En la primera exposición de mi hermana

Desde muy pequeño fui consciente de que la pintura era, con diferencia, lo que peor se me daba en la vida: lo que en mi mente era una casa con jardín mis manos lo plasmaban en forma de tres palotes, un triángulo y un manchurrón verdoso. Una figura humana se parecía más bien a una especie de Mr Potato deforme y el día que traté de dibujar un gato me falto poco para ser denunciado por una asociación de amigos de los animales por atentar contra el honor de los felinos.

Nunca entendí cómo se me podía dar tan mal todo aquello que tuviera que ver con las artes plásticas; y más siendo mi madre decoradora. Pero por suerte, los años pasaron y, gracias al cielo, me fui decantado por ramas más científicas dejando de lado los pinceles y los lienzos olvidando poco a poco, como quien no quiere la cosa, mi manifiesta inutilidad artístico-manual y centrándome en la fotografía y la escritura como formas de expresión.

Sin embargo, desde hace un tiempo he empezado a comprender el origen de esto: la cosa es que toda la capacidad artística se la había quedado mi hermana sin dejarnos a los demás ni siquiera las migajas. Como si de una mina de oro se tratara, mi hermano y yo hemos estado escarbado en el suelo del arte con una cucharilla de helado mientras que ella lo hacía con una Komatsu PC8000.

IMG_20150616_192433Visto en perspectiva, hay que reconocer que Estela apuntaba maneras ya desde pequeña, siempre ganando los concursos de dibujo que organizaban en el colegio y destacando en toda manifestación artística en la que se metía. El tiempo fue pasando y en estas que un buen día se convirtió en ilustradora, tocando varias temáticas y estilos creando tanto obras pictóricas como cuentos y relatos ilustrados. Una profesión arriesgada, valiente y en la que cuenta mucho estar en el momento adecuado y en el instante preciso.

Y como en la vida una cosa te lleva a la otra casi sin que te des cuenta, resulta que ahora está metida en la que es su primera exposición. Una exposición compartida con otros autores; pero el caso es que allí está ella con dos cuadros, un microcuento y, además, con tres dioramas 3D realizados junto con otros compañeros de su grupo de ilustración.

P6166726La inauguración de la exposición tuvo lugar el pasado miércoles y allí estuve yo dando cobertura y apoyo moral a mi hermana, que aparte de mí también contó con un nutrido grupo de amigos y compañeros de trabajo que no se quisieron perder el estreno de todo aquello.

Como podéis ver en las fotos que ilustran esta entrada (ya siendo la poca calidad de las mismas, pero ese día no me apetecía cargar con la réflex) la afluencia de público fue más que considerable, hasta el punto de que los organizadores estaban encantados con el éxito de la edición de este año.

IMG_20150616_201032Si os queréis pasar por allí, la exposición estará abierta al público de forma gratuita hasta el 9 de julio en el Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid (que se encuentra a escasos 5 minutos andando de la estación de Nuevos Ministerios) en horario de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 de lunes a viernes y también los sábados de 10:00 a 14:00.

Comentar que la gran mayoría de las piezas expuestas (cuadros, esculturas, dioramas…) se encuentran a la venta, de modo que si queréis colgar un trocito de arte original en las paredes de vuestra casa puede ser una buena oportunidad.

IMG_20150616_195011Y ya que estamos, me gustaría recomendaros la visita al Tumblr de Estela, ya que en él va colgando algunas de las obras que va realizando. Cada vez que me meto en él y veo cómo plasma sus ideas en diversos estilos me maravillo, ya que como os he dicho al principio de este artículo, tengo la misma habilidad para la pintura que un mono haciendo mayonesa.

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También podéis encontrarla en Facebook y Twitter, de modo que si andáis buscando a alguien que os pueda ilustrar algún texto o lo que sea, poneos en contacto con ella porque seguro que se le ocurrirá algo que encaje con vuestras necesidades.

¡Saludos!

Alcalá desde el aire (VI): la universidad laboral en 1989

Si habéis estudiado algún tipo de enseñanza técnica en Alcalá de Henares a finales de los años 60 o principios de los 70 es bastante posible que lo hayáis hecho en el edificio que ilustra la entrada de hoy. Se trata de la antigua universidad laboral (ULA) donde a partir de 1966 se impartieron estudios de bachillerato así como algunas carreras universitarias entre ellas la propia titulación de Ingeniería Técnica Industrial en la especialidad de Electrónica Industrial (que es la que yo cursé muchos años después, pero en la escuela politécnica de la UAH).

 

Antigua Universidad Laboral (ULA)

Universidad Laboral en 1989. Fotografía extraída del libro "15 años de ayuntamientos democráticos". (Click sobre la imagen para ver notas y localización geográfica).

 

A partir de 1978 se dejaron de impartir en la ULA enseñanzas universitarias; pasando estas a ser competencia de la universidad politécnica de Madrid y posteriormente de la universidad de Alcalá. Desde entonces, se dieron aquí cursos de formación profesional de primer y segundo grado así como BUP y COU. Hoy en día las clases que se dan allí son las de un instituto cualquiera junto a algunos de los conocidos ciclos formativos (a los que la gente suele llamar módulos) que no son más que la evolución de la antigua formación profesional de modo que en esencia la actividad docente es la misma que hace veinte años sólo que adaptada a los nuevos planes de estudio. Por cierto, sobre todos estos temas tenéis más información en este enlace.

En cuanto al edificio como tal, os diré a modo de curiosidad que si pasáis actualmente por allí veréis que el conjunto posee unas cuantas plantas menos de las doce que tenía desde su inauguración. Allá por 1991, hubo una reforma radical en las instalaciones y se demolieron de un plumazo las cinco plantas superiores, dando al conjunto una apariencia más discreta; ya que antes de este cambio el edificio de la ULA se veía en buena parte de la ciudad debido a que además de su propia altura se encuentra situado en la parte más elevada del Campo del Ángel.

Actualmente la antigua ULA es el instituto Antonio Machado y ostenta el récord de ser el centro de enseñanzas medias con más alumnos de toda la comunidad de Madrid (de hecho hace unos meses apareció un reportaje en el diario El País sobre esto) y ocupa un terreno de una extensión amplísima como podéis apreciar en la imagen que tenéis sobre estos párrafos, ya que además del edificio como tal, cuenta con amplios jardines e instalaciones deportivas.

Por cierto, no quiero dejar pasar por alto que en esos campos que se ven a la espalda del edificio se levanta hoy en día el barrio de El Ensanche que apareció en la tercera entrega de esta serie de artículos que muestran Alcalá de Henares a vista de pájaro.

¡Hasta el próximo vuelo!

Cosas que aprendí en el instituto

A medida que pasan los años me doy más cuenta de que los profesores de los que más aprendí fueron aquellos que me encontré en el instituto. Allí estudié materias como la filosofía, que me dio un punto de vista diferente sobre las cosas. También adquirí una base matemática y física que luego me fue de gran utilidad durante la ingeniería, aumenté mi nivel de inglés, encontré nuevas formas de expresarme gracias a la asignatura de Lengua y Literatura…

Aula Alonso Quijano (35mm)

Siempre he afirmado (y lo seguiré haciendo) que buena parte de mi forma de ser y mi manera de ver el mundo la adquirí entre los muros del Alonso Quijano; pero no tanto gracias a los libros como a los profesores que me encontré durante aquellos años. Y es que aquellas personas consiguieron inculcarnos una serie de valores más allá del contenido lectivo de las asignaturas que impartían logrando, por ejemplo, que me convirtiera en una persona bastante organizada a la hora de afrontar cualquier tarea y que siempre aplique una dosis de creatividad a todo lo que hago.

De todos modos, una de las lecciones más importantes la aprendí de un profesor de educación física que en una mañana soleada mientras cursaba primero de BUP afirmó que «Sentarse en un banco y ver a la gente pasar puede llegar a ser lo más divertido del mundo».

Un alto en el camino

Tal vez en aquella frase se encuentre el origen de mi veneración por los pequeños detalles que me voy encontrando cada día  😉

Tarde de recuerdos

Ayer por la tarde acudí de nuevo a mi antiguo instituto; sólo que esta vez acompañado de Laura: una antigua compañera a la que había perdido la pista desde hace una década y con la que, gracias a este blog, he recuperado el contacto. Laura no había vuelto a pisar el centro desde 1999, así que hace unos días le propuse hacer una visita al mismo para así recuperar recuerdos perdidos en el tiempo y ella aceptó encantada.

Nada más atravesar la pesada puerta metálica de entrada (que antes era roja y ahora verde) el hall y los pasillos impresionaron bastante a Laura porque en esencia todo seguía como el último día, pero la gran sorpresa para ambos vino cuando eché mano al picaporte de una puerta y resultó estar abierta. Se trataba de una de las aulas donde habíamos dado clase en la segunda mitad de la década de los noventa, y al encender las luces las caras de estupefacción debieron ser aún mayores:

Aula Alonso Quijano (35mm)

Todo seguía exactamente igual: las mesas, las sillas, las pizarras, el suelo de baldosas, aquellas pesadas persianas, el corcho en la pared, los radiadores, la mesa del profesor… Y el caso es que todo nos pareció de un tamaño minúsculo acostumbrados a las dimensiones de las aulas de nuestras universidades.

– ¿Y aquí nos metían a 40 personas para dar clase? – nos preguntamos Laura y yo al unísono.

Os aseguro que el impacto visual fue tremendo. Hasta ese momento yo había ido unas cuantas veces por el instituto Alonso Quijano, pero no había tenido la ocasión de entrar en una de sus aulas; más que nada porque siempre he acudido por las mañanas y a esas horas todas están llenas de alumnos. Era la primera vez que ponía el pie en una de ellas desde que abandoné aquel instituto tras cursar allí BUP y COU (sí, soy de la ley de enseñanza de 1970) y por un momento me pareció volver a la época en la que habitan algunos de los mejores recuerdos de mi vida.

Aula Alonso Quijano (Fisheye)

Aquello nos trajo a la memoria un montón de anécdotas, así que de allí salimos hacia una céntrica cafetería con la sana intención de excavar en ellas; pero no sin antes sacar mi cámara para tratar de hacer las fotografías que no capté cuando pasé allí mis últimos días de clase y de las cuales he seleccionado dos para ilustrar estas líneas.

De cualquier modo, esta visita me ha hecho pensar mucho; tanto que ayer incluso me costó conciliar el sueño. Pero eso es algo de lo que os hablaré otro día con más calma.

Una visita muy especial al I.E.S. Alonso Quijano

A mediados de la década de los noventa acababa de terminar octavo de EGB en un colegio de mi barrio. Tras el correspondiente verano de sol, juegos y playa llegó el momento de retomar las clases; sólo que esta vez en un centro que nada tenía que ver con el lugar que me vio aprender a leer y escribir. Comenzaba primero de BUP; algo que marcó el comienzo de una etapa de mi vida que configuraría en gran parte mi forma de ser, pues la personalidad del Luis que salió de aquel instituto se parece bastante a la del que os podéis encontrar hoy en día.

IES Alonso Quijano (I)

Patio delantero

Mi única referencia de los institutos por aquellos años era lo que se veía en películas como Regreso al Futuro y series americanas de la época. Gracias a ello tenía el concepto de que en estos centros educativos todo el mundo tenía coche propio aparcado en la puerta, había un pasillo lleno de taquillas metálicas en las que los estudiantes (siempre apuestos y bien vestidos) guardaban sus libros y que todos los cursos terminaban con un gran baile en el que se juntaban los chicos más populares con las chicas más guapas.

Sin embargo, lo que me encontré cuando crucé por primera vez la puerta del I.E.S. Alonso Quijano en Alcalá de Henares nada tenía que ver con esa idónea visión cinematográfica: aquel instituto no parecía ser tan diferente a mi colegio, y la gente que había allí tampoco parecía tan mayor ni tan diferente a la que me había encontrado hasta el momento a lo largo de mi vida estudiantil. No había taquillas, los alumnos iban a clase caminando (o como mucho en autobús) y, en general, lo que más se estilaba eran pantalones vaqueros y camisetas. Por supuesto, a final de curso se entregaban las notas y a volar; ni rastro del famoso baile.

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El hall de entrada decorado por los alumnos del instituto

Entre los muros de aquel instituto que acaba de cumplir 25 años de actividad docente viví años inolvidables: allí conocí a Joe, que enseguida se convertiría en un amigo ejemplar (y en el novio de mi hermana años más tarde) así como a otra gente con la que he tenido mayor o menor trato en épocas posteriores. Todavía recuerdo muchas anécdotas muy divertidas, profesores con un carisma especial cuyas explicaciones  nunca olvidaré, algunos amores en general poco corresopndidos y un ambiente que no he vuelvo a vivir en ningún otro lugar. Sin embargo, prefiero dejar la narración de alguna de esas anécdotas para próximas entradas y centrarme hoy en la visita al instituto.

Como os digo, al término de mi formación me fui del instituto con pena porque sabía que dejaba atrás unos años que no se repetirían jamás, pero también con un montón de recuerdos; siendo uno de ellos esta fotografía en la que aparezco con tres grandes amigos (soy el segundo por la derecha) realizada el último día de COU, momento a partir del cual tomamos caminos diferentes en nuestras vidas.

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¡Qué frondosos están los árboles!

Sé que con los años uno tiende a ver el pasado de forma bastante optimista, pero en realidad nunca he perdido del todo el contacto con el Alonso Quijano: suelo encontrarme bastante a menudo con profesores que me dieron clase y de ahí la idea de pasarme por allí cámara en mano para hacer algunas fotos con las que ilustrar este artículo y, por su puesto, ya de paso hablar con algunas de esas personas que me dieron clase hace unos cuantos años.

Y, lo que son las casualidades de la vida, resulta que en jefatura de estudios me contaron que hace unos meses se realizó una exposición de fotografía en el centro que consistió en colocar unas imágenes que les había pasado un profesor sobre los cambios que habían acontecido en la ciudad de Alcalá en las últimas décadas. Les dije que ese es un tema que me interesa mucho, y que de hecho suelo ir por la ciudad retratando los lugares que aparecen en los libros de fotografía antigua para compararlos con el tiempo presente.

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Patio trasero. Mi clase de COU eran las ventanas de la parte superior derecha

Cuando me mostraron las fotos de la exposición me llevé una gran sorpresa, pues eran las imágenes de las veinte primeras entradas de Alcalá de Henares ayer y hoy. Yo, con los ojos abiertos como platos, no pude reprimirme y dije en voz alta: «¡Pero si son mis fotos!». La sorpresa, evidentemente, pasó a ser general, y a partir de ese momento no hicimos otra cosa que hacer proyectos de futuro pensando ya en una segunda exposición con más y mejores fotografías. Dentro de un tiempo, cuando las cosas empiecen a estar más o menos definidas, os iré contando alguna cosilla; pero creo que después de todo lo vivido en aquel instituto, poder colaborar con ellos de una manera tan especial puede ser una buena forma de devolver todo lo que el Alonso Quijano me dio en su momento.

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Porche trasero. Obviamente se llenaba de gente en los días de lluvia.

Bueno, antes os contaba que había ido al instituto con mi cámara para hacer unas fotos a modo de «homenaje» a este centro que, de hecho, aunque al final me he ido por las ramas eran el tema central de esta entrada; así que aunque ya os he puesto algunas entre los párrafos anteriores, os dejo a continuación con el resto de las imágenes.

¡Espero que os guste la visita! 😉

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Pistas de baloncesto

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En este pasillo estaba mi clase de 1º de BUP

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Otra vista de las pistas de baloncesto

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Actualmente el patio trasero está ajardinado, pero en mí época esto era una explanada de arena

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Escaleras de acceso a la primera planta

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Pistas de fútbol

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Canasta con la iglesia magistral al fondo

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Un descanso a la sombra

Isabel Gemio

Si la persecución gatuna de hace unos días fue una pesadilla un poco atípica, creo que lo que os voy a describir hoy lleva el concepto de sueños extraños a un nuevo nivel. Es una pena que ya no viva Sigmund Freud, porque seguro que se enganchaba a este apartado del blog.

El caso es que iba de camino a la estación de autobuses de Alcalá para acudir a una presentación en Madrid; algo de lo más habitual hace unos meses, cuando tenía tiempo para colaborar con la gente de ultimONivel (aunque dentro de poco os comentaré algo sobre ese tema).

Pues bien, resulta que andaba medio resfriado y con la nariz tan congestionada que apenas se me entendía al hablar. Cuando fui a echar mano a mi paquete de pañuelos de papel me encontré con que no llevaba ni uno encima, así que me tocaba buscarme la vida de algún modo. Era primera hora de la mañana de un Martes: nadie en las aceras, ni siquiera se veían coches por las calles… así que se me ocurrió la idea de entrar en mi antiguo instituto para ver si alguien tenía un Cleanex que dejarme.

Sin embargo el instituto parecía haber pasado a la dimensión oscura de Silent Hill, pues estaba todo lleno de mugre, las paredes con pintadas, los pasillos y las aulas en tinieblas… Me dirigí a uno de los baños (todavía recordaba exactamente dónde se situaban de los años en los que estudié allí) y me llevé la sorpresa de que el cuarto de baño estaba medio derruido.

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Vueltas y más vueltas por los pasillos; arriba y abajo por las tres plantas de un edificio completamente abandonado. No quedaba ni un sólo cuarto de baño en pie, así que opté por dejar atrás aquellas paredes y dirigirme a la estación de autobuses para llegar a tiempo al acto.

No recuerdo bien cómo fue el trayecto en el autobús; debí dormirme, pero sí que tengo claro que aparecí en la puerta del hotel Palace; lugar que ya conocía porque allí acudí a un par de presentaciones hace poco más de un año. Allí, un botones uniformado me coge la maleta en la que llevo mi portátil y mi cámara de fotos para acompañarme hasta un lujoso salón en el que va a dar comienzo la presentación.

Nada más entrar me encuentro un proyector escupe imágenes del último modelo de lavadora de Siemens. El producto no tiene nada que ver con videojuegos, pero la estructura del acto no difiere demasiado de lo que estaba acostumbrado a cubrir meses atrás. Es curioso, pero pese a ser algo muy diferente de lo que había hecho hasta el momento no me sentía extrañado ni fuera de lugar.

Saco mi cámara y disparo como un loco a la flamante lavadora como si se tratara de Hideo Kojima. Como me suele ocurrir en estas cosas, comienzo mi tarea con disimulo y al final termino por levantarme de mi sitio y plantarme al pie del escenario para sacar una mejor perspectiva del lugar. A la gente le gusta ver fotografías, así que siempre intento captar la máxima información gráfica posible.

Vuelvo a mi sitio repasando las fotos en la pantalla de la cámara, pero al pasar por una de las filas de invitados siento que una mirada me recorre de arriba a abajo. Llego a mi asiento y pocos segundos después aparece Isabel Gemio que se sienta en una silla contigua a la mía. Era ella la que me miraba con atención segundos antes, y sus primeras palabras fueron: “¿Ya no te acuerdas de mí?”.

Isabel llevaba un vestido negro escotadísimo, unas medias brillantes y unos zapatos de tacón rojos; hay que reconocer que estaba realmente atractiva; y aunque juraría que jamás había cruzado una palabra con ella, una cierta sensación de familiaridad recorría mi memoria.

Parecía enfadada, sin duda. Es una virtud que algunas mujeres tienen; y es que sólo con aquellas seis palabras que Isabel acababa de pronunciar había conseguido desatar en mí una auténtica tormenta de extrañas sensaciones.

– Tenías mi número; podías haberme llamado, ¿no?

– Isabel, ¿qué número? ¿De qué me estás hablando?

– Es increíble, Luis – (¡Isabel Gemio conocía mi nombre!) -. Con todo aquello que dijiste y ahora, tres meses después, dices que no te acuerdas de mí… ¡¡Esto sí que no me lo esperaba de ti!!

Isabel Gemio parecía conocerme, estaba claro; así que era bastante posible que tuviera razón en todo lo que estaba diciendo, de modo que decidí asumir la situación de que algo en mi cabeza se había cortocircuitado por alguna extraña razón y no recordaba nada de lo que me estaba diciendo.

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– Isabel, no sé qué me ha ocurrido. No recuerdo nada de lo que me ha sucedido en los últimos meses, y eso te incluye a ti. No soy capaz de acordarme de lo que tenemos ambos en común, y mucho menos de tu número…

En ese momento caí en la cuenta de que hacía casi un año que no había cambiado de teléfono móvil, de modo que si ella tenía razón, en la agenda estaría su número… Ante su mirada lo saqué del bolsillo de la chaqueta, consulté la agenda y… allí estaba ella; el único contacto que aparecía en la letra G. Isabel Gemio. 637897….

– 653 – añadió ella completando el número.

Vale, conocía a Isabel; pero… ¿por qué tenía su número? Conozco a mucha gente, pero el número de teléfono sólo lo tengo de los más allegados, así que… ¿qué pintaba aquella conocida presentadora de televisión en mi vida?.

Consulté también el historial de llamadas, y eso sí que me dejó helado: había un par de llamadas entrantes la última semana. Las dos eran de Movistar; publicidad lo más seguro. Sin embargo, había más de una decena de llamadas anteriores que yo mismo había hecho al número de Isabel. Llamadas de más de una hora en todos los casos. También había tres o cuatro llamadas de larga duración realizadas por ella, así que ahora entendía todavía menos mi situación.

El acto continuaba: en ese momento Fernando Romay estaba sobre el escenario presentado un frigorífico cuya principal cualidad es que tenía todavía más altura que él. Sin embargo, desde que Isabel se sentó a mi lado y había comenzado a descubrir todas estas cosas, había dejado de prestar atención a lo que Siemens quería enseñarnos.

De hecho ya me daba exactamente igual aquel acto al que había acudido. Me importaba muy poco el reportaje que tenía que publicar a continuación porque en realidad lo único que quería saber era lo que había ocurrido en mi vida durante los últimos meses, pues aquella amplia laguna mental me estaba atormentando terriblemente.

Isabel se puso muy seria. Cruzó los brazos y dirigió su vista al frente. Tras diez segundos de silencio dijo: «Bueno, no sé qué te ha podido ocurrir, pero también es cierto que tenía tu número y yo tampoco he sido capaz de llamarte». Parecía que la situación se relajaba un poco, pero yo seguía sin tener ninguna respuesta a aquel extraño misterio.

No sabía por qué no recordaba nada de la última etapa de mi vida y tampoco sabía que había ocurrido entre Isabel Gemio y yo tres meses atrás. Sin embargo, mi curiosidad nunca fue satisfecha, pues un rayo de sol iluminó mis párpados y los abrí de par en par comprobando que estaba en la tranquilidad de mi habitación a las nueve de la mañana de un Domingo cualquiera.

De todos modos no me levanté al momento, pues me quedé un buen rato allí tumbado recordando lo que había soñado. Las dos fases de aquella experiencia onírica eran a cada cual más extraña; pero sobre todo intentaba atar los cabos que habían hecho aparecer todos esos elementos en mi mente durante la noche. No lo conseguí; tan sólo pude hayar una explicación para lo de ir al Palace a una presentación; pero todo lo demás carecía de aparente sentido… ¿y no es precisamente eso lo que da un cierto aire de misterio a esa parte de nuestro inconsciente que se despierta cada noche?

Irene, la desaparecida profesora de filosofía

Me llaman mucho la atención los sueños en los que aparecen datos concretos del mundo real y tras los que, al despertar, piensas si será una premonición o si será una mezcla de cosas del día anterior (me inclino más bien por esto último). El caso es que esta noche he soñado algo que me ha llamado mucho la atención, ya que si bien no recuerdo con claridad el fin que perseguía, sí que recuerdo a sus protagonistas:

Aparecía en la puerta de mi antiguo instituto (el Alonso Quijano de Alcalá de Henares) en busca de la responsable del departamento de filosofía. Una vez recorridos los pasillos sin dar con el puñetero departamento me dicen en conserjería que está «en la primera planta pero justo al otro lado del edificio» (una descripción de lo más detallada, vamos).

Encamino hacia allí mis pasos y tras muchas vueltas y ver a bastantes alumnos que me miran con cara rara me encuentro ante la puerta de un despacho en cuya puerta dice «Despacho de Filo y Sofía». Llamo a la puerta y me abre la misma conserje que me mandó a aquel lugar hace un rato, y sin extrañarme demasiado le pregunto que quién es la directora del departamento ¿Filo o Sofía?

Sombras en la puerta

Ante esto, la buena mujer me dice que las dos están de vacaciones y que para cualquier cosa relacionada con el departamento tengo que preguntar por Irene, que es quien está estos días al mando. Así que pregunto por ella y me dice (ya sé que todo esto parece un poco surrealista) que se ha ido a la carcel a visitar a su hermano; que volverá cuando acabe el horario de visitas, que es a medianoche.

Claro, mi pregunta es que si el instituto seguirá abierto a esas horas tan intempestivas, a lo que la conserje me responde que no, que ellos ya trabajan bastantes horas a la semana y que a las ocho de la tarde cierran la puerta…

Y ya no recuerdo más porque en ese momento eran las 7:30 de la mañana y estaba escuchando una canción de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge que no me era desconocida; me había acostado con el iPod puesto y a esas horas de la mañana tenía ya los auriculares casi tatuados en las orejas.

El profesor hayado muerto en Alcalá fue asesinado

Compruebo con sorpresa y desagrado (aunque algo ya se había especulado sobre el tema) que la víctima del incendio y la posterior explosión de la que os hablaba hace un par de días aquí mismo en realidad había sido asesinada antes del incidente, por lo que está claro que la deflagración fue intencionada de tal modo que encubriera el asesinato.

En concreto la víctima (profesor de instituto de Alcalá de Henares) tenía 40 puñaladas por todo el cuerpo y golpes bastante fuertes en la cabeza.

¡Vaya tela!

Fuente: El País