Covadonga y su basílica conforman un entorno que todo aquel viajero que atraviese tierras asturianas no debería perderse. Más allá de las razones religiosas que puedan llevar a ciertas personas a este lugar, hay que reconocer que los paisajes son realmente bonitos y que la propia basílica es digna de contemplar.
Aunque no me gusta echarme flores, he de reconocer que tuvimos una gran idea al acudir a Covadonga un martes, ya que una vez allí nos comentaron que durante los fines de semana de verano circular en coche es una labor complicada. Sin embargo, aunque había bastante gente por la zona, pudimos aparcar relativamente cerca de la basílica y movernos por allí a pie.
Hay dos cosas que impresionan de esta zona: por un lado los múltiples arroyos que bajan por la ladera de la montaña coronada por la basílica y por otra el propio templo como tal, ya que su aspecto y su situación son francamente espectaculares.
Tampoco podemos olvidarnos de la gruta en la que está situada la imagen de la propia virgen de Covadonga (popularmente conocida como «la santina»), pues construida directamente en la pared hay una pequeña ermita no apta para los que sufran de vértigo.
Por cierto, bajo dicha ermita está la conocida «fuente de los siete caños», de la que dice la leyenda que aquellas mujeres que beban de ella se casarán antes de un año. El caso es que no sé si funcionará o no (dentro de once meses os digo algo) pero viendo el cartel que hay justo antes de llegar a ella, dar un trago puede provocarte una maravillosa descomposición intestinal.
Y poco más por el momento, aunque ya os adelanto que la visita a Covadonga trajo consigo la excursión a los lagos del mismo nombre; algo que os mostraré en la próxima entrada con unas fotografías que yo creo que os van a gustar bastante.