El espacio negativo es un elemento compositivo muy potente pero que hay que emplear con bastante cuidado, ya que se trata de centrar la atención del espectador en un motivo muy concreto dejando el resto de la imagen sin contenido ni interés mediante la adopción de un fondo uniforme y sin textura.
Como siempre, se trata de atraer la atención del espectador hacia el motivo principal de la fotografía. Un poco como cuando empleamos distancias focales largas y aperturas grandes para aislar el sujeto principal del fondo a la hora de hacer un retrato; pero en esta ocasión lo vamos a hacer de un modo más radical: haciendo que el fondo carezca del más mínimo interés para el espectador.
Esto lo podemos conseguir mediante la compensación de exposición (para obtener fondos muy claros o muy oscuros), fotografiando al motivo empleando una perspectiva tal que no aparezcan elementos en el fondo o bien en post-proceso. Lo que hagamos dependerá de la situación, del motivo y de nuestras habilidades; pero al final la cosa consiste en que el fondo sencillamente desaparezca del mapa.
Como os decía, hay que tener cuidado a la hora de emplear esta técnica porque corremos el riesgo de que la imagen no diga absolutamente nada. Por tanto, debemos de ser precavidos al elegir al motivo de nuestra fotografía, pues sus formas han de ser atractivas y perfectamente reconocibles por el espectador si queremos que nuestra imagen funcione.
Si el motivo no tiene interés y el fondo no existe ya me diréis qué atractivo va a tener nuestra fotografía; por lo que si decidimos emplear esta técnica tenemos que estar muy seguros de lo que estamos haciendo.
En resumidas cuentas, el espacio negativo es sencillo de aplicar (además de ser una técnica muy recomendable para potenciar nuestra creatividad) pero siempre hemos de asegurarnos de que la fotografía resultante posea fuerza y atractivo visual. Si no es así, será mejor emplear otros recursos compositivos más clásicos y menos arriesgados.
Hoy vamos a ver con la fotografía de ejemplo que tenéis a continuación tres de los elementos que consiguen que una imagen atraiga la atención del espectador.
Fijaos en cómo la luz que proviene del piso superior hace que las texturas de los ladrillos resalten más y la estancia adquiera un cierto aire de película de Tarantino. Si la luz hubiera provenido de mi posición los ladrillos se verían planos y toda la estancia hubiera quedado uniformemente iluminada.
2. El uso de elementos diagonales siempre hace que la mirada del espectador se mueva por el encuadre.
En este caso, la escalera que va desde la esquina inferior izquierda hasta la superior derecha delimita claramente dos zonas en la fotografía. Es justo la frontera entre la luz y las sombras, por lo que el espectador va a posar su mirada en una y otra debido a la disposición de las mismas.
En esencia, esta fotografía no es más que una escalera a medio construir y una silla volcada bajo los peldaños. Si en la escena aparecieran más elementos estos conseguirían distraer la mirada del espectador apartándola de lo que quería mostrar aquí: un sótano con cierto aire hollywoodiense.
Muchos sabréis que, por lo general, en mis fotografías priman la nitidez y los colores; ya que a la hora de retratar las cosas tiendo más a jugar con los desenfoques que con el movimiento.
Sin embargo vamos a ver que al final todo es una cuestión de manías y preferencias, pues un mismo motivo (como el gallo que me va a ayudar a ilustrar esta entrada) puede dar lugar a dos tipos de composiciones muy diferentes.
Estática
Para realizar una fotografía en la que la nota predominante sea la nitidez (que es lo que yo suelo buscar) debemos de conseguir un tiempo de exposición lo más bajo posible si el sujeto tiene algún tipo de movimiento o mantener la cámara lo más quieta posible si estamos fotografiando un paisaje (para esto último es recomendable el empleo de un trípode).
Si la luz disponible es abundante podemos disparar a una apertura intermedia para así obtener mayor profundidad de campo y que todo el sujeto aparezca enfocado; pero si no es así tendremos que usar una apertura mayor y/o una sensibilidad ISO más elevada, ya que en fotografía la exposición siempre depende de esos tres factores: apertura, tiempo y sensibilidad.
Dinámica
Si lo que buscamos es cierto dinamismo en la composición lo que debemos de hacer es justo lo contrario que en el caso anterior: mantener un tiempo de exposición elevado de tal modo que cualquier movimiento del sujeto retratado se convierta en un «borrón» en nuestra fotografía. Para lograr esto tendremos que emplear una apertura pequeña, la sensibilidad ISO más baja posible o incluso un filtro de densidad neutra en casos de luminosidad ambiental muy alta.
Dos formas de ver el mundo a través de la fotografía
Como veis, al final tenemos dos imágenes en las que se muestra el mismo motivo; sólo que la primera busca acentuar la forma y los colores del mismo y en la segunda se pretende transmitir la sensación de movimiento.
Las diagonales son un recurso muy empleado en fotografía porque estamos acostumbrados a ver un mundo en el que el horizonte siempre es plano y los edificios (salvo excepciones) buscan la verticalidad.
Por eso mismo soy tan amigo del plano holandes (o aberrante) ya que siempre causa sorpresa en el espectador y le hace girar la cabeza en busca de la perspectiva perdida. No es un recurso del que convenga abusar porque podemos llegar a resultar repetitivos; pero si hacemos buen uso de ellas vais a ver que las diagonales son algo que hará ganar puntos a nuestras fotografías.
Los elementos compositivos que tienen una disposición diagonal y ocupan buena parte del encuadre hacen que el espectador no se limite a mirar de frente sin más, sino que éste buscará el principio y el final de esa línea que ha captado su atención; sobre todo si lo combinamos con aquello que decíamos sobre la simplicidad. Si logramos eso nuestra fotografía habrá ganado puntos, pues no siempre es fácil hacer que alguien se detenga a mirarla.
Si, como yo, habéis dado dibujo técnico en el instituto sabréis lo que es un punto de fuga; pero si no es así, os lo mostraré con una imagen.
El punto de fuga es el lugar en el que convergen todas las líneas rectas de la imagen por efecto de la perspectiva. Puede ser un punto que se adivina en la lejanía del plano hacia el que mira el espectador (como en la imagen anterior) o bien un punto que no llegamos a ver porque la perspectiva hace que las lineas converjan en un lugar fuera de plano.
La utilidad del punto de fuga es dirigir la vista del espectador, ya que en una composición en la que abunden las líneas rectas paralelas entre si nuestra mirada tenderá a seguirlas hasta dar con el lugar donde conducen todas ellas, por lo que debería de ser algo a tener en cuenta a la hora de componer.
Como os digo, en una composición llena de líneas rectas, el recurso del punto de fuga os resultará de mucha utilidad y logrará que vuestra imagen llame más la atención del que pase delante de ella.
El ojo de pez es, probablemente, el tipo de objetivo más difícil de manejar a la hora de componer nuestras fotografías. Su casi infinita profundidad de campo, el amplísimo ángulo de visión que abarca y las deformaciones que produce hacen que tengamos que emplearnos a fondo si queremos obtener buenos resultados.
Obviamente, las primeras fotografías que hagamos con él nos parecerán espectaculares por el simple hecho de cambiar radicalmente la percepción visual del mundo que nos rodea; pero si no afinamos la técnica podemos caer en la repetitividad y el aburrimiento a las primeras de cambio.
1. Profundidad de campo
La escasa distancia focal de los ojos de pez consigue que tengamos una profundidad de campo (PDC) casi infinita a cualquier apertura. Esto implica que todo lo que metamos en el encuadre aparecerá nítido y en ningún caso vamos a poder destacar un elemento sobre los demás desenfocando el fondo como solemos hacer con los retratos.
Por tanto, la única manera de hacer que un elemento destaque por encima del resto usando un ojo de pez consiste en echarnos literalmente encima de él para que así ocupe la mayor parte del encuadre y de ese modo se convierta en el protagonista de la escena como en el ejemplo que tenéis a continuación.
2. Ángulo de visión
Un ojo de pez tiene un ángulo de visión tan amplio (180 grados en diagonal los más habituales) que no siempre es fácil conseguir que no se cuele nada que no queramos en la imagen. En multitud de ocasiones comprobaremos cómo aparece en los bordes del encuadre una pata del trípode, la correa de la cámara, nuestra sombra o incluso nuestros propios pies. Por lo tanto, lo mejor es asegurarnos bien antes de dar la toma por buena que no hay ningún elemento indeseable en nuestra fotografía, ya que luego mala solución tiene a no ser que seamos unos manitas del Photoshop (que no es mi caso, por cierto).
Aunque por otra parte, también puede que sea esto precisamente lo que andamos buscando como me ocurrió a mí al hacer esta fotografía:
3. Distorsión óptica
La característica más llamativa de los ojos de pez es que distorsionan la imagen de tal manera que las líneas tienden a curvarse más a medida que nos alejamos del centro de la imagen. Por tanto, si cruzamos el encuadre con dos líneas rectas (una vertical y otra horizontal) por su parte central vamos a ver que no se aprecia deformación alguna en ellas. Sin embargo, en cuando empecemos a desplazarlas hacia los bordes del encuadre estas se curvarán más cuanto más nos alejemos del centro tal y como se puede ver en la siguiente imagen:
Visto esto, en el caso de querer retratar un paisaje con un ojo de pez podemos optar por colocar el horizonte en el centro del encuadre de tal modo que aparezca recto o bien desplazarlo hacia la parte superior o inferior de tal modo que se curve más o menos en función del efecto buscado.
Aun así, si queréis conseguir paisajes resultones yo os recomiendo que le echéis un poco de creatividad al asunto y coloquéis el horizonte en ángulo; algo que dará lugar a paisajes extraños donde ni las líneas horizontales ni las verticales tendrán proporción alguna unas con otras (los edificios se curvarán como si fueran de gelatina).
Lo que no suele funcionar demasiado bien con los ojos de pez son las formas redondeadas. Doblar una curva puede dar lugar a dos cosas en función de su forma y la posición que ocupe en el encuadre: que se convierta en un churro o que se enderece hasta casi formar una recta. Sea como sea, aunque como en todo hay excepciones, ya os digo que los ojos de pez dan mejores resultados cuando retratamos elementos formados principalmente por líneas rectas.
Poco adecuado para retratos formales
A estas alturas del artículo y teniendo en cuenta todo esto que os he comentado, ya os estaréis imaginando que un ojo de pez no es recomendable para retratos más o menos formales, ya que los resultados siempre son extraños (cabeza grande, piernas cortas…) como podéis apreciar en el siguiente ejemplo (donde, por cierto, se han colado mis pies en el encuadre):
Obviamente, si estamos buscando algún tipo de efecto visual como los que hemos visto anteriormente, podéis usar el ojo de pez para lo que se os ocurra; pero en general no son adecuados para emplearlos con personas a no ser que las situemos en el centro del encuadre.
Aplicaciones recomendadas
En todo caso el ojo de pez tiene dos usos que para mí son de lo más interesantes: interiores y paisajes. Precisamente las dos aplicaciones principales de los angulares; y es que un ojo de pez no es más que una focal muy corta (angular extremo) a la que no se le han corregido las distorsiones que presenta. Vamos a ver por separado ambas aplicaciones:
Interiores
Gracias a la amplitud del ángulo de visión de un ojo de pez podemos conseguir abarcar casi toda una estancia en una sola fotografía sin provocar grandes distorsiones si sabemos colocarnos en el sitio adecuado. Este tipo de imágenes sitúan al espectador en el centro de la acción y le hacen partícipe de la escena. Tenéis algunos ejemplos a continuación:
Paisajes
En el caso de los paisajes, la gracia del asunto consiste en la deformación de los elementos de la escena, ya que toda línea recta que quede más o menos cercana a los bordes de la imagen se curvará de tal modo que siempre capta la atención del espectador. Además, todo patrón geométrico en forma de ventanas, baldosas, etc que ocupe buena parte del encuadre quedará deformado de forma irregular según la posición que ocupe en la imagen. Tenéis unos ejemplos de esto que os digo a continuación:
Resumiendo
Como veis, las posibilidades que brinda un ojo de pez son muchas y variadas si somos conscientes de sus características así como sus puntos fuertes y débiles.
Si sabemos componer adecuadamente con él podremos conseguir imágenes muy atractivas que captarán poderosamente la atención del espectador; pero si nos limitamos a hacer la típica foto simétrica en la que la mayor parte del encuadre aparece vacío nos cansaremos rápidamente de él y nuestro flamante fisheye acabará en el cajón de los trastos.
(Del lat. symmetrĭa, y este del gr. συμμετρία). 1. f. Correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo. 2. f. Biol. Correspondencia que se puede distinguir, de manera ideal, en el cuerpo de una planta o de un animal respecto a un centro, un eje o un plano, de acuerdo con los cuales se disponen ordenadamente órganos o partes equivalentes. 3. f. Geom. Correspondencia exacta en la disposición regular de las partes o puntos de un cuerpo o figura con relación a un centro, un eje o un plano.
En más de una ocasión os he comentado que suelo huir de la simetría a la hora de hacer fotografías; pero eso no quiere decir que no haya hecho mis propios «experimentos» y por eso hoy me gustaría hablaros de forma breve y sencilla de este peculisimetríar punto de vista a la hora de retratar lo que nos rodea.
La simetría consiste en el «reflejo» horizontal o vertical de los elementos de una fotografía a uno y otro lado de un eje que, por lo general, discurre en la parte central del encuadre. Por tanto, entre las dos mitades del encuadre (izquierda/derecha o arriba/abajo) va a existir una correlación entre los elementos que aparecen, ya que sus posiciones espaciales con respecto al eje de simetría van a ser las mismas a uno y otro lado.
Nunca he sido amigo de la simetría por dos motivos: porque es un enemigo claro y directo de la regla de los tercios y porque da lugar a fotos algo «estáticas». Sin embargo, hay ciertos elementos que dan lugar a fotografías cuanto menos interesantes si buscamos expresamente ese efecto espejo.
Sin embargo, la simetría tiene su atractivo precisamente por esa mirada estática del espectador a la hora de enfrentarse a una de estas imágenes. En estos casos la fuerza de la imagen reside en las formas geométricas de la composición por encima de los detalles o los colores; y de ahí que con un simple vistazo dirigido al eje de simetría seamos capaces de recabar toda la información necesaria.
Por tanto, si queréis hacer vuestros pinitos con la simetría lo único que debéis buscar es un punto de vista tal que un lado y otro de la fotografía se correspondan geométricamente tal y como ilustran las imágenes que ilustran esta entrada y de las que os ofrezco a continuación algunos ejemplos más.
Cuando cortan al tráfico una de las calles principales de una ciudad es una ocasión única para hacer fotografías desde un punto de vista original.
En este caso, dirigiéndome hacia el mercado medieval me fijé en que al haber asfaltado este verano la calle Libreros, las líneas que delimitan los dos sentidos de circulación todavía estaban muy marcadas sobre el pavimento y podían dar lugar a una fotografía que se saliera un poco de lo normal.
Eso sí, tuve que darme prisa porque a mi espalda venía un grupo muy numeroso de personas que hubieran arruinado la ambientación de la imagen; de modo que elegí un diafragma bastante cerrado, me agaché todo lo que pude y pulsé el disparador una única vez obteniendo el resultado que tenéis a continuación:
Un par de minutos después me encontraba ya en las atestadas calles del centro dando vueltas entre puestos y caballeros andantes; pero eso es algo que os contaré en la próxima entrada 😉
La regla de los tercios es una de las técnicas de composición más sencillas y a la vez más eficaces que existen en el mundillo de la fotografía. En resumidas cuentas lo que nos dice es que no debemos situar el elemento principal de nuestra fotografía justo en el centro de la misma; sino en las líneas imaginarias que trazaríamos para jugar a «las tres en raya».
Si queremos rizar el rizo, lo ideal sería colocar al elemento principal en alguna de las cuatro intersecciones formadas por las líneas que os decía anteriormente; pero tampoco hace falta ir tan lejos y con que os quede claro que es mejor desplazar el motivo principal hacia un lado para lograr una composición más equilibrada creo que es más que suficiente.
La idea principal es evitar la simetría, de modo que los ojos del espectador se desplacen por la imagen en lugar de quedarse clavados en el centro de la misma. Esto va a dar mayor dinamismo a nuestras fotografías y va a situar al sujeto principal en su contexto, pues la mirada irá en primer lugar al elemento protagonista y a continuación empezará a examinar el resto de la imagen para tratar de descubrir otros detalles accesorios (por no por ello menos importantes).
La regla de los tercios está tan extendida que incluso los visores de las cámaras suelen incluir algún tipo de «guía visual» para ayudarnos a conseguir una composición equilibrada. En el caso de las cámaras réflex es habitual tener el visor dividido en cuartos como muestra la siguiente imagen (correspondiente al de una Nikon D200) para así tener una línea que marque el centro del encuadre en caso de querer buscar la simetría absoluta y otras sobre las que deberíamos de colocar al sujeto principal para cumplir esta norma que estamos viendo hoy.
Esta forma de componer está especialmente indicada para paisajes: a no ser que estemos buscando expresamente la simetría en una fotografía no deberíamos colocar nunca el horizonte en el centro de la imagen. Si lo desplazamos haciéndolo coincidir con alguna de las líneas que marcan los tercios de la imagen la composición resultará más natural y estaremos dando protagonismo al cielo si colocamos el horizonte en la línea inferior y al suelo si lo hacemos coincidir con la superior tal y como muestran los dos ejemplos que tenéis a continuación:
Como habéis podido comprobar en esta breve entrada, la regla de los tercios es realmente sencilla de aplicar. No tiene ninguna dificultad y nos va a ayudar a lograr fotografías más atractivas. A modo de curiosidad os puedo decir que es una de las primeras cosas que aprendí en fotografía cuando me regalaron mi primera cámara en 1989 y con el tiempo lo aplico a casi todo lo que hago prácticamente sin pensar. Simplemente veo el mundo a través del visor y evito la simetría en casi todas mis imágenes.
A estas alturas de la película no os sorprenderéis si os digo que soy un gran admirador de la belleza que atesoran las cosas cotidianas. Siempre he pensado que todo tiene un lado hermoso y por eso suelo buscar puntos de vista diferentes desde los que una simple señal de tráfico se convierta en un conjunto de formas, texturas y colores agradable a la vista.
Lo más curioso del asunto es que estoy seguro de que si me planto delante del Coliseo de Roma es muy posible que no sea capaz de obtener una imagen que me llame la atención o me haga pensar que es lo suficientemente buena como para mostrárosla por aquí; pero en situaciones de lo más mundanas creo que tengo una cierta facilidad para dar con composiciones que consiguen llamar la atención del espectador y hacerle ver que hay belleza en todas las cosas que nos vamos encontrando por la vida.
Sin embargo, el otro día me encontré con una tienda inglesa de eBay llamada Mike’s Camera Accesories en la que vendían un ojo de pez diagonal con montura para cámaras Nikon en formato DX por 299 dólares con gastos de envío por UPS incluidos (unos 203 euros al cambio) y tras buscar por Internet la poca información que hay sobre este modelo, me decidí a dar el paso y adquirirlo. Por cierto, aprovecho para comentaros que este modelo también está disponible en monturas Canon, Olympus, Pentax y Sony/Minolta.
Un poco de teoría sobre ojos de pez
La gran diferencia de un objetivo gran angular con respecto a un ojo de pez es que el primero tiene una fórmula óptica calculada para que la proyección de la imagen sobre el sensor de la cámara sea rectilínea; es decir, sin distorsiones (en teoría, claro) mientras que en el caso del ojo de pez va a existir una distorsión más que acusada a medida que nos acercamos a los extremos de la fotografía.
Fotografía de samyang.pl
Esta falta de corrección en las distorsiones ópticas es lo que permite al ojo de pez alcanzar un ángulo de visión de 180º (en algunos casos incluso mayor, llegando a los 220º en un mastodóntico modelo de Nikon que podéis ver en la siguiente fotografía y que es capaz de encuadrar cosas que se encuentren incluso detrás de la propia cámara) mientras que un ultra-gran angular no suele llegar más allá de los 110º. De hecho, lo más bestia que ha hecho Nikon hasta el momento en ese sentido es un 13mm para cámaras réflex de 35mm cuyo ángulo de visión son 118º.
Un ojo de pez recibe esta peculiar denominación porque originalmente se basaban en la difracción del agua. Si nos sumergimos en el mar y miramos hacia el cielo comprobaremos que nuestro campo de visión se amplía considerablemente, aunque percibiremos los extremos de dicho campo bastante deformados debido a la curvatura que se produce en los rayos de luz al atravesar el líquido elemento. Sin ir más lejos, los primeros ojos de pez no eran más que una lente llena de agua.
Como curiosidad me gustaría comentaros que los objetivos de este tipo fueron desarrollados originalmente para aplicaciones científicas e industriales. Con ellos se podía capturar la bóveda celeste al completo así como fotografiar espacios interiores muy reducidos. Prueba de ello es que hoy en día los aficionados a la astrofotografía suelen emplear este tipo de ópticas para capturar los sorprendentes trazos que dejan en el cielo el movimiento de las estrellas durante la noche.
Dicho esto hay que aclarar que existen dos tipos de objetivos ojo de pez: los circulares y los diagonales. El circular tiene un campo de visión de 180º tanto en el eje vertical como en el horizontal, y lo que obtenemos con él es un círculo inscrito dentro del sensor de la cámara, por lo que las imágenes obtenidas serán como la siguiente.
Los de tipo diagonal, también llamados de cuadro completo, alcanzan los 180º en la diagonal del sensor (de ahí su denominación), por lo que el círculo de imagen estará circunscrito en el sensor de la cámara, de tal modo que la imagen obtenida será similar a la que os muestro a continuación.
Las peculiaridades del Falcon 8mm fisheye f/3.5
El ojo de pez del que hoy estamos hablando es de tipo diagonal y válido únicamente para sensores de tipo APS-C (el famoso formato DX en Nikon), por lo que las fotografías que podemos hacer con él serán similares a la imagen de la vaca que tenéis aquí encima, si bien este modelo posee una característica que hasta ahora no se ha visto en ningún otro: su proyección es de tipo estereográfica, que consigue una menor deformación de los elementos de la imagen al ser más lineal que en los ojos de pez clásicos; cosa que trataré de explicar con ayuda de la siguiente gráfica que relaciona la fórmula de proyección con la longitud focal y el ángulo de visión resultante:
Diagrama de lenstip.com
La línea roja pertenecería a un objetivo ultra-gran angular (rectilíneo), y en ella podéis ver que en el hipotético caso de conseguir fabricar uno de tan sólo 6mm tendríamos un campo de visión de 135º, sin llegar en ningún caso a los 180º de un ojo de pez.
La línea azul oscura pertenecería a la fórmula óptica de un Nikkor Fisheye 10.5mm f/2.8 (un ojo de pez «de toda la vida» para formato DX) que, como veis, alcanza los 180º en diagonal a dicha distancia focal. (Los 180º están representados por esa línea horizontal de color marrón que hay en la parte media de la gráfica).
Como podéis apreciar, el Falcon (que estaría representado por la línea de color azul claro) está a medio camino entre el ojo de pez clásico y el objetivo rectilíneo: pertenece al grupo de los primeros porque alcanza los 180º a una distancia focal aproximada de unos 8mm, pero no llega a distorsionar tanto la imagen como los segundos, siendo por tanto un punto intermedio muy interesante para fotografía. De hecho, es el primer ojo de pez que emplea la proyección estereográfica en su fórmula óptica.
Diagrama de samyang.pl
Eso sí, el empleo de dicha proyección representa un pequeño inconveniente (en todos los aspectos de la vida lo que se gana por un lado se pierde por otro), y es que el tamaño y el peso del Falcon 8mm fisheye f/3.5 es considerablemente mayor que el de los ojos de pez de la competencia: su cuerpo es algo más largo y su elemento frontal tiene una forma tan curvada que sobresale de la superficie del mismo, siendo necesario emplear una aparatosa tapa que se engancha en los laterales del parasol para protegerlo con la desventaja de que impide usar cualquier tipo de filtro.
Aprovecho para comentar que podéis encontrar este objetivo comercializado bajo diferentes denominaciones: Vivitar, Phoenix, Bowens, Polar, Falcon y Samyang. En todos los casos lo único que varía es la tipografía de las letras que hay en la superficie del cuerpo, porque internamente todos ellos son exactamente iguales debido a que están fabricados por una misma empresa Coreana que está tratando de hacerse un hueco en el mercado de las ópticas para cámaras réflex.
Reconozco que un ojo de pez no es el objetivo más práctico del mundo. Siempre lo he dicho y siempre lo diré, pero también tengo que admitir me llaman mucho la atención los grandes angulares y esto no deja de ser un caso muy extremo de este tipo de ópticas. En fotografía siempre trato de buscar nuevos puntos de vista y considero que con un objetivo como éste puedo captar algunas imágenes bastante curiosas.
Ahora bien, si en su momento os decía que disparando con un angular es recomendable tratar de sacar algún elemento en primer plano, con un ojo de pez esto se convierte en el pan nuestro de cada día. Para conseguir imágenes sorprendentes el secreto está en acercarse al objeto a retratar casi hasta tocarlo con el extremo. De ese modo exageraremos las proporciones del motivo para meter al espectador en un mundo extraño e irreal.
En cualquier caso, vamos a dejarnos de tanta teoría y vamos a poner nuestras manos sobre esta óptica tan peculiar a ver qué tal se comporta.
Desempaquetando el objetivo
Antes de tener el paquete en mis manos pensé en darle un poco más de bombo al proceso de desembalaje del objetivo, pero como de lo que tenía ganas era de montarlo en la cámara y empezar a hacer pruebas con él, al final no hice fotografías ni nada, de modo que me limitaré a deciros que el objetivo viene con la tapa que os decía antes de 75mm de diámetro para proteger el elemento frontal, una tapa para la bayoneta trasera, una sencilla hoja de instrucciones y una funda de tela para guardarlo a salvo de polvo y rayones muy similar a la que incluye el Nikkor AF-S 35mm f/1.8 G.
El objetivo en la mano y en la cámara
El objetivo en la mano impresiona por el tamaño de su elemento frontal, recordando un poco en su aspecto al mítico Nikkor 14mm f/2.8 ED AF. salvando, obviamente, las distancias en cuanto a tamaño y peso, pues el objetivo de Nikon es bastante más grande y pesado que éste (del precio mejor no hablar).
Sus 417 gramos lo convierten en una óptica no demasiado pesada pero sí sólida. Quiero decir que se puede sostener en la mano sin esfuerzo, pero pesa bastante más que los objetivos de kit habituales. Si vuestra cámara réflex es ligera y la lleváis colgada al cuello con este objetivo montado la notaréis bastante «cabezona», sobre todo porque casi todo el peso está en la parte frontal; aunque no es habitual pegarse largas caminatas con un ojo de pez, sino que se suele llevar en la bolsa para emplearlo en situaciones puntuales.
Este objetivo es un modelo de funcionamiento completamente manual sin ningún tipo de contacto electrónico con la cámara ni autofocus, por lo que en mi D40 no puedo emplearlo en ningún modo automático ni semiautomático; únicamente en manual y sin medición de luz. La bayoneta es metálica, la apertura se elije mediante un anillo de tacto muy suave y el enfoque se varía con un otro más grueso, forrado de goma e igualmente preciso. Por suerte, un ojo de pez se basa en la composición y nunca en el enfoque o la profundidad de campo, por lo que no va a haber grandes problemas con este aspecto.
De todos modos, es lógico que las prestaciones de esta óptica sean algo limitadas, pues de algún sitio había que recortar gastos para mantener el precio por debajo de los trescientos dólares, y prefiero que haya sido en electrónica en lugar de calidad óptica pues, como veremos en el siguiente apartado, el objetivo es capaz de hacer fotografías muy nítidas y con un aspecto francamente bueno.
En un objetivo de 8mm, aplicando la teoría de la distancia hiperfocal tenemos que empleando una apertura de f/5.6, si enfocamos a 0,6 metros vamos a verlo todo nítido entre 30 cm y el infinito. Curiosamente, esta óptica alcanza su máxima nitidez a f/5.6 y es capaz de enfocar a 30 cm como mínimo, por lo que la configuración anterior será la que emplearemos en el 90% de las ocasiones.
En todo caso, se trata de un objetivo «de prueba y error» con el que debemos realizar la fotografía a ojo y según lo que veamos en pantalla jugar con la velocidad, la apertura y la sensibilidad ISO. Algo a lo que ya estoy acostumbrado cuando disparo empleando mi 35-70 con tubos de extensión. No es una óptica para ir con prisas, y de ahí que sea un elemento un poco «experimental» dentro de mi equipo fotográfico.
Usando un ojo de pez en el mundo real
La primera vez que miré a través del visor de la cámara con el ojo de pez montado en ella tuve una sensación extrañísima: mi habitación era kilométrica, y si miraba a mis pies parecía haber crecido hasta más allá de los tres metros de altura. Observar el mundo a través de un ojo de pez es variar nuestro sistema de percepción de la realidad, dando lugar a fenómenos a los que no estamos acostumbrados. Pero al margen de esta primera impresión hay sobre todo dos cosas que me han llamado la atención:
Por una parte está el hecho de que las cosas parecen estar mucho más lejos de lo que en realidad están. Si ponemos nuestra mano a escasos centímetros del frontal del objetivo y miramos a través de la cámara nos va a parecer que está como mínimo a medio metro de distancia. Esto, que de primeras nos llevará a acercarnos muchísimo a los elementos a fotografiar puede representar un peligro para el curvado elemento frontal, pues podemos acercarnos tanto que lleguemos a golpear dicha lente de cristal y rayarla o, en el peor de los casos, romperla.
En la imagen que tenéis a continuación yo estaba prácticamente pegado a la fuente de piedra, pero como el ángulo de visión del ojo de pez es inmenso, incluso así sobra espacio en el encuadre de la fotografía (qué bien me hubiera venido un objetivo así para alguna rueda de prensa multitudinaria en la que apenas podía despegar los codos del cuerpo…).
La verdad es que se hace realmente extraño que las cosas que tenemos a nuestro lado aparezcan dentro del visor. Acostumbrado a objetivos rectilíneos, me parecía alucinante que poniéndome casi en paralelo con un objeto, mirando a través de la cámara lo estuviera observando en el encuadre, por lo que a la hora de componer debemos tener cuidado porque se nos pueden «colar» en la fotografía cosas que normalmente damos por sentado que quedarán fuera de la imagen (la correa de la cámara, una pata del trípode, un dedo de la mano que está sujetando el objetivo, el propio sol…).
Fijaos en las dos fotografías siguientes, porque con la ayuda de mi hermano, mientras yo captaba la imagen con el ojo de pez él me fotografió a mí con otra cámara de tal modo que podéis apreciar que estando junto a la columna, esta ocupa una buena parte del encuadre.
Por cierto, es evidente que en un objetivo con un campo de visión tan amplio muchas veces se nos va a meter el sol en el encuadre; algo que podría provocar molestos reflejos y flares por lo prominente del elemento frontal. En el caso es de éste modelo de objetivo no parece ser un gran problema, porque incluso metiendo al astro rey en una esquina de la fotografía no he podido más que provocar un pequeño halo azulado en el centro de la imagen, no siendo demasiado molesto que digamos. Del mismo modo, me he encontrado con un halo similar pero algo más definido en caso de que se nos meta en una esquina del encuadre alguna luz puntual de mucha potencia (un foto, una luz halógena…)
Eso sí, lo que es absolutamente inevitable es que en lugares muy abiertos vamos a tener diferencias de iluminación enormes debido a que si hacemos fotografías entre cuatro paredes es más que probable que estemos sacando tres de ellas en el encuadre, por lo que según la incidencia de la luz solar podemos tener al mismo tiempo zonas muy oscuras y otras muy claras, lo que podría representar un problema si excedemos el rango dinámico de nuestra cámara.
Ah, y del flash integrado en la cámara olvidaros por completo: si empleando un gran angular se pueden producir sombras en la parte inferior de la imagen, os podéis imaginar que con el ángulo de visión de un ojo de pez casi habría en la fotografía más sombras que luces. O disparamos con la luz que haya en el ambiente o bien empleamos un par de flashes externos controlados remotamente, porque un sólo destello lanzado desde la cámara no es capaz de cubrir todo el área a fotografiar ni de casualidad.
Por otra parte, me gustaría comentar que es importante tener la superficie de la lente frontal lo más limpia posible. En un objetivo con una profundidad de campo tan bestia, el polvo o los rayones en su superficie podrían llegar a apreciarse en las fotografías, por lo que ante la imposibilidad de emplear un filtro para proteger el objetivo, es importante limpiarlo con relativa frecuencia así como colocar entre disparo y disparo la tapa que viene de serie aunque sólo sean intervalos de medio minuto. De este modo nos evitaremos sustos y posteriores disgustos.
Conclusiones
Tras probar el ojo de pez en interiores y en exteriores durante unos días me reafirmo en que no es un objetivo para emplear habitualmente. El espectacular efecto que consigue en ciertos tipos de imágenes puede llegar a cansar al espectador si abusamos de él, pero empleado con lógica y puntualmente puede llevarnos a conseguir resultados sorprendentes.
La forma de componer con un ojo de pez es diferente si pretendemos lograr amplitud en las tomas o bien un desequilibrio entre los conceptos de «cerca» y «lejos». En el primer caso vamos a jugar con las líneas del horizonte, siendo necesario romper la regla de los tercios para situarlo en el centro del encuadre; único lugar donde las rectas se verán rectas. A partir de ahí se trata de llevar las paredes del recinto a los extremos del visor donde se curvarán potenciando la sensación de amplitud.
En el caso de primeros planos, aquí ya hay más juego, pues podemos colocar el elemento a destacar en cualquier lugar del encuadre, pero siempre teniendo en cuenta las deformaciones que se producen a medida que nos alejamos del centro de la imagen. En todo caso, el secreto aquí está en acercarse lo máximo posible al objeto a fotografiar para conseguir impactar al espectador con un cambio en las proporciones que se sale de toda lógica. Fijaos en la siguiente fotografía y podréis ver que las proporciones corporales de mi hermano están completamente desvirtuadas (sale paticorto) y que incluso aparezco yo en la fotografía al apuntar la cámara ligeramente hacia abajo.
De todos modos, con el Falcon 8mm fisheye f/3.5 no vamos a poder aplicar esto que os digo a elementos muy pequeños (como una flor por ejemplo) porque su distancia mínima de enfoque de 30 cm medidos desde el plano del sensor es relativamente larga para una óptica de este tipo ya que, como os decía antes, todo parece estar más lejano en el visor de lo que realmente está.
Vídeo del objetivo
He decidido adjuntar un vídeo que he grabado en el que muestro el objetivo en la mano y montado en mi Nikon D40. Creo que será de utilidad para aquellas personas que se están preguntando qué aspecto tiene «en vivo» esta peculiar óptica.
Imágenes varias
Algunas imágenes obtenidas con este objetivo y mi Nikon D40 para que os hagáis una idea de lo que se puede esperar de él.
(NOTA: iré añadiendo algunas más en los próximos días)
Si en la entrada anterior decíamos que los angulares exageran la separación entre los planos de una imagen, un teleobjetivo presenta el efecto contrario: comprime los planos en el eje Z de tal modo que, debido a su gran longitud focal, las cosas parecen estar más cerca entre si de lo que en realidad están.
Por ese motivo se emplean mucho para retratos, ya que podemos alejarnos bastante del sujeto (es un poco incómodo posar con naturalidad teniendo un objetivo pegado a tu nariz), alisan las facciones de la cara y hacen que el fondo de la imagen no nos distraiga del motivo principal como podéis ver en el siguiente ejemplo:
Un teleobjetivo no es la mejor opción para fotografías de paisaje generales, y si se os ocurre salir a la calle sólo con él enseguida echaréis de menos una óptica con menor longitud focal como me ocurrió a mí el día del incendio detrás de la fábrica GAL.
Una playa de 2 Km parece una cala al "comprimirla" con un teleobjetivo
Sin embargo, los objetivos largos no tienen rival para captar los detalles que nos pillan un poco lejos de nuestro alcance: esa flor un poco elevada a la que no nos podemos acercar más, ese pájaro que saldría volando si damos un paso más…
A mí me llaman mucho la atención este tipo de ópticas porque me permite captar pequeñas cositas que en una fotografía más general pasarían completamente desapercibidas; pero también es verdad que abultan bastante y es complicado disparar a pulso con ellos a no ser que tengamos mucha luz ambiental. Por ese motivo uso menos de lo que me gustaría mi AF-S DX Nikkor 55-200mm 1:4-5.6 G ED; pero eso no quita que de vez en cuando lo saque de casa para tratar de exprimirle todo el jugo posible.
Aunque mucha gente tiende a pensar que cuanto más angular sea un objetivo más cosas entrarán en la fotografía, la verdadera «fuerza» de este tipo de ópticas es su capacidad de exagerar las diferencias entre los conceptos de “cerca” y “lejos” (olvidaos hoy por un rato de las lecciones que Coco nos enseñaba en Barrio Sésamo 😉 ).
Una fotografía de paisaje realizada con un gran angular sin tener algún elemento cercano suele ser, por lo general, bastante sosa. Además, en ese caso gran parte de la imagen va a quedar vacía (más cuanto más angular sea el objetivo) porque al entrar tantas cosas en la fotografía, muchas veces no vamos a saber con qué rellenarla. Tenéis un ejemplo en la siguiente imagen que he captado expresamente para aclarar el concepto de «fotografía de paisaje sosa» 😀
Ejemplo de fotografía realizada con un angular que no dice absolutamente nada (y qué mal queda el horizonte justo en medio de la imagen, ¿verdad?)
La gracia de las ópticas angulares es la perspectiva que nos dan y lo lejos que aparenta estar el fondo con respecto a lo que hay en primer plano. Además, no hay que olvidar que gracias a la técnica de la distancia hiperfocal vamos a poder tenerlo todo enfocado incluso aunque haya bastante distancia entre el primer plano y el fondo.
De cualquier modo, me gustaría aprovechar para comentar que un angular no es la óptica ideal para retratos, pues además de que por sus características va a mostar unos rasgos faciales algo alargados en imágenes captadas muy de cerca, no va a ser capaz de aislar el motivo principal del fondo como haría un objetivo de distancia focal algo más larga.
Pues bien, la próxima vez que hagáis una fotografía de paisaje con un angular, probad a meter algo en primer plano; algo que sitúe al espectador en un lugar real y no en medio del vacío. Si os fijáis en la siguiente imagen, podréis observar que la simple barandilla que aparece en primer plano nos hace sentir parte de la escena en lugar de mostrarnos un paisaje sin más.
La aparición de la barandilla en el encuadre da profundidad a la imagen
Ese es el aspecto que más me gusta de los grandes angulares: que son capaces de hacernos sentir en medio de la historia que narra la fotografía. Y si a día de hoy no me he hecho con un 10-20 o algo así es porque cuestan una pasta (ninguno baja de los 500 ó 550 euros) y no está la economía como para andar haciendo gastos superfluos. De todos modos, si las imágenes que ilustran esta entrada han sido tomadas con un objetivo de 18mm en sensor DX, imaginaos lo que debe ser rebajar esa distancia focal casi a la mitad…
En otra entrada hablaremos de los teleobjetivos, que realizan justo el efecto contrario a los angulares y también son bastante interesantes 😉