Un atardecer en Torre la sal

El pueblo de Torre la sal es como un pequeño oasis donde la vida transcurre siempre tranquila y los atardeceres parecen más coloridos y brillantes. Estando a diez minutos escasos de mi casa, es lógico que me escape por allí de vez en cuando para empaparme de la magia de sus rincones.

Atardecer en Torre la sal

Prueba de esto son las fotografías que ilustran esta entrada; y es que hace apenas un par de días vi que a última hora de la tarde el cielo empezaba a cambiar de tonalidad y decidí dirigirme allí en busca de unas imágenes que inmortalizaran el momento y el lugar. Fotos que, por cierto, están hechas con el Panasonic 14 mm del que os hablaba hace unos días

Atardecer en Torre la sal

Atardecer en Torre la sal

Atardecer en Torre la sal

Atardecer en Torre la sal

¡Cómo me gusta captar con mi cámara estas pequeñas sorpresas cotidianas!

Rincones: Torre la sal

Siempre vuelvo una y otra vez a Torre la sal; una pedanía del término municipal de Cabanes . Ya no es sólo porque está pegada a Oropesa del Mar (desde mi trabajo tardo apenas cinco minutos en plantarme allí) sino que en su paseo marítimo, en sus personalísimas casas, en los reflejos del agua o en los gatos (ya sabéis que me encantan) que suelen rondar por allí encuentro inspiración fotográfica a raudales.

Torre la sal

Torre la sal

Torre la sal

Torre la sal

Tres formas de ver un mismo atardecer

Ya os he hablado alguna vez del pequeño pueblecito de Torre la sal. Una localidad próxima a Oropesa del Mar que siempre representa un remanso de paz y en la que a veces ocurren cosas a las que no estoy acostumbrado.

De todos modos hoy no vengo a contaros ninguna historia ni a filosofar sobre las bondades de la vida en este tipo de lugares; sino que me gustaría simplemente mostraros tres fotografías del atardecer que capté hace unos días por las calles de esta pintoresca pedanía de Cabanes.

Espero que os gusten.

Atardecer en Torre la sal

Miles de reflejos

Contraluces

Medianoche en Torre La Sal

No negaré que siento un cierto apego por el pequeño pueblo de Torre La Sal. No está lejos de Oropesa y se respira allí una tranquilidad en cualquier época del año que me pide perderme por sus rincones siempre que tengo ocasión.

Pues bien, hace unos días vencí mi eterna manía al trípode y me acerqué con él para hacer unas fotos nocturnas en aquel entorno; obteniendo unas imágenes que muestran la calma reinante en aquel lugar por el que no parece haber pasado el tiempo. Entre coches, plantas, estrellas, construcciones de piedra, árboles desafiando al cielo y el resplandor de las luces de Torreblanca colándose por una esquina del encuadre pasé un rato entretenido en una noche fresca y solitaria.

Torre la sal by night

Torre la sal by night

Torre la sal by night

Torre la sal by night

Sigo sin sentir mucho apego por mi trípode (en realidad por cualquier trípode; no es nada personal) pero he de admitir que es una herramienta indispensable para hacer ciertos tipos de fotografías. A ver si una noche de estas repito la experiencia por otros rincones.

Cosas que sólo suceden en los pueblos

Hay cosas que nunca sucederían en las ciudades; y la que me ocurrió hace unos días en las cercanías de Oropesa es una de ellas:

Era un domingo después de comer, y viendo que hacía un día estupendo para hacer fotografías me acerqué por segunda vez al balcó para captar desde allí algunas imágenes pintorescas del lugar. Uno de esos días de viento en los que la atmósfera está tan limpia que la vista alcanza decenas de kilómetros. De hecho, incluso en algunas fotografías que hice se llega a apreciar con claridad la localidad de Peñíscola, que está a aproximadamente 45 Km en línea recta desde donde yo estaba.

Vistas desde el balcó

Una vez allí arriba y tras hacer unas cuantas fotografías pensé que ya que había salido de casa podría aprovechar la tarde acercándome a Torre la Sal; un minúsculo pueblo pesquero formado por apenas una veintena de casas bajas a la orilla de una pequeña playa con abundantes formaciones rocosas. Es un lugar por el que no parecen haber pasado las últimas dos o tres décadas, pues conserva buena parte de su esencia familiar y acogedora. En definitiva, un buen lugar para dar un paseo y captar algunas imágenes.

Pues bien, estaba caminando por la acera que hay entre las casas y la playa cuando unas animadas voces me sacaron de mis pensamientos: se escuchaba a un grupo de personas en el porche de una de las casas en la típica sobremesa mediterránea que se alarga hasta bien entrada la tarde. Y el caso es que según pasaba delante de la vivienda en cuestión una chica se asomó entre unas cortinas y me dijo: «oye, ¿nos puedes hacer una foto?».

En ese momento no supe qué contestar porque no tenía claro si la cosa iba de broma o en serio, de modo que ante mi cara de asombro añadió: «Es que nos hemos juntado la familia y nos gustaría tener una foto de recuerdo pero no tenemos cámara, ¿nos la puedes hacer tú?». Y el caso es que me pareció algo raro, pero al fin y al cabo tenía toda la lógica del mundo, de modo que accedí a hacerles el favor.

Torre la Sal

Al pasar al porche me encontré a una decena de personas sentadas en torno a una mesa sobre la cual descansaban los restos de una paella, un par de botellas de vino y unos cuantos vasos de té todavía vacíos. De inmediato empezaron a decir «¡Hombre, ya tenemos fotógrafo!» y cosas así, de modo que les indiqué que se juntaran un poco para ver si podía meterlos a todos en la misma imagen (menos mal que en la mochila llevaba el 16-85 VR, porque con el 50mm que llevaba montado en la cámara en ese momento hubiera sido imposible dado las escasas dimensiones del lugar) y me puse manos a la obra.

Hice un par de pruebas y a la tercera fue la vencida, de modo que pedí alguna dirección de correo donde enviar la fotografía y uno de los integrantes de la comilona me facilitó la suya. Sin embargo, lejos de terminar ahí la cosa, me sorprendió que aquellas personas que acababa de conocer me invitaron a sentarme en su mesa y me ofrecieron su comida y su bebida. Yo ya había comido en mi casa (y mucho además) de modo que decliné la invitación; aunque sí me apunté al té que estaban preparando en ese momento. Sacaron una silla más del interior de la casa, se apretaron un poco y allí, como uno más de la familia, empecé a charlar con ellos y a preguntar algunas cosas sobre el pueblo y las montañas cercanas.

Aquella gente vivía todo el año allí, y enseguida se ofrecieron a acompañarme si un día me animaba a hacer alguna excursión por la zona; algo de lo que tomé buena nota porque en un futuro tengo pensado recorrer éste y otros rincones de la provincia acompañado de mi cámara en un proyecto de futuro del que todavía no os he dicho nada pero cuyos rasgos principales ya tengo en la cabeza.

Torre la Sal

Sea como sea, mi mayor sorpresa llegó a la hora de despedirme, pues el cabeza de familia me dio las gracias por la foto y por haberme sentado con ellos a compartir anécdotas por un rato para decirme a continuación: «Nosotros nos juntamos aquí a comer todos los domingos, así que si un día te quieres venir estaremos encantados y serás uno más de la familia». Sorprendido por aquello me despedí con gratitud y me encaminé hacia mi coche, que estaba aparcado a pocos metros del paseo que se ve en la fotografía que tenéis sobre este párrafo.

Mientras regresaba a casa pensaba en aquella frase y lo que implicaba: una familia te pide que les hagas una foto y como agradecimiento te sientan a su mesa y te invitan a que formes parte de ellos por un rato el día que te apetezca. Yo no sé si en Madrid o en cualquier otra gran ciudad ocurren este tipo de cosas, pero me da que no. Estoy seguro de que esto es algo que sólo pasa en esos pueblos tranquilos y humildes donde sus vecinos todavía creen en las personas.