Cuando me compré mi primera cámara réflex (una Nikon D40) venía con el típico 18-55. Dieciocho milímetros en formato APS-C no es que sea muy angular que digamos, pero acostumbrado a las cámaras compactas de la época recuerdo que flipaba al ver todo lo que entraba en el encuadre. Y sí, ya sé que un angular no es precisamente para eso, pero en mis inicios todavía no era consciente de la perspectiva que dan a las fotografías los objetivos de distancia focal corta.
El caso es que tiempo después amplié mi equipo con un Nikon 16-85, el cual daba algo más de angular que el anterior. Puede parecer que dos milímetros de focal no es mucho; pero en la parte baja del rango cada milímetro cuenta. Ese objetivo es, para mí, el más polivalente de todos los que tengo a día de hoy, y en algunos viajes en los que quería ir ligero de equipaje, mi equipo fotográfico ha consistido nada más que en el cuerpo de mi ya veterana D300 y el 16-85 que os digo, dando lugar a algunas de las imágenes de las que más orgulloso me siento.
El caso es que, como afirma el dicho popular, «todos queremos más»; y yo quería más angular; de modo que un buen día se me presentó la oportunidad de hacerme con uno de los objetivos más extremos en cuanto a distancia focal que hay para formato APS-C: un Sigma 10-20.
10 mm ya es una focal más que respetable en la gama DX de Nikon. En términos de ángulo de visión equivaldría a un 15 mm en formato completo, y para obtener algo así necesitaríamos tirar del mítico (y carísimo) 14-24 o de alguna rareza extrema que rara vez aparece en las subastas de ebay y siempre a precios desorbitados.
En principio el 10-20 de Sigma venía en versión AF, lo que implicaba que el enfoque automático no funcionaría en cámaras como la D60, D3000, D5000… y, en general, en todos aquellos modelos de gama baja/media que no incorporan un actuador mecánico para hacer girar el mecanismo de enfoque de los objetivos más antiguos diseñados para cámaras Nikon. Tiempo después llegó la versión HSM, que es el equivalente de Sigma a los AF-S de Nikon y que al incorporar un motor ultrasónico en su interior ya no necesitaba de ningún apéndice físico para enfocar de manera automática. La versión que yo tengo es la HSM, de modo que aunque suelo emplear este objetivo en la D300, puedo colocarlo en la D40 o en la D3000 sin perder la capacidad de emplear el autofocus.
Por cierto, este objetivo se puede montar en cámaras Nikon de formato completo (FX en la nomenclatura de la marca) pero mirando por el visor vais a ver la imagen enmarcada en un círculo negro porque la proyección sobre el sensor está calculada para el formato DX. Yo no tengo una cámara FX, pero he podido hacer esta prueba en una cámara de carrete y a mi gusto queda antiestético, porque no es un viñeteado ligero en los bordes; sino una zona negra que rodea a toda nuestra imagen, la cual saldría en formato circular.
En cuanto a la construcción, en general se trata de un objetivo pesado y robusto que hará cabecear hacia delante nuestra cámara si es de pequeño tamaño (razón por la que lo suelo montar en la D300). Incorpora un parasol minimalista y de tacto «aterciopelado» que resulta terriblemente incómodo de poner y quitar, a diferencia de los parasoles de Nikon. Mira que la metodología es sencilla en ambos casos, pero los de Nikon los quito y los pongo con los ojos cerrados mientras que éste de Sigma entra torcido en dos de cada tres intentos.
Hay una cosa que debéis tener en cuenta: aunque el objetivo es un 10-20, a efectos prácticos es como tener un 10 mm fijo más que nada porque la perspectiva que da esa distancia focal hace que queramos retratar todo de nuevo desde esos 10 mm para así tener un nuevo punto de vista de la realidad. Y más allá de lo impresionante que pueda resultar la amplitud de visión que ofrece una distancia focal así, a mí lo que más me llama la atención es lo mucho (muchísimo) que debemos acercarnos a algo para llenar el encuadre.
Da igual que sea un persona, un edificio, una cabina telefónica, un coche, un elefante… Acostumbrados a focales más largas (por ejemplo el famoso 18-55 que os comentaba al principio) en las que muchas veces tenemos que dar algún que otro paso atrás para que el motivo de nuestra fotografía no quede cortado, con el Sigma a 10 mm muchas veces incluso tendremos que avanzar algo si queremos «inundar» la foto con aquello que pretendemos retratar.
¿Cuál es el fallo del que no tiene claro para qué sirve un angular? Pues meter mil cosas en el encuadre dando lugar a una imagen de lo más inexpresiva. Recordad una de las reglas de oro de la fotografía que dice que para saber si tienes una imagen interesante lo mejor es observarla entre una colección de thumbnails (miniaturas) y si aún siendo de pequeño tamaño consigue captar tu atención es que has conseguido una buena toma.
De hecho, lo que podemos obtener con focales tan cortas va mucho más allá que el mero hecho de «meter más cosas en la foto», puesto que si elegimos un motivo principal para nuestra imagen y llenamos con él la mayor parte del encuadre, el resto de elementos de la escena pasarán a un segundo plano pero estarán ahí rodeando a aquello que estamos retratando y dotándole, por tanto, de un contexto.
Del mismo modo que los teleobjetivos aíslan el motivo principal del fondo, en el caso de los angulares lo meten dentro de una escena que da sentido a la fotografía contando, en cierta manera, una historia. Eso es lo que me llama la atención de este tipo de ópticas y por eso mismo veréis que los fotógrafos de boda siempre llevan un cuerpo con un gran angular montado para tirar de él en cualquier momento aunque en ese momento estén usando una focal más larga para hacer retratos y/o centrarse en los detalles.
Mi experiencia personal con el 10-20 es buena debido al tipo de fotografía que suelo hacer yo. Me explico: no es un objetivo para retratos puros y duros (su distancia focal tan corta deforma las facciones) ni está especialmente recomendado para gente tímida si vas a hacer fotografía urbana porque tendréis que pegaros a la escena para conseguir algo digno.
Sin embargo, para fotografía de arquitectura en la que buscamos conseguir nuevas perspectivas es estupendo, ya que nos ofrece un punto de vista muy diferente al que observamos en el día a día pero sin deformar los elementos de la imagen como haría un ojo de pez.
Es muy útil también para fotografía de interiores, y para muestra un botón: un compañero de trabajo y su mujer tenían su piso en venta y les estaba costando darle salida. Le pedí que me enseñara el anuncio que tenía en internet y vi que las fotos estaban hechas con un móvil, eran oscuras y sólo mostraban trozos de las habitaciones, lo que desmerecía un piso que en realidad era más grande y luminoso de lo que aquellas imágenes mostraban.
Le propuse hacer yo unas fotos del piso y que si les gustaban las usaran para anunciarlo, así que al día siguiente me acerqué por allí con la D300 y el 10-20, pedí que me subieran las persianas y empecé a fotografiar cada habitación desde una perspectiva muy natural (cámara a la altura de los ojos y plano ligeramente picado).
Cuando al terminar les enseñé las fotos en la propia cámara les gustaron mucho, así que al día siguiente se las pasé en JPG; pero lo mejor vino cuando modificaron el anuncio sustituyendo las antiguas fotos por las que había hecho yo: en 24 horas ya habían llamado tres personas interesadas en ver la vivienda y al día siguiente se acordó la venta del piso con uno de ellos.
La moraleja del asunto es que unas imágenes amplias y luminosas hicieron que a la gente le llamara la atención el anuncio y quisieran ir a ver el piso, mientras que si ponemos unas fotos apagadas y faltas de detalles hacemos que el anuncio sea uno más. ¿Os dais cuenta de aquello de que una foto ha de llamar la atención incluso mostrándola en modo miniatura?
Como agradecimiento (estaban esperando a vender su piso actual para cambiarse a uno más grande) mi compañero y su mujer me regalaron una caja Wonderbox; así que aquella sesión de fotos de interiores se convirtió, durante un fin de semana, en una casa rural con SPA junto a mi novia. Buen cambio, ¿no?
La apertura máxima en este objetivo no es demasiado grande y tampoco posee ningún tipo de estabilización óptica; pero en este tipo de angulares extremos son dos elementos que no tienen gran importancia. Me explico: en focales tan cortas el rango de elementos enfocados es muy amplio; es decir, que va a ser casi imposible hacer desenfoques pronunciados incluso abriendo todo lo posible el diafragma. De hecho, vamos a emplear una calculadora de hiperfocales para ver a una apertura de f/4.5 entre qué distancias tendríamos enfocados los elementos de la imagen si nuestro sujeto se encuentra a 2 metros del plano focal.
Como veis, por el cálculo de la profundidad de campo tenemos que fotografiando algo a 2 metros de distancia a focal 10 mm y apertura f/4.5 tendremos enfocado todo lo que esté entre 72 cm y el infinito, lo que nos da una idea de la gran profundidad de campo que nos ofrecen estas focales tan cortas. A modo de comparación, si reproducimos las mismas condiciones pero empleando un objetivo de 80 mm la profundidad de campo se reduce a 11 cm y si nos vamos a 200 mm la PDC es de tan sólo 2 cm.
En cuanto a la estabilización óptica, cierto es que se trata de un elemento siempre útil para evitar trepidación en las fotografías cuando el tiempo de apertura se alarga más de la cuenta ya sea porque queremos disparar con un número f alto, porque hay poca luz y no queremos subir la sensibilidad ISO… y, como suelo hacer yo, pasamos de usar trípode. Lo que ocurre es que la trepidación es muy evidente en un teleobjetivo porque al más mínimo temblor de nuestro pulso la imagen resultante se convertirá en un borrón; y más cuanto más elevada sea la distancia focal.
Lo que ocurre es que a 10 mm el temblor de la cámara queda muy atenuado y por tanto el estabilizador no es un elemento tan necesario como en focales superiores a 200 mm, donde se hace casi imprescindible.
En definitiva, un objetivo capaz de bajar hasta los 10 mm como éste que hoy nos ocupa es una herramienta muy útil para la búsqueda de nuevas perspectivas. Cierto es que la primera vez que lo montamos y miramos por el visor la sorpresa es grande, ya que de repente tenemos una amplitud a la que no estamos acostumbrados; pero una vez superado ese momento y si somos conscientes de las posibilidades que nos brinda una focal tan baja, a poco que nos esforcemos podemos conseguir imágenes muy originales y llenas de fuerza. Esa es la verdadera magia de los angulares extremos.