Cosas que sólo suceden en los pueblos

Hay cosas que nunca sucederían en las ciudades; y la que me ocurrió hace unos días en las cercanías de Oropesa es una de ellas:

Era un domingo después de comer, y viendo que hacía un día estupendo para hacer fotografías me acerqué por segunda vez al balcó para captar desde allí algunas imágenes pintorescas del lugar. Uno de esos días de viento en los que la atmósfera está tan limpia que la vista alcanza decenas de kilómetros. De hecho, incluso en algunas fotografías que hice se llega a apreciar con claridad la localidad de Peñíscola, que está a aproximadamente 45 Km en línea recta desde donde yo estaba.

Vistas desde el balcó

Una vez allí arriba y tras hacer unas cuantas fotografías pensé que ya que había salido de casa podría aprovechar la tarde acercándome a Torre la Sal; un minúsculo pueblo pesquero formado por apenas una veintena de casas bajas a la orilla de una pequeña playa con abundantes formaciones rocosas. Es un lugar por el que no parecen haber pasado las últimas dos o tres décadas, pues conserva buena parte de su esencia familiar y acogedora. En definitiva, un buen lugar para dar un paseo y captar algunas imágenes.

Pues bien, estaba caminando por la acera que hay entre las casas y la playa cuando unas animadas voces me sacaron de mis pensamientos: se escuchaba a un grupo de personas en el porche de una de las casas en la típica sobremesa mediterránea que se alarga hasta bien entrada la tarde. Y el caso es que según pasaba delante de la vivienda en cuestión una chica se asomó entre unas cortinas y me dijo: «oye, ¿nos puedes hacer una foto?».

En ese momento no supe qué contestar porque no tenía claro si la cosa iba de broma o en serio, de modo que ante mi cara de asombro añadió: «Es que nos hemos juntado la familia y nos gustaría tener una foto de recuerdo pero no tenemos cámara, ¿nos la puedes hacer tú?». Y el caso es que me pareció algo raro, pero al fin y al cabo tenía toda la lógica del mundo, de modo que accedí a hacerles el favor.

Torre la Sal

Al pasar al porche me encontré a una decena de personas sentadas en torno a una mesa sobre la cual descansaban los restos de una paella, un par de botellas de vino y unos cuantos vasos de té todavía vacíos. De inmediato empezaron a decir «¡Hombre, ya tenemos fotógrafo!» y cosas así, de modo que les indiqué que se juntaran un poco para ver si podía meterlos a todos en la misma imagen (menos mal que en la mochila llevaba el 16-85 VR, porque con el 50mm que llevaba montado en la cámara en ese momento hubiera sido imposible dado las escasas dimensiones del lugar) y me puse manos a la obra.

Hice un par de pruebas y a la tercera fue la vencida, de modo que pedí alguna dirección de correo donde enviar la fotografía y uno de los integrantes de la comilona me facilitó la suya. Sin embargo, lejos de terminar ahí la cosa, me sorprendió que aquellas personas que acababa de conocer me invitaron a sentarme en su mesa y me ofrecieron su comida y su bebida. Yo ya había comido en mi casa (y mucho además) de modo que decliné la invitación; aunque sí me apunté al té que estaban preparando en ese momento. Sacaron una silla más del interior de la casa, se apretaron un poco y allí, como uno más de la familia, empecé a charlar con ellos y a preguntar algunas cosas sobre el pueblo y las montañas cercanas.

Aquella gente vivía todo el año allí, y enseguida se ofrecieron a acompañarme si un día me animaba a hacer alguna excursión por la zona; algo de lo que tomé buena nota porque en un futuro tengo pensado recorrer éste y otros rincones de la provincia acompañado de mi cámara en un proyecto de futuro del que todavía no os he dicho nada pero cuyos rasgos principales ya tengo en la cabeza.

Torre la Sal

Sea como sea, mi mayor sorpresa llegó a la hora de despedirme, pues el cabeza de familia me dio las gracias por la foto y por haberme sentado con ellos a compartir anécdotas por un rato para decirme a continuación: «Nosotros nos juntamos aquí a comer todos los domingos, así que si un día te quieres venir estaremos encantados y serás uno más de la familia». Sorprendido por aquello me despedí con gratitud y me encaminé hacia mi coche, que estaba aparcado a pocos metros del paseo que se ve en la fotografía que tenéis sobre este párrafo.

Mientras regresaba a casa pensaba en aquella frase y lo que implicaba: una familia te pide que les hagas una foto y como agradecimiento te sientan a su mesa y te invitan a que formes parte de ellos por un rato el día que te apetezca. Yo no sé si en Madrid o en cualquier otra gran ciudad ocurren este tipo de cosas, pero me da que no. Estoy seguro de que esto es algo que sólo pasa en esos pueblos tranquilos y humildes donde sus vecinos todavía creen en las personas.

Los fantasmas que nos rodean

¿Veis a toda esa gente que hay en la cola del supermercado del barrio? ¿En la panadería? ¿En el atasco de cada mañana para ir a trabajar? ¿Verdad que no conocéis a ninguno de ellos? ¿Nunca os habéis planteado por qué si siempre acudimos a los mismos sitios las personas que vemos cada día son diferentes?

La respuesta es sencilla: todos ellos en realidad no existen. Son fantasmas; seres etéreos creados para dar sentido a nuestras vidas y que no nos demos cuenta de que vivimos en la más absoluta soledad. Llevan siglos entre nosotros y siempre son diferentes porque cada noche, cuando la ciudad duerme y en las calles sólo se escuchan los maullidos de los gatos, se marchan a otras ciudades para ser relevados por nuevos espíritus al salir el sol.

Los fantasmas de la noche

Algunos de ellos son fijos; y lo son porque ese es el premio a haber llevado una vida honesta. Ahí están los comerciantes, la familia, los carteros, nuestros vecinos y amigos… Sin embargo, esa otra gente con la que nos cruzamos cada día sin intercambiar ni una palabra no son más que meros espíritus vagando de ciudad en ciudad por toda la eternidad y jugando un papel más importante de lo que parece en nuestra propia existencia.

Precisamente por eso siempre nos ocurre algo tan habitual como que al día siguiente de pensar en alguien a quien no vemos desde hace años nos lo cruzamos nada más bajar a la calle: porque en el preciso instante en el que esa persona aparece en nuestro pensamiento una alarma se activa en algún lugar y ese espíritu hace acto de presencia pocas horas después para que no nos demos cuenta de que algo raro está ocurriendo.

No me digáis que nunca os habíais fijado…

¡Ya tengo los tres objetivos que quería!

Cuando me compré la Nikon D40 me planteé también los objetivos que me gustaría tener, llegando a la conclusión de que aparte del gran angular que viene con la cámara me haría falta un teleobjetivo moderado y algún objetivo bastante luminoso de focal fija . Como os comentaba hace unos días el tele no tardó en aparecer y ayer, por fin, me acerqué a Madrid para hacerme con el ansiado AF-D Nikkor 50mm 1.8D gracias a un amable forero de Nikonistas que se ofreció a vendérmelo, pues sabía que lo estaba buscando desde antes de Navidad y en las tiendas actualmente es imposible encontrar uno (hay rotura de stock). En general, los que somos aficionados a la fotografía somos muy cuidadosos con nuestras cosas, y no hay más que ver el perfecto estado del «50 1.8» que he adquirido hace apenas unas horas para darse cuenta de que es una teoría bastante válida. La verdad es que da gusto ver que hay más gente cuidadosa por el mundo de lo que podría parecer a primera vista.

Puesto que había bastante tráfico en la carretera regresé a casa prácticamente a la hora de cenar, así que apenas tuve tiempo de colocarlo en mi cámara y probarlo; pero no perdí la ocasión de hacerle alguna fotillo según lo saqué su caja para ilustrar esta entrada. Os pongo a continuación las imágenes del objetivo y de toda la «Familia Nikon» que, por cierto, considero completa a medio plazo porque con estos tres objetivos puedo cubrir muchos tipos de fotografía y en principio no me haré con ninguno más de aquí a unos cuantos meses. De todos modos, junto con esta última adquisición se ha venido también a mi casa un elemento que me será muy útil para retratar paisajes y del que ya os hablaré más adelante  😉

Foto de familia

La "familia Nikon": delante del cuerpo de la D40 de izquierda a derecha podéis ver el AF-S 18-55, el AF-D 50 1.8 y el AF-S 55-200 con su parasol

AF-D Nikkor 50mm 1.8 (I)

La montura del 50mm y sus dos anillos: en primer término el de diafragmas y en el extremo el de enfoque

AF-D Nikkor 50mm 1.8 (II)

La vista desde atrás ya da una pista de la gran luminosidad de este objetivo

AF-D Nikkor 50mm 1.8 (III)

Vista frontal del AF-D a su máxima apertura (f/1.8)

Mis tres primeros objetivos

"Vista aérea" de los tres objetivos, destacando el bonito diafragma (f/22) y la gran apertura del 50mm