Recuerdos de Oropesa (XXI)

 

En esta ocasión mis recuerdos se remontan muchos años atrás. Concretamente hasta la segunda mitad de la década de los 90, que coincide con mi época de mountain biker y durante la cual recorría todos y cada uno de los rincones de Oropesa del Mar al ritmo que marcaban mis pedaladas hasta llegar a lugares que por aquel entonces consideraba mágicos.

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De esta época me llaman la atención varias cosas. La primera de ellas es que salía todos y cada uno de los días del verano con la bicicleta a las cinco y media de la tarde y pese a subir a los montes que rodean el pueblo y recorrer todos sus confines nunca me dio un golpe de calor ni nada que se le parezca. Cierto es que por entonces contaba con la mitad de edad que ahora, pero me cuesta creer que nunca despertara en una ambulancia completamente deshidratado, porque las palizas que me pegaba eran épicas.

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También me acuerdo de muchos caminos  de tierra entre pinos y almendros que transitaba en aquella época y que hoy son inmensas urbanizaciones de chalets. Es una pena no tener más fotografías de aquella época porque ya sabéis que me encanta comparar cómo eran las cosas en tiempos pasados con su aspecto actual.

En las dos fotografías que flanquean a estas líneas, tenéis sendos ejemplos de tierras que hoy están completamente irreconocibles. En el caso de los pinos (junto a los que aparece mi bicicleta) hoy es una moderna urbanización de chalets que antes ni siquiera existía; mientras que el camino que aparece en la fotografía de los almendros es hoy una de las calles que fluyen entre las zonas de chalets próximas a las montañas y el pueblo de Oropesa.

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Pero lo que más me llama la atención de todo esto que os estoy contando hoy es que cuando tenía 17 años nunca hubiera imaginado que aquellos caminos solitarios que recorría cada tarde a lomos de mi bicicleta una vez urbanizados y asfaltados se convertirían en escenarios de mi trabajo, que desde uno de mis rincones favoritos de Oropesa se divisaban los terrenos de lo que dos décadas después sería mi oficina y que el apartamento de vacaciones donde durante mi niñez rellenaba a la hora de la siesta el maldito «Vacaciones Santillana» sería durante dos años mi propio hogar.

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Siempre he dicho que me da pena no haber vivido en Oropesa del Mar en los años 80 pero con mi edad actual; pero si ahora echo la vista atrás me doy cuenta de que he tenido ocasión de conocer esa localidad cuando todavía era un rincón tranquilo del Mediterráneo y que cuando el futuro me alcanzó tuve el privilegio de contribuir desde dentro a hacer de aquello un lugar mejor.

Aquellos dos años en Oropesa del Mar son ya un montón de recuerdos que empiezo a percibir como lejanos en el tiempo; pero he de reconocer que aquella experiencia mereció mucho la pena tanto a nivel personal como profesional. A ver si un día de estos dedico unos párrafos a hablaros del trabajo que desempeñé allí, porque creo que es un tema interesante.

¡Nos leemos!

El pasado de Oropesa en postales (VII)

Las de hoy son dos postales que, como todas las demás, muestran a Oropesa del mar; pero en esta ocasión no lo hacen desde sus costas sino desde lugares algo más elevados.

Torre de la iglesia parroquial. Aprox 1990

Torre de la iglesia parroquial. Aprox 1990

La primera de ellas está hecha en la explanada del castillo del pueblo y en ella se puede ver en primer término la torre de la iglesia parroquial. Por los edificios que aparecen en la imagen (o más bien por la abundante vegetación que todavía se aprecia) podemos fechar la fotografía hacia 1990.

Como os digo, en esta imagen podéis apreciar que todavía faltaban muchos edificios por construir hasta configurar el actual paisaje urbano de Oropesa y es que, como ya os dije en una entrada anterior, antes del boom de Oropesa como lugar turístico de vacaciones existía una clara separación entre lo que es el pueblo y la zona de la costa. Esta delimitación consiste en toda esa franja de campos y arboledas que rodea a las pequeñas casas del núcleo urbano de la que actualmente poca cosa queda.

Si os fijáis bien podréis distinguir la montañeta de San José prácticamente despejada de chalets así como la ausencia casi total de edificaciones en la avenida de Columbretes. Por otra parte, comentar también que esa espesa arboleda que se ve en la parte derecha de la postal hoy en día son hileras de chalets; los cuales están inacabados en algunos casos porque el estallido de la burbuja inmobiliaria les pilló mientras colocaban los ladrillos. En cualquier caso, vamos a observar un poco mejor esa zona con ayuda de la siguiente imagen.

Vista aérea del pueblo de Oropesa. 1996

Vista aérea del pueblo de Oropesa. 1996

En la segunda postal vemos una panorámica de Oropesa que no sé bien si está captada desde un avión o directamente desde las montañas que hay hacia el interior y que separan Oropesa y Cabanes.

Fijándonos en la parte derecha de la imagen podéis ver que en 1996 seguía habiendo una gran cantidad de tierras de cultivo en las inmediaciones de Oropesa, aunque a día de hoy toda esa extensión de terreno ha visto florecer los chalets adosados a los que me refería antes y entre los cuales todavía se puede encontrar algún pequeño campo de almendros que resiste estoicamente al invasor.

Tengo muy buenos recuerdos de aquellos campos, pues discurrían entre ellos multitud de caminos de tierra que recorría tarde tras tarde con mi bicicleta de montaña. Cada día trataba de buscar un nuevo rincón, una senda que me llevara un poco más lejos, un poco más alto… y así, poco a poco, acabé por conocer esa zona de Oropesa como la palma de mi mano.

Hoy en día todo aquello está irreconocible si los recuerdos de uno viven todavía en aquella época; pero por suerte aun quedan rincones que no han cambiado en estos últimos 20 años y a veces, cuando tengo ocasión, me acerco a ellos para recordar aquellos largos paseos en bici bajo el sol.

Rincones: la vía verde entre Benicassim y Oropesa del Mar

Aunque ya hablé sobre la vía verde en una entrada de hace un par de años, para los que no sepáis de qué estoy hablando os diré que se trata de un itinerario de unos seis kilómetros que comunica las localidades castellonenses de Oropesa del Mar y Benicassim y que discurre por el antiguo trazado de la vía del tren que seguía la línea natural de la costa.

Este recorrido goza de gran popularidad entre gentes de todo tipo de uno y otro municipio, así que aprovechando unos de mis habituales paseos en bicicleta por allí, el pasado fin de semana me llevé mi Olympus E-PL1 y me dispuse a mostraros de una forma gráfica los paisajes que podréis ver en diferentes puntos del recorrido.

Indicaros nada más que las imágenes están tomadas secuencialmente comenzando el recorrido en Benicassim y terminando en Oropesa. Si habéis pasado por la vía verde en alguna ocasión os sonarán la mayoría de los paisajes que aquí os muestro; y si no es así al menos espero que disfrutéis de las fotografías.

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Los paisajes de la vía verde Oropesa - Benicassim

Fotos y bicicletas

Todavía me acuerdo de los años en los que en pleno verano a las seis de la tarde cogía mi bicicleta de montaña y me subía a lo alto de cualquier monte en los alrededores de Oropesa.

De hecho, al hacer la fotografía que veis a continuación no pude evitar sentir una especie de morriña de aquellas interminables tardes a lomos de mi mountain bike.

Tour de force

La bici todavía la tengo en casa, y la verdad es que hay días en los que me entran unas ganas locas de dar un buen paseo con ella.

Cierto es que no me subiría a los montes con el sol en todo lo alto como antes; pero sí que se me ocurre combinar pedaladas y fotografía en algo que incluso podría servirme para dar pie a un artículo interesante.

Alberto León y mis tiempos de «mountain biker»

A mediados de los 90 fui un fiel seguidor y practicante del mountain bike; justo en los inicios de este deporte en España. Una época durante la cual devoraba cualquier cosa que tuviera que ver con esta disciplina del ciclismo: mi casa estaba inundada de ejemplares de la revista BIKE, si había algún reportaje en TV allí estaba yo grabándolo en VHS para verlo una y otra vez y si me enteraba de que organizaban una competición de descenso cerca de donde yo estaba me acercaba a hacer fotos en primera fila.

Y aunque con el tiempo perdí prácticamente del todo la afición por este deporte, a día de hoy todavía me doy una vuelta de vez en cuando por los alrededores de Oropesa con la bicicleta que tengo allí.

Un momento para la reflexión

Puesto que han pasado ya unos cuantos años desde aquello, los corredores de entonces ya no compiten tomando otros el relevo de los veteranos John Tomac, Tinker Juarez, Juliana Furtado o Greg Herbold en el plano internacional y los hermanos Misser, Javier Notario (corredor de Alcalá), Óscar Saiz o Alberto León dentro de nuestras fronteras.

Precisamente sobre Alberto quería hablar brevemente en esta entrada, pues la noticia de su suicidio me impactó de lleno esta mañana al coger el periódico y ver la reseña en portada. Llevaba meses (puede que años) sin seguir el mundillo de la competición de mountain bike, pero si me pidieran que dijera el nombre de un corredor que recordara con especial cariño éste sería Alberto León.

De él recuerdo sus arriesgados descensos (no en vano era especialista de dicha disciplina aunque también hizo bastante cross-country), su simpatía, su maillot del equipo Coronas y su cercanía con la gente; ya que sin ir más lejos me firmó un autógrafo en el verano de 1994 durante una competición que se celebró en Oropesa del Mar.

Autógrafo de Alberto León en 1994

Actualmente no tengo ni idea de quién es el campeón del mundo de descenso o qué corredor lidera la copa de España; pero la imagen de Alberto León bajando a toda velocidad por las laderas del monte Bobalar es algo que no he olvidado durante estos quince años. Y al margen de los líos en los que pudiera o no estar metido Alberto en los últimos tiempos, la noticia de su muerte ha traído a mi memoria recuerdos de hace más de una década cuando raro era el día que no cogía mi bicicleta y me perdía por algún sendero sin más compañía que el canto de los pájaros.

Se hace camino al andar

Hasta siempre Alberto.

Pasado, presente y futuro

Breves pero intensas. Así han sido mis pequeñas vacaciones de este verano que ahora me tengo que conformar con recordar desde Alcalá.

La verdad es que esta última semana se me ha pasado a toda velocidad, pero si echo la vista atrás me doy cuenta de que no he parado ni media hora porque al ir a la playa durante unos pocos días el cambio de mentalidad con respecto a pasar allí un mes entero es bastante radical.

He caminado muchos kilómetros mañanas, tardes y noches (mis todavía doloridos pies pueden dar fe de ello), he llevado mi cámara por todos los rincones que he podido, he bajado a la playa todas las mañanas, nunca me he levantado más tarde de las 8:00, me he encontrado con personas a las que hacía mucho tiempo que no veía, he descubierto discos fantásticos… En definitiva, ha sido una semana muy provechosa en la que también he podido pensar mucho en mi propio futuro y darme cuenta de lo afortunado que soy en muchos aspectos.

Obviamente tengo guardados en mi memoria mil recuerdos y pensamientos muy recientes que darán para unas cuantas entradas que iré escribiendo de aquí a unas semanas; pero también hay un centenar de fotografías de las que ya os he mostrado algunas de ellas por aquí. Sin embargo, la única que hoy quería enseñaros es la que resume a la perfección estos días porque en ella se combinan soledad, nostalgia y un pequeño guiño al futuro:

Verano azul

Ninguna de las 99 fotografías restantes es capaz de expresar mejor lo que he sentido durante los últimos siete días. Una imagen que tenía en mi cabeza prácticamente desde que puse el pie en Oropesa del Mar el pasado Sabado 19 de Junio; pero que no encontré hasta anteayer de pura casualidad mientras daba un largo paseo a pleno sol después de comer.

En los próximos días os mostraré muchas imágenes que ilustrarán diversos artículos, pero ya os adelanto que ninguna de ellas me llena tanto como la de esta bicicleta varada en la playa de La Concha.

Carril bici por sorpresa

De un tiempo a esta parte, cada vez que me doy una vuelta por la ciudad me encuentro un nuevo tramo de carril bici. El pasado fin de semana la sorpresa me la llevé en la calle Cardenal Sandoval y Rojas, pues allí han puesto el tipico asfaltado rojo con señalización para bicicletas que cada vez se ve por más zonas de la ciudad.

Carril bici

Como véis, aunque la señal indica que la vía es apta para peatones y bicicletas, en realidad los dos sentidos de circulación para los vehículos de ruedas ocupan todo el ancho de la calzada, así que en caso del típico fin de semana primaveral con sol y calor, tal vez sea más recomendable para los peatones circular directamente por la acera de enfrente dado que las bicicletas (en teoría) no pueden circular por ella.

Carril bici

Como ya dije en su momento, no tengo nada en contra del uso de las bicicletas por las ciudades, sino todo lo contrario. Es algo muy habitual en muchos paises de centroeuropa; pero en esos casos se trata de paises en los que hay una gran tradición de la bicleta usada como medio de transporte. En Alcalá parece que lo de los carriles bici es algo que se está implementando sin una estudiada planificación previa y da la sensación de que lo están haciendo un poco «por estar a la moda».

Sea como sea, espero que ya que se está sembrando la ciudad de carriles bici, al menos la gente los use, pues la bicicleta es al mismo tiempo un medio de transporte no contaminante y un ejercicio muy completo. De hecho… ¡Es una pena que la mía esté en la casa de la playa!

Los recuerdos del incendio

Después de la tristeza que me produjo subir al monte Bovalar poco tiempo después del incendio que se produjo durante la primavera de 2006 en Oropesa del Mar, este verano me propuse volver allí a ver si ahora las cosas pintaban algo mejor. Era el único modo de borrar aquel intenso olor a ceniza que se había quedado grabado a fuego en mi memoria (nunca mejor dicho), así que le comenté a mi hermano la posible excursión y enseguida se apuntó poniendo como condición llevar la bicicleta de montaña.

Recuerdos de aquel incendio (I)

Dicho y hecho: él llevó mi mountain bike hasta lo alto del monte (bicicleta que he cogido en alguna que otra ocasión este verano después de tres largos años sin dar una sola pedalada) y yo fui haciendo el mismo camino pero a pie y llevando la cámara de fotos. En cualquier caso, no me pude resistir a darle la cámara a mi hermano y “conducir” la bicicleta en algunos tramos tanto de subida como de bajada.

Haciendo el indio con la bici (I)

Haciendo el indio con la bici (IV)

El caso es que a medida que subía por las faldas del monte me daba cuenta de que recordaba cada curva del camino, las zonas de piedras, las pinadas… la cara Norte no había sido casi afectada por el fuego, pero al llegar arriba y observar la cara Sur recordé que las secuelas de un incendio tardan décadas en desaparecer por completo.

Un momento para la reflexión

Con el paso de los años esos troncos quemados se convertirán en abono para los nuevos brotes, un manto de hierba recubrirá la tierra desnuda y el verdor de la montaña se irá imponiendo a la negrura del carbón. Pasará tiempo hasta que eso ocurra, pero al menos, el panorama allí arriba ya no es apocalíptico como lo era hace un par de años e incluso fui capaz de realizar alguna fotografía de paisaje; cosa que no fui capaz de hacer entonces.

Oropesa del Mar

Bruma y montañas

Reconozco que iba con un poco de “miedo” porque cuando fui allí después del incendio me invadió una sensación bastante desagradable que tardó un tiempo en desaparecer; pero esta vez bajé del Bovalar con una sonrisa en la cara y un montón de imágenes en la cámara.

Campo de fútbol entre chalets

Recuerdos de aquel incendio (III)

Mi hermano de relax en lo alto del monte Bovalar

Recuerdos de aquel incendio (II)

Pensando en barcos...

El paraiso del ladrillo

Haciendo el indio con la bici (III)

Playa de La Concha a los pies del monte Bovalar

Haciendo el indio con la bici (II)

Montar en bicicleta estimula la imaginación

Hoy me ha pasado algo curioso: me he ido a dar una vuelta con mi bicicleta de montaña por la tarde (hacía tres largos años que no salía con ella) y la verdad es que los 25 Km a ritmo tranquilo que he ido improvisando durante un par de horas me han sentado de maravilla. A estas horas de la noche tengo las piernas algo cargadas por la falta de costumbre; pero de verdad que es algo que me ha sentado genial, sobre todo a nivel anímico.

Lo interesante del asunto (aparte de haber intentado grabar unas imágenes en vídeo del abandonado camping Estrella de Mar del que han salido recibiéndome a pedradas unos tíos bastante inquietantes) es que a medida que iba pedaleando por lugares en los que no había ni una persona miraras hacia donde miraras, se me han ocurrido las líneas maestras de una historia que me he puesto a redactar nada más llegar a casa y pegarme una ducha fresca.

Hacía mucho tiempo que no se me ocurría un relato, y éste es de los largos, así que me siento contento de haber vuelto a enfrentarme al «reto de la hoja en blanco» entrelazando una pequeña aventura que mezcla vivencias propias con parte de ficción. Relato al que todavía le tengo que añadir algunas imágenes para que su lectura no se haga demasiado pesada pero que, a grandes rasgos, ya está finalizado y mañana lo publicaré.

(Y de regalo un «autorretrato ascensoril»  😛 )

Autoretrato ascensoril

La chica de la bicicleta

Siempre se ha dicho que los sueños son fragmentos de lo vivido en el día anterior que nuestra mente intepreta a su manera en las horas que nuestro cerebro está en stand-by; y buena muestra de ello es que mis sueños de esta noche tienen mucho que ver con lo que os contaba ayer sobre la orilla de la playa y la gente que pasea por ella.

Lo que hoy soñé fue que tras el baño mañanero de rigor me encontraba estático en la orilla del mar con las olas mojándome las puntas de los dedos de los pies. Lo raro del asunto es que mientras me secaba al sol de aquella manera decenas de chicas guapísimas pasaban delante de mí sonriéndome y guiñándome un ojo en hábiles intentos de seducción.

Cuerpos esculturales, miradas felinas, insinuaciones de vértigo… y yo completamente apático, inmóvil, impasible ante tanta hermosura hasta que apareció ella: una chica montada en una bicicleta de montaña que iba dejando una huella de tacos en la arena mojada mientras trataba de esquivar a la multitud que la increpaba por su osadía.

Aquella muchacha no tenía ninguna cualidad física que destacara especialmente a simple vista, pero era diferente a las demás; tenía personalidad propia, y aquello sí que me llamó la atención hasta el punto de empezar a caminar tras ella mientras gritaba al viento decenas de nombres de mujer para ver si alguno era el suyo y conseguía captar su atención.

Sin embargo, mi colección de sustantivos propios no dio resultado y la chica de la bicicleta se alejó por la orilla dejándome allí plantado esperando por si decidía dar media vuelta y venir a mi encuentro… aunque tal vez eso suceda en otro sueño, porque en el de hoy no recuerdo nada más.

Ciclismo (de todo tipo)

En estos días del Tour de Francia recuerdo, no sin cierta añoranza sobre todo tras etapas como la de ayer con Carlos Sastre haciendo la machada del año, las épocas en las que era fiel seguidor del ciclismo. Hablo de los años 90 y la época de Miguel Indurain en la que las sobremesas de Agosto eran un clamor popular con cada escapada del navarro. En esta urbanización se escuchaban a la hora de la siesta una multitud de televisiones haciendo sonar al unísono la narración de la carrera francesa y el murmullo de la gente cada vez que sucedía algo digno de mención.

Sin embargo, con el tiempo fui dejando un poco de lado a este deporte (aunque yo era más de mountain bike) hasta el punto de dejar de practicarlo, pues aunque en Alcalá apenas tocaba la bicicleta por el tráfico que hay, sí que daba mil y una vueltas por aquí en busca de algún lugar inexplorado. Cada vez que abro el gran armario que hay a la entrada del apartamento veo ahí colgada mi antigua bicicleta que me mira con cara de pena esperando que le monte las ruedas y salga de nuevo a recorrer los caminos reconozco que me entra el gusanillo, pero al final nunca me animo a volver a ponerme el casco y surcar los caminos de Oropesa del Mar.

Sin embargo, no me he olvidado de que el pasado verano cogí esa bicicleta una sola vez y por un triste vaso de plástico que pisé con la rueda delantera trazando una curva me fui al suelo dejando una visible marca en mi rodilla derecha que todavía se puede ver al fijarse con detenimiento.

No sé si la cogeré algún día este verano; la verdad es que después de aquello se me han quitado un poco las ganas. Además, en mi tiempo libre disfruto más caminando y fijándome en los paisajes urbanos que hay por la zona, paseando con tranquilidad y tratando de dar con la foto del verano.

Me había planteado llevarme un día la bicicleta para ver qué tal va el GPS del teléfono móvil con ella. Puesto que vienen marcados caminos de tierra y pistas forestales además de un modo de funcionamiento específico para rutas ciclistas me gustaría ver qué tal va en esas circunstancias. De todos modos, si al final me animo ya os imaginaréis que escribiré algo por aquí.

PD: la imagen que he encontrado para ilustrar esta entrada me parece de lo más acojonante que he visto en años 😮