Llevaba ya tiempo con ganas de hablaros de la que, para mí, es la parte más bonita de una linterna: su reflector. Sí, a lo mejor os suena un poco raro, pero dejadme que os cuente algunas cosas y os muestre unas fotografías y ya veréis cómo empezáis a apreciar también a esta pequeña pieza presente en la gran mayoría de las linternas y en la que a lo mejor algunos ni siquiera os habéis fijado antes.
¿Qué es y para qué sirve un reflector?
A rasgos generales, un reflector es una pieza de material brillante (aluminio en muchas ocasiones) con forma parabólica que en una linterna va colocado detrás del LED de manera que encauza y reparte la luz que no sale directamente por la parte frontal de la linterna.
Es decir, que una linterna sin reflector va a funcionar y va a iluminar; pero su intensidad lumínica será menor que ese mismo modelo equipado con reflector porque la luz que sale del emisor LED hacia los laterales será absorbida en buena medida por el propio cuerpo de la cabeza de la linterna. Sin embargo, cuando disponemos de un reflector, esa luz que de otra forma no se aprovecharía, se refleja y acaba saliendo también por el frente de la linterna.
En función de la forma, el material y la textura del reflector el cono de luz resultante será más o menos intenso, con halos residuales, con bordes difusos, atenuación… pero eso ya son cosas que se me escapan y que los que diseñan las linternas ya se encargan de planificar en función de las especificaciones de diseño.
Cierto es que, como os conté en la review de la Olight i3E EOS, también existen las llamadas lentes TIR que gracias a su forma y material reparten la luz que emite el LED de manera suave, pero de eso ya hablaremos otro día porque hoy me quiero centrar en los clásicos reflectores.
Tipos de reflectores
Como os decía al principio de este artículo los reflectores de las linternas me parecen pequeñas obras de arte, especialmente aquellos que poseen texturas suaves como alguno que ahora veremos. Ya no es sólo su forma, su aspecto o el brillo de su superficie; sino el pensar que detrás de esa pequeña pieza en la que mucha gente no se habrá fijado en la vida hay muchas horas de cálculos para modelar la luz que saldrá de esa linterna cuando alguien la encienda en mitad de la oscuridad.
Reflector liso pulido
Este es, seguramente, el más utilizado, ya que puede ser tanto de metal pulido como de plástico imitando la superficie de un espejo. Se emplea en infinidad de modelos tanto de gama alta como de baja, ya que una superficie pulida no es ni mejor ni peor que otra de las que vamos a ver, puesto que para modelar el cono de luz hay más factores como os decía antes.
Reflector de aluminio natural
No es excesivamente habitual y, de hecho, en las linternas que poseo a día de hoy sólo lo emplea la Fenix E01. Se trata de fabricar el reflector en aluminio dejándolo con su aspecto mate natural para intentar así que el cono de luz sea algo más suave. Digamos que pretende aunar las ventajas de un reflector liso con las de uno texturizado; pero ya se sabe que este tipo de estrategias consiguen más una solución «de compromiso» que otra cosa.
Reflector con textura de piel de naranja
Estos son para mí, los más bellos de todos; especialmente si se miran desde el ángulo adecuado. Si os fijáis en la fotografía que tenéis sobre este párrafo entenderéis enseguida porque se le llama textura «de piel de naranja»; y es que todas esas protuberancias lo que intentan es que los rayos de luz que se reflejan en ellos lo hagan de una manera tan caótica que al final den lugar a un cono de luz suave y de bordes difusos.
Ve hacia la luz…
Esto es así porque si alguna vez habéis caminado con una linterna en completa oscuridad os habréis dado cuenta de que lo que hay dentro del círculo de luz generado por ella se puede ver con claridad, pero por contraste lumínico aquello que está fuera de ese círculo para nuestros ojos estará en la negrura más absoluta.
Lo que consigue un cono de luz de bordes suaves y difuminados es que si caminamos en plena oscuridad cerca de algo relevante (un agujero, un perro rabioso, un billete de 50 euros…) aunque esté fuera del círculo de luz intensa, podamos vislumbrar algo gracias a la luz débil del exterior del cono y entonces dirijamos hacia allí nuestro haz de luz y nuestra mirada.
Mi visión personal de los reflectores
De todos modos, más allá de la utilidad de un tipo u otro de reflector (y que ya os digo que aparte de la textura hay más factores que van a permitir modelar el cono de luz de una linterna) yo hoy quería revindicar los reflectores por su belleza intrínseca, por cómo reflejan la luz aleatoriamente en sus suaves crestas y valles cuando son texturizados, por los destellos plateados del sol cuando incide sobre ellos, por cómo agrandan nuestra nariz aquellos que están pulidos como espejos…
Sirvan estos párrafos y las fotos que los acompañan como homenaje a esos seres discretos e incomprendidos en los que casi nadie repara: los reflectores.
Aunque siempre he tenido simpatía por los animales, he de confesar que siento auténtica debilidad por una especie en concreto: los gatos. Y claro, puesto que la fotografía es mi afición principal y en temporada baja Oropesa está plagada de ellos, os podéis imaginar que nunca pierdo ocasión de retratar a cualquier felino que se me cruce por delante si llevo la cámara encima.
Al margen de ese pequeño gato tan fotogénico que mezclaba miedo y curiosidad al ver la cámara tan cerca de él (supongo que se veía reflejado en el filtro UV y por eso, aunque se sentía algo temeroso ante mi presencia, no dejaba de mirar fíjamente al objetivo) hay muchos otros tipos de gatos que durante los últimos tiempos he podido fotografiar con mi cámara.
Gatos MUY grandes
Gatos en miniatura
Gatos fisgones (y noctámbulos)
Gatos a los que es mejor no molestar
Gatos que parecen villanos de una película
Gatos que con la mirada lo dicen todo
Gatos tranquilos
Gatos nerviosos
Gatos acróbatas
Gatos melancólicos
Gatos risueños
Gatos seductores
No serán los últimos gatos que fotografíe, de eso podéis estar seguros; ya que, como os decía al principio de este artículo, en cuanto se marcha el verano los felinos campan a sus anchas por las calles de Oropesa.
Sin embargo, el otro día me encontré con una tienda inglesa de eBay llamada Mike’s Camera Accesories en la que vendían un ojo de pez diagonal con montura para cámaras Nikon en formato DX por 299 dólares con gastos de envío por UPS incluidos (unos 203 euros al cambio) y tras buscar por Internet la poca información que hay sobre este modelo, me decidí a dar el paso y adquirirlo. Por cierto, aprovecho para comentaros que este modelo también está disponible en monturas Canon, Olympus, Pentax y Sony/Minolta.
Un poco de teoría sobre ojos de pez
La gran diferencia de un objetivo gran angular con respecto a un ojo de pez es que el primero tiene una fórmula óptica calculada para que la proyección de la imagen sobre el sensor de la cámara sea rectilínea; es decir, sin distorsiones (en teoría, claro) mientras que en el caso del ojo de pez va a existir una distorsión más que acusada a medida que nos acercamos a los extremos de la fotografía.
Fotografía de samyang.pl
Esta falta de corrección en las distorsiones ópticas es lo que permite al ojo de pez alcanzar un ángulo de visión de 180º (en algunos casos incluso mayor, llegando a los 220º en un mastodóntico modelo de Nikon que podéis ver en la siguiente fotografía y que es capaz de encuadrar cosas que se encuentren incluso detrás de la propia cámara) mientras que un ultra-gran angular no suele llegar más allá de los 110º. De hecho, lo más bestia que ha hecho Nikon hasta el momento en ese sentido es un 13mm para cámaras réflex de 35mm cuyo ángulo de visión son 118º.
Un ojo de pez recibe esta peculiar denominación porque originalmente se basaban en la difracción del agua. Si nos sumergimos en el mar y miramos hacia el cielo comprobaremos que nuestro campo de visión se amplía considerablemente, aunque percibiremos los extremos de dicho campo bastante deformados debido a la curvatura que se produce en los rayos de luz al atravesar el líquido elemento. Sin ir más lejos, los primeros ojos de pez no eran más que una lente llena de agua.
Como curiosidad me gustaría comentaros que los objetivos de este tipo fueron desarrollados originalmente para aplicaciones científicas e industriales. Con ellos se podía capturar la bóveda celeste al completo así como fotografiar espacios interiores muy reducidos. Prueba de ello es que hoy en día los aficionados a la astrofotografía suelen emplear este tipo de ópticas para capturar los sorprendentes trazos que dejan en el cielo el movimiento de las estrellas durante la noche.
Dicho esto hay que aclarar que existen dos tipos de objetivos ojo de pez: los circulares y los diagonales. El circular tiene un campo de visión de 180º tanto en el eje vertical como en el horizontal, y lo que obtenemos con él es un círculo inscrito dentro del sensor de la cámara, por lo que las imágenes obtenidas serán como la siguiente.
Los de tipo diagonal, también llamados de cuadro completo, alcanzan los 180º en la diagonal del sensor (de ahí su denominación), por lo que el círculo de imagen estará circunscrito en el sensor de la cámara, de tal modo que la imagen obtenida será similar a la que os muestro a continuación.
Las peculiaridades del Falcon 8mm fisheye f/3.5
El ojo de pez del que hoy estamos hablando es de tipo diagonal y válido únicamente para sensores de tipo APS-C (el famoso formato DX en Nikon), por lo que las fotografías que podemos hacer con él serán similares a la imagen de la vaca que tenéis aquí encima, si bien este modelo posee una característica que hasta ahora no se ha visto en ningún otro: su proyección es de tipo estereográfica, que consigue una menor deformación de los elementos de la imagen al ser más lineal que en los ojos de pez clásicos; cosa que trataré de explicar con ayuda de la siguiente gráfica que relaciona la fórmula de proyección con la longitud focal y el ángulo de visión resultante:
Diagrama de lenstip.com
La línea roja pertenecería a un objetivo ultra-gran angular (rectilíneo), y en ella podéis ver que en el hipotético caso de conseguir fabricar uno de tan sólo 6mm tendríamos un campo de visión de 135º, sin llegar en ningún caso a los 180º de un ojo de pez.
La línea azul oscura pertenecería a la fórmula óptica de un Nikkor Fisheye 10.5mm f/2.8 (un ojo de pez «de toda la vida» para formato DX) que, como veis, alcanza los 180º en diagonal a dicha distancia focal. (Los 180º están representados por esa línea horizontal de color marrón que hay en la parte media de la gráfica).
Como podéis apreciar, el Falcon (que estaría representado por la línea de color azul claro) está a medio camino entre el ojo de pez clásico y el objetivo rectilíneo: pertenece al grupo de los primeros porque alcanza los 180º a una distancia focal aproximada de unos 8mm, pero no llega a distorsionar tanto la imagen como los segundos, siendo por tanto un punto intermedio muy interesante para fotografía. De hecho, es el primer ojo de pez que emplea la proyección estereográfica en su fórmula óptica.
Diagrama de samyang.pl
Eso sí, el empleo de dicha proyección representa un pequeño inconveniente (en todos los aspectos de la vida lo que se gana por un lado se pierde por otro), y es que el tamaño y el peso del Falcon 8mm fisheye f/3.5 es considerablemente mayor que el de los ojos de pez de la competencia: su cuerpo es algo más largo y su elemento frontal tiene una forma tan curvada que sobresale de la superficie del mismo, siendo necesario emplear una aparatosa tapa que se engancha en los laterales del parasol para protegerlo con la desventaja de que impide usar cualquier tipo de filtro.
Aprovecho para comentar que podéis encontrar este objetivo comercializado bajo diferentes denominaciones: Vivitar, Phoenix, Bowens, Polar, Falcon y Samyang. En todos los casos lo único que varía es la tipografía de las letras que hay en la superficie del cuerpo, porque internamente todos ellos son exactamente iguales debido a que están fabricados por una misma empresa Coreana que está tratando de hacerse un hueco en el mercado de las ópticas para cámaras réflex.
Reconozco que un ojo de pez no es el objetivo más práctico del mundo. Siempre lo he dicho y siempre lo diré, pero también tengo que admitir me llaman mucho la atención los grandes angulares y esto no deja de ser un caso muy extremo de este tipo de ópticas. En fotografía siempre trato de buscar nuevos puntos de vista y considero que con un objetivo como éste puedo captar algunas imágenes bastante curiosas.
Ahora bien, si en su momento os decía que disparando con un angular es recomendable tratar de sacar algún elemento en primer plano, con un ojo de pez esto se convierte en el pan nuestro de cada día. Para conseguir imágenes sorprendentes el secreto está en acercarse al objeto a retratar casi hasta tocarlo con el extremo. De ese modo exageraremos las proporciones del motivo para meter al espectador en un mundo extraño e irreal.
En cualquier caso, vamos a dejarnos de tanta teoría y vamos a poner nuestras manos sobre esta óptica tan peculiar a ver qué tal se comporta.
Desempaquetando el objetivo
Antes de tener el paquete en mis manos pensé en darle un poco más de bombo al proceso de desembalaje del objetivo, pero como de lo que tenía ganas era de montarlo en la cámara y empezar a hacer pruebas con él, al final no hice fotografías ni nada, de modo que me limitaré a deciros que el objetivo viene con la tapa que os decía antes de 75mm de diámetro para proteger el elemento frontal, una tapa para la bayoneta trasera, una sencilla hoja de instrucciones y una funda de tela para guardarlo a salvo de polvo y rayones muy similar a la que incluye el Nikkor AF-S 35mm f/1.8 G.
El objetivo en la mano y en la cámara
El objetivo en la mano impresiona por el tamaño de su elemento frontal, recordando un poco en su aspecto al mítico Nikkor 14mm f/2.8 ED AF. salvando, obviamente, las distancias en cuanto a tamaño y peso, pues el objetivo de Nikon es bastante más grande y pesado que éste (del precio mejor no hablar).
Sus 417 gramos lo convierten en una óptica no demasiado pesada pero sí sólida. Quiero decir que se puede sostener en la mano sin esfuerzo, pero pesa bastante más que los objetivos de kit habituales. Si vuestra cámara réflex es ligera y la lleváis colgada al cuello con este objetivo montado la notaréis bastante «cabezona», sobre todo porque casi todo el peso está en la parte frontal; aunque no es habitual pegarse largas caminatas con un ojo de pez, sino que se suele llevar en la bolsa para emplearlo en situaciones puntuales.
Este objetivo es un modelo de funcionamiento completamente manual sin ningún tipo de contacto electrónico con la cámara ni autofocus, por lo que en mi D40 no puedo emplearlo en ningún modo automático ni semiautomático; únicamente en manual y sin medición de luz. La bayoneta es metálica, la apertura se elije mediante un anillo de tacto muy suave y el enfoque se varía con un otro más grueso, forrado de goma e igualmente preciso. Por suerte, un ojo de pez se basa en la composición y nunca en el enfoque o la profundidad de campo, por lo que no va a haber grandes problemas con este aspecto.
De todos modos, es lógico que las prestaciones de esta óptica sean algo limitadas, pues de algún sitio había que recortar gastos para mantener el precio por debajo de los trescientos dólares, y prefiero que haya sido en electrónica en lugar de calidad óptica pues, como veremos en el siguiente apartado, el objetivo es capaz de hacer fotografías muy nítidas y con un aspecto francamente bueno.
En un objetivo de 8mm, aplicando la teoría de la distancia hiperfocal tenemos que empleando una apertura de f/5.6, si enfocamos a 0,6 metros vamos a verlo todo nítido entre 30 cm y el infinito. Curiosamente, esta óptica alcanza su máxima nitidez a f/5.6 y es capaz de enfocar a 30 cm como mínimo, por lo que la configuración anterior será la que emplearemos en el 90% de las ocasiones.
En todo caso, se trata de un objetivo «de prueba y error» con el que debemos realizar la fotografía a ojo y según lo que veamos en pantalla jugar con la velocidad, la apertura y la sensibilidad ISO. Algo a lo que ya estoy acostumbrado cuando disparo empleando mi 35-70 con tubos de extensión. No es una óptica para ir con prisas, y de ahí que sea un elemento un poco «experimental» dentro de mi equipo fotográfico.
Usando un ojo de pez en el mundo real
La primera vez que miré a través del visor de la cámara con el ojo de pez montado en ella tuve una sensación extrañísima: mi habitación era kilométrica, y si miraba a mis pies parecía haber crecido hasta más allá de los tres metros de altura. Observar el mundo a través de un ojo de pez es variar nuestro sistema de percepción de la realidad, dando lugar a fenómenos a los que no estamos acostumbrados. Pero al margen de esta primera impresión hay sobre todo dos cosas que me han llamado la atención:
Por una parte está el hecho de que las cosas parecen estar mucho más lejos de lo que en realidad están. Si ponemos nuestra mano a escasos centímetros del frontal del objetivo y miramos a través de la cámara nos va a parecer que está como mínimo a medio metro de distancia. Esto, que de primeras nos llevará a acercarnos muchísimo a los elementos a fotografiar puede representar un peligro para el curvado elemento frontal, pues podemos acercarnos tanto que lleguemos a golpear dicha lente de cristal y rayarla o, en el peor de los casos, romperla.
En la imagen que tenéis a continuación yo estaba prácticamente pegado a la fuente de piedra, pero como el ángulo de visión del ojo de pez es inmenso, incluso así sobra espacio en el encuadre de la fotografía (qué bien me hubiera venido un objetivo así para alguna rueda de prensa multitudinaria en la que apenas podía despegar los codos del cuerpo…).
La verdad es que se hace realmente extraño que las cosas que tenemos a nuestro lado aparezcan dentro del visor. Acostumbrado a objetivos rectilíneos, me parecía alucinante que poniéndome casi en paralelo con un objeto, mirando a través de la cámara lo estuviera observando en el encuadre, por lo que a la hora de componer debemos tener cuidado porque se nos pueden «colar» en la fotografía cosas que normalmente damos por sentado que quedarán fuera de la imagen (la correa de la cámara, una pata del trípode, un dedo de la mano que está sujetando el objetivo, el propio sol…).
Fijaos en las dos fotografías siguientes, porque con la ayuda de mi hermano, mientras yo captaba la imagen con el ojo de pez él me fotografió a mí con otra cámara de tal modo que podéis apreciar que estando junto a la columna, esta ocupa una buena parte del encuadre.
Por cierto, es evidente que en un objetivo con un campo de visión tan amplio muchas veces se nos va a meter el sol en el encuadre; algo que podría provocar molestos reflejos y flares por lo prominente del elemento frontal. En el caso es de éste modelo de objetivo no parece ser un gran problema, porque incluso metiendo al astro rey en una esquina de la fotografía no he podido más que provocar un pequeño halo azulado en el centro de la imagen, no siendo demasiado molesto que digamos. Del mismo modo, me he encontrado con un halo similar pero algo más definido en caso de que se nos meta en una esquina del encuadre alguna luz puntual de mucha potencia (un foto, una luz halógena…)
Eso sí, lo que es absolutamente inevitable es que en lugares muy abiertos vamos a tener diferencias de iluminación enormes debido a que si hacemos fotografías entre cuatro paredes es más que probable que estemos sacando tres de ellas en el encuadre, por lo que según la incidencia de la luz solar podemos tener al mismo tiempo zonas muy oscuras y otras muy claras, lo que podría representar un problema si excedemos el rango dinámico de nuestra cámara.
Ah, y del flash integrado en la cámara olvidaros por completo: si empleando un gran angular se pueden producir sombras en la parte inferior de la imagen, os podéis imaginar que con el ángulo de visión de un ojo de pez casi habría en la fotografía más sombras que luces. O disparamos con la luz que haya en el ambiente o bien empleamos un par de flashes externos controlados remotamente, porque un sólo destello lanzado desde la cámara no es capaz de cubrir todo el área a fotografiar ni de casualidad.
Por otra parte, me gustaría comentar que es importante tener la superficie de la lente frontal lo más limpia posible. En un objetivo con una profundidad de campo tan bestia, el polvo o los rayones en su superficie podrían llegar a apreciarse en las fotografías, por lo que ante la imposibilidad de emplear un filtro para proteger el objetivo, es importante limpiarlo con relativa frecuencia así como colocar entre disparo y disparo la tapa que viene de serie aunque sólo sean intervalos de medio minuto. De este modo nos evitaremos sustos y posteriores disgustos.
Conclusiones
Tras probar el ojo de pez en interiores y en exteriores durante unos días me reafirmo en que no es un objetivo para emplear habitualmente. El espectacular efecto que consigue en ciertos tipos de imágenes puede llegar a cansar al espectador si abusamos de él, pero empleado con lógica y puntualmente puede llevarnos a conseguir resultados sorprendentes.
La forma de componer con un ojo de pez es diferente si pretendemos lograr amplitud en las tomas o bien un desequilibrio entre los conceptos de «cerca» y «lejos». En el primer caso vamos a jugar con las líneas del horizonte, siendo necesario romper la regla de los tercios para situarlo en el centro del encuadre; único lugar donde las rectas se verán rectas. A partir de ahí se trata de llevar las paredes del recinto a los extremos del visor donde se curvarán potenciando la sensación de amplitud.
En el caso de primeros planos, aquí ya hay más juego, pues podemos colocar el elemento a destacar en cualquier lugar del encuadre, pero siempre teniendo en cuenta las deformaciones que se producen a medida que nos alejamos del centro de la imagen. En todo caso, el secreto aquí está en acercarse lo máximo posible al objeto a fotografiar para conseguir impactar al espectador con un cambio en las proporciones que se sale de toda lógica. Fijaos en la siguiente fotografía y podréis ver que las proporciones corporales de mi hermano están completamente desvirtuadas (sale paticorto) y que incluso aparezco yo en la fotografía al apuntar la cámara ligeramente hacia abajo.
De todos modos, con el Falcon 8mm fisheye f/3.5 no vamos a poder aplicar esto que os digo a elementos muy pequeños (como una flor por ejemplo) porque su distancia mínima de enfoque de 30 cm medidos desde el plano del sensor es relativamente larga para una óptica de este tipo ya que, como os decía antes, todo parece estar más lejano en el visor de lo que realmente está.
Vídeo del objetivo
He decidido adjuntar un vídeo que he grabado en el que muestro el objetivo en la mano y montado en mi Nikon D40. Creo que será de utilidad para aquellas personas que se están preguntando qué aspecto tiene «en vivo» esta peculiar óptica.
Imágenes varias
Algunas imágenes obtenidas con este objetivo y mi Nikon D40 para que os hagáis una idea de lo que se puede esperar de él.
(NOTA: iré añadiendo algunas más en los próximos días)
A la hora de escribir artículos más o menos técnicos sobre fotografía a veces doy por sentado que quien los lee domina ciertos conceptos y determinado vocabulario relacionado con el tema. Sin embargo, hace unos días el comentario de un lector habitual me hizo pensar que podría ser útil repasar las diferentes clases de objetivos que existen para que quede clara la aplicación a la que está enfocado cada uno de ellos así como sus principales características.
Esto, que puede ser trivial para aquellas personas relacionadas con la fotografía, no siempre es algo tan simple como puede parecer a primera vista. Vamos a ver, pues, uno por uno los diferentes tipos de ópticas que existen para que quede todo bien claro:
Normal, estándar o prime
Estos son los objetivos más «clásicos» y, por lo general, más luminosos de todos. Pensad en la obra del fotógrafo Henri Cartier-Bresson y os aproximaréis a lo que ofrece una óptica de este tipo: una distancia focal fija, un diseño óptico relativamente simple, un ángulo de visión similar al del ojo humano, una gran nitidez y una capacidad de realizar desenfoques realmente sorprendentes gracias a su generosa apertura.
La distancia focal de un objetivo normal (a los que también se les denomina bajo el nombre de estándar o prime) es la de la diagonal del sensor de la cámara en la que va montado. En el caso de una cámara con sensor de 35 mm, FX o full frame (dimensiones de 36 x 24 mm) es fácil comprobar mediante el teorema de Pitágoras que esa diagonal medirá √(36²+24²) = 43,2mm, aunque a efectos prácticos, se consideran 45 ó 50mm como la longitud focal necesaria para catalogar como tal a un objetivo de este tipo.
El problema es que un objetivo de esta longitud montado sobre una cámara con sensor de tipo DX va a alargar su distancia focal un 50% en términos de ángulo de visión (algo que ocurre con TODAS las ópticas que se monten en cámaras equipadas con estos sensores), por lo que aunque mantendremos las prestaciones que os comentaba antes, su ángulo de visión se cerrará en proporción y perderemos esa identificación con la vista humana que os comentaba hace un momento.
Me gustaría aclarar que en el caso de estos sensores de menor tamaño (24 x 18 mm), un objetivo normal debería tener una longitud focal de √(24²+18²) = 30 mm; aunque también se suele aceptar que la óptica normal en una cámara DX tenga una longitud focal de 35 mm.
No obstante, para evitar confusiones, a lo largo de este artículo no volveré a referirme a los sensores de tamaño reducido, de tal modo que todo lo referente a ángulos y longitudes focales de los objetivos comentados hasta el final de la entrada se basará únicamente en cámaras equipadas con sensores de tamaño completo.
Tenéis bastante información sobre los dos tipos de sensor que montan las cámaras réflex digitales Nikon en esta entrada del blog que publiqué hace unos días para arrojar algo de luz sobre un tema que a todos (a mí el primero) nos ha vuelto un poco locos en alguna ocasión.
Suelen ser unos objetivos empleados para retratos de medio cuerpo o para recorrer las ciudades arriba y abajo en busca de escenas que fotografiar (vuelvo a hacer mención en este punto a Cartier-Bresson; un auténtico genio en ese tipo de cosas). Son ligeros, de pequeño tamaño y con un precio bastante contenido: en el caso del 50mm f/1.4 que tenéis sobre estos párrafos estamos hablando de unos 320 euros, mientras que la versión con apertura f/1.8 sale por unos 130 euros, siendo el objetivo más barato comercializado por Nikon y uno de los que ofrece mayor nitidez.
Angular
Angular es todo objetivo cuya distancia focal esté por debajo de la que correspondería a un objetivo normal hasta llegar a los 24 mm. Por debajo de eso estaríamos hablando de un ultra-gran angular; pero eso lo dejamos para dentro de un rato. Un angular es capaz de abarcar más ángulo de visión que los objetivos normales, suele poseer una apertura algo menor que estos y su construcción sigue siendo más o menos simple aunque no tanto como en un 50 mm.
Los objetivos angulares pierden la similitud con la visión humana, pues además de que el ángulo de visión es más ancho (el 35 mm que tenéis encima abarca 62º) tienden a agrandar aquello que está cerca del objetivo con respecto al fondo como consecuencia de su menor longitud focal. Por lo tanto no son las mejores ópticas para retratar el rostro de una persona debido a que en tomas muy cercanas van a dar unos rasgos faciales un poco desproporcionados, aunque son bastante empleados en retratos de cuerpo entero o de grupo y también para «callejear» por las ciudades.
Sus precios son algo más altos que los de un objetivo normal porque, como os decía hace un momento, su construcción es un poco más compleja. En concreto, el objetivo que os he puesto a modo de ejemplo en esta categoría (un Nikon 35mm f/2) se vende a unos 400 euros hoy en día.
Teleobjetivo
El teleobjetivo es una óptica cuya distancia focal es superior a la de un objetivo normal y capaz de acercarnos a los elementos más lejanos (de hecho son el juguete favorito de los paparazzi). Sus aperturas rara vez van más allá de f/2.8 debido al tamaño de las lentes necesarias para fabricarlos; y además hay que tener en cuenta que es más complicado tener una apertura grande cuanto más elevada es la distancia focal, aunque hay alguna excepción en teleobjetivos cortos como el espectacular Canon 85mm f/1.2.
Este tipo de ópticas tienden a comprimir los planos en el eje Z (todo parece más próximo entre si) aunque también logran importantes desenfoques en los fondos, por lo que son ideales para fotografía de naturaleza y también para retratos.
Los teleobjetivos más habituales suelen rondar los 200 ó 300 mm, aunque los modelos orientados al mercado profesional pueden llegar con facilidad a los 500 ó 600mm empleando aperturas de f/4 aunque a un precio prohibitivo (concretamente el 400 f/2.8 que tenéis encabezando este apartado cuesta la friolera de 8000 euros).
Ultra-gran angular
El ultra-gran angular, como os podéis imaginar por su nombre, es un objetivo angular llevado al extremo; es decir, con una distancia focal bastante pequeña y, por tanto, capaz de abarcar grandes ángulos de visión. En concreto el 14 mm que tenéis sobre estas líneas es capaz de captar paisajes con un ángulo de 119º (recordemos que la visión humana abarca 45º aproximadamente).
Estos objetivos espacian mucho más que los angulares «simples» los planos en el eje Z de la imagen, por lo que disparar a un paisaje con un elemento en primer plano, va a dar una perspectiva poco habitual que exagerará muchísimo los conceptos de «cerca» y «lejos» que tenemos asimilados desde la infancia. Siempre se ha dicho que estos objetivos deforman la perspectiva, pero en realidad lo que hacen es darnos un nuevo punto de vista de las cosas. Sus aperturas no son demasiado grandes y se suelen caracterizar por poseer un elemento óptico frontal muy amplio así como un diseño de sus lentes internas bastante complejo. Dos factores que elevan su precio hasta situarse en no menos de 500 euros para los modelos más sencillos y subir más allá de los 1500 euros que hay que pagar para hacerse con el modelo de Nikon que encabeza este apartado.
Su uso principal, como os podréis imaginar, es para captar fotografías muy amplias en plena naturaleza o en entornos urbanos. El paisaje es su especialidad tanto por su inmensa profundidad de campo (recordad lo que hablábamos hace poco sobre la distancia hiperfocal) como por las espectaculares perspectivas que es capaz de ofrecer.
Objetivos zoom
Los objetivos zoom siguen los mismos principios ópticos que los fijos, pero teniendo en cuenta que pueden variar su longitud focal en cualquier momento. Una óptica de este tipo será más versátil a la hora de componer nuestras fotografías porque podremos jugar con los efectos que dan las diferentes longitudes focales disponibles (como hemos visto al comentar los diferentes tipos existentes) pero siempre serán más restrictivos que los fijos en términos de nitidez, peso y longitud focal debido a la mayor cantidad y complejidad de los elementos ópticos implicados en su construcción.
A la hora de diseñar una óptica fija se tiene en cuenta su longitud focal y se emplean lentes específicamente calculadas para ella. Sin embargo, en un objetivo zoom hay que tener en cuenta la variación del rango y emplear unas lentes creadas con un margen suficiente como para que se adapten bien a todo el recorrido del objetivo; de ahí que no se pueda «afinar» tanto como en un objetivo de longitud focal única.
Hay objetivos zoom de distancias focales cortas, largas, intermedias… Son objetivos que, en general, se emplean para multitud de tareas en función del rango de su recorrido; desde paisaje, hasta retrato en primer plano, aunque hay que tener en cuenta que, por lo general, cuanto mayor sea su rango de alcance peor calidad de imagen va a dar por lo que os comentaba anteriormente.
Aprovecharé para comentar que últimamente se están poniendo de moda los objetivos zoom de gran recorrido, a los que la gente suele denominar «todoterrenos», pues evitan cambiar la óptica cada dos por tres y están especialmente indicados para viajes en los que no queramos / podamos cargar con nuestra colección completa de objetivos.
Un ejemplo de estas ópticas el AF-S 24-120 f/3.5-5.6 VR que tenéis sobre estos párrafos y que, por los 500 euros que cuesta, cumple labores de angular y de teleobjetivo corto sumando además el sistema de reducción de vibraciones VR para evitar la trepidación en las fotografías.
Ojo de pez
El ojo de pez es un objetivo que se sale bastante de lo normal: es capaz de abarcar un ángulo de visión de 180º e incluso superior en algunos casos, lo que hará que disparando una fotografía de paisaje aparezcan nuestros propios pies en en el encuadre.
La característica principal de los ojos de pez es que distorsionan fuertemente las líneas rectas que aparecen en las fotografías. En el resto de los objetivos aquí comentados el campo de visión es más o menos amplio pero las líneas rectas siempre son rectas; sin embargo, en estas ópticas las líneas rectas se vuelven más curvas cuanto más se alejan del centro de la imagen.
Su aplicación es sobre todo de tipo creativa. Las fotografías resultantes sorprenden al espectador y le llevan a un mundo donde nada es lo que parece. Un retrato hecho con un ojo de pez muestra unas facciones exageradamente desproporcionadas, con una nariz inmensa, una frente muy alargada y con el fondo que parece situarse a decenas de metros de distancia.
El Fisheye Nikkor 16 mm que tenéis ahí arriba es un ojo de pez comercializado por Nikon desde 1993 y actualmente os podéis hacer con uno por aproximadamente 1000 euros, lo que da una idea de lo específicas que son estas ópticas que siempre ofrecen resultados espectaculares (aunque pueden llegar a cansar si se emplean compulsivamente).
Macro
Los objetivos macro son capaces de reproducir las cosas a escala 1:1 en el sensor de la cámara. Esto significa que si tenemos una flor que mide lo mismo que el sensor, en la foto que obtendremos al final la flor ocuparía la imagen al completo. Esto, que en cámaras compactas es muy sencillo de conseguir, no es algo tan simple en el caso de cámaras réflex debido precisamente al gran tamaño de su sensor, por lo que tendremos que recurrir a estas ópticas para fotografías de este estilo si queremos resultados profesionales.
Las distancias focales de este tipo de objetivos suelen estar entre los 60 y los 200 mm en función del modelo; y por lo general suelen ser fijas para conseguir una máxima precisión y nitidez. Precisamente esas dos características son las que hacen de estos objetivos un prodigio de la ingeniería. Por cierto, el modelo que tenéis sobre estos párrafos es el Micro Nikkor 105 mm f/2.8 VR que se comercializa en Europa a un precio que ronda los 750 euros y con el que podréis hacer fotografías como la que tenéis a continuación.
Estos objetivos se emplean para fotografía de precisión de cosas realmente pequeñas, pero nada impide emplearlos como un objetivo general que nos permitirá capturar cualquier imagen con gran nitidez pero siempre contando con la limitación de su longitud focal fija.
NOTA IMPORTANTE: todas las imágenes empleadas en este artículo han sido extraídas de la página web de Nikon España. En todos los casos se trata de la fotografía «oficial» de la óptica así como una fotografía realizada con ese mismo objetivo para demostrar las prestaciones que puede ofrecer.