Recuerdos de Oropesa (XXV)

Durante el tiempo que estuve residiendo en Oropesa del Mar me acostumbré a vivir a contracorriente. Me explico: tras toda la semana trabajando, el viernes por la tarde conducía hasta Madrid para ver a mi familia y a mi novia, de tal modo que en mi trayecto me cruzaba con los que se iban a la playa a disfrutar de esos dos días de descanso. Del mismo modo, me los volvía a cruzar a todos en la A-3 cuando el domingo por la tarde regresaba a Oropesa encontrándome al llegar lo que parecía una ciudad fantasma.

By night

Recuerdo bien aquella extraña sensación al recorrer ya de noche la avenida principal del pueblo de Oropesa los domingos del invierno y no divisar absolutamente a nadie. Tras un poco de callejeo y poco antes de llegar a la playa de la Concha entraba al parking de la urbanización en la que vivía y en la que durante esos meses de frío casi siempre el único coche era el mío. Tenía la buena costumbre de aparcar en mi plaza, pero podría haber dejado el coche atravesado en medio del vial y nadie se hubiera quejado.

A mi memoria viene ahora el suave rumor del mar al abrir la puerta del coche, el eco de las ruedas de mi trolley repiqueteando sobre el asfalto hasta llegar al portal, el frío de la casa al entrar, el ascensor siempre esperándome en mi descansillo de lunes a viernes… Cuando llegaba nadie se asomaba a su ventana a ver quién osaba romper la tranquilidad reinante en aquel lugar porque sencillamente había semanas en las que yo era el único habitante en una urbanización de más de 400 viviendas.

Hay gente que todavía hoy me pregunta que si no me daba miedo estar allí sólo e incluso que cómo podía conciliar el sueño por las noches. Y qué queréis que os diga, no me considero ningún valiente (de hecho la palabra que mejor me define es «prudente») pero nunca me planteé que aquella soledad extrema pudiera suponer una amenaza o incluso un problema. Cierto es que nunca tuve ningún susto ni ninguna mala vivencia durante los inviernos que allí estuve, pero siempre he pensado que a la soledad no hay que temerla porque por si misma no te va a hacer nada.

Amanece sobre Oropesa

Si sólo conocéis esta localidad mediterránea durante la temporada alta os recomiendo que os paséis por allí cuando nadie se plantea coger vacaciones. Os aseguro que os vais a encontrar una soledad brutal que tal vez no podáis soportar; pero si le cogéis el gusto acabaréis viéndole todas sus ventajas e incluso la echaréis de menos.

Recuerdos de Oropesa (XVII)

Durante mis dos años de estancia en Oropesa del mar hubo dos tipos de fines de semana: aquellos en los que venía de visita a Madrid y los que pasaba allí. Y puesto que en aquella localidad en invierno la cosa está muy tranquila, solía aprovechar para acercarme a algún pueblo de la provincia con idea de comprar el pan, tomar un café, dar un paseo por sus calles y, sobre todo, hacer unas fotos.

Uno de esos pueblos es L’alcora; lugar relativamente cercano a la ciudad de Castellón de la Plana y cuya vista desde las alturas podéis apreciar en la siguiente fotografía:

L'Alcora desde las alturas (I)

Más que en el primer plano (reconozcámoslo, exceptuando ese campanario el resto de edificios no dicen gran cosa) lo llamativo de esta imagen está en ese horizonte brumoso por el que parecen asomar pequeños montes y donde allá en la lejanía se intuye el mar.

Normalmente la gente suele asociar Castellón con playas de fina arena; pero si os adentráis un poco en el interior de la provincia vais a descubrir que es muy raro encontrar grandes planicies, estando todo salpicado de relieves que hacen las delicias de excursionistas y deportistas por igual.

Para captar esta imagen recuerdo que me tocó patear bastante por un sendero que subía a un monte desde el que me pareció que podía tener una buena visión del pueblo (ya sabéis cómo me gusta ver las ciudades desde las alturas). Llegué cansado arriba, pero no me equivoqué y, sentado sobre una roca, me dediqué a jugar con la cámara hasta obtener la fotografía que quería.

Recuerdos de Oropesa (XVI)

Benicassim tiene más vida en invierno que Oropesa del Mar; y estando a apenas ocho kilómetros de distancia es lógico que algunas veces me diera una vuelta por allí o me llevara la cámara para hacer unas fotos. La soledad de Oropesa tiene su encanto; pero es verdad que a veces a uno le gusta ver algo más de gente, y para ello hay que acercarse a esta pintoresca localidad o incluso a Castellón de la Plana, capital de la provincia.

La foto que tenéis a continuación la hice tras un par de días de lluvias muy intensas, y de ahí que la arena de la playa esté tan horadada, pues al fluir el agua hacia el mar toma caminos preferenciales y acaba excavando en la playa auténticos ríos.

Gemelas

Precisamente gracias al agua acumulada es por lo que se me ocurrió esta fotografía; ya que me daba la oportunidad de retratar no sólo una puesta de sol en los dos tercios superiores de la fotografía sino también de poner el reflejo de esas dos palmeras en el tercio inferior restante.

Estamos nuevamente ante un ejemplo de «la regla de los tercios», que aunque tremendamente sencilla también es muy eficaz a la hora componer nuestras fotografías.

En otro orden de cosas, en la línea del horizonte podéis ver el puerto de Castellón con sus múltiples grúas y un poco más a la izquierda uno de los habituales petroleros que se acercan por las refinería que hay allí a descargar empleando para ello unas tuberías submarinas (esto se hace para evitar que el barco se tenga que acercar demasiado al puerto).

En cuanto al cielo, aquella tarde era una de esas que tanto me gustan en las que las nubes parecen algodón de azúcar por su textura y el sol, mientras se oculta en la lejanía, lo pinta todo en colores pastel.

Recuerdos de Oropesa (XV)

La que hoy os presento es otra de esas fotografías de Oropesa del Mar que recuerdo con cariño, pues representa uno de esos paisajes costeros que tanto me gusta retratar; sólo que en esta ocasión no fue ni al amanecer ni al anochecer, sino a primera hora de la tarde.

Color

Era el 1 de diciembre y recuerdo que la claridad reinante aquella tarde era espectacular gracias al viento que hacía. Una ocasión perfecta para abordar la fotografía de paisaje, pues los colores y la nitidez de la escena ganan muchos enteros con respecto al típico día en calma en el cual la humedad del mar «emborrona» el aire.

Además de esto, la marea estaba ligeramente baja, lo que dejaba al descubierto ese degradado en las rocas que tanto me gusta. Del mismo modo, el punto que elegí para disparar permitía seguir con la mirada un tramo de la conocida Vía Verde que une las localidades de Oropesa y Benicassim así como el irregular perfil de la playa de la Renegá.

El encuadre lo tenía claro porque en una misma imagen metía vegetación, mar y paseo; pero a la imagen le faltaba algo que en agosto no me hubiera costado nada encontrar: gente. Por tanto, esperé unos minutos y entonces apareció ese grupo disgregado de cinco personas que caminaban a paso tranquilo en dirección a la torre de la Cordada. De hecho, pese a que estaba bastante lejos de ellos, me llegan levemente los sonidos de sus conversaciones cruzadas.

Justo cuanto el grupo pasó por el punto que quería sólo tuve que contener la respiración un instante y acariciar suavemente el disparador de la cámara tratando de buscar la máxima nitidez posible para eternizar así una minúscula fracción de tiempo.

Recuerdos de Oropesa (XIII)

Recuerdo bien cómo hice la fotografía que ilustra esta entrada: una mañana de sábado del mes de enero me había despertado cuando todavía era de noche y puesto que soy incapaz de «vaguear» en la cama más de cinco minutos enseguida puse los pies en el suelo, desayuné y me pegué una ducha.

Mirando por la ventana observé que el día estaba extremadamente despejado. Soplaba viento y las estrellas se veían en el cielo con una claridad muy particular, de modo que sin pensarlo demasiado cogí la cámara y subí al mirador del monte Bobalar para ver si desde allí podía hacer una buena foto de Oropesa.

Cuando llegué allí los primeros rayos del sol estaban asomando ya por el horizonte dando a la escena una iluminación preciosa. Pero no fue la visión de Oropesa lo que me llamó la atención, sino unas «manchas» que se veían a contraluz en la lejanía del mar rompiendo lo que debería de ser una recta perfecta.

Usando el teleobjetivo a su máxima focal enseguida pude distinguir un pequeño saliente puntiagudo a la izquierda de la imagen que no era otra cosa sino el faro de la isla principal del archipiélago de las Columbretes.

Islas Columbretes (III)

Lo más curioso de aquello es que de pequeño había intentado varias veces ver esas islas subiendo a este mismo lugar con prismáticos en días despejados pero no tuve éxito. El día que hice esta foto entendí por qué nunca había conseguido divisarlas de aquella manera; y es que gracias a que en esas fechas (en las que, por cierto, nunca antes había estado en Oropesa) el sol sale justo por detrás del archipiélago, el contraluz creado consigue hacerlas destacar entre la bruma que siempre existe en el mar.

Si el sol hubiera subido un poco más en el firmamento o bien iluminara a las islas por un lateral seguramente no las hubiera distinguido; pero en este caso estuve en el lugar indicado y en el momento preciso llevándome de recuerdo una foto inesperada.

Recuerdos de Oropesa (XII)

Hay algo en las cercanías de Oropesa que se echa de menos aquí: carreteras secundarias desiertas que parecen no conducir a ninguna parte pero que juntas conforman una densa red que puede llevarnos a casi cualquier rincón de la provincia.

Destino

Coger el coche y conducir sin rumbo aparente entre campos de almendros y naranjos para acabar apareciendo en algún pueblo remoto es algo incomparable que le hace sentir a uno como un auténtico aventurero.

Otro día os mostraré alguna imagen captada en esas excursiones a las que me refiero; pero de lo que hoy quería hablar es de aquella tonta sensación de libertad. Sensación que también se puede conseguir en la comunidad de Madrid; aunque aquí hay que hacer muchos kilómetros hasta conseguir alejarse de la civilización.

Y es que esa sensación de surcar a ritmo tranquilo carreteras estrechas y sin pintar (y a veces incluso sin asfaltar) mientras nos movemos entre el Mediterráneo y las montañas es algo que no olvidaré porque, aunque desde pequeño pasé todos mis veranos en Oropesa del Mar, nunca me había dado por recorrer el interior de Castellón en busca de lugares desconocidos.

Como siempre os digo, estas pequeñas aventuras de cada día son las que más me gusta compartir con vosotros; así que espero que disfrutéis tanto de las entradas ya publicadas como de las que están por llegar en próximas fechas.

¡Nos leemos!

Recuerdos de Oropesa (XI)

Hay un término en fotografía que se aplica a aquellas imágenes captadas al emplear una exposición larga en el periodo de tiempo durante el que a simple vista parece que ya es de noche pero en realidad todavía queda bastante luz en el cielo. Esto se denomina blue hour y viendo la siguiente fotografía entenderéis perfectamente el por qué de ese nombre.

Blue hour

Cuando disparé esta fotografía eran casi las ocho de la tarde de un 12 de enero, por lo que la oscuridad era casi total. De hecho, recuerdo que donde estaba situado (un monte cercano al mirador de Torre Colomera) apenas podía ver mi mano si estiraba el brazo, lo que os dará una idea de la luz ambiental que había disponible.

Sin embargo, al plantar la cámara sobre el trípode y dejar abierto el diafragma durante medio minuto a f/11 y con ISO 200, en la pantalla de la cámara apareció esa infinidad de puntos luminosos y un cielo con un precioso degradado de azul oscuro a naranja salpicado de pequeñas nubes. Milagros de la capacidad de recolectar fotones del sensor de la cámara.

Para situaros un poco , comentar que lo que tenéis en primer término son diversos chalets de la urbanización Torre Bellver (perteneciente al término municipal de Oropesa del Mar) y que más al fondo se puede distinguir perfectamente la amplia bahía que comienza en Benicassim y muere en las inmediaciones del puerto de Castellón.

¿Por qué no empleé una apertura mayor para así captar más luz? Pues porque entonces la profundidad de campo se vería reducida y todas esas luces del fondo serían apenas un borrón. Digamos que lo que tenéis aquí es una aplicación de la distancia hiperfocal sólo que en horario nocturno; de modo que se imponen diafragmas bastante cerrados para maximizar los elementos que permanecen enfocados en la composición.

«Efectivamente, es la hora azul», pensé, y con la satisfacción de haber conseguido la fotografía que había previsualizado en mi cabeza días atrás marche hacia casa a cenar.

Recuerdos de Oropesa (X)

A los que hayáis estado en la playa de La Concha de Oropesa del Mar entre los meses de junio y septiembre se os hará extraña la siguiente visión de la misma; pues seguramente echaréis en falta sombrillas, hamacas, camas elásticas, chiringuitos diversos y, sobre todo, oleadas de gente.

Paseo por la playa al atardecer

Durante el invierno esta playa se convierte casi en un rincón salvaje en el que apenas parece haber influido la mano del hombre. Y os aseguro que es un verdadero placer darse un paseo por la orilla del mar sin que nada interrumpa la visión de la arena y el mar; algo que sólo los que hemos pasado allí algún invierno hemos podido experimentar.

Afinando un poco más, también os llamará la atención ver cómo durante el invierno el sol se oculta prácticamente tras el puerto deportivo mientras que en los meses de verano el astro rey desciende tras la montaña que se empieza a adivinar en la parte derecha de la imagen al ser el arco que describe en el firmamento mucho más amplio.

Sutiles cambios en los que uno no se para a pensar si sólo conoce la faceta veraniega de este rincón del mediterráneo; y es que aunque pasar las vacaciones estivales en la costa es un placer, vivir allí durante el invierno también tiene su encanto.

El invierno empieza a terminar

Acudes a trabajar como todos los días de este invierno. Con el día recién estrenado, el coche va avanzando entre tierras de cultivo, acequias y casitas de labranza mientras piensas en la de cosas que te esperan en la oficina y esa reunión tan importante de mañana.

De repente algo llama tu atención y para confirmar lo que crees que has visto frenas en seco, das marcha atrás unos metros y te detienes junto a un árbol.

Indicios de primavera

¡Ya empiezan a florecer los almendros!

Una pista más que nos confirma lo que os decía recientemente: que la primavera está más cerca de lo que parece…

Mañana de cumpleaños a cinco bajo cero

Hoy cumplo 30 años; pero no os preocupéis, que me siento igual de joven que ayer o el mes pasado 😀

Al fin y al cabo la edad no es más que un número que aparece en el DNI, ya que en realidad es más una cuestión de actitud que de otra cosa. El caso es que aunque ha caído algún que otro regalito, al levantarme me he llevado una sorpresa «extra» que he disfrutado mucho: una mañana que comenzaba a cinco grados bajo cero. Un panorama ante el que no he podido hacer otra cosa más que abrigarme bien y bajar a dar una vuelta con la cámara en busca de imágenes inusuales. De hecho, el día que nací (10 de Enero de 1980) cayó una buena nevada sobre Madrid, de modo que el frío y yo nos llevamos bastante bien.

Por supuesto, sentarse en plena calle a tomar el sol de invierno (que ilumina pero no calienta) no era nada sensato para nadie que estuviera en su sano juicio, de modo que tenía a mi disposición un montón de bancos vacíos que retratar; siendo esta una de mis temáticas favoritas.

No es un buen día para estar sentado

Mi primer destino fue acudir al parque Tierno Galván para comprobar cómo había amanecido la fuente que hay en su parte central, pues gracias a la forma que posee es relativamente sencillo que se formen algunos carámbanos de hielo. Sin embargo, mi sorpresa fue grande, pues también lo eran las estalactitas de hielo que había allí.

Fuente del parque Tierno Galván (congelada)

Fuente del parque Tierno Galván (congelada)

Fuente del parque Tierno Galván (congelada)

Fuente del parque Tierno Galván (congelada)

Fuente del parque Tierno Galván (congelada)

Mi siguiente destino era la fuente que hay en la puerta del Vado («las cigüeñas» como decimos los de por aquí) para comprobar si allí también se había congelado el agua. Sin embargo, de camino me encontré con un tipo que debía de ser por lo menos de Canarias porque le estaba haciendo fotos a un termómetro que a esas horas marcaba ya -3 grados. Vale, hacía bastante frío, pero es normal que todos los inviernos haya algún día así en Madrid y alrededores. A mí desde luego no me ha sorprendido demasiado levantarme con cinco grados bajo cero en el termómetro, y menos después de haber estado hace tres años a -12.5 grados (eso os lo contaré otro día, que tengo que buscar la foto correspondiente).

Tampoco es una temperatura como para hacer fotos a los termómetros...

Por fin llegué a la puerta del Vado y, efectivamente, había algunos carámbanos. Pero entre que el listón estaba muy alto después de ver la fuente de antes y que a esas horas empezaba ya a dar el sol, los carámbanos de hielo no eran demasiado espectaculares. Aun así, me gustó la forma en la que colgaban del nido de cigüeñas hecho de metal y por eso hice la siguiente fotografía (aunque a esas horas se me empezaban ya a entumecer los dedos de las manos de andar sujetando la cámara; y eso que llevaba mis guantes para hacer fotos).

Fuente de la puerta del Vado (congelada)

Al final quedó una mañana de lo más soleada y colorista; y aunque hacía bastante frío, la verdad es que el día se prestaba a seguir haciendo fotos. Al fin y al cabo podía aprovechar y seguir paseando un rato más; y luego en casa tomarme un té calentito para recuperar temperatura, porque me temo que durante toda la semana que comienza mañana pocas oportunidades de sacar la cámara voy a tener.

Sol de invierno

Guantes para fotografía por 2,45 euros

Las temperaturas han caído en picado estos días. Es algo que pude constatar por mí mismo cuando el pasado Lunes bajé a la calle a las nueve de la mañana con la cámara en la mano y pocos minutos después tenía los dedos casi insensibles y con un ligero hormigueo.

A la sombra

Sí; reconozco que eché en falta unos guantes. Pero claro, no muchos guantes sirven para fotografía: los de lana o de material acrílico harán que la cámara se nos escurra de las manos con facilidad y los típicos de nieve son tan gruesos que será muy complicado manejar cualquier control e incluso apretar el disparador. También tenemos la opción de los mitones, que son unos guantes con los que las puntas de los dedos quedan al aire; pero no son muy recomendables con temperaturas muy bajas porque al final son casi como no llevar nada. Tal vez unos de piel sean una buena opción porque abrigan más y proporcionan agarre, pero hay que tener en cuenta que son delicados y no conviene darles mucho trote si queremos que se conserven en buen estado…

Para paliar esto, Lowepro tiene unos guantes en su catálogo que se adaptan perfectamente a estas situaciones, pues se trata de un modelo de material sintético cuyas palmas están recubiertas de unos puntos de goma que nos permitirán agarrar la cámara con seguridad a la vez que mantendremos el suficiente tacto como para manejar los controles de la misma sin problemas.

¿Cuál es el inconveniente? Pues que los dichosos guantes tienen un precio de casi 40 eurazos. Por suerte estas cosas no son exclusivas de la fotografía; sino que son empleados desde hace tiempo en actividades como la pesca o la caza para el manejo de los aparejos asociados a estas especialidades. De hecho hace unos años vi guantes como estos en las extintas tiendas Ventisca, pero desgraciadamente nunca me dio por hacerme con unos.

El caso es que si no queréis gastaros una pasta en los guantes de Lowepro tenéis una opción mucho más económica pero casi igual de funcional; y es que precisamente ayer por la mañana me acerqué a la tienda Decathlon de Alcalá de Henares en busca de algunos guantes que pudieran servirme para la cámara de fotos y me lleve la sorpresa de encontrarme unos con las mismas características de los Lowepro pero de una marca propia de Decathlon, por lo que su precio era mucho más bajo: concretamente 2,45 €. ¡¡Por lo que cuestan los Lowepro te puedes comprar quince pares de estos!!

Esta claro que por la diferencia de precio alguna diferencia habrá entre unos y otros; pero si vamos a lo práctico (una actitud siempre recomendable) podemos hacernos con dos pares de guantes de Decathlon y gastarnos los más de treinta euros restantes en hacer una excursión en la que hacer fotografías inolvidables.

Por supuesto, los estuve probando un rato y me dejaron bastante contento: las manos permanecen calientes, la cámara se sujeta sin problemas (aunque siempre conviene recordar la importancia de colocarse la correa al cuello o enrollada en la muñeca para evitar disgustos) y se pueden accionar con facilidad incluso los controles más pequeños sin ninguna dificultad.

Por cierto, si os queréis hacer con unos os comento que en Decathlon no están en la sección de ropa de montaña (donde suelen estar la inmensa mayoría de guantes) sino en la sección de caza y pesca. Cuando fui ayer quedaban muy pocos pares, pero supongo que repondrán en breve, pues no se trata de una oferta sino que lo que me costaron a mí es su precio de venta habitual. Por cierto, son de talla única, ya que son elásticos.

En definitiva, si estáis buscando unos guantes para que no se os queden las manos heladas cuando vayáis de safari fotográfico en invierno creo que estos de Decathlon pueden ser una opción interesante sobre todo por su buena relación calidad / precio.

Fotografiando las nubes (II)

Fotos de atardeceres invernales tomadas hace unos meses en los alrededores de Alcalá de Henares. Una buena forma de ir despidiendo el año. No está de más recordar que una vez que el sol se oculte, no lo volveremos a ver hasta 2009; así que… ¡disfrutad de los últimos rayos de este año! (aunque con tanta nube poco sol hemos visto hoy  😛 ).

Atardecer II

Atardecer III

Atardecer

PD: ¡a las 18:00 el resumen del año que se va!  😉

Jueves de viento y lluvia

Durante un rato el mejor lugar del mundo fue aquella ténue cafetería del centro de la ciudad mientras en el exterior soplaba un viento helado que arrancaba sin miramientos las marchitas hojas de los árboles. La lluvia también quiso tener protagonismo aquella mañana y su presencia se encargó de hacer gotear el pelo de los pobres transeúntes que que habían salido a la calle desprovistos de paraguas e impermeables.

Minutos después yo era uno de esos ciudadanos que se empapaban bajo el agua que caía del cielo; pero a diferencia de los demás yo no huía despavorido en busca de un cálido refugio, pues en realidad lo llevaba dentro de mí. Las aceras mojadas eran todo un un regalo y la visión de los árboles semidesnudos una bonita estampa que en otras circunstancias me hubiera pasado desapercibida; así que decidí aprovechar el momento y con los zapatos mojados saqué mi cámara para disparar una sola vez.

Jueves de lluvia y viento

Salí a la calle en busca de inspiración y al final la encontré; pero he de reconocer que tuve mucha ayuda  😉