Sobre el cierre del colegio Zulema

Recientemente me encontré con la triste noticia del próximo cierre del que fue mi colegio en los años 80 y en el que cursé ocho años de EGB: el Zulema. Y aunque reconozco que mi primera reacción fue de incredulidad y tristeza, hoy me gustaría contaros el caso más pausadamente y reflexionar durante unos minutos sobre ello.

El baby-boom de los 80

Tengo claro que yo fui uno más de los niños del baby-boom de aquella época; y es que éramos tantos los chavales nacidos en torno a 1980 que todo se nos fue quedando pequeño en Nueva Alcalá según íbamos creciendo: cuando estábamos en edad escolar faltaban colegios, cuando llegamos al instituto hubo que ampliar el existente y construir uno nuevo, cuando cumplimos los 18 las autoescuelas florecieron por doquier y los bares de «la zona» estaban todos los fines de semana hasta la bandera…

Sin embargo, han pasado los años y la situación ha cambiado radicalmente: muchos nos hemos ido del barrio y ahora lo que más abunda allí son los padres de todos nosotros. Personas que ahora tienen entre cincuenta y sesenta años, de modo que la demanda de colegios, institutos, autoescuelas y bares de copas ha caído radicalmente y así seguirá hasta que el barrio poco a poco se vuelva a poblar de parejas jóvenes que tengan hijos y vuelvan a completar el imparable ciclo de la vida.

El cierre del Zulema

¿Quiere esto decir que el cierre del colegio Zulema está justificado? Obviamente no; y de hecho estoy convencido de que si no fuera por la actual situación económica nadie en el ayuntamiento o en la Comunidad de Madrid se plantearía siquiera el cierre de un centro de enseñanza. Sin embargo, está claro que alguien pensó que se podría ahorrar dinero haciendo un «donde caben dos caben tres» en los colegios de Nueva Alcalá y al final el Zulema es el que se ha llevado la palma.

La idea es meter a todos los niños del Zulema (todavía no se ha hablado de qué pasará con los profesores, que es algo que también preocupa) en el vecino colegio Henares; si bien parece ser que no es tan fácil la cosa como se pinta, ya que por lo visto en este centro no es que sobre precisamente mucho aforo y seguramente el curso que viene habrá problemas de espacio en las aulas si la cosa sigue adelante.

En pie de guerra

Como es lógico, ante esta perspectiva los padres de los alumnos no han tardado en ponerse en pie de guerra (con protestas y manifestaciones casi a diario) ya no sólo por el hecho de tener que trasladar a sus hijos a otro centro con lo que esto conlleva en cuanto a adaptación al nuevo colegio, nuevos compañeros, nuevos profesores… sino también porque temen que la calidad de la enseñanza recibida se degrade en mayor o menor medida debido a la saturación de las aulas. Del mismo modo, muchos de ellos comentan que de los dos colegios fusionados el Zulema es el que cuenta con mayores y mejores instalaciones, lo que contribuye aun más a la incomprensión general del asunto.

Pero no sólo son los padres los que se oponen al cierre del colegio, ya que a este movimiento se han sumado los comerciantes de la zona que ven cómo con el cierre del centro se esfumará buena parte de sus ingresos: los padres que dejan al niño en el colegio y hacen la compra o se toman una cerveza en el bar de la esquina, la papelería a escasos 30 metros de la puerta principal en la que todos los chavales compran material escolar, los frutos secos que venden bollos y chucherías a los chavales…

Obviamente el cierre de un colegio no es colgar un letrero en la puerta y llevarse a todo el mundo cuatro calles más abajo. El cierre del Zulema significará el fin de muchos de los comercios de una zona que bastante abandono ha sufrido ya en los últimos años, pues recuerdo que cuando era pequeño esa parte del barrio era un auténtico hervidero de tiendas y hoy en día sobreviven tan sólo media docena de ellas gracias al movimiento de personas que hay en las horas de entrada y salida del colegio.

Soluciones alternativas

No me dedico a la política y por tanto no soy ningún experto en macro-economía ni nada que se le parezca. Sin embargo, siempre aplico el sentido común a todo lo que hago; y aunque con los números en la mano parece que el cierre de un colegio en un barrio donde hay muchos menos niños que hace dos décadas podría estar justificado, nunca hay que olvidar que la educación es uno de los pilares sobre los que se asienta la sociedad y es algo que no podemos permitirnos descuidar.

Seguramente habrá otros gastos asociados al centro que se podrían reducir o bien se podrían destinar algunas partidas presupuestarias a mantener abierto el colegio manteniendo así a los alumnos en sus pupitres. La solución del cierre debería de ser la última en ser llevada a cabo tanto por el perjuicio directo a padres y alumnos como por la mala imagen que se da del sistema educativo español en general; aunque por lo que se ha comentado durante los últimos días parece que la decisión está más que tomada y en septiembre el Zulema no abrirá sus puertas.

El lado sentimental

Al margen de todo lo comentado en los párrafos anteriores también me gustaría hablar un poco sobre el aspecto «sentimental» de esta noticia; y es que no puedo dejar al margen el hecho de que el Zulema fue mi colegio tal y como os decía al principio de esta entrada.

Allí cursé toda la EGB, que si bien sólo asienta una serie de conocimientos básicos para todo lo que vendrá después, no es menos cierto que lo más importante que se aprende a esas edades son los conceptos como la amistad, el respeto a los profesores, el trato con los demás, el interés por aprender…

Desgraciadamente no he tenido con el colegio Zulema la misma relación que con el que fue mi instituto; pero sí que me he encontrado alguna vez con profesores que me dieron clase allí y eso es algo siempre hace ilusión. Sobre todo cuando te das cuenta de que se acuerdan de ti y que incluso recuerdan alguna anécdota concreta de un día en clase que tú ya habías borrado de tu memoria hace años.

Recuerdo los horarios de clase por aquella época: de 9 a 12 y de 15 a 17. Unas horas de entrada y salida que a cualquier padre le hacían ir de cabeza y que con los años se cambiaron por un horario continuado más acorde a los tiempos actuales en los que los dos progenitores han de trabajar para poder sacar adelante una familia y una hipoteca.

Me acuerdo también del frío que hacía en los vestuarios del gimnasio a primera hora de la mañana en invierno, de las clases de pretecnología, de cómo jugábamos en los recreos con cualquier cosa que recordara vagamente a un balón, de los días de lluvia en los que nos quedábamos en clase, del primer examen de mi vida (que no me dio tiempo a terminar y quise llevarme a casa), de la inauguración de radio-zulema donde emitieron un programa sobre U2 que hicimos entre un amigo y yo, del aterrador despacho del jefe de estudios, del primer día de clase del nuevo curso, del «Zulemón», de algún compañero que ya de pequeño apuntaba maneras, de algún profesor con el que hoy me gustaría sentarme a charlar sobre la vida, del conserje abriendo las puertas cinco minutos antes de que sonara la campana, de mi madre esperándome todos los días junto al mismo árbol, del camino a mi casa tapizado de hojas amarillas, de las tardes viendo Campeones y Bola de Dragón delante de un tazón de leche y un cuaderno lleno de cuentas… Muchos recuerdos de cosas que han marcado mi infancia y, en general, que me han hecho ser como soy actualmente.

La importancia de la educación temprana

Puede que no pensemos mucho en ello, pero todo aquello que vivimos cuando tenemos tan pocos años queda tan grabado en nuestro interior que nos acompañará toda la vida. Por eso la educación temprana es tan importante y por eso no se debería recortar ni un euro en ella ni tomarla a la ligera.

Sé que es difícil, pero espero que haya una solución de última hora para que el curso que viene el Zulema siga acogiendo nuevos alumnos. Si así fuera, todos esos recuerdos que guardo en mi memoria podrán seguir siendo los recuerdos de los niños de esta generación y de las que vengan después.

El campus de los recuerdos

Guardo buenos recuerdos de mi paso por la universidad. No es que fuera yo una de esas personas que se pasan el día en la cafetería o tomando el sol en los jardines en cuanto la primavera empieza a vislumbrarse; pero sí que he de reconocer que los paseos por el campus cuando tenía alguna hora libre entre clase y clase y las tardes de estudio en la biblioteca son recuerdos de hace tiempo ya y que, aprovechando mi estancia navideña en tierras complutenses, me apetecía refrescar.

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

Desgraciadamente al llegar a la entrada principal me encontré con el edificio cerrado a cal y canto (juraría que tiempo atrás abrían en Navidad aunque sólo fuera por los profesores que no cogían vacaciones o por los alumnos que no podían/querían estudiar en sus casas) de modo que aunque no pude echar un vistazo el interior de la escuela para ver si había alguna novedad por allí, nada me impidió caminar a mis anchas por los alrededores.

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

La verdad es que aquello me vino hasta bien, ya que al ser el único humano que había por allí esa mañana pude entretenerme en hacer fotos a mi ritmo y centrarme en algunos detalles que siempre me llamaron la atención durante mis años en la politécnica.

Precisamente uno de esos detalles son los tornos que hay cerca de las escaleras de entrada y que están allí como recuerdo de los antepasados de la ingeniería actual. Esas máquinas oxidadas y de aspecto ligeramente aterrador eran lo más de lo más hace algunas décadas y los alumnos de tiempos pasados las empleaban para aprender a hacer piezas mecánicas manejando sus controles y manivelas al igual que ahora lo hacen los tornos CNC (Control Numérico Computerizado) al dictado de un programa que define con precisión matemática el acabado final de cada elemento.

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

Vi que por allí seguían aquellos pilares inconclusos que, lejos de ser un defecto de obra, eran en realidad una obra escultórica que para la mayoría de nosotros pasaba desapercibida en nuestras idas y venidas por el campus. Tampoco habían modificado para nada los carriles bici que ese día nadie usaba (y dudo que en esas fechas navideñas hayan pasado muchas bicicletas por ellos) y, en general, la sensación es la de que el tiempo no había pasado por las cercanías de aquel edificio que en 1990 sencillamente todavía no existía.

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

Durante el rato que pasé dando una vuelta a la politécnica vinieron a mi memoria aquellos ascensores que se estropeaban cada dos por tres, profesores de los que aprendí mucho y otros que pasaron rápidamente al olvido, la disposición del edificio en forma de tablero de parchís, puestas de sol mientras me dirigía en coche hacia mi casa, mañanas de niebla en las que apenas veía mis propios pies, compañeros de clase que resultaron ser auténticos artistas de la palabra y otros a los que perdí completamente la pista entre curso y curso, tardes de biblioteca en las que me gustaba observar cómo la luz que entraba por las ventanas iba iluminando aquella sala circular…

Visita a la escuela politécnica de Alcalá de Henares

Pasé muchos días estudiando mi carrera en aquellos rincones de Alcalá; y aunque es verdad que también hubo momentos duros y muchas jornadas de estudio maratonianas, la verdad es que el paso del tiempo ha hecho que en mi memoria haya permanecido el poso de los buenos recuerdos y de ahí que disfrutara tanto de este breve paseo por el campus en completa soledad.

Alcalá desde el aire (II): el campus de ciencias en 1990

El campus universitario de ciencias ha sido escenario de mil y una idas y venidas por mi parte. Allí se levanta desde hace algo más de una década la escuela politécnica, y entre sus muros es donde fui sacando asignatura a asignatura mi título de ingeniería.

Sin embargo, gran parte de lo que hoy podemos ver en esa zona de Alcalá es relativamente reciente, porque si echamos la vista veinte años atrás podremos comprobar cómo en aquellos tiempos lo único que había por esas explanadas de tierra era el propio hospital Príncipe de Asturias (que se construyó a mediados de los ochenta) con las facultades de medicina y farmacia frente a él y, algo más apartada, la facultad de ciencias ambientales. Un par de instalaciones deportivas y la zona de residencias para los estudiantes y los míticos hangares abandonados completaban el paisaje de un pequeño campus universitario que poco tiene que ver con lo que se ha edificado por allí en los últimos años.

Campus universitario de ciencias

Campus de ciencias de la universidad de Alcalá en 1990. Fotografía extraída del libro "15 años de ayuntamientos democráticos". (Click sobre la imagen para ver notas y localización geográfica).

A la proliferación actual de facultades, escuelas, residencias, parques, jardines e instalaciones deportivas se une en los últimos meses la creación del parque científico-tecnológico Tecnoalcalá que acoge a varias empresas estrechamente relacionadas con la universidad y que serán el caldo de cultivo de los futuros investigadores de nuestro país.

Como os digo, el campus universitario de ciencias de la universidad de Alcalá es uno de los lugares que más me ha sorprendido cuando descubrí su aspecto de hace dos décadas mediante esta fotografía precisamente por conocerlo hoy en día casi como la palma de mi mano. Éste es, sin duda, uno de los rincones de la ciudad que más ha evolucionado en los últimos tiempos, dando fe del crecimiento tan grande que ha experimentado Alcalá de Henares.

¡Hasta el próximo vuelo sin motor!  😉