Recuerdos de Oropesa (XXVIII)

Han pasado más de cuatro años desde que regresé a Madrid pero todavía vienen a mi mente recuerdos de aquella época en la que estuve trabajando y viviendo en Oropesa del Mar.

Atardecer tras la ventanaLa fotografía de hoy es de la ventana de la cocina de mi casa en un atardecer de principios de octubre de 2012. Y es que tenía la suerte de que por las tardes daba el sol en esa parte de la vivienda dándole a todo una tonalidad muy especial.

El ocaso significaba el final de la jornada laboral, la cena de bandeja viendo el telediario, una conversación por teléfono, un rato de lectura, dormir pegado al móvil por si había algún desastre y así pasar otra hoja más del calendario con la vista siempre puesta en el futuro.

Recuerdos de Oropesa (XXVII)

Cuando le conté a unos amigos que vivían en Oropesa del Mar que iba a estar allí trabajando y residiendo recuerdo que lo primero que me dijeron fue que desde que me instalara allí no bajaría a la playa ni atado. Una afirmación a la que no di el más mínimo crédito en ese instante, porque a lo largo y ancho de todos los veranos que allí pasé fueron contados los días que no bajé a la playa armado con toallas, flotadores, melocotones y crema solar dispuesto a disfrutar de la costa de aquella localidad castellonense.

Julio de 1985

Sin embargo, reconozco que aquella pareja de amigos tenía razón: durante los dos años que estuve viviendo allí contemplé mil veces la vista del mar desde el paseo, fotografiaba todos los atardeceres bonitos que veía con el Mediterráneo al fondo, me gustaba quitarme los zapatos y pasear descalzo por la orilla cuando no había nadie más allí… pero ni se me pasaba por la cabeza ponerme el bañador y bajar a darme un chapuzón como había hecho durante todos los veranos de mi vida en aquellas aguas.

Día de playa

Sólo cuando mi novia venía una temporada a verme bajábamos a la playa a disfrutar de esa arena y ese mar que no tenemos en Madrid. Y el caso es que cuando estábamos allí tumbados siempre decía lo mismo: «Parezco tonto; tengo la playa cruzando la calle y no bajo nunca con lo a gusto que se está» pero cuando ella se marchaba, esa idea no se me volvía a pasar por la cabeza ni de casualidad.

Creo que la soledad que allí se respiraba hacía que los que vivíamos en Oropesa tuviéramos una visión romántica e idealizada de la playa. Me gusta pensar que todos la contemplábamos con cariño en invierno cuando no era más que un compendio de arena y agua sin hamacas, patines ni sombrillas.

Verano azulUna forma de ver aquello es la fotografía que tenéis aquí arriba y que resume perfectamente esa visión de la playa como un lugar idílico y tranquilo en el que sentirse parte del paisaje que nada tiene que ver con las masificaciones estivales que, con puntualidad inglesa, acababan llegando.

Recuerdos de Oropesa (XXVI)

Como os conté en la entrada anterior de esta serie, durante el invierno una infinita tranquilidad reinaba en Oropesa del Mar; y aunque es cierto que yo en particular adoraba aquella soledad, había ocasiones en las que a uno le apetecía caminar sin sentirse en un pueblo fantasma, de modo que cogía el coche y me acercaba a Castellón de la Plana.

Pelota

La almendra central de Castellón es un horror para circular, así que normalmente dejaba el coche en las afueras y me daba un paseo por sus calles. Comparado con Madrid no es tan grande y estoy acostumbrado a recorrer grandes distancias a pie, de modo que por andar poco más de veinte minutos no me pasaba nada y así hacía algo de ejercicio al tiempo que podía dedicarme a mirar los detalles de la ciudad.

De esta localidad de Levante recuerdo alguna zona especialmente bonita como la de la plaza del Ayuntamiento y, sobre todo, el parque Ribalta. También guardo gratos recuerdos de la zona de la universidad Jaume I (recién construida por aquella época) y el tranvía que partía de allí pasando por el centro de la ciudad y dirigiéndose hacia el Grao. Recuerdo que incluso una vez hice uso de él por ver cómo funcionaba y escribir una entrada del blog.

TRAM (Castellón)

Me acuerdo también de la tienda de música Portoles situada en la Calle de Enmedio donde para mi cumpleaños en el año 2012 me autoregalé una guitarra eléctrica y su correspondiente amplificador. Luego con el tiempo también me compré allí un par de cacharros de Korg; y aunque reconozco que la composición musical no es uno de mis dones, disfruto trasteando con este tipo de cosas. Eso sí, me acuerdo de que cuando fui a por la guitarra dejé el coche en un parking cercano porque una cosa es pasear y otra es cargar como un burro.

Pronto

Recuerdo también pasear por calles angostas y oscuras, como la calle del Herrero, donde estaba la central de la empresa que llevaba parte de la comunicación móvil de la empresa y que siempre me pareció una calle especialmente deprimente. Sin embargo, muy cerca de ella se encontraba la plaza del teatro principal de Castellón, que me daba la sensación de ser un lugar elegante y con mucha vida.

Me da un poco de pena comprobar que de Castellón no tengo muchas fotos. Como os digo, solía ir a pasear a veces por allí o a comprar en el centro comercial La Salera, pero no me gustaba llevar la cámara encima como en Oropesa, Benicassim y tantos otros pueblos que tuve ocasión de recorrer en los dos años que pasé en aquella región porque en ciertas zonas se veía gente un poco «rara» pululando por las calles.

Contraste

Que quede claro que Castellón de la Plana no es ni de lejos mi ciudad favorita, pero cuando ahora echo la vista atrás y recuerdo las veces que estuve caminando por sus calles reconozco sentir cierta añoranza de un lugar que estaba a apenas veinte minutos de mi casa y que me permitía ser consciente de que más allá de Oropesa del Mar había un mundo en el que la gente salía de sus casas después de la puesta de sol.

Seco

Hace cuatro años que no pongo un pie en Castellón; pero si me vuelvo a dejar caer por esas tierras esta vez llevaré alguna cámara más o menos discreta para poder retratar sus rincones y poder compartir con vosotros tanto las cosas buenas como las malas de esta localidad situada cerca de la orilla del mar Mediterráneo, ya que la mayoría de las fotos que ilustran esta entrada ya habían hecho acto de aparición en este blog en el pasado.

Radiografía

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XXV)

Durante el tiempo que estuve residiendo en Oropesa del Mar me acostumbré a vivir a contracorriente. Me explico: tras toda la semana trabajando, el viernes por la tarde conducía hasta Madrid para ver a mi familia y a mi novia, de tal modo que en mi trayecto me cruzaba con los que se iban a la playa a disfrutar de esos dos días de descanso. Del mismo modo, me los volvía a cruzar a todos en la A-3 cuando el domingo por la tarde regresaba a Oropesa encontrándome al llegar lo que parecía una ciudad fantasma.

By night

Recuerdo bien aquella extraña sensación al recorrer ya de noche la avenida principal del pueblo de Oropesa los domingos del invierno y no divisar absolutamente a nadie. Tras un poco de callejeo y poco antes de llegar a la playa de la Concha entraba al parking de la urbanización en la que vivía y en la que durante esos meses de frío casi siempre el único coche era el mío. Tenía la buena costumbre de aparcar en mi plaza, pero podría haber dejado el coche atravesado en medio del vial y nadie se hubiera quejado.

A mi memoria viene ahora el suave rumor del mar al abrir la puerta del coche, el eco de las ruedas de mi trolley repiqueteando sobre el asfalto hasta llegar al portal, el frío de la casa al entrar, el ascensor siempre esperándome en mi descansillo de lunes a viernes… Cuando llegaba nadie se asomaba a su ventana a ver quién osaba romper la tranquilidad reinante en aquel lugar porque sencillamente había semanas en las que yo era el único habitante en una urbanización de más de 400 viviendas.

Hay gente que todavía hoy me pregunta que si no me daba miedo estar allí sólo e incluso que cómo podía conciliar el sueño por las noches. Y qué queréis que os diga, no me considero ningún valiente (de hecho la palabra que mejor me define es «prudente») pero nunca me planteé que aquella soledad extrema pudiera suponer una amenaza o incluso un problema. Cierto es que nunca tuve ningún susto ni ninguna mala vivencia durante los inviernos que allí estuve, pero siempre he pensado que a la soledad no hay que temerla porque por si misma no te va a hacer nada.

Amanece sobre Oropesa

Si sólo conocéis esta localidad mediterránea durante la temporada alta os recomiendo que os paséis por allí cuando nadie se plantea coger vacaciones. Os aseguro que os vais a encontrar una soledad brutal que tal vez no podáis soportar; pero si le cogéis el gusto acabaréis viéndole todas sus ventajas e incluso la echaréis de menos.

Recuerdos de Oropesa (XXIII)

Sí que es verdad que a veces en Madrid hay atardeceres en tonos pastel bien bonitos, pero poco tienen que hacer frente al embrujo que el mar ejerce sobre el cielo cuando los últimos rayos del sol inciden sobre la costa.

Pastel

Esta fotografía la hice en enero de 2013; en esas épocas del año en la que no hay absolutamente nadie en Oropesa del Mar. Estaba dando un paseo por los alrededores de mi casa y llevaba en la mano mi ya veterana Olympus E-PL1 cuando los colores del cielo captaron mi atención y traté de inmortalizarlos a través del objetivo.

Apreciaba mucho esos meses de soledad porque por mi trabajo durante el verano y Semana Santa no tenía tiempo ni de respirar. Sin embargo, a lo largo del invierno es cuando hacía mis mejores fotografías y aprovechaba para visitar pueblos de las cercanías a los que siempre trataba de encontrar su encanto particular.

Sé de gente que no soportaría vivir en una urbanización de quinientos apartamentos que durante seis meses se encuentra casi totalmente desierta, pero sin embargo yo aquello lo llevaba muy bien. Al fin y al cabo, habiendo conocido desde pequeño esta pequeña localidad castellonense siempre llena de gente durante los meses estivales, disfrutar a cualquier hora del silencio sólo roto por el suave rumor del mar era para mí un auténtico lujo.

La fotografía que os muestro al inicio de este artículo no es un prodigio de la técnica (de hecho está subexpuesta, el horizonte me quedó ligeramente torcido, apenas se aprecia la textura de las rocas…) pero me trae recuerdos de aquellos paseos en soledad durante los que no me cruzaba absolutamente con nadie. La sensación de estar en un «pueblo fantasma» donde a las cinco de la tarde la poca gente que había por allí se refugiaba en sus casas hasta el día siguiente era algo que me parecía fascinante acostumbrado al ritmo de Madrid y por eso hice tantas veces este tipo de fotografías durante los inviernos que estuve allí.

¿Queréis otro ejemplo de esa sensación que os quería transmitir hoy en estos párrafos? Pues aquí lo tenéis:

Soledad

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XIX)

Todavía me acuerdo de la tarde en la que hice esta fotografía: el sol empezaba a estar bajo en el horizonte a mediados de enero, justo la época del año en la que menos gente hay por Oropesa del Mar y alrededores. Tanto es así que en mis idas y venidas por las serpenteantes calles en busca de la perspectiva perfecta para esta imagen, mis pasos no se cruzaron con nadie y ni siquiera escuché a lo lejos el típico vocerío infantil que colorea cada rincón de aquella localidad durante los caluroso meses de verano.

Al final del día

No era la primera vez que recorría estos parajes entre Oropesa y Benicassim con mi cámara. De hecho, en una ocasión anterior estuve allí hasta que se me hizo completamente de noche para poder captar la luz del cielo cuando el sol ya se ha escondido en lo que se conoce como «blue hour».

Dado que en los meses de verano aquello se convertía en un hervidero de gente, durante la temporada baja siempre que podía aprovechaba para tratar de reflejar en el sensor de mi cámara la paz y la tranquilidad que estos lugares me ofrecían. Y el caso es que cuando ahora, que ya llevo más de dos años en Madrid, miro estas imágenes vuelven a mi memoria los recuerdos del silencio y la soledad de aquellos días en los que nadie reparaba en aquel tío que hacía fotos a rincones vacíos y el sonido del obturador se perdía en el silencio de las calles.

Recuerdos de Oropesa (VI)

La que hoy os muestro es una de las fotografías más representativas de mi estancia en Oropesa del mar, puesto que combina paisaje costero y soledad.

SoledadEra una mañana de abril y caminaba por la zona de acantilados que une las dos playas principales de la localidad. Un mar relativamente tranquilo y ese denso manto de nubes que presagiaba lluvia dominaban la escena desde mis pies hasta el horizonte. Nada que no hubiera visto ya en otras ocasiones; pero justo cuando iba a tomar otro camino para volver a casa apareció en la playa un hombre portando una silla plegable y un libro.

Gracias a él la escena cambió radicalmente y pasó a ser un ejemplo perfecto de la soledad y la tranquilidad que se respira en ese lugar cuando no está en su apogeo la época estival. Ya sólo tuve que elegir la focal adecuada (podría haber llenado el encuadre con el empedernido lector usando para ello un teleobjetivo, pero quería darle protagonismo al escenario) y pulsar el disparador sin demasiado miedo al rango dinámico dado que la iluminación era bastante homogénea.

Como os dije en la entrada anterior, hubo momentos duros durante el tiempo que viví en este rincón del Mediterráneo; pero era el precio a pagar por experimentar sensaciones como la que esta fotografía pretende expresar.

El vigía

Ahora que las tardes son más cortas y las nubes hacen acto de presencia al final del día, es un buen momento para coger la cámara y retratar paisajes solitarios que los veraneantes de julio y agosto no tienen la suerte de conocer.

Vigía

Patines

Litoral

No os podéis imaginar cuánto echaba de menos la tranquilidad que reina en este lugar durante diez meses al año…

Un instante de soledad

Momentos después de hacer la fotografía sobre la que gira la entrada anterior, un coche se detuvo apenas a unos metros de mi posición y de él bajó una chica que, sin mirar a ninguna otra cosa que no fuera la punta de sus botas, se dirigió hacia el muro de piedra, se subió a un saliente y allí sentada encendió un cigarrillo mientras miraba hacia el infinito.

Un segundo de soledad

Eran cerca de las doce de la mañana de un domingo soleado y caluroso, por lo que su aspecto no era muy acorde con el clima; sino más bien el de salir por la noche a tomar algo para volver a casa ya entrada la madrugada. Sea como sea, esa chaqueta y esas botas no se las pone uno con 30º y a pleno sol para fumar un cigarrillo, ¿no creéis?.

Y como ya sabéis que cuando veo algo fuera de lo normal enseguida comienzo a imaginar, al momento vinieron las preguntas sin respuesta: ¿Una noche memorable? ¿Recuerdos tormentosos? ¿Añoranza? ¿Punto de inflexión en la vida? ¿ Final de vacaciones? ¿Recién llegada a Oropesa? ¿Despido improcedente? ¿Horas antes de la boda? ¿Día 16 y sin un duro en el bolsillo? ¿El último pitillo?…

Nunca lo sabremos, ya que de repente la misteriosa chica se incorporó, se dirigió de nuevo hacia su coche, arrancó el motor y se perdió por la carretera.

Rincones de Oropesa (III)

Hay una Oropesa (la más pegada a la costa) a la que durante diez meses al año tan sólo un puñado de personas insuflamos vida. Y aunque tengo amigos que no soportarían ni una semana de soledad para mí vivir aquí es un privilegio, porque cuando salgo de trabajar todo lo que encuentro es paz, sosiego y tranquilidad.

La Oropesa solitaria

La Oropesa solitaria

La Oropesa solitaria

La Oropesa solitaria

La Oropesa solitaria

La Oropesa solitaria

De todos modos, cuando tengo ganas de volver a la civilización sólo tengo que darme un paseo hasta el pueblo y dejarme contagiar de su especial ambiente (sobre todo los domingos por la mañana) aunque eso es algo que dejo para futuras fotografías.

Puesta de sol desde «el balcó»

Hacía al menos dos años que no subía al balcó; un mirador en pleno monte Bovalar desde el que se ve Oropesa del Mar y muchos kilómetros más allá en un día despejado). Como os digo, hacía tiempo que no paraba por allí y tenía ganas de ver qué tal se veía todo esto desde ese privilegiado lugar.

Vista desde el balcó

Lo que más me llamó la atención es que desde allí arriba nada cambia: los mismos edificios, las mismas calles, el mismo mar… Visto desde tan lejos uno no es capaz de distinguir qué época del año es; aunque ya habéis visto que cuando uno se acerca al suelo es cuando se da cuenta de la soledad reinante durante estos meses de frío.

Sea como sea, os aseguro que contemplar el atardecer desde allí arriba sin más compañía que el canto de los pájaros es toda una experiencia que recomiendo a cualquiera y de la que pueden salir algunas fotografías muy resultonas.

Ocaso

¡Gracias por leerme!  😉

Más fotografías de Oropesa en noviembre

Aunque ya llevo aquí dos semanas, no dejo de sorprenderme del aspecto tan diferente que presenta Oropesa del Mar en estos días de noviembre. Ya os comenté que de lunes a viernes no tengo tiempo para ir a hacer fotografías; pero precisamente por eso el fin de semana no dejo la cámara en casa ni a sol ni a sombra, así que hoy os dejo con algunas imágenes más de hace cuatro o cinco días.

Por supuesto, no dudéis que este fin de semana volveré a salir a la calle a captar más instantáneas que os iré mostrando la semana que viene, pues cuando no estoy en la oficina no soy capaz de quedarme entre cuatro paredes más que para dormir.

Sin usar

Arena y casas

Paseo en soledad

"La araña"

Olas

Barandilla

Las calles desiertas

Playa de la concha

Palmeras

Perspectiva

La Oropesa más solitaria que he conocido nunca

Hola a todos/as:

Como ya habréis podido comprobar, estos días no tengo demasiado tiempo de actualizar el blog. De cualquier modo, me gustaría comentar que estoy disfrutando mucho de lo que estoy haciendo aquí, que el tiempo está siendo impresionante (lástima que entre semana no pueda sacar un rato para dar un paseo por la playa) y que los fines de semana estoy aprovechando para sacar la cámara y hacer algunas fotos de un lugar que ahora mismo transmite paz y sosiego.

Playa de la concha

Sin ir más lejos, las imágenes que ilustran esta breve entrada han sido tomadas durante estos dos últimos fines de semana y dan buena cuenta de lo que se puede uno encontrar por aquí en esta época del año: una soledad casi absoluta y puestas de sol impresionantes. Os aseguro que un simple paseo por sus calles al caer el sol es una auténtica terapia relajante que le deja a uno completamente nuevo.

Atardecer

De todos modos, aunque se hace un poco rara la sensación de no ver apenas a nadie por las calles, no os podéis imaginar lo mucho que valoro la tranquilidad que reina a cualquier hora (algo muy diferente al habitual colapso de Agosto en cualquier sitio de playa). A ver si puedo ir sacando un rato de vez en cuando para ir escribiendo algunos artículos, porque la verdad es que el entorno es muy «inspirador» y tengo ya en mi libreta unas cuantas ideas que se me han ocurrido a lo largo de estos diez días que llevo por aquí.

Sol de otoño

¡Un saludo desde tierras castellonenses!  😉

Alcalá en soledad

El pasado domingo me levanté pronto y me fui al centro a hacer algunas fotos. Es algo que me gusta hacer siempre que puedo por varios motivos: apenas hay nadie por la calle, el silencio reinante en todos los rincones es de lo más relajante y además la luz suele ser bastante propicia para conseguir buenas imágenes. Aparte de eso, el hecho de levantarte pronto el fin de semana permite que el tiempo cunda más y puedas hacer más cosas; algo muy recomendable para empezar el lunes con alegría.

Mirad por ejemplo tres de las muchas fotografías que capté ese día:

La soledad de la Plaza de Cervantes

Avenida de Guadalajara

La soledad de la Plaza de Cervantes

Ver la plaza de Cervantes y sus alrededores sin nadie a la vista es algo poco habitual y que se sale de la tónica del resto de la semana, con personas caminando presurosamente en todas direcciones. De hecho, mañana tengo pensado repetir la experiencia a ver qué imágenes puedo obtener esta vez; de modo que si pasáis a primera hora por la calle Mayor es posible que me veáis con la cámara en la mano buscando algún punto de vista original.