El juego de tu vida con preguntas sobre el blog

Breve, extraño y curioso sueño el que tuve hace apenas un par de días, pues en él se mezclan los conceptos de televisión e Internet a partes iguales debido a  mi presencia en el concurso «El juego de tu vida». No obstante, esta vez sí que sé de dónde viene este sueño, pues esa misma tarde vi un sketch de Que vida más triste donde se ridiculizaba dicho concurso y que, aunque apenas duró unos segundos, me hizo reír durante un buen rato al verlo junto a mi hermano.

Pues bien, el caso es que me encontraba sentado en la silla del programa dispuesto a responder a las preguntas que me hiciera la repelente presentadora Emma García sobre mi vida privada. Datos que se supone que pertenecen a mi exclusiva intimidad y que por nada del mundo quisiera que salieran a la luz.

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Sin embargo, comienzan las preguntas y me sorprende ver que la primera de todas simplemente dice: «¿Es verdad que te gusta la fotografía?». Respondo con un escueto «sí», la voz en off del programa afirma sin titubeos que digo la verdad y acto seguido el público empieza a aplaudir y a llamarme valiente.

La siguiente cuestión quiere saber si he escrito una novela basada en mis desastres amorosos. A continuación enfocan al público y se ven multitud de caras de tensión… Yo me quedó dudando un segundo y respondo con otra respuesta afirmativa, logrando nuevamente gracias a ello el fervor de la multitud.

Las preguntas avanzan y me doy cuenta de que todas ellas versan sobre cosas que ya he tratado en mi propio blog, por lo que empiezo a cuestionarme el trabajo de los documentalistas del programa. Las rondas van avanzando y las preguntas, en lugar de tratar de sacar a la luz todo tipo de trapos sucios sobre mí, versan acerca de mis paseos por la ciudad, mi costumbre de fotografiar edificios, mi teléfono móvil… para llegar a una última pregunta que, con gran emoción y muchos redobles de tambor, dice simplemente: «¿Es verdad que una vez le diste la mano a Hideo Kojima?».

Sin terminar de creerme demasiado la sencillez de la pregunta respondo con un «sí, desde luego que sí» que la misteriosa voz en off interpreta como una mentira por mi parte; pero justo cuando el público gritaba al unísono «OHHHHHHH!» y la presentadora ponía cara de circunstancias saqué mi EeePC 701y mostré a cámara la fotografía que ilustraba el reportaje de aquella presentación de Metal Gear Solid 4.

Dando la mano a Hideo Kojima

Acto seguido la voz dijo con marcado acento metálico: «Lo siento, me he equivocado; nadie es perfecto, ni siquiera yo». Y entonces el público (por orden expresa del regidor) prorrumpió en sonoros aplausos para celebrar que me llevaba el premio de 30000 euros que Tele5 otorgaba a quien respondiera con sinceridad a todas las preguntas planteadas.

Desperté con una extraña sensación de irrealidad que se pasó en cuanto tomé consciencia de mí mismo y comprendí que aquel extraño concurso plagado de preguntas ya respondidas en este blog no era más que un sueño bastante tonto que al menos ha servido para redactar una nueva entrada del mismo. Cosas del subconsciente, supongo.

Isabel Gemio

Si la persecución gatuna de hace unos días fue una pesadilla un poco atípica, creo que lo que os voy a describir hoy lleva el concepto de sueños extraños a un nuevo nivel. Es una pena que ya no viva Sigmund Freud, porque seguro que se enganchaba a este apartado del blog.

El caso es que iba de camino a la estación de autobuses de Alcalá para acudir a una presentación en Madrid; algo de lo más habitual hace unos meses, cuando tenía tiempo para colaborar con la gente de ultimONivel (aunque dentro de poco os comentaré algo sobre ese tema).

Pues bien, resulta que andaba medio resfriado y con la nariz tan congestionada que apenas se me entendía al hablar. Cuando fui a echar mano a mi paquete de pañuelos de papel me encontré con que no llevaba ni uno encima, así que me tocaba buscarme la vida de algún modo. Era primera hora de la mañana de un Martes: nadie en las aceras, ni siquiera se veían coches por las calles… así que se me ocurrió la idea de entrar en mi antiguo instituto para ver si alguien tenía un Cleanex que dejarme.

Sin embargo el instituto parecía haber pasado a la dimensión oscura de Silent Hill, pues estaba todo lleno de mugre, las paredes con pintadas, los pasillos y las aulas en tinieblas… Me dirigí a uno de los baños (todavía recordaba exactamente dónde se situaban de los años en los que estudié allí) y me llevé la sorpresa de que el cuarto de baño estaba medio derruido.

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Vueltas y más vueltas por los pasillos; arriba y abajo por las tres plantas de un edificio completamente abandonado. No quedaba ni un sólo cuarto de baño en pie, así que opté por dejar atrás aquellas paredes y dirigirme a la estación de autobuses para llegar a tiempo al acto.

No recuerdo bien cómo fue el trayecto en el autobús; debí dormirme, pero sí que tengo claro que aparecí en la puerta del hotel Palace; lugar que ya conocía porque allí acudí a un par de presentaciones hace poco más de un año. Allí, un botones uniformado me coge la maleta en la que llevo mi portátil y mi cámara de fotos para acompañarme hasta un lujoso salón en el que va a dar comienzo la presentación.

Nada más entrar me encuentro un proyector escupe imágenes del último modelo de lavadora de Siemens. El producto no tiene nada que ver con videojuegos, pero la estructura del acto no difiere demasiado de lo que estaba acostumbrado a cubrir meses atrás. Es curioso, pero pese a ser algo muy diferente de lo que había hecho hasta el momento no me sentía extrañado ni fuera de lugar.

Saco mi cámara y disparo como un loco a la flamante lavadora como si se tratara de Hideo Kojima. Como me suele ocurrir en estas cosas, comienzo mi tarea con disimulo y al final termino por levantarme de mi sitio y plantarme al pie del escenario para sacar una mejor perspectiva del lugar. A la gente le gusta ver fotografías, así que siempre intento captar la máxima información gráfica posible.

Vuelvo a mi sitio repasando las fotos en la pantalla de la cámara, pero al pasar por una de las filas de invitados siento que una mirada me recorre de arriba a abajo. Llego a mi asiento y pocos segundos después aparece Isabel Gemio que se sienta en una silla contigua a la mía. Era ella la que me miraba con atención segundos antes, y sus primeras palabras fueron: “¿Ya no te acuerdas de mí?”.

Isabel llevaba un vestido negro escotadísimo, unas medias brillantes y unos zapatos de tacón rojos; hay que reconocer que estaba realmente atractiva; y aunque juraría que jamás había cruzado una palabra con ella, una cierta sensación de familiaridad recorría mi memoria.

Parecía enfadada, sin duda. Es una virtud que algunas mujeres tienen; y es que sólo con aquellas seis palabras que Isabel acababa de pronunciar había conseguido desatar en mí una auténtica tormenta de extrañas sensaciones.

– Tenías mi número; podías haberme llamado, ¿no?

– Isabel, ¿qué número? ¿De qué me estás hablando?

– Es increíble, Luis – (¡Isabel Gemio conocía mi nombre!) -. Con todo aquello que dijiste y ahora, tres meses después, dices que no te acuerdas de mí… ¡¡Esto sí que no me lo esperaba de ti!!

Isabel Gemio parecía conocerme, estaba claro; así que era bastante posible que tuviera razón en todo lo que estaba diciendo, de modo que decidí asumir la situación de que algo en mi cabeza se había cortocircuitado por alguna extraña razón y no recordaba nada de lo que me estaba diciendo.

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– Isabel, no sé qué me ha ocurrido. No recuerdo nada de lo que me ha sucedido en los últimos meses, y eso te incluye a ti. No soy capaz de acordarme de lo que tenemos ambos en común, y mucho menos de tu número…

En ese momento caí en la cuenta de que hacía casi un año que no había cambiado de teléfono móvil, de modo que si ella tenía razón, en la agenda estaría su número… Ante su mirada lo saqué del bolsillo de la chaqueta, consulté la agenda y… allí estaba ella; el único contacto que aparecía en la letra G. Isabel Gemio. 637897….

– 653 – añadió ella completando el número.

Vale, conocía a Isabel; pero… ¿por qué tenía su número? Conozco a mucha gente, pero el número de teléfono sólo lo tengo de los más allegados, así que… ¿qué pintaba aquella conocida presentadora de televisión en mi vida?.

Consulté también el historial de llamadas, y eso sí que me dejó helado: había un par de llamadas entrantes la última semana. Las dos eran de Movistar; publicidad lo más seguro. Sin embargo, había más de una decena de llamadas anteriores que yo mismo había hecho al número de Isabel. Llamadas de más de una hora en todos los casos. También había tres o cuatro llamadas de larga duración realizadas por ella, así que ahora entendía todavía menos mi situación.

El acto continuaba: en ese momento Fernando Romay estaba sobre el escenario presentado un frigorífico cuya principal cualidad es que tenía todavía más altura que él. Sin embargo, desde que Isabel se sentó a mi lado y había comenzado a descubrir todas estas cosas, había dejado de prestar atención a lo que Siemens quería enseñarnos.

De hecho ya me daba exactamente igual aquel acto al que había acudido. Me importaba muy poco el reportaje que tenía que publicar a continuación porque en realidad lo único que quería saber era lo que había ocurrido en mi vida durante los últimos meses, pues aquella amplia laguna mental me estaba atormentando terriblemente.

Isabel se puso muy seria. Cruzó los brazos y dirigió su vista al frente. Tras diez segundos de silencio dijo: «Bueno, no sé qué te ha podido ocurrir, pero también es cierto que tenía tu número y yo tampoco he sido capaz de llamarte». Parecía que la situación se relajaba un poco, pero yo seguía sin tener ninguna respuesta a aquel extraño misterio.

No sabía por qué no recordaba nada de la última etapa de mi vida y tampoco sabía que había ocurrido entre Isabel Gemio y yo tres meses atrás. Sin embargo, mi curiosidad nunca fue satisfecha, pues un rayo de sol iluminó mis párpados y los abrí de par en par comprobando que estaba en la tranquilidad de mi habitación a las nueve de la mañana de un Domingo cualquiera.

De todos modos no me levanté al momento, pues me quedé un buen rato allí tumbado recordando lo que había soñado. Las dos fases de aquella experiencia onírica eran a cada cual más extraña; pero sobre todo intentaba atar los cabos que habían hecho aparecer todos esos elementos en mi mente durante la noche. No lo conseguí; tan sólo pude hayar una explicación para lo de ir al Palace a una presentación; pero todo lo demás carecía de aparente sentido… ¿y no es precisamente eso lo que da un cierto aire de misterio a esa parte de nuestro inconsciente que se despierta cada noche?

Vistas desde Nepal

Una chica de camisa amarilla, voz alegre e intensos ojos azules se dirigió a mí en el portal, justo cuando iba a sacar mis llaves del bolsillo. Dijo que seguía mi blog habitualmente; y basándose en ello se había formado una idea bastante aproximada de mi forma de ser y que, precisamente por eso, pensó que era la persona idónea para darle una opinión sincera sobre algo que había creado.

Me puso en las manos un DVD titulado «Vistas desde Nepal» y me pidió que lo viéramos juntos. Decía que era un cortometraje que había hecho; el primero de toda su vida tras una serie de cursos dedicados al cine, y que necesitaba un punto de vista de alguien externo y neutral. Nadie había visto esas imágenes todavía; ni siquiera su familia, de modo que podía considerarme un privilegiado al haber sido elegido para valorar un proyecto en el que no se habían escatimado esfuerzos ni ilusiones.

No me negué a aquello; me encanta que me ocurran cosas imprevistas, de modo que acepté aquel extraño ofrecimiento y ella añadió que para disfrutarlo plenamente había que verlo en un lugar elevado tal y como sugería el título del corto. Subimos a una colina tapizada de un césped cuidado con un mimo exquisito: una alfombra verde sobre la que era una delicia caminar descalzo y sentarse a disfrutar del frescor de la tarde.

Con un suave chasquido de sus dedos el sol aceleró su periplo celeste y en segundos dio paso a una noche estrellada mientras en una pantalla gigante surgida de la nada se proyectaban las primeras imágenes grabadas en aquel disco misterioso. Nieves perpetuas en las cimas de los grandes picos que se podían divisar, gente humilde abrigada con todo tipo de prendas y, al fondo, la curvatura de la tierra bajo un cielo tan azul que parecía irreal. El corto aparentemente no narraba ninguna historia, pues se limitaba a mostrar la belleza de las cosas que nos rodean. Había visto en los últimos años mil programas de televisón protagonizados por aventureros a la conquista del Polo Norte y de las montañas más altas del planeta sin sentir la mitad de las cosas que estas imágenes conseguían evocar dentro de mí. No sé qué había en aquel sencillo cortometraje, pero fuera lo que fuera me tenía absolutamente absorto en un mar de paz y armonía.

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Allí estábamos los dos: cómodamente sentados en la cima del mundo, comiendo palomitas y disfrutando de unos breves minutos de cine documental. Sin tráfico, sin gente, sin ruidos, sin frío ni calor… Eché de menos mi cámara; quise inmortalizar aquel momento, pero ella dijo que no podía ser; que esos instantes eran tan especiales que sólo podía guardarlos en mi mente. Si los olvidaba, se perderían sin remedio en la noche de los tiempos.

El cortometraje terminó, y cuando miré a mi derecha con los ojos húmedos por la emoción de lo que había visto en la pantalla para felicitar a aquella chica misteriosa me encontré con su dedo índice posado en mis labios al tiempo que me decía: «shhhh… no digas nada; si hablas se acabará para siempre».

Nada más abrir la boca para pronunciar la letra ‘a’, el maldito despertador ejerció su dictadura de cada mañana con un desagradable y repetitivo pitido al tiempo que me daba cuenta de que tenía que haber hecho caso a la chica de los ojos azules. Si no hubiera dicho nada, tal vez el sueño hubiera continuado un rato más… Y aunque también me prohibió fotografiar el momento nada dijo sobre plasmarlo en una hoja de papel, así que eso fue precisamente lo que hice nada más abrir los ojos tumbado en mi cama.

Lluvia en la habitación

Hoy tuve un extraño sueño en el que veía cómo gotas de agua resbalaban por los cristales de la habitación en la que estaba. Hasta cierto punto es lógico porque con las tormentas que está habiendo por esta zona sería normal soñar con lluvias; pero el caso es que llovía dentro de la habitación en vez de hacerlo fuera.

Sentía que no hacía frío allí, pero el agua se colaba por la disquetera de un viejo ordenador para refrescarlo; cosa que el sistema operativo agradecía con frecuentes pantallazos azules y una robótica voz que decía algo así como «gracias por no permitir que me derrita». Yo estaba tranquilo y relajado sentado en mi silla mientras miraba cómo el líquido elemento iba mojando las paredes de aquel extraño y aséptico lugar.

Cogí el teléfono para tratar de avisar a los de la limpieza, pero lo único que escuché es que Telefónica me decía que el número marcado no se encontraba disponible en aquel momento. Fue entonces cuando alguien miró con gesto curioso a través del cristal y lo entendí todo: estaba dentro de una pecera y la estaban empezando a llenar de agua.

Bola acuática

Me desperté y me di cuenta de que la oreja derecha me dolía horrores: me había quedado dormido con los auriculares puestos y eran las seis y media de la mañana. Media docena de horas planchado contra la almohada habían hecho que el pequeño casquito blanco se me tatuara a fuego en mi pabellón auditivo.

En la calle llovía a cántaros; pero al menos dentro de casa no.

El perro con pelo de spaghettis

Yo no sé por qué pero ultimamente sueño de vez en cuando con perros. El de hoy iba de que aparecía por la facultad de derecho de Alcalá de Henares dispuesto a poner una hoja de reclamaciones porque la fachada exterior del edificio estaba llena de polvo; sim embargo cuando entré en el lugar el panorama era muy diferente a lo me esperaba:

La persona que atendía las reclamaciones estaba en una habitación con rejas y metida en la cama porque aseguraba que con el ruido del viento en los barrotes no había quien durmiera por las noches y tenía que aprovechar los ratos de calma para echar un sueño. Me indicó amablemente que cogiera el libro de reclamaciones y pusiera lo que quisiera; pero entonces algo me llamó la atención, y es que debajo de la mesa donde se encontraba el libro estaba escondido un caniche cuyo pelo eran… ¡spaghettis!

El perro se mostraba muy mimoso y atento incluso con un desconocido como yo, pues enseguida se acercó para que acariciara su lomo; cosa que era bastante placentera porque sus pelos-spaghettis estaban bañados en mantequilla y mi mano se deslizaba sin esfuerzo por ellos.

No recuerdo mucho más; aunque sí que me suena que la persona que estaba en la cama adoptaba una actitud un poco desagradable cuando le comentaba que la fachada del edificio debería estar más cuidada. Supongo que sería el conserje o algo así, pero como estaba enredado entre sábanas la verdad es que ni siquiera sé decir si era chico o chica.

En fin, cosas raras que se sueñan durante una noche en la que me he despertado varias veces con frío. Lo que más gracia me hace es que aunque me despierte con la espalda helada no soy capaz de levantarme de la cama y cerrar la ventana porque me vuelvo a dormir en escasos segundos…

¡Buenos días! 😛

Perritos ultracongelados

Hoy tuve un sueño realmente extraño que consistía en que decidía comprar un perro para dar un poco de alegría a la casa. Son unos animales fascinantes que siempre me han llamado la atención por su inteligencia y el cariño que regalan a las personas que les tratan con amor.

Lo que ocurre es que en mi sueño los perros no se compraban en una tienda de mascotas, sino en una especie de máquina de refrescos situada en un centro comercial de la que salían lindos perritos ultracongelados metidos en una funda de plástico transparente como si de un bocadillo se tratara.

El caso es que había que meter cinco euros (en monedas o en billetes) por una ranura y a continuación se elegía un modelo de perro. Acto seguido salía por la ranura inferior de la máquina junto con unas instrucciones que aconsejaban descongelar el perro dejándolo un par de horas junto a la chimenea de casa para que así poco a poco fuera despertando de su forzada hibernación.

Tuve suerte de despertar poco después y no recordar cómo terminaba la historia, pues eso de descongelar a un pobre perrito no ha de ser algo muy agradable para la mascota ni para el dueño.

En fin, sé que siempre sueño cosas raras, pero la de hoy se lleva la palma; lo peor es que una vez me había espabilado un poco comencé a preguntarme: ¿veremos cosas así en el futuro?

Un Metro en Madrid sólo para «indies»

Hoy soñé con la ciudad de Madrid; con sus atascos, sus prisas y su ritmo de vida. Soñé que iba en el Metro en dirección a Gran Vía cuando me perdí completamente entre la multitud que poblaba sus escaleras mecánicas. No sabía dónde estaba y de repente todos los carteles indicativos habían desaparecido de su sitio. Menos mal que de repente, entre los más de cuatro millones de habitantes de la capital, apareció mi amiga Carol presta a salvarme del desastre no sin antes decirme que me sacaría de allí a cambio de ir con ella a un concierto de Nacho Vegas que había esa noche en Callao.

Le decía a Carol que estaba de acuerdo con sus condiciones, pero que con tanta gente no nos iba a dar tiempo a llegar al lugar del concierto. Entonces ella me miró, puso cara de extrañeza y me pregunto que si no leía el foro de Los Planetas, porque allí se comentaba la existencia de una línea secreta de Metro que comunica las salas de conciertos y a la que sólo tienen acceso los seguidores de los grupos indie en castellano.

Mi sorpresa era mayúscula, pero no tuve mucho tiempo de permanecer atónito ante esa revelación, pues Carol cogió mi mano y tiro de mí con rapidez hacia una de esas máquinas de bebidas que hay en todas las estaciones del subterráneo de Madrid. Ante ella pulsó una rápida combinación de teclas y la máquina se abrió como la típica librería de la vieja mansión presente en toda película de misterio antigua.

Dentro había un estrecho pasillo que tras unos metros nos dejó en un extraño andén en el que la publicidad no era la típica de marcas de ropa, detergentes y grandes almacenes, sino que mostraba discos de Lori Meyers, fechas de conciertos, gafas de pasta… todo un universo indie del que jamás había oído hablar pero en el que Carol se movía como pez en el agua.

De inmediato llegó un tren decorado con amplias rayas horizontales de colores y en el que sonaba a todo volumen música de Sexy Sadie y El Niño Gusano. Decenas de personas (casi todas de nuestra edad aproximadamente) viajaban sentadas en él sacudiendo sus cabezas a cámara lenta al ritmo de la música. No nos llevó más de cinco minutos llegar hasta nuestro destino, y desde el andén volvimos a coger un estrecho pasillo que nos llevó directamente a la sala donde iba a ser el concierto.

Por supuesto agradecí a Carol su gesto, pues si no hubiera sido por ella yo seguiría perdido en los pasillos de alguna estación indeterminada de la periferia de la ciudad y a continuación nos dispusimos a disfrutar del concierto cuando sonaron los primeros acordes de “La noche más larga del mundo”. Aquel Metro alternativo que yo desconocía hasta ese momento me había salvado y además me había dejado a los pies de un escenario en el que tocaba uno de mis artistas favoritos actualmente, así que pasé del desastre a un día fantástico.

Soñando con karts

Hoy he soñado con karts; ha sido un sueño corto y conciso, pero se ve que después de la experiencia del otro día me he quedado con ganas de más y ya hasta durmiendo mi mente sueña que voy al volante de uno de estos vehículos.

El caso es que estaba en el circuito de Santos de la Humosa junto a mi hermano y el novio de mi hermana disputando una carrera. Gracias a los conocimientos adquiridos en la carrera que disputamos en Oropesa unos días antes era capaz de ir a una velocidad de vértigo, hasta tal punto que batí el record del circuito en la vuelta de calentamiento.

En ese momento el dueño del circuito paraba la carrera y venía a felicitarme diciendo que tenía un talento innato para esto y que me ofrecía un contrato de por vida para competir en karts patrocinado por él mismo a título personal y bla bla bla…

No recuerdo mucho más; supongo que me desperté poco después, pero veo que lo de los karts ha causado una profunda impresión en mí. Creo que tendré que comprobar si éste ha sido un sueño premonitorio o no, pero me da a mí que se va a quedar en pura fantasía 😛

Kinder Sorpresa

Hoy tuve otro extraño sueño de esos que no aparentan tener mucho sentido. Me sorprende ver que de un tiempo a esta parte recuerdo a menudo mis sueños; aunque supongo que también tiene que ver que cuando nada más despertar recuerdo lo que he soñado, me lanzo al ordenador a escribirlo lo antes posible.

El de esta noche consistía en que bajaba al supermercado a comprar (por lo que veía era el Ahorramás de mi barrio en Alcalá de Henares) un huevo Kinder Sorpresa por expreso encargo de mi hermana, que es una golosa de bombones y derivados de mucho cuidado.

La cosa es que no encontraba los Kinder Sorpresa como tales, aunque sí los más diversos chocolates en tableta; pero claro, a ver quién es el valiente que no cumple un encargo de mi hermana (que es de armas tomar) y desesperado opté por pedir ayuda a una cajera que pasaba por allí.

Resulta que como es verano, los Kinder Sorpresa los retiraban de la circulación para que no se estropearan, pero a cambio habían traído una edición especial en la que venían tres huevos en un envoltorio térmico que evitaba que se derritieran. Incluso la cajera me comentaba esto un poco sorprendida, porque toadvía no había tenido ocasión de probarlos al haber llegado esa misma mañana, de modo que se acercó al almacén del supermercado y trajo un envoltorio en forma de conejo y en color rojo brillante.

Lo que ocurre es que me pidió el favor de que si podíamos abrir el envase para ver si eran los mismos huevos Kinder Sorpresa que ella conocía, pues como me había dicho antes ese formato era novedad recién llegada y no había tenido ocasión de verlos anteriormente.

Yo no me negué a ello, pero mi sorpresa fue que la chica arrancaba la cabeza al conejo para extraer a través de su cuello uno de los huevos de chocolate y romperlo en dos mitades de las que me ofreció una de ellas para zamparse ella la otra.

¿Cómo le iba a llevar el envoltorio abierto a mi hermana? ¿Cómo le iba a explicar que faltaba uno de los tres huevos porque la cajera se empeñó en probarlos? No recuerdo nada más de ese sueño, por lo que no sé si en ese onírico encargo mi cabeza habrá terminado de una pieza o rota por no haber llevado a buen término la misión que se me encomendó; pero sea como sea desperté y me encontré tumbado en mi cama y con el iPod todavía sonando en mis oídos para poner banda sonora a un extraño sueño con sabor azucarado.

El credi-Tom

El sueño de hoy es un poco raro y mezcla de bastantes cosas (esto es algo que ya no me sorprende). Es curioso que haya recordado mis sueños de tres noches en el plazo de cinco días, pero me alegro por ello. A ver si con un poco de suerte encadeno una buena racha y os voy contando algunos más. De momento os dejo con el de hace un rato:

Camino de las oficinas de Nintendo en Madrid me encuentro con mi amigo Tomás (aunque yo le suelo llamar Tom) sentado en la puerta de un banco (Cajamadrid para más señas) con una cara de preocupación considerable y al borde del llanto.

Temiéndome que a él o a su familia le hubiera ocurrido algo grave me detengo pese a la prisa que llevo (hasta en los sueños siempre llevo prisa) y le pregunto qué hace ahí, a lo que me responde que ha pedido un crédito al banco y que está esperando la resolución ahí sentado.

Ante mi pregunta de para qué quiere un crédito me responde que es para una plaza de garaje, y que para ello necesita cien mil euros. Yo le entiendo «diez mil», pero él me insiste en que con esa cantidad no se compra ni una plaza para moto y que necesita diez veces más.

El caso es que al final aparece en escena un compañero de otro medio y me pide que le acompañe a Nintendo porque no sabe dónde está, así que le deseo suerte a Tom y me dirijo hacia mi destino acompañado de un tío que tiene los aros olímpicos tatuados en el brazo derecho.

Una vez en la puerta de Nintendo me doy cuenta de que me he olvidado mi cámara de fotos en la puerta del banco, así que vuelvo corriendo a aquel lugar para recuperarla. Allí me encuentro una lata de cocacola flotando en una fuente y un empleado de una tienda me dice que un amable ciudadano ha metido la cámara dentro de la lata para que nadie se la llevara.

Una vez recuperada con la ayuda de un abrelatas me encamino de nuevo a realizar mi reportaje pero atravesando esta vez calles sombrías en las que se escuchan terribles sonidos y de cuyas ventanas aparecen ojos que me acechan en la oscuridad. Finalmente me vuelvo a encontrar con el compañero de antes quien me recoje con su coche y me lleva a las oficinas donde nos esperaban ya desde hacía un rato.

Irene, la desaparecida profesora de filosofía

Me llaman mucho la atención los sueños en los que aparecen datos concretos del mundo real y tras los que, al despertar, piensas si será una premonición o si será una mezcla de cosas del día anterior (me inclino más bien por esto último). El caso es que esta noche he soñado algo que me ha llamado mucho la atención, ya que si bien no recuerdo con claridad el fin que perseguía, sí que recuerdo a sus protagonistas:

Aparecía en la puerta de mi antiguo instituto (el Alonso Quijano de Alcalá de Henares) en busca de la responsable del departamento de filosofía. Una vez recorridos los pasillos sin dar con el puñetero departamento me dicen en conserjería que está «en la primera planta pero justo al otro lado del edificio» (una descripción de lo más detallada, vamos).

Encamino hacia allí mis pasos y tras muchas vueltas y ver a bastantes alumnos que me miran con cara rara me encuentro ante la puerta de un despacho en cuya puerta dice «Despacho de Filo y Sofía». Llamo a la puerta y me abre la misma conserje que me mandó a aquel lugar hace un rato, y sin extrañarme demasiado le pregunto que quién es la directora del departamento ¿Filo o Sofía?

Sombras en la puerta

Ante esto, la buena mujer me dice que las dos están de vacaciones y que para cualquier cosa relacionada con el departamento tengo que preguntar por Irene, que es quien está estos días al mando. Así que pregunto por ella y me dice (ya sé que todo esto parece un poco surrealista) que se ha ido a la carcel a visitar a su hermano; que volverá cuando acabe el horario de visitas, que es a medianoche.

Claro, mi pregunta es que si el instituto seguirá abierto a esas horas tan intempestivas, a lo que la conserje me responde que no, que ellos ya trabajan bastantes horas a la semana y que a las ocho de la tarde cierran la puerta…

Y ya no recuerdo más porque en ese momento eran las 7:30 de la mañana y estaba escuchando una canción de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge que no me era desconocida; me había acostado con el iPod puesto y a esas horas de la mañana tenía ya los auriculares casi tatuados en las orejas.

Fotos en 3D para una tienda de novias

Curioso sueño el de esta noche en el que llegaba una carta a mi casa con el remite de una tienda de vestidos de novia de la Calle Mayor y que me hacía una oferta de empleo para que ilustrara el catálogo de la siguiente temporada con «fotografías de paisajes en tres dimensiones que se movieran al ritmo de la música».

Yo les decía que no había problema, pero que necesitaba una cámara con un flash más potente para hacerlo, pues estábamos en plena noche ártica el sol no saldría hasta dentro de seis meses. La chica de la tienda (es curioso, pero me trasladé instantáneamente de mi casa a la mencionada tienda) no paraba de ponerme pegas diciéndome que con la luz de las farolas me llegaría de sobra, aunque apuntaba que en caso de necesidad una caja de cerillas podría darme la luz que requería.

Es una pena que me despertara poco después, porque me hubiera gustado conocer el resultado de mi trabajo…

Nueva categoría: la vida es sueño

No es muy habitual que recuerde lo que sueño, pero cuando lo hago suelen ser historias de lo más pintorescas. Alguna que otra vez le he contado mis sueños de la noche anterior a alguien y por lo general suelo recibir comentarios que oscilan entre «estás pirado» y «podrías escribir un libro con todo eso».

Lo de escribir un libro se me queda un poco lejos de momento (como mínimo hay que ser Kirai para eso) pero he pensado que podría ser interesante una nueva categoría en este blog que esté dedicada a narrar algunos de mis sueños nocturnos.

El problema de los sueños es que se deshilachan nada más despertar, así que tendré que lanzarme de la cama hacia el ordenador raudo y veloz si no quiero que se queden muchos detalles enredados entre las sábanas.

La soledad del cuarto del hotel

En fin, no os puedo dar una fecha concreta sobre cuándo inauguraré esta categoría de la que os hablo, pero sí que os puedo decir que la próxima vez que despierte y recuerde un sueño lo compartiré con todos vosotros.

¡Un saludo!

Más sueños convertidos en realidad

Corría el año 2000 y en mi casa entraba una máquina que cambiaría para siempre mi concepción de los videojuegos: se trataba de una PSOne con la que me olvidé de tener que actualizar el PC cada dos por tres para poder ejecutar los títulos más novedosos, las pesadas instalaciones, el espacio libre necesario en disco duro… etc etc etc.

En aquella máquina metías el disco y a los pocos segundos ya estabas jugando; y para guardar la partida no tenías más que emplear una sencilla tarjeta de memoria que podías llevar a casa de un amigo para cargarla en su máquina y mostrarle tus progresos. Sencillez y simplicidad que permitían centrarse en disfrutar de los videojuegos.

De cualquier modo no me llamaba demasiado la atención aquello: si bien había juegos bastante buenos, me parecían demasiado caros para mi poder adquisitivo de aquella época y sobre todo no me parecían muy diferentes a lo que podía ejecutar en mi propio PC por aquellos días.

Sin embargo, una tarde escuché a mi hermano hablar muy bien de un título llamado Metal Gear Solid y sin saber muy bien por qué me acerqué a Centro Mail (lo que ahora es GAME, vamos) y me lo compré sin saber muy bien realmente si valía lo que costaba. La cara de sorpresa de mi hermano cuando entré con aquel título en casa fue de las que no se olvidan.

Puesto que por aquel entonces estaba a final de curso y tenía exámenes decidí dejarlo un poco de lado y que fuera mi hermano quien lo fuera disfrutando. Así lo hice y a ratos, según le veía jugar con Metal Gear Solid, me fui dando cuenta de que el mundo de los videojuegos había cambiado: aquel título era más como una película interactiva que un juego al uso en el que tuvieras que disparar a todo lo que se moviera.

Recuerdo que me impresionó mucho que tras una parte del juego en la que tenías que presionar repetidamente y durante un buen rato los botones del mando, una compañera te llamaba y te decía que te pusieras el pad de la consola en el brazo para mitigar el dolor. En ese momento el mando se ponía a vibrar y era como si te estuvieran dando un masaje reparador. También había momentos del juego en los que el mando caminaba literalmente por el suelo o en los que un final boss era capaz de leer tus movimientos y adelantarse a todos tus ataques.

Investigué un poco sobre el origen y el creador de esa obra y descubrí a la persona de Hideo Kojima: un japonés que parecía estar tocado por una varita mágica a la hora de programar videojuegos, ya que siempre conseguía meter al jugador dentro del título mediante el uso de elementos del «mundo real». Los ejemplos que os comentaba en el párrafo anterior son buenas muestras de lo que puede hacer una mente ingeniosa con elementos sencillos al alcance de todo el mundo: técnicamente cualquier desarrollador de juegos de Playstation podría haber implementado algo así en sus títulos, pero a nadie se le ocurrió antes que a Kojima.

Con el tiempo llegó Playstation 2 y los consecuentes Metal Gear Solid 2 y Metal Gear Solid 3 así como la PSP con los Metal Gear Acid! y Metal Gear Solid Portable Ops. Títulos que nuevamente tomaban elementos del mundo en el que vivimos para trasladarlos a la acción virtual que vemos en pantalla. Algo que también hacían los Boktai de GBA y el Lunar Knights en DS al emplear la luz solar como munición de nuestras armas.

Pues bien, tras admirar durante mucho tiempo al genio creador Hideo Kojima hoy me he llevado una de las más grandes alegrías de mi vida: ¡mañana miércoles 4 de Junio estoy invitado como redactor de ultimONivel a la presentación de Metal Gear Solid 4 para PS3 con la asistencia del mismísimo Hideo Kojima!

No os podéis imaginar la ilusión que esto me hace, pues cuando descubrí Metal Gear Solid para PSX hace ocho años veía a Kojima como un iluminado al que se le ocurrían ideas que ningún otro desarrollador de videojuegos tenía; concepto que con otros juegos posteriores ha demostrado ser completamente cierto. Una especie de deidad en el olimpo de los videojuegos, intocable e inalcanzable y a la que sólo podía admirar desde mi habitación. Sin embargo, ahora me entero de que mañana mismo a estas horas estaré a muy pocos metros de él escuchándole hablar de su última creación.

Cierto es que en los últimos meses he conocido en persona a Buzz Aldrin, Kazunori Yamauchi y Tomonobu Itagaki, pero no ocultaré que el maestro Kojima es una persona que me hizo amar los videojuegos en una época en la que pensaba que en ese campo ya estaba todo más que visto. Sólo por eso se merece todo mi respeto, mi admiración y mi agradecimiento. Mañana seré feliz por unas horas en un escenario muy particular pero del que no os puedo dar detalles porque Konami me ha pedido que guarde celosamente ese secreto.

En relación a todo esto, también me acuerdo de cuando se presentó Silent Hill 2 en un caserón de lo más tétrico y lleno de enfermeras ensangrentadas. Evidentemente en aquella época yo veía el mundillo de los videojuegos desde fuera (por aquel entonces mis conocimientos de videojuegos eran los que Hobby Consolas me enseñaba) y mis impresiones al leer los reportajes de ese tipo de eventos eran del tipo «¡buah, qué tíos más pros, tiene que ser increíble ir a estas cosas!» mientras me moría de envidia sin saber que años más tarde sería yo mismo el que os contara a vosotros en primera persona estas experiencias.

Precisamente por eso cuando escribo un reportaje en ultimONivel siempre trato de transmitir las sensaciones que siento allí y hablar de otras cosas aparte del videojuego en si. Digamos que escribo lo que a mí me gustaría leer en cualquier medio, pues cuando hace años leía la crónica de alguna presentación me fijaba más en los detalles del acto que en lo que era el título presentado, pues al fin y al cabo el videojuego acabaría antes o después en mis manos, pero aquellos eventos quedaban completamente fuera de mi alcance.

En fin, a modo de resumen (todavía tengo que preparar bastantes cosas para la presentación) he de decir que estoy en una nube todavía sabiendo que mañana estaré a muy pocos metros de una persona que pasará a la historia como uno de los más grandes creadores de videojuegos que nunca ha habido. Si hace ya tiempo dije que ultimONivel me permitía convertir en realidad los sueños de aquel chaval que escribía cartas que nunca publicarían a las revistas de videojuegos, hoy me reafirmo en esa idea diciendo que gracias a ON en pocas horas voy a poder cumplir un deseo que años atrás me parecería de ciencia-ficción.

¡Un abrazo grande!

A veces los sueños se hacen realidad…

Cuando de pequeño escuchas hablar de héroes que viajan a la luna. Cuando has visto una y mil veces las imágenes de esos hombres dando saltos en un satélite que orbita alrededor de la tierra. Cuando tus abuelos y tus padres vieron aquello en TV y a ti todavía te quedaban unos cuantos años todavía para empezar a existir…

Cuando has vivido todo eso y una mañana, recién levantado descuelgas el teléfono y te dan la noticia de que vas a conocer a Buzz Aldrin en persona te das cuenta de que los sueños a veces se convierten en realidad.

¡Más información la semana que viene! 😉