La estanqueidad de las réflex profesionales

Hay un detalle que distingue a las cámaras réflex de gama profesional del resto: el sellado del cuerpo contra polvo y humedad. No quiere esto decir que estas cámaras sean sumergibles ni mucho menos; pero sí que podremos disparar con ellas con cierta tranquilidad bajo lluvia, nieve o entornos polvorientos.

Regando los jardines de la Plaza de Cervantes (VII)

Obviamente, al ser modelos dirigidos a gente que vive de la fotografía, estos han de resistir condiciones meteorológicas adversas, ya que un fotoperiodista no puede permitirse dejar de disparar porque se ponga a llover o porque se desate una tormenta de arena en el desierto. De este modo, los cuerpos de las cámaras tope de gama de los catálogos de las diferentes marcas suelen estar fabricadas con un cuerpo de aleación metálica (magnesio en la mayoría de las ocasiones gracias a su ligereza) que incluye juntas de estanqueidad en todas sus partes móviles para evitar la entrada de líquidos o elementos externos en el interior aunque por fuera no haya por donde cogerla. Una medida que no es infalible pero que otorga un plus de fiabilidad a estos modelos.

De todos modos, un error muy común es pensar que con uno de estos cuerpos podemos disparar durante horas bajo un intenso aguacero sin preocuparnos de nada; porque al fin y al cabo, de lo que hoy estamos hablando es del sellado del cuerpo; pero nada hemos dicho todavía sobre los objetivos y ya sabéis que una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones.

Los objetivos: posible talón de Aquiles

Las ópticas que acoplamos a las cámaras también se dividen en gamas, y al igual que ocurre con los cuerpos, no todas están preparadas para que les caiga agua encima sin que entre humedad en su interior. En general, los teleobjetivos profesionales pueden aguantar condiciones adversas sin demasiados problemas; pero los objetivos más básicos (el habitual 18-55 «de kit») pueden dar problemas si no se tiene cuidado con ellos.

Nikkor 80-200 f/2.8 en soledad

Los conocidos 70-200 f/2.8, 24-70 f/2.8 y compañía están fabricados de tal modo que incluso usándolos bajo la lluvia o la nieve no presentarán problemas de funcionamiento; aunque sí que pueden empañarse sus lentes en caso de cambios de temperatura bruscos y/o humedad ambiental muy elevada. Por ejemplo, toda la gama L de Canon está preparada para aguantar el tipo bajo todas las condiciones, pero siempre se advierte de que para completar el sellado del objetivo es necesario tener colocado un filtro roscado en la parte frontal, ya que si no podría entrar humedad por las uniones entre las lentes que conforman la óptica y la carcasa de la misma.

El cuerpo de mi D300 pertenece a la gama profesional de Nikon (de hecho hasta la llegada de la D300S y la reciente D7000 era la cámara con sensor DX de mayores prestaciones) y, por tanto, sé que acompañado de la óptica adecuada no debería de tener problemas de funcionamiento. En mi caso particular, cuando está lloviendo suelo llevarme mi querido Nikkor AF-S 35mm f/1.8 DX porque como no tiene partes móviles y posee una junta de caucho en su montura me da bastante confianza y de hecho nunca me ha dado problemas de ninguna clase. De todos modos, el voluminoso Nikkor AF 80-200 f/2.8 también me ha demostrado que aguanta perfectamente los chaparrones pese a ser un objetivo de focal variable gracias a su construcción a prueba de bombas.

Pero ojo, porque ningún objetivo es acuático ni sumergible (a no ser que nos vayamos a la gama Nikonos, que consta de varias cámaras analógicas y objetivos especialmente diseñados para ser empleados bajo el agua) y lo que aquí estamos diciendo es que ciertas ópticas pueden aguantar un chaparrón o una tormenta de nieve sin que entre humedad en su interior; pero si los sumergís en agua salada habréis firmado la sentencia de muerte de cualquiera de ellos.

Review AF-S Nikkor 35mm f/1.8 DX

Una situación especialmente peligrosa

En todo caso, hay una situación especialmente peligrosa cuando estamos disparando bajo condiciones meteorológicas adversas: el cambio de objetivo. Durante los instantes que dura el cambio propiamente dicho estamos exponiendo a los elementos la parte interna de la cámara y podemos encontrarnos con la mala suerte de que entre cualquier cosa por allí. Por lo tanto, no se os ocurra cambiar de óptica bajo un aguacero porque aunque a lo mejor no notéis nada de primeras, si entra humedad dentro de la cámara puede aparecer corrosión pasados unos días y al final acabar estropeándose la electrónica interna, que siempre es muy sensible a ese tipo de cosas.

Un caso muy radical de esto que os digo es el de un compañero del foro de Nikonistas que tenía una D300 y se encontraba haciendo fotos en la orilla de una laguna con tan mala suerte que la cámara se cayó al agua con el objetivo desmontado durante apenas un par de segundos; tiempo suficiente como para que se le anegara completamente por dentro. Si hubiera llevado el objetivo montado a lo mejor el agua no hubiera pasado de la carcasa de la cámara; pero al estar la bayoneta de la cámara totalmente expuesta, el agua entró en el interior y, además de provocar varios cortocircuitos que hicieron que la cámara se volviera loca, la humedad corroyó en pocos días las pistas de los circuitos impresos y al final hubo que tirar la cámara entera.

Familia de condensadores

Aun así, que nadie piense que una D40 se estropeará irremisiblemente porque le caigan un par de gotas de agua encima porque, sin ir más lejos, en mi viaje a principios de este año a Bruselas y alrededores, nos llovió prácticamente todos los días y yo no dejé de hacer fotos en ningún momento. No pasa nada porque la carcasa externa de una cámara se moje ligeramente pero, eso sí, en caso de que caiga agua a cántaros y no dispongáis de un equipo preparado para ese tipo de situaciones mejor no tentar a la suerte y guardar la cámara en la mochila hasta que se calme un poco el chaparrón.

A modo de resumen

En resumidas cuentas, hacerse con un cuerpo de gama profesional nos va a permitir disparar bajo condiciones climatológicas adversas con cierta tranquilidad. Aunque esté cayendo bastante agua del cielo o nos salpique un coche que pase sobre un charco su electrónica interna permanecerá a salvo de humedades. Sin embargo, debemos tener cuidado con los objetivos, ya que no todos están preparados para esas mismas situaciones y podemos encontrarnos con la desagradable sorpresa de que si bien nuestra cámara funciona perfectamente, la óptica deja de responder o lo hace erráticamente porque le ha entrado humedad en su propia electrónica.

Durante la lluvia

Tratada con cabeza, una cámara réflex nos puede dar muchos años de alegrías; pero siempre debemos de ser conscientes de las limitaciones de nuestro equipo y no probar sus límites de resistencia si no queremos llevarnos alguna sorpresa desagradable.

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Limpiando la cámara

Si en la entrada anterior nos pusimos a limpiar nuestros objetivos, hoy vamos a quitarle la mugre al cuerpo de la cámara, pues suele tener ciertos recovecos en los que a veces se deposita el polvo que da gusto. Eso sí, antes de comenzar con el «rollo teórico» me gustaría dejar claro que nunca se debe limpiar una cámara réflex sin un objetivo montado o sin poner la tapa del cuerpo porque el polvo que sacaríamos acabaría depositándose en el interior de la misma y sería peor el remedio que la enfermedad.

La suciedad que puede acumular una cámara va en función del uso que le demos: no es lo mismo emplearla para ir por la ciudad con ella metida en una bolsa de fotografía la mayor parte del tiempo (como es mi caso) que las necesidades de un reportero gráfico que está cubriendo unas inundaciones en China y tiene que disparar en medio de un barrizal y/o bajo una lluvia intensa.

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En cualquier caso, los profesionales emplean cámaras que resisten lo que le echen y casi podrían limpiar su equipo con una manguera, así que me centraré en los que usamos la réflex de una forma más o menos «tranquila» y os contaré lo que hago yo para dejar mi Nikon D40 como recién estrenada:

Limpiando la cámara (I)

En aquellos rincones de la cámara en los que no solemos posar los dedos tiende a depositarse una buena cantidad de ese incómodo polvo que se empeña en ponerse a descansar sobre todas las superficies. Lo que yo hago para sacarlo de ahí es emplear un pincel más o menos grande con el que no hay rincón que se me resista por estrecho que sea.

Si hay algo de suciedad más incrustada (salpicón de barro, polvo con humedad…) suelo utilizar uno de esos cepillos para uñas que se suelen encontrar en las tiendas de «todo a 1 euro» para convertirlo en arenilla y luego eliminarlo con el pincel al que me refería hace un momento. Eso sí, nunca paséis el cepillo por la pantalla de la cámara, pues podéis rallarla si no tenéis cuidado. Lo de emplear el cepillo es para fragmentar la suciedad y que así salga mejor posteriormente igual que las excavadoras machacan el terreno para luego llevarse las rocas trituradas con un bulldozer.

Limpiando la cámara (II)

Por último, para dejar la pantalla como nueva (aquí más que polvo lo que hay son huellas de nuestros dedazos) empleo la misma bayeta de microfibra que utilizo para limpiar las ópticas de la cámara. Se trata de un tejido suave que no va a arañar el LCD y que limpia bastante bien la superficie si aplicamos antes un poco de vaho.

Como veis, en apenas un par de minutos podemos dejar nuestro equipo como nuevo sin apenas esfuerzo. Es mejor hacer este tipo de limpiezas superficiales de vez en cuando a dejar que la cámara acumule un montón de suciedad que luego nos costará mucho más eliminar.

Limpiando la cámara (III)

En el caso de las ópticas, su limpieza puede redundar en algo más de calidad de imagen; y aunque es verdad que un cuerpo de cámara muy sucio va a hacer las fotografías igual de bien que uno impoluto, con un poco de limpieza ganaremos en estética y evitaremos la posibilidad de que el polvo acumulado se pueda introducir en el interior y afectar a algún componente electrónico.

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Limpiando los objetivos

Aunque reconozco que soy un poco maniático con el tema de la limpieza de los objetivos, visto en perspectiva no es necesario tener los elementos frontales y traseros de las ópticas absolutamente inmaculados en todo momento como si nos fuera la vida en ello, porque es normal que si nos vamos a dar una vuelta con la cámara a cuestas vuelva con algo de polvo sobre su superficie. En cualquier caso, sí que es recomendable tratar de mantenerlos libres de impurezas excesivas porque, en el caso de que el sol pegue “de refilón” a la hora de hacer una fotografía, podrían dar lugar a molestas manchas luminosas (flares) que afearían el resultado final.

Motas de polvo

Limpiando objetivos (I)

Las típicas motas de polvo que se adhieren a absolutamente a todo (sí, a todo; en la pantalla del ordenador en el que estás leyendo este artículo verás que hay multitud de ellas por muy pulcro que seas) no representan ningún problema, ya que con emplear un pincel o la sencilla pera sopladora que usamos para limpiar el sensor saldrán volando sin más. Sin embargo, hay dos elementos que sí pueden resultar “peligrosos” para nuestras ópticas: la arena y los líquidos.

Elementos sólidos

Los elementos sólidos (pequeños granos de arena, por ejemplo) pueden rayar la lente si tratamos de eliminarlos directamente con la típica gamuza de microfibra para limpiar gafas porque al arrastrarlos pueden dejar marcas sobre la superficie del cristal; así que lo que lo ideal sería eliminar a base de aire a presión esos granitos de arena y luego, una vez que ya no quede ninguno, pasar la gamuza bien limpia (es importante que la gamuza no tenga restos de arena o similares, porque sería casi peor el remedio que la enfermedad) para los restos de polvo que puedan quedar.

Limpiando objetivos (II)

Líquidos

Del mismo modo, aunque el agua como tal no representa ningún problema (en pequeñas cantidades, claro) sí que nos puede amargar la fiesta si se trata de agua de mar o barro porque los componentes en disolución se pueden solidificar sobre la lente y darnos el mismo problema que el que os comentaba con los granitos de arena.

En tal caso lo mejor será humedecer la lente ligeramente depositando una o dos gotas de agua en su zona central para disolver los residuos y luego, con mucho cuidado y sin hacer ningún tipo de presión, pasar algún elemento absorbente (un trozo de papel de cocina sirve perfectamente) para que vaya “chupando” todo el líquido sobre la lente. Una vez totalmente limpia podemos pasar nuestra útil gamuza para rematar la faena.

Pinchando globos

Ojo con los recubrimientos de la lente frontal

Aunque el cristal que se emplea hoy en día para fabricar los objetivos es bastante duro, las capas antirreflectantes que llevan son algo más delicadas, y se pueden dañar si no tenemos un poco de cuidado al limpiarlas. Puede que un granito de arena no llegue a rayar el cristal del objetivo si no hacemos mucho el bruto al “restregarlo” sobre la lente, pero la finísima capa exterior dedicada a la prevención de flares y reflejos parásitos puede verse afectada y, con ello, la calidad general de las imágenes que captemos a partir de entonces con esa óptica.

Limpiando objetivos (III)

La ventaja de usar filtros

Si solemos emplear filtros UV como medida de protección en la parte frontal de nuestros objetivos no hace falta ser demasiado cuidadoso con su limpieza. En tal caso podemos soplar nosotros mismos sobre su superficie (que además es completamente lisa) para eliminar lo más gordo y pasar a continuación una gamuza suave o algo de tela que tengamos a mano para rematar el resultado. Al fin y al cabo, si rayamos un filtro con cambiarlo tendremos una óptica nueva a todos los efectos; pero aun así tampoco es plan ponerse hacer el bruto, que los filtros (especialmente los de más calidad) no es que los regalen precisamente.

Filtro UV

Bueno, y eso sin contar con que un filtro puede salvar la lente frontal de nuestro objetivo en caso de una caída desde poca altura, un “chinazo” provocado por el paso de un coche en un rally o un pequeño desprendimiento en la típica excursión por la montaña.

Sentido común

Como veis, todo lo que os he comentado en este artículo no es más que una simple aplicación del sentido común. No creo que se os ocurra limpiar una óptica con un estropajo; pero aun así creo que no está de más recordar estas pequeñas cosillas de vez en cuando para evitar disgustos y desagradables sorpresas.

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¿Por qué se ensucia el sensor de una réflex?

Ya hablamos hace tiempo de cómo y cuándo limpiar el sensor de una cámara réflex, pero hoy me gustaría centrarme en cómo llegan hasta él las partículas de polvo que aparecen en forma de círculos oscuros en las zonas del cielo de las fotografías realizadas con diafragmas muy cerrados.

Por cierto, ya que estamos… ¿Sabéis por qué las motas se ven más claramente con el diafragma lo más cerrado posible? Pues porque al hacer eso estamos maximizando la profundidad de campo (el rango de distancia al que se ven las cosas nítidas por delante y por detrás del motivo enfocado) hasta el punto de llegar a distinguir las motas que hay sobre la superficie del sensor. Si disparáis con el diafragma muy abierto os vais a dar cuenta de que las motas ni siquiera se ven porque la profundidad de campo es pequeña y difumina las manchas hasta el punto de hacerlas invisibles.

Siguiendo con el tema principal, me gustaría aclarar que estas motas de polvo no representan ningún defecto en la cámara o el objetivo, y a todo usuario le aparecerán antes o después por tres factores que enumeraremos a continuación, así que no debéis alarmaros si un día os dais cuenta de que esa pequeña mancha en el cielo no es un pájaro que pasaba por allí:

Cambio de objetivo

Es el más evidente de los tres. Cuando cambiamos de óptica siempre entra algo de polvo en el interior de la cámara (medio kilo si estamos fotografiando el paso de un rallye y apenas nada si estamos en el salón de nuestra casa). El caso es que ese polvo que se queda ahí dentro tiende a pegarse en el sensor porque éste adquiere una fuerte carga electrostática mientras disparamos una fotografía. Es algo parecido a aquel experimento que hacíamos en casa con un peine y unos trocitos de papel, consiguiendo que se pegaran a él por efecto de la electricidad estática.

El «efecto fuelle»

Hay gente que se pregunta cómo es posible que tengan polvo en el sensor si nunca en su vida han cambiado la óptica que venía con la cámara cuando la compraron. Pues bien, la cosa se debe a que los objetivos zoom son como fuelles a la hora de variar su longitud focal. Puesto que se extienden y se contraen cuando los empleamos, la cantidad de aire en su interior varía, y por tanto éste ha de entrar y salir durante la operación.

18-55 vs. 18-55 VR (I)

18-55 vs. 18-55 VR (II)

Como no vivimos en un ambiente aséptico, es inevitable que algo de polvo acompañe a ese flujo de aire en movimiento; y aunque los objetivos van sellados con una espuma aislante para evitar que entre suciedad en su interior, puede entrar algo tanto al interior del conjunto de lentes como a la parte interna de la propia cámara, planteando el mismo problema que en el primer apartado.

El polvo en la cámara tiene fácil solución, pero si está dentro del objetivo (es raro pero puede pasar) no nos quedará más remedio que mandar la óptica al servicio técnico porque no es muy recomendable meter las manos en algo tan preciso y montado con extrema minuciosidad.

Condensación

En los dos casos anteriores estamos hablando de pequeñas motas de polvo que saldrán de la cámara sin más que soplar al sensor con una pera de aire. Sin embargo, hay una circunstancia que convertirá esas motas en unas partículas que quedarán adheridas al sensor y que nos costará bastante sacar de ahí: la condensación.

Sacad una botella del frigorífico y observadla tras un par de minutos. ¿Veis las gotitas de agua que se han formado sobre su superficie? Esas gotas no son más que la humedad del aire cálido que ha pasado a estado líquido en contacto con algo que está a baja temperatura (el mismo principio por el que se forma la lluvia).

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Pues bien, si tenemos la cámara en un lugar caliente (una casa, un coche con la calefacción puesta…) y salimos de golpe a un lugar muy frío o viceversa, se puede condensar humedad sobre la superficie del sensor. Humedad que, si bien no es muy recomendable, acaba por evaporarse pasado un tiempo, pero que va a acarrear un problema añadido: las motas de polvo al contacto con el agua se van a convertir en una especie de barro que, cuando el agua se evapore, se va a solidificar y sus restos no los vamos a poder sacar de ahí sólo con aire a presión.

En este caso lo mejor es llevar la cámara al servicio técnico, porque aunque hay kits de limpieza consistentes en una especie de pincel húmedo para pasar sobre el sensor, yo al menos no me atrevería a poner nada en contacto con una superficie tan delicada como esa.

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Como veis, el tema de la suciedad en el sensor es algo prácticamente inevitable para los usuarios de cámaras réflex. La única estrategia posible para no encontrarnos nunca con este problema sería comprar la cámara con un objetivo fijo de enfoque completamente interno (como el Nikkor 35mm AF-S DX f/1.8 G) y no cambiarlo jamás; pero en tal caso estaríamos desperdiciando todo el potencial de una cámara de este tipo. Lo mejor es no temer a esto de las motas de polvo en el sensor y, el día que aparezcan, eliminarlas a las primeras de cambio con la clásica pera de aire.

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Cuándo y cómo limpiar el sensor de una cámara réflex

Hace unos días, tras hacer unas fotos en las que un inmaculado cielo azul era el protagonista de la parte superior de la imagen, me encontré con la desagradable sorpresa de que aparecían una mancha circular en la esquina superior izquierda. Esa mancha se encontraba exactamente en el mismo lugar en todas las fotografías, de modo que me tocaba enfrentarme por primera vez a algo que todo usuario de cámaras réflex se ha encontrado alguna vez en su vida: polvo en el sensor.

Para confirmar mis sospechas empleé el método habitual de comprobar estas cosas: hacer una foto al cielo enfocando al infinito y con el diafragma lo más cerrado posible. Haciendo eso y examinando con atención la imagen resultante en el ordenador me encontré con que tenía una mota de polvo bastante apreciable en la esquina superior izquierda y otras más pequeñas en el lado izquierdo y en la parte superior de la fotografía. Podéis verlas en la siguiente imagen:

Polvo en el sensor

De todos modos, puesto que la imagen es grande y puede que no apreciéis bien los detalles, os pongo a continuación un recorte de la esquina donde está la mancha más grande.

detalle

Me gustaría aprovechar para comentaros que todas las cámaras réflex van acumulando algo de polvo en su interior con el paso del tiempo: ya sea por el cambio de objetivos, porque su sellado no es perfecto o porque los objetivos zoom tienden a hacer un «efecto fuelle» al cambiar la distancia focal. Es evidente que no es lo mismo ponerse a cambiar de objetivo en un salón del hotel Palace que en medio de una tormenta de arena del desierto, pero por mucho cuidado que pongamos más tarde o más temprano nos tocará limpiar el sensor si no queremos que nuestras fotografías se vayan llenando de zonas oscuras.

Pues bien, una vez identificado el problema vamos a tratar de solucionarlo sin dejarnos una pasta en llevar la cámara al servicio técnico. En el mercado nos podemos encontrar varios sistemas de limpieza, pero hay que reconocer que hasta hoy ninguno ha podido superar a la clásica pera de aire que podemos comprar en cualquier farmacia. Este método es sencillo y rápido, pero sólo nos va a servir para eliminar partículas de polvo que se depositen sobre el sensor. Es importante limpiar el sensor en cuanto detectemos los primeros síntomas de suciedad, porque ese polvo se puede convertir en una especie de «barro» si ante un cambio brusco de temperatura se condensa humedad en el sensor. En ese caso la pera de aire no nos servirá de nada y habrá que emplear otros métodos más complejos (y caros) o bien llevar la cámara al servicio técnico con el consecuente rascado de bolsillo.

Pera de aire

Seguro que ahora mismo estáis pensando en los sprays de aire comprimido que venden en las tiendas de informática para limpiar teclados y demás; pero yo no os los aconsejo debido a que bajo determinadas circunstancias pueden expeler algo de humedad y «regar» nuestro sensor con el consecuente susto y empeoramiento del problema. Y os lo comento porque a mi cuñado le ocurrió hace unos meses y desde entonces no cambia la pera de aire por nada.

Podría explicaros el método paso por paso con fotografías y demás; pero puesto que ya hay en Youtube un vídeo que lo describe a la perfección lo que voy a hacer es ponéroslo directamente y a continuación os comentaré un par de cosas importantes que no hay que olvidar a la hora de realizar el proceso.

VIDEO: Proper Sensor Cleaning Detailed Tutorial

Recordad cuatro cosas muy importantes:

– Batería completamente cargada antes de comenzar (si se nos cierra el obturador en medio del proceso la podemos liar parda).

– No usar el modo de disparo Bulb para realizar la limpieza; en el menú hay una opción dedicada.

– La cámara ha de estar boca abajo para que el polvo caiga al exterior al desprenderse.

– Apretar la pera con fuerza pero sin que la punta de la pera llegue a tocar la superficie del sensor.

Una vez realizado el proceso realizamos de nuevo la fotografía de prueba (apuntamos al cielo, enfoque a infinito y el diafragma cerrado todo lo posible) y si el resultado es perfecto se acabó la limpieza. Si todavía quedan algunos puntos repetimos todo hasta que la imagen quede completamente limpia tal y como podéis ver a continuación:.

Tras la limpieza del sensor

Lo de la limpieza del sensor es una operación temida por mucha gente y de ello se aprovechan los servicios técnicos (que cobran unos precios abusivos y nos dejan sin cámara durante muchos días) siendo en realidad una labor que podemos realizar en casa por muy poco dinero (la pera de aire me costó menos de cuatro euros). No digo que en ciertos casos no sea necesario el uso del servicio técnico (líquidos en el sensor, polvo pegado…) pero en la mayoría de las ocasiones la limpieza la podemos realizar nosotros mismos en menos de un cuarto de hora. Mi consejo, aplicable a todos los ámbitos de la vida, es que seáis cuidadosos pero no tengáis miedo.

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