel hombre de voz profunda y amable, la familia de Óscar ya no iba por allí porque lo que en un principio les enamoró del pueblo se había perdido para siempre. Ya no era un lugar de descanso y desconexión; sino una pequeña gran urbe con sus atascos, sus colas en las tiendas y sus restaurantes con gente en la puerta esperando a que quedara alguna mesa libre… Ni rastro del pueblo de pescadores que algún día fue; se acabó el anonimato de un lugar que casi nadie conocía en la década de los ochenta.

Mi ánimo sufrió un duro revés ante aquella revelación, pero todavía me quedaba bastante gente por visitar, así que le di las gracias a aquel hombre y marché hacia el piso de Rebeca esperando tener algo más de suerte. Había pasado muy buenos momentos junto a aquella chica viva, alegre, despreocupada y con el pelo del color del trigo; así esperaba poder recordarlos durante un rato de charla inolvidable que me devolviera la ilusión del niño que un día fui.

Los rigores del verano

La entrada de su casa sí que era radicalmente diferente a la de mis recuerdos: habían reemplazado la puerta original por una blindada y las ventanas ahora tenían rejas. Llamé al timbre y nadie contestó pese a que escuchaba con claridad una televisión sonando a todo volumen en alguna habitación de la casa. Llamé una segunda vez por si acaso no me habían escuchado y a los pocos instantes me pareció percibir el sonido de la mirilla abriéndose con rapidez aunque nadie dijo una palabra. No quise probar a llamar una tercera vez; temí encontrarme con una historia parecida a la de la familia de Óscar y opté por marcharme para volver más tarde si mi búsqueda daba más y mejores frutos que hasta el momento.

Fui a ver a Noelia al bloque de al lado: aquella chica simpática, de ojos azules y miedosa de cualquier perro que siempre andaba tonteando con Óscar. Llegué hasta la puerta de su casa y vi que estaba en bastante mal estado: los rayos del sol la habían deteriorado bastante y nadie se había preocupado de darle una simple capa de barniz. Las ventanas estaban sucias y no había ningún felpudo bajo mis pies, por lo que supuse que la casa llevaría bastante tiempo vacía. De todos modos, ya que había llegado hasta allí no iba a darme la vuelta sin más, y resignado a mi mala suerte probé a llamar al timbre que, sin dar crédito a mis oídos, sonó alto y claro llegando incluso a sobresaltarme con su estridente sonido.

Los contraluces de la escalera

Me abrió la puerta un niño de unos siete años de pelo claro y sonrisa pícara. Me miró, no dijo nada, dio la vuelta y salió corriendo dejándome allí plantado con la puerta de la casa entreabierta. Escuché como llamaba a su madre y cuando ella contestó enseguida sentí una cierta familiaridad con aquella voz. Se asomó a la puerta de la cocina y descubrí aquellos ojos azules que tantas veces llamaron mi atención cuando apenas estaba empezando a experimentar sensaciones que años más tarde comencé a considerar amor.

No sabía quién era, no hacía falta que lo dijera porque su cara lo decía todo. Noelia siempre fue muy expresiva, y no había perdido aquella facultad. Esta vez fui yo quien tomo la palabra y simplemente dije: -¿Noelia?. Ante lo que ella contestó: -Sí, y tú eres…. -¡Jorge! -respondí. -Tal vez no te acuerdes de mí, pero… veraneaba aquí hace casi veinte años y siempre estábamos juntos tú, yo, Óscar, Rebeca, Rubén….

La expresión de su mirada cambió por completo a medida que iba hablando. Se secó las manos torpemente con un paño anaranjado y comenzó a acercarse a mí mientras decía: -¿Jorge? ¿El de Zaragoza? ¿El que siempre llegaba el último en las carreras de bicis?.

Sí, ese era yo: el eterno patoso que no sólo tenía la costumbre de llegar en última posición en todas las competiciones que organizábamos, sino también el que chocó contra Óscar una vez jugando al fútbol perdiendo ambos el conocimiento durante unos instantes. Ese era Jorge: el chico soñador que hablaba de cambiar el mundo por uno más justo, el que planeaba lo que haría de mayor sin saber que en realidad la vida da tantas vueltas que hacer planes a largo plazo es una pérdida de tiempo. Allí, tumbado en el césped junto a mis amigos contando estrellas y hablando de mil y unas cosas que se nos quedaban grandes pasé los mejores veranos de mi vida. Y lo único que me unía en ese momento a aquella época maravillosa era Noelia.

Me abrazó, me dijo que aunque durante los primeros veranos tras mi marcha se había acordado de mí a menudo, también reconoció después pasaron años enteros sin un miserable recuerdo y que, por eso, ahora se sentía extraña. Es lógico, yo también sentía algo parecido. Noelia formaba parte de mi vida pasada, pero saltaba a la vista que ya no era la misma persona que yo recordaba.

Muchas preguntas se agolpaban en mi cabeza: ¿Ese niño era suyo? Y en tal caso… ¿Quién era su padre? ¿Dónde estaba el resto de toda nuestra pandilla? ¿Seguía Rebeca viviendo en su piso? En realidad ya conocía las respuestas, me di cuenta nada sentir el extraño abrazo de Noelia: todos habíamos cambiado irremediablemente. Aunque una conocida canción diga que veinte años no es nada, en realidad dos décadas bastan para cambiar la vida de familias enteras. Durante casi toda mi vida me negué a creerlo. Realicé ese viaje para tratar de demostrarme que no era un esclavo del tiempo, que en el fondo no había perdido nada en el camino recorrido durante veinte años de vivencias; pero me equivocaba. Mis amigos no eran los mismos: unos sencillamente ya no estaban y otros habían hecho su vida de tal modo que ahora ocupaban el lugar y el papel de nuestros padres en aquellos años felices. El tiempo había ejecutado su sentencia, y ni yo ni nadie podía hacer nada para cambiar las cosas.

Le dije a Noelia que iba a acercarme un momento al coche para subir unas rosquillas típicas de Zaragoza que había traído y que con ellas, acompañadas de un café, podíamos charlar de todo lo sucedido durante los años transcurridos. Con un «ahora mismo subo» me despedí de un pasado que era mejor dejar reposar tranquilo. Yo ya no pintaba nada en la vida de Noelia del mismo modo que era una tontería seguir buscando un pasado maravilloso donde sólo quedaba polvo y hojarasca.

Sé que fui un cobarde, y que tal vez Noelia me recordará con amargura durante otros veinte años por lo que hice; pero en vez de coger aquellas rosquillas que sólo existían en mi imaginación, salí de la urbanización sin mirar atrás, arranqué el coche y no me detuve hasta que llegué a mi Zaragoza natal mientras me prometía que, a partir de ese día, dejaría que los buenos recuerdos fueran simplemente eso: recuerdos.

Luz misteriosa