Un repaso al patinete eléctrico de Xiaomi después de 1000 Km

Mi querido Mijia M365 ha cumplido recientemente mil kilómetros y, como complemento a la review que publiqué en noviembre, me ha parecido interesante en este punto de su vida hacer un repaso a su estado viendo así qué elementos han envejecido bien y cuales han llevado peor el paso del tiempo comentando también soluciones a algunas pequeñas cosas que me han ido sucediendo.

Para poneros en situación, cuando compré el patinete su dueño le había hecho unos 350 Km, a los que yo sumé unos 200 Km más. Acto seguido, durante un par de meses mi novia lo estuvo usando a diario para ir a trabajar (hasta que conseguí otro para ella) tiempo durante el cual hizo 350 Km. Y por último, desde que volvió a mis manos he hecho 100 Km más hasta conseguir llegar a la cifra redonda de mil kilómetros.

Permitidme ahora que me vaya un poco por las ramas y aproveche para echar unos números:

La ruedas del patinete de Xiaomi son de 8,5″ de diámetro, que equivalen a 21,59 cm. Si aplicamos la fórmula de la longitud de la circunferencia (L = 2 * pi * r) vemos que por cada vuelta completa de las ruedas avanzamos  67,69 cm o lo que es lo mismo 0,677 metros.

Pues bien, si a día de hoy el patinete ha recorrido mil kilómetros, una simple división nos permite saber que cada rueda ha dado 1477104 vueltas. Si, prácticamente un millón y medio de giros. Y no penséis sólo en la goma de las ruedas, acordaos también de los rodamientos de los ejes, que llevan el mismo castigo.

NOTA: De todos modos, aunque parezca un montón, si hago esta misma cuenta para los ejes de mi coche, sale que han dado ya la friolera de 226 millones de vueltas, así que imaginaos la cantidad de subidas y bajadas que lleva cada uno de los pistones del motor. Pero vamos, que esto daría para otra entrada de esas mías en plan ingenieril.

Bueno, tras este offtopic, vamos a ir desgranando punto por punto qué tal ha digerido estos primeros mil kilómetros el patinete:

  • Zonas de contacto con el usuario

Se aprecia claramente que en los extremos del manillar la rugosidad de los puños se ha perdido, quedando la superficie totalmente lisa en esa zona. Cierto es que durante estos meses de frío mi novia ha estado conduciendo el patinete con unos guantes que llevan la palma forrada de goma, de modo que el desgaste habrá sido mayor que si se va con la palma desnuda, que siempre es más suave (a no ser que seáis jugadores de pelota vasca). Eso sí, como podéis ver a continuación el resto del puño tiene el patrón de bultitos ovalados intacto.

El desgaste de los puños podría esperármelo, pero el que realmente me sorprende es el de la pequeña almohadilla del acelerador, ya que pese a usar control de velocidad desde el primer día, se ha quedado totalmente liso. La verdad es que ese desgaste sí que me ha pasado desapercibido, pero cuando abrimos el patinete de mi novia y vimos el relieve del acelerador es cuando me di cuenta de que al ser una goma muy blanda enseguida se queda liso pese a que, como os digo, sólo pongo el pulgar sobre él cuando quiero cambiar la velocidad a la que circulo.

Eso sí, lo que sigue estando como el primer día es la tabla donde llevamos apoyados los pies. Pese a recaer sobre ella todo nuestro peso y usar calzado con suela de goma dura (incluso en ocasiones botas Doc Martens) su aspecto es impoluto y ni se ha desgastado o despegado lo más mínimo. La verdad es que me ha sorprendido para bien en ese aspecto, porque pensé que acabaría prácticamente lisa como ocurre con los papeles de lija de los skates y similares.

  • Ruedas

No sé en qué momento exacto le cambió la rueda trasera al patinete el usuario anterior por la maciza que lleva puesta, pero por lo que me dijo no tardó mucho en hacerlo cansado de los dichosos pinchazos. Sea como sea, dicha rueda tiene todavía un dibujo muy profundo y no veo ni por asomo el momento del cambio. Apuesto a que tengo caucho para dos mil kilómetros más por lo menos.

En cuanto a la rueda delantera, esta es la original que venía con el patinete; sólo que se le añadió una banda antipinchazos de kevlar entre cámara y cubierta para evitar tener que andar desmontando la rueda cada vez que pasaba sobre cualquier cosa puntiaguda. En este neumático se aprecia algo más de desgaste con respecto a uno nuevo, pero al igual que en los coches contamos con un testigo de desgaste al que todavía le queda tiempo para estar a la par con la superficie de la goma. En mi bola de cristal veo unos mil kilómetros más de vida útil para este neumático.

  • Estructura

Vamos a hablar ahora de lo que es la estructura mecánica del patinete, y este punto creo que va a dar bastante de si.

A ver, lo primero de todo, es recomendaros que una vez al mes repaséis el apriete de todos los tornillos. Durante este tiempo se aflojaron un poco los que sujetan el manillar a la tija de dirección y uno de los dos que lleva la pinza de freno. No supusieron gran problema más allá de notar algo extraño en el día a día, comprobar que estaban algo sueltos y apretarlos con la herramienta multiuso que siempre llevo conmigo cuando voy en el patinete.

Peor fue que un día de repente a mi novia se le abrió en marcha el mecanismo de plegado y descubrimos que se había perdido el tornillo frontal que ajusta la dureza de la leva que realiza el cierre. No dimos con el tornillo (se le perdería un par de calles atrás y como para ponerse a buscarlo) de modo que bajé a la ferretería y compré un tornillo con cabeza Allen de la métrica y longitud adecuadas para sustituirlo y una arandela porque la cabeza del tornillo original tiene más superficie. No queda tan elegante como el que viene de serie pero funciona igual de bien y éste no se perderá porque al colocarlo le puse fijador de tornillos en la rosca.

Aprovecho para comentar la vital importancia del punto de ajuste de este tornillo (una razón más para aplicar algún tipo de fijador) puesto que si está demasiado flojo veremos que el mecanismo de plegado tendrá holgura y si va demasiado apretado comprobaremos que no somos capaces de mover la leva que permite el plegado y desplegado del patinete. Por tanto, id probando hasta que encontréis el punto justo y fijadlo ahí para toda la eternidad.

Briconsejo: si no tenéis a mano fijador de tornillos (mi favorito es el Loctite 243) podéis usar esmalte de uñas, ya que cuando se seca hace que el tornillo no pueda aflojarse pero si hacéis fuerza con una llave acabará girando. Si usáis cosas más radicales como pegamento instantáneo, aparte de pegaros los dedos, como un día tengáis que soltar el tornillo ya podéis buscar un tubo largo para hacer palanca.

Y ya que estamos hablando de esa zona del patinete, comentaros que si de buenas a primeras empezáis a escuchar «grillos» cuando vais en marcha es debido al roce de las dos partes del sistema de plegado. Para remediarlo podéis hacer dos cosas: aplicar una capa de grasa a ambas superficies o bien, para solucionarlo de una forma más definitiva, pegar una fina lámina de teflón o similar en una de las caras de modo que ya el roce no se produzca metal contra metal (esto es lo que hice yo, que soy un maniático de los ruiditos, y desde entonces tan feliz).

Por cierto, se me perdió la goma que recubre el «gancho» sobre el guardabarros donde se fija el timbre al plegar el patinete. La funcionalidad es la misma, pero queda más feo. Ya se me perdió una vez pero lo encontré por casa y lo fijé con pegamento instantáneo; pero a las pocas semanas se volvió a perder y me temo que esta vez es la definitiva. Lo que voy a hacer es lijar la zona y pintarla con esmalte negro para que no se vea tan fea, ya que se han quedado los restos del pegamento que le eché y no me gusta nada.

Otra cosa más: el guardabarros trasero va anclado a la plataforma donde llevamos los pies mediante tres tornillos cuyas cabezas van cubiertas con otros tantos embellecedores plásticos. Pues bien, un día de estos y sin previo aviso el embellecedor del tornillo central decidió independizarse y al llegar a casa vi que lo había perdido. Por suerte, en uno de esos cajones en los que uno guarda cosas que de otro modo acabarían en la basura (una especie de síndrome de Diógenes) tenía una especie de tapón plano de plástico gris oscuro que resultó encajar a la perfección como podéis ver en la siguiente imagen.

En cuanto a golpes y rascones en general, a pesar de que tanto mi novia como yo somos cuidadosos, uno nunca está a salvo de un bordillo un poco más alto de lo esperado, un resbalón o una piedra que salta donde no debe; pero aun así tras estos primeros mil kilómetros el patinete no está demasiado castigado en este aspecto. Tan sólo reseñar un par de raspones «serios» en la zona del listón trasero izquierdo (tanto en el aluminio como en el embellecedor de plástico) como podéis ver a continuación. Por suerte en ninguno de los casos el disco de freno sufrió golpe alguno pese a su proximidad, porque si lo doblamos lo más mínimo nos tocará cambiarlo.

En la zona de plegado, concretamente en la «uña» que encaja en la parte inferior para fijar el sistema de plegado en su posición ha saltado un poco la pintura, pero no es nada grave (podéis verlo en una de las imágenes anteriores).

Ah bueno, y en la zona baja de la barra diagonal, donde suelo apoyar la punta del pie izquierdo al circular, la pintura se ha desgastado muy ligeramente, pero vamos, que el aspecto es prácticamente el mismo que el del resto del chasis como podéis apreciar en la siguiente fotografía.

Para mi sorpresa, la tapa inferior (tras la que se aloja la batería y el controlador de la misma) se encuentra en muy buen estado. Pese a lo expuesta que está a todo aquello sobre lo que rodamos, no tiene ningún rascón importante ni cruje o hace cosas raras. Me daban bastante miedo las cabezas de los tornillos, pues pensaba que podían destrozarse a base de roces con piedras, bordillos, etc pero no es así y por ahí abajo todo está en perfecto estado de revista.

En cuanto al cableado (tanto eléctrico como del freno trasero) no ha habido ningún problema ni de roturas, holguras, soportes sueltos… En ese aspecto un diez sobre diez.

  • Frenos

Por la forma en la que funciona la pinza del disco (sólo una de las dos caras es móvil) es complicado conseguir que las pastillas pisen correctamente sobre él. Por suerte, al disponer de freno regenerativo en la rueda delantera el freno de disco trasero se usa en contadas ocasiones, de modo que las pastillas aun tienen grosor de sobra y el disco no presenta desgastes apreciables a simple vista.

A lo que me refiero con lo del funcionamiento es que al ser sólo una de las caras de la pinza la que presiona contra el disco cuando pulsamos la maneta, éste flexa ligerísimamente y entonces también roza contra él la pastilla que va fija en la otra cara; pero esto hace que no haya una perpendicularidad exacta entre la superficie de las pastillas y el disco de freno, haciendo que en cada cara del disco haya una franja en la que roza la pastilla y otra en la que no.

Tal y como os comenté en la review, una de las cosas que más me gustan de M365 es su potencia de frenada, y tras estos primeros mil kilómetros esta sigue intacta.

  • Batería y motor

He dejado para el final el que para mí es el apartado más importante de un patinete eléctrico: todo lo relacionado con el motor y la batería, que al final es el alma del cacharro.

Como ya sabréis por la review, al poco de estrenar el patinete empezaron los problemas de batería típicos en este modelo. Me tocó abrir la batería, soldar las chapas de contacto principal y también reforzar las zonas de contacto de cada uno de los polos de las treinta celdas poniendo sobre ellas láminas de caucho y forrando luego todo con cinta americana para que quedara bien prensado. Desde entonces no he vuelto a tener problemas, pero tened esto siempre presente porque en el modelo original esto os va a pasar antes o después.

Se supone que en los modelos que hay ahora a la venta en las tiendas esto ha sido corregido y las chapas metálicas de la batería ya van firmemente soldadas; pero aun así como el modelo de mi novia no ha dado problemas (tocamos madera) no lo vamos a abrir de momento, de modo que no lo puedo corroborar.

Algo que no me ha gustado es que el último firmware disponible (1.3.4) hace que por debajo del 50% de batería el patinete apenas tenga fuerza para subir cuestas, imagino que en busca de no pegar fuertes descargas a la batería cuando esta anda ya baja de carga. Sea como sea, a mí me gustaba más el funcionamiento prácticamente lineal de las versiones anteriores, así que ojalá en el futuro eliminen esta característica, porque de momento no encuentro una manera fácil de hacer un downgrade.

Por tanto, si queréis sentir el viento en la cara es mejor que le deis caña al principio del recorrido (pero ojo, porque si os flipais demasiado puede que al final os toque impulsaros con la patita).

Por cierto, creo que sé a lo que se refiere Xiaomi con lo de que el motor es de 250W pero que permite picos de 500W. Si subimos una cuesta y pulsamos a fondo el acelerador veremos que la aceleración es bastante fuerte, pero no será así eternamente, ya que llegado un punto la potencia comienza a disminuir, y es que creo que el patinete permite aprovechar esos picos de 500W pero en cuanto empieza a detectar que el motor o la batería se están calentando por la elevada corriente demandada, la protección anti-estrés que lleva implementada la electrónica hace que disminuya el flujo de corriente eléctrica protegiendo así tanto al motor como a la batería, ya que para ambos el calor excesivo es siempre un enemigo a evitar.

En cuanto a la autonomía, compruebo que esta no ha variado demasiado desde que le hice el apaño de las patillas a la batería. Por Alcalá de Henares, que es casi todo llano, consigo sacarle unos 20 Km si circulo a ritmo tranquilo (modo ECO) y unos 15 Km si voy dosificando el acelerador con alegría en el modo normal. El tiempo de carga sigue siendo de unas cinco horas cuando vuelvo con la batería sobre un 20%, lo que es una prueba más de que la esta se sigue manteniendo más o menos en forma (cuando empiezan a cargar cada vez en menos tiempo, malo).

En cuanto a las luces, aunque yo no he circulado mucho por la noche, mi novia sí que las ha empleado todas las mañanas en su trayecto hasta el trabajo y no ha tenido nunca el más mínimo problema. Siguen iluminando igual de bien que al principio y no ha habido apagados inesperados ni molestos tintineos.

Conclusiones

En definitiva, el paso de sus primeros mil kilómetros no parece haber hecho demasiada mella en el M365. La pintura se mantiene en muy buen estado, las partes de goma se conservan bastante bien (excepto el relieve del acelerador), la potencia de frenado sigue intacta y la autonomía de la batería no parece haber mermado en exceso, que es lo que más me preocupaba de todos los posibles «envejecimientos».

Lo que no me ha gustado tanto es la facilidad con la que se aflojan algunos tornillos, y eso que llevan la típica banda azul en la rosca que hace que se queden fijos en su posición. Aun así, se ve que con las vibraciones al circular pueden aflojarse y por eso os recomiendo un reapriete de vez en cuando o la aplicación de un fijador de roscas «de verdad». Tampoco me parece buena idea el tema de que el último firmware limite la potencia disponible cuando la batería está a menos de la mitad de su capacidad, ya que eso prácticamente nos va a obligar a subir las cuestas caminando en cuanto queramos hacer una excursión más o menos larga.

Sea como sea, y al igual que os recomendaba en una reciente entrada sobre consejos de conducción, vais a ser vosotros mismos los que enseguida os vais a dar cuenta si algo va mal en el patinete. Si de repente empeora la frenada, notáis algo suelto, veis que el tiempo de carga se acorta considerablemente, escucháis ruidos raros en el motor… son todas ellas señales de que algo no va bien, y más vale echarle un vistazo y ver el origen del problema que dejarlo pasar y acabar con un vehículo en la basura que, además de costar un dinero, os puede servir para llegar a más sitios de los que imagináis.

 

¡Nos leemos!

La colina de El Principito

Hay una colina en la parte Oeste de mi querido parque Juan Carlos I que siempre me ha recordado al cuento de El Principito. Es de pequeño tamaño, cubierta de hierba y con árboles en su parte superior. Y aunque es cierto que en el famoso libro lo único que hay en el planeta de ese niño rubio es una flor, no puedo dejar de ver en este pintoresco lugar el escenario del libro de Antoine de Saint-Exupéry.

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Pese a que a mí me parece un lugar con mucho encanto, no suele haber gente en lo alto de esta pequeña colina. No sé si será por su pronunciada pendiente o porque se encuentra en una de las zonas del parque menos transitadas; pero sea como sea, si uno se sube allí arriba puede disfrutar de unas buenas vistas del monumento «Espacio México» con Madrid al fondo.

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Allí, sentados entre los árboles, podéis divisar a los piragüistas que por el canal entrenan a diario, a los niños que juegan despreocupados en los columpios con forma de barco pirata que hay en las inmediaciones y observar cómo se mezclan en los caminos del parque runners y caminantes con sus perros. Un remanso de paz en el que sentarse unos minutos a disfrutar sin más preocupaciones.

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Ya sabéis de mi debilidad por este gran parque de Madrid al que acudo de vez en cuando para descubrir algún nuevo recoveco en el que no me había fijado hasta entonces. Esta colina que hoy retrato es sólo uno más de estos rincones, pero para mí es uno de los más especiales. Si pasáis a su lado, volved por un instante a vuestra infancia y echad una carrera para alcanzar su cima. Os sentiréis muy bien, os lo aseguro.

Rincones: Parque Juan Carlos I (Madrid)

Al Parque Juan Carlos I nunca puedo decirle que no. Da igual la época del año, el clima o las circunstancias que me rodeen en ese momento. Me gusta perderme por sus infinitos rincones y disfrutar de ellos ya sea a pie, en bicicleta, patinando (aunque esto es algo en lo que me estoy iniciando) o, como en esta ocasión, haciendo fotografías.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

En principio no quería enrollarme mucho dando datos sobre el parque, pero precisamente buscando algo de información en internet me he dado cuenta de que en realidad lo que hay escrito sobre este pedacito de Madrid es bastante poco y además está muy deslavazado; de modo que voy a tratar de contaros algunas cosas curiosas sobre este lugar mezcladas con mis propias impresiones y algunas imágenes que he captado durante mi última visita.

Ubicación, extensión y servicios añadidos

El parque Juan Carlos I es el segundo en extensión de la ciudad de Madrid, sólo superado por la Casa de Campo. Con sus 220 hectáreas situadas en el distrito de Barajas (zona Este de la capital) representa un auténtico pulmón para una región de Madrid que se había desarrollado considerablemente en la década de los 80 con la construcción de Ifema y los numerosos edificios de oficinas del «Campo de las Naciones», pero que más allá de estas edificaciones aquella era una zona de Madrid anclada en tiempos pasados y con cierto aire de abandono, de modo que con este parque se le quería dar un soplo de modernidad urbana al distrito.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Comentaros también que el parque cuenta con algunos servicios añadidos como el préstamo gratuito de bicicletas, la ruta (también gratuita) que un tren realiza por el anillo principal así como un amplio aparcamiento de libre acceso y un auditorio al aire libre.

Por si no lo sabéis, en el Juan Carlos I podéis realizar algunas actividades que en principio uno no está acostumbrado a ver en Madrid pero que aquí se han convertido ya casi en tradición. Una de las más curiosas es que en las explanadas que hay cerca de la entrada principal durante los fines de semana encontraréis bastante gente volando cometas de las más diversas formas y tonalidades.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Del mismo modo, en dichas explanadas podéis acercaros en verano a cenar un bocadillo cómodamente sentados en la hierba o, como ya hemos hecho un par de veces mi chica y yo, llevar un portátil para ver una película al frescor de la noche. Actividades que, como os digo, parecen más propias de un lugar de playa pero que en este rincón de Madrid podéis practicar con total libertad.

Historia del parque Juan Carlos I

Este parque se inauguró en el año 1992 con motivo de que Madrid fuera designada capital europea de la cultura. Sí, aunque mucho menos sonado que los JJOO de Barcelona y la «Expo» de Sevilla, Madrid también tuvo su ratito de gloria aquel año inolvidable.

La verdad es que recuerdo aquella época como la de las grandes obras (viaductos, instalaciones deportivas, trasvases, túneles, urbanizaciones infinitas…) y la del parque Juan Carlos I también debió de ser de las gordas pues duró tres años; aunque por desgracia no tuve ocasión de verla con mis propios ojos porque, sencillamente, era una zona de Madrid que por aquel entonces ignoraba por completo.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Por lo que he podido leer, el parque se asienta sobre unos terrenos que en la década de los ochenta estaban un poco dejados de la mano de Dios y cuyo único elemento reseñable era un olivar centenario (el llamado «Olivar de la Hinojosa») que a la hora de proyectar las instalaciones se decidió respetar (de ahí que buena parte de la zona central esté tapizada de esta especie de árbol tan típicamente nuestra).

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Durante los tres primeros años de funcionamiento pasaron por el parque millón y medio largo de personas, lo que da una idea de su éxito entre los madrileños. Recuerdo haber ido con mis padres en aquellos tiempos de mediados de los 90 algún domingo por la mañana cargando con mi bicicleta en el maletero y haberme agotado dando vueltas por los inumerables caminos del parque que, sumados todos, dan un total de 13 kilómetros.

Las esculturas

Dispersas por el parque se encuentran diecinueve esculturas de estilo abstracto y diversas temáticas. Muchos conoceréis esa que consiste en unos dedos blancos que salen de la tierra, pero hay otras muchas que os animo a descubrir por vosotros mismos dando un paseo que, por lo separadas que están unas de otras, tendrá que ser bastante extenso.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

La que os muestro sobre estas líneas es una de las menos conocidas, ya que está en un rincón del parque poco transitado y no llama demasiado la atención al transeunte, que al pasar por allí tiende a fijarse más en las piraguas que hay por el canal circular o el bonito puente que lo atraviesa. Por lo que he podido saber, se trata de un homenaje a Galileo Galilei y me gusta especialmente por su mezcla aparentemente caótica de líneas rectas y curvas.

Sin embargo, estoy seguro de la que os voy a mostrar a continuación sí que os resulta mucho más familiar, pues es, sin duda, la más conocida de las diecinueve que pueblan el lugar.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Efectivamente, esa especie de donut de color rojo intenso situado a final de una rampa de bloques de granito es la escultura correspondiente al llamado «Espacio México», la cual se erige en un lugar visible desde casi cualquier lugar del parque y que, por tanto, llama la atención de todo el que se acerque a dar una vuelta por allí.

Además de estas dos esculturas que os muestro en estas fotografías tenéis 17 más repartidas por las 160 hectáreas del parque, de modo que os animo a que tratéis de localizarlas dando un paseo porque hay algunas que merece la pena contemplar con atención (no os perdáis «Fisiocromía para Madrid» porque es otra de mis favoritas pese a que en esta ocasión no la he plasmado en mis fotografías).

El agua

Os hablaba hace un momento de un «canal circular», y es que hay un anillo de aproximadamente un kilómetro de diámetro que divide el parque en dos partes (exterior e interior) que en su mayor parte discurre paralelo a una ría que consiste en un canal con algo de desnivel, dos estanques en sus respectivos extremos y unas bombas que elevan y trasladan el agua entre los estanques para volver a iniciar su recorrido.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

En el parque Juan Carlos I el agua es un elemento muy importante, ya que además de este canal que os comento, hay unos chorros de agua que salen del suelo donde en verano siempre hay niños jugando, un embarcadero donde actualmente hay un barco que en tiempos recorría el canal, numerosos cauces por los que se desvía el agua de la ría principal para ornamentar algunas zonas…

Como os digo, se trata de un elemento al que se recurre en muchos rincones y que da al lugar un aire muy especial. De hecho, en el parque hay unos 130000 metros cuadrados de lámina de agua, lo que os dará una idea de su papel protagonista.

La estufa fría

Parque Juan Carlos I (Madrid)

La estufa fría es un invernadero situado cerca del centro geográfico del parque que contiene multitud de especies arbóreas y arbustivas. Yo no entiendo mucho de plantas y no sería capaz de ponerme a describir subespecies y familias; pero sí os puedo decir que en este lugar la vegetación prácticamente nos rodea (hay zonas de bambú realmente densas) y hay una marcada tranquilidad que nos invita a permanecer un rato contemplando el lugar.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

En cualquier caso, no os dejéis engañar por el oxímoron que da nombre al lugar, ya que ni es una estufa ni está fría; sino todo lo contrario. Me explico: efectivamente se trata de un invernadero porque por sus lados está cerrado con unas paredes casi transparentes. Sin embargo, el techo está hecho de lamas inclinadas las cuales no dejan entrar la luz del sol directamente pero dejan escapar el aire caliente, de modo que lo que conseguimos es una temperatura más suave que en el exterior (más fresco en verano y más templado en invierno) pero sin llegar al calor que hace en un invernadero «típico» cuyo interior es completamente cerrado y, por tanto, no deja salir el aire caliente cuando le da el sol.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Por cierto, comentaros que en uno de sus extremos (fuera de la nave principal) hay un pequeño «jardín zen» con sus especies típicamente orientales y su grava blanca perfectamente rastrillada. Otro de esos rincones especiales de este parque y que no mucha gente conoce.

Las vistas

El Juan Carlos I no es un parque plano como podría ser, por ejemplo, el Retiro. A lo largo y ancho de su extensión nos vamos a encontrar con multitud de lomas desde las que podemos admirar unas bonitas vistas de la capital tal y como podéis ver en algunas de las fotografías que acompañan a este artículo.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Desconozco si es el caso, pero lo habitual es que este tipo de montículos estén formados por la arena y las piedras que se han sacado durante la fase del movimiento de tierras mientras se construía el parque, de modo que así se aprovecha el material y se rebajan costes al no tener que trasladar este material muy lejos de su origen.

Si tuviera que apostar diría que la mayor parte de estos montículos que hay en el Juan Carlos I están hechos del material sacado a la hora de excavar el canal circular de agua; aunque como os comentaba antes, no he visto este dato por ningún lado y me baso exclusivamente en lo que he ido viendo durante mi vida profesional en infraestructuras hidráulicas.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Mi loma favorita es una con forma de pirámide de cuatro caras la cual está coronada por una semiesfera plateada. Desde allí arriba tenéis una bonita vista de todo el parque y además podréis distinguir edificios emblemáticos de Madrid como «el pirulí», la T4 del aeropuerto de Barajas o las cuatro torres así como también divisar en la lejanía localidades como Coslada, Paracuellos del Jarama o incluso la sierra.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

Parque Juan Carlos I (Madrid)

En definitiva, el parque Juan Carlos I es un buen lugar donde perderse en Madrid. No está tan lleno los fines de semana como el Retiro ni es tan bullicioso y además hay espacio de sobra para caminar, patinar, montar en bici, jugar al fútbol o pasear al perro. Si vivís en Madrid o sus alrededores y todavía no os habéis dejado caer por allí os recomiendo que os acerquéis un día de sol y disfrutéis de todo lo que este rincón de la capital tiene que ofreceros.

Parque Juan Carlos I (Madrid)

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