Un Metro en Madrid sólo para «indies»

Hoy soñé con la ciudad de Madrid; con sus atascos, sus prisas y su ritmo de vida. Soñé que iba en el Metro en dirección a Gran Vía cuando me perdí completamente entre la multitud que poblaba sus escaleras mecánicas. No sabía dónde estaba y de repente todos los carteles indicativos habían desaparecido de su sitio. Menos mal que de repente, entre los más de cuatro millones de habitantes de la capital, apareció mi amiga Carol presta a salvarme del desastre no sin antes decirme que me sacaría de allí a cambio de ir con ella a un concierto de Nacho Vegas que había esa noche en Callao.

Le decía a Carol que estaba de acuerdo con sus condiciones, pero que con tanta gente no nos iba a dar tiempo a llegar al lugar del concierto. Entonces ella me miró, puso cara de extrañeza y me pregunto que si no leía el foro de Los Planetas, porque allí se comentaba la existencia de una línea secreta de Metro que comunica las salas de conciertos y a la que sólo tienen acceso los seguidores de los grupos indie en castellano.

Mi sorpresa era mayúscula, pero no tuve mucho tiempo de permanecer atónito ante esa revelación, pues Carol cogió mi mano y tiro de mí con rapidez hacia una de esas máquinas de bebidas que hay en todas las estaciones del subterráneo de Madrid. Ante ella pulsó una rápida combinación de teclas y la máquina se abrió como la típica librería de la vieja mansión presente en toda película de misterio antigua.

Dentro había un estrecho pasillo que tras unos metros nos dejó en un extraño andén en el que la publicidad no era la típica de marcas de ropa, detergentes y grandes almacenes, sino que mostraba discos de Lori Meyers, fechas de conciertos, gafas de pasta… todo un universo indie del que jamás había oído hablar pero en el que Carol se movía como pez en el agua.

De inmediato llegó un tren decorado con amplias rayas horizontales de colores y en el que sonaba a todo volumen música de Sexy Sadie y El Niño Gusano. Decenas de personas (casi todas de nuestra edad aproximadamente) viajaban sentadas en él sacudiendo sus cabezas a cámara lenta al ritmo de la música. No nos llevó más de cinco minutos llegar hasta nuestro destino, y desde el andén volvimos a coger un estrecho pasillo que nos llevó directamente a la sala donde iba a ser el concierto.

Por supuesto agradecí a Carol su gesto, pues si no hubiera sido por ella yo seguiría perdido en los pasillos de alguna estación indeterminada de la periferia de la ciudad y a continuación nos dispusimos a disfrutar del concierto cuando sonaron los primeros acordes de “La noche más larga del mundo”. Aquel Metro alternativo que yo desconocía hasta ese momento me había salvado y además me había dejado a los pies de un escenario en el que tocaba uno de mis artistas favoritos actualmente, así que pasé del desastre a un día fantástico.