Todavía me acuerdo de la tarde en la que hice esta fotografía: el sol empezaba a estar bajo en el horizonte a mediados de enero, justo la época del año en la que menos gente hay por Oropesa del Mar y alrededores. Tanto es así que en mis idas y venidas por las serpenteantes calles en busca de la perspectiva perfecta para esta imagen, mis pasos no se cruzaron con nadie y ni siquiera escuché a lo lejos el típico vocerío infantil que colorea cada rincón de aquella localidad durante los caluroso meses de verano.
No era la primera vez que recorría estos parajes entre Oropesa y Benicassim con mi cámara. De hecho, en una ocasión anterior estuve allí hasta que se me hizo completamente de noche para poder captar la luz del cielo cuando el sol ya se ha escondido en lo que se conoce como «blue hour».
Dado que en los meses de verano aquello se convertía en un hervidero de gente, durante la temporada baja siempre que podía aprovechaba para tratar de reflejar en el sensor de mi cámara la paz y la tranquilidad que estos lugares me ofrecían. Y el caso es que cuando ahora, que ya llevo más de dos años en Madrid, miro estas imágenes vuelven a mi memoria los recuerdos del silencio y la soledad de aquellos días en los que nadie reparaba en aquel tío que hacía fotos a rincones vacíos y el sonido del obturador se perdía en el silencio de las calles.
Hace ahora poco más de un mes que estuve pasando cinco días en Oropesa del Mar. No había vuelto allí desde que regresé a trabajar a Madrid y la verdad es que el cuerpo ya me iba pidiendo una escapada por aquellas tierras para ver qué cosas habían cambiado (o no) durante mi ausencia.
He de decir que aunque ha pasado ya año y medio de mi marcha, pocas cosas diferentes hay por allí. No hay nuevos edificios, las playas siguen como siempre, las tiendas son más o menos las de entonces, el puerto deportivo está exactamente igual… Atrás quedaron aquellos años de boom urbanístico en los que verano tras verano veía florecer edificios por cada rincón de la costa de Oropesa.
Puesto que he pasado dos años de mi vida allí, conozco bien el clima de esa zona y sabía que la mejor época para pasar unos días de tranquilidad es en octubre; una vez que se han ido las primeras lluvias del otoño. El tiempo es bueno, hay muy poca gente y todavía hay bastantes horas de luz. Luego ya, una vez que llega el frío invierno, Oropesa del Mar es un lugar triste, oscuro y solitario que puede acabar con la paciencia de más de un urbanita.
Cierto es que el primer día me cayó una tormenta de las que hacen época, pero el resto de los días todo fueron cielos despejados y temperaturas agradables hasta el punto de que una mañana bajé a la playa e incluso me pegué un buen baño en el mar.
En cualquier caso, la idea principal de pasar allí unos días era volver a recuperar parte de la «inspiración fotográfica» perdida en los últimos tiempos. Y es que si me pongo a repasar todas las imágenes que he ido captando a lo largo de mi vida, me doy cuenta de que muchas de las mejores las he realizado en estas tierras castellonenses, de modo que agarré la D300, un par de objetivos y me puse a retratar aquellos rincones una vez más en busca de esa luz del Mediterráneo que uno no puede encontrar en Madrid por mucho que la busque.
Además de las fotografías hechas en Oropesa, también me acerqué una mañana de sol a la vecina Benicassim; de donde salieron algunas imágenes realmente pintorescas y que os muestro a continuación:
Y poca cosa más, la verdad. Esos cinco días pasaron volando y cuando me quise dar cuenta ya estaba devorando de nuevo los 450 Km que separan Madrid de Oropesa. Aquí puede que no sea capaz de captar paisajes tan bellos como en la costa mediterránea; pero cuando llego a Madrid me invade la sensación de estar en casa y eso vale más que todo el oro del mundo.
Benicassim tiene más vida en invierno que Oropesa del Mar; y estando a apenas ocho kilómetros de distancia es lógico que algunas veces me diera una vuelta por allí o me llevara la cámara para hacer unas fotos. La soledad de Oropesa tiene su encanto; pero es verdad que a veces a uno le gusta ver algo más de gente, y para ello hay que acercarse a esta pintoresca localidad o incluso a Castellón de la Plana, capital de la provincia.
La foto que tenéis a continuación la hice tras un par de días de lluvias muy intensas, y de ahí que la arena de la playa esté tan horadada, pues al fluir el agua hacia el mar toma caminos preferenciales y acaba excavando en la playa auténticos ríos.
Precisamente gracias al agua acumulada es por lo que se me ocurrió esta fotografía; ya que me daba la oportunidad de retratar no sólo una puesta de sol en los dos tercios superiores de la fotografía sino también de poner el reflejo de esas dos palmeras en el tercio inferior restante.
Estamos nuevamente ante un ejemplo de «la regla de los tercios», que aunque tremendamente sencilla también es muy eficaz a la hora componer nuestras fotografías.
En otro orden de cosas, en la línea del horizonte podéis ver el puerto de Castellón con sus múltiples grúas y un poco más a la izquierda uno de los habituales petroleros que se acercan por las refinería que hay allí a descargar empleando para ello unas tuberías submarinas (esto se hace para evitar que el barco se tenga que acercar demasiado al puerto).
En cuanto al cielo, aquella tarde era una de esas que tanto me gustan en las que las nubes parecen algodón de azúcar por su textura y el sol, mientras se oculta en la lejanía, lo pinta todo en colores pastel.
Siempre me gustó la saga SimCity. Tuve la primera versión de este afamado videojuego en Spectrum y desde entonces he ido jugando a todos los que Maxis ha ido sacando al mercado (aunque he de reconocer que mi favorito sigue siendo SimCity 2000).
Pero no es de videojuegos de lo que vamos hablar hoy; sino de fotografías tomadas en los alrededores de Oropesa del Mar como he venido haciendo durante las últimas semanas. Lo que ocurre es que si no fuera por mi afición a la saga SimCity posiblemente no se me hubiera ocurrido tomar la imagen que tenéis a continuación.
Veo algo casi mágico en contemplar las ciudades desde las alturas; y sospecho que la perspectiva isométrica de SC2K y las versiones que vinieron después tienen algo que ver en ello. De hecho, no será esta la última fotografía de este estilo que veréis por aquí; os lo aseguro.
Esta imagen está captada desde las montañas que hay detrás de la N-340 y la AP-7 a su paso por Benicassim. Para acceder a este lugar hay que subir una carretera de montaña serpenteante muy conocida por los ciclistas y aunque hay curvas en las que hay que ir con mucha precaución por la poca visibilidad que existe os aseguro que el resultado bien vale el paseo.
Lo que tenemos a nuestros pies es el conocido «desierto de las palmas»: parque natural que se expande por toda esta zona y donde abundan monasterios, ermitas, capillas y demás lugares de índole religiosa. Además de esto, el lugar sorprende por la cantidad de vegetación mediterránea existente y por su escarpado relieve.
Pero vamos a lo que nos interesa de verdad (al menos a mí) y es que si os fijáis, desde este lugar gozamos de una perspectiva fantástica tanto de Benicassim como de la propia ciudad de Castellón de la Plana. A modo de curiosidad os pediría que os fijarais en que ambas localidades están físicamente unidas, siendo muy difícil diferenciar donde termina una y comienza la otra.
En realidad la parte de edificios altos que aparece en la fotografía todavía pertenece a Benicassim; mientras que a continuación ya comienzan las viviendas unifamiliares dispersas que dan inicio al Grao de Castelló, que es el distrito más septentrional de la ciudad de Castellón.
Una cosa muy habitual en las ciudades costeras de la Comunidad Valenciana (bueno, en general de todas las ciudades costeras) es que su disposición es alargada por el sencillo motivo de que todo el mundo quiere estar lo más pegado posible al mar. Si no lo veis claro, os invito a que recorráis el paseo que traza la franja de costa que se aprecia en la fotografía que ilustra este artículo, ya que las veces que yo lo he hecho se me ha hecho prácticamente interminable.
Fue un rato de muchas curvas y subidas pronunciadas; pero cuando estuve allí arriba y pude ver los tejados de todos los edificios que alcanzaba mi vista supe que había merecido la pena la excursión.
Hay un término en fotografía que se aplica a aquellas imágenes captadas al emplear una exposición larga en el periodo de tiempo durante el que a simple vista parece que ya es de noche pero en realidad todavía queda bastante luz en el cielo. Esto se denomina blue hour y viendo la siguiente fotografía entenderéis perfectamente el por qué de ese nombre.
Cuando disparé esta fotografía eran casi las ocho de la tarde de un 12 de enero, por lo que la oscuridad era casi total. De hecho, recuerdo que donde estaba situado (un monte cercano al mirador de Torre Colomera) apenas podía ver mi mano si estiraba el brazo, lo que os dará una idea de la luz ambiental que había disponible.
Sin embargo, al plantar la cámara sobre el trípode y dejar abierto el diafragma durante medio minuto a f/11 y con ISO 200, en la pantalla de la cámara apareció esa infinidad de puntos luminosos y un cielo con un precioso degradado de azul oscuro a naranja salpicado de pequeñas nubes. Milagros de la capacidad de recolectar fotones del sensor de la cámara.
Para situaros un poco , comentar que lo que tenéis en primer término son diversos chalets de la urbanización Torre Bellver (perteneciente al término municipal de Oropesa del Mar) y que más al fondo se puede distinguir perfectamente la amplia bahía que comienza en Benicassim y muere en las inmediaciones del puerto de Castellón.
¿Por qué no empleé una apertura mayor para así captar más luz? Pues porque entonces la profundidad de campo se vería reducida y todas esas luces del fondo serían apenas un borrón. Digamos que lo que tenéis aquí es una aplicación de la distancia hiperfocal sólo que en horario nocturno; de modo que se imponen diafragmas bastante cerrados para maximizar los elementos que permanecen enfocados en la composición.
«Efectivamente, es la hora azul», pensé, y con la satisfacción de haber conseguido la fotografía que había previsualizado en mi cabeza días atrás marche hacia casa a cenar.
Si hay algo que me gustó fotografiar durante mi estancia en Oropesa del Mar fueron los amaneceres y atardeceres, pues la luz del mar otorga a estas instantáneas un aire muy especial.
Precisamente a estos últimos pertenece una fotografía que hice desde el mirador de Torre Colomera instantes después de la puesta de sol y que ahora me parece un bonito recuerdo de aquel pintoresco lugar.
El naranja intenso del cielo junto al negro del contraluz tanto del primer plano como del fondo así como la textura de la superficie del mar buscan una composición sencilla y «tranquila» en la que, si os fijáis, se aplica de forma casi matemática la regla de los tercios.
Este tipo de fotografías son producto de la paciencia; y es que recuerdo que para hacerla subí allí cuando al sol todavía le quedaba un rato para ocultarse y fui tomando varias instantáneas para luego en casa elegir la más adecuada. Las anteriores a esta mostraban un cielo excesivamente claro; mientras que en las posteriores el contraluz no era lo suficientemente acusado (aunque en otra entrada os mostraré una fotografía hecha durante la blue hour).
Como veis no es cuestión de llegar, disparar y largarse; sino que la cosa necesita de una mezcla de paciencia, sensibilidad y «buen ojo».
Si en el amanecer del pasado sábado tuve la ocasión de fotografiar las islas Columbretes, aprovechando que el día parecía propicio para sacar la cámara intenté captar una imagen que llevaba varios días metida en mi cabeza.
La idea en concreto surgió una tarde en la que yendo hacia Castellón por la N-340 divisé desde ella un bonito contraste entre luces y sombras justo después de la puesta de sol. Obviamente, el arcén de la carretera no es el mejor lugar para ponerse a hacer fotos, de modo que en ese momento me encomendé la tarea de buscar un lugar desde donde pudiera divisar una vista similar pero donde no circularan personas ni coches.
Mi búsqueda dio resultado y por fin encontré un lugar donde tenía una buena vista y además podía plantar allí mi trípode sin molestar a nadie. Ya sólo me quedaba esperar a que el sol se escondiera; pero antes de que esto sucediera me entretuve disparando alguna que otra fotografía como la que tenéis a continuación.
Poco a poco el cielo se fue quedando sin luz, y cuando la hora azul se hizo patente, encontré el momento justo para hacer la fotografía que tenía en mi cabeza. Hubo pruebas antes y después, con unos y otros encuadres; pero al final esta es la que he decidido seleccionar para compartirla con todos vosotros.
Como veis, por una parte tenemos un cielo en el que todavía se aprecia algo de luminosidad (eso es, en esencia, la blue hour) pero también el suelo está lo suficientemente oscuro como para apreciar cada punto de luz de Benicassim y Castellón. Si hacemos la fotografía un rato antes el cielo estará demasiado claro (es un poco lo que ocurre en la primera fotografía) y si dejamos que se haga completamente de noche el cielo quedará demasiado soso y no se apreciarán las nubes.
En general, lo más complicado a la hora de hacer una buena fotografía es imaginarla; una vez que tienes claro lo que quieres hacer sólo falta encontrar el momento y el lugar adecuados para pulsar el disparador.
Tres instantáneas de Benicassim captadas desde el mirador de la torre Colomera durante el atardecer del pasado sábado. Como no sé con cuál quedarme os dejo a vosotros elegir por mí.
Además de los consabidos autobuses urbanos, existe en Castellón una línea de transporte público que va desde la Universidad Jaime I hasta el parque Ribalta cuya peculiaridad es que es de tipo eléctrico, de modo que para un ingeniero industrial como yo la cosa tiene mucho interés.
El TRAM (transporte metropolitano) también llamado TVR (transporte de vía reservada) es una especie de autobús eléctrico que emplea ruedas de caucho normales (lo que se conoce popularmente como trolebús) alimentándose a través un tendido aéreo y que funciona de forma semiautónoma debido a que circula mediante el seguimiento de unas marcas especiales pintadas sobre la calzada a una velocidad máxima de 75 Km/h.
De este modo se evita uno de los principales problemas de los trolebuses «clásicos»: depender de la pericia del conductor para que no se salga el trole de los cables y el vehículo se quede detenido en medio de su recorrido, ya que en este caso la persona que lo conduce se limita a acelerar y frenar el vehículo así como a despachar los billetes a los viajeros.
Este seguimiento (que es la parte más ingenieril del asunto) se realiza por medio de una cámara situada sobre el parabrisas del vehículo de tal modo que la dirección se ajusta automáticamente para ir siguiendo el trazado de las líneas discontinuas de color blanco que podéis ver en la siguiente imagen y que coinciden perfectamente con los cables que van sobre ellas.
Como se puede apreciar en la fotografía, el trolebús circula por la parte central de una amplia calzada; concretamente por la zona pintada de color rojo y cuyo acceso está prohibido al resto de vehículos excepto en los cruces que están regulados por semáforos especiales para vehículos convencionales y TRAMs. Podéis ver todo esto que os digo «en acción» gracias a un vídeo que un usuario de la línea ha subido a Youtube:
A la vista de estas imágenes enseguida me pongo a pensar en qué pasaría si las líneas no fueran claramente visibles porque un día hay un incendio cercano y todo se llena de ceniza, o si nieva, o si un día llueve tanto que el asfalto se cubre de agua (si bien el TRAM circula por una plataforma elevada unos centímetros sobre el resto de la calle).
También entiendo que habrá programado un mantenimiento de la pintura dándole un repaso cada cierto tiempo para que esta siempre tenga un contraste bien visible… Preguntas todas ellas que, supongo, se plantearían los responsables del proyecto en su momento.
En cualquier caso, hay que reconocer que el TRAM está todavía un poco «en pañales» en Castellón (de hecho se inauguró en verano de 2008) y la única línea existente por el momento atraviesa la ciudad de Oeste a centro en línea recta y sin apenas curvas. Habría que ver cómo solventar hipotéticos cruces de varias líneas, desvíos, bifurcaciones… situaciones en las que la cámara que equipa el vehículo viera un «galimatías» de rayas en el suelo y pudiera confundirse.
Esta línea que os comento se está ampliando actualmente de modo que próximamente llegará hasta el Grao (el puerto, vaya). Las obras parecen ir a buen ritmo y con un poco de suerte dentro de unos meses el TRAM ya atravesará la ciudad por completo de punta a punta y dará servicio a toda la gente que trabaja en la principal zona industrial de Castellón. Aun así, esta ampliación lleva bastante retraso porque se supone que debería de haber entrado en funcionamiento en 2010.
Se supone que hay en proyecto dos líneas más que entrarían en funcionamiento en un futuro, si bien las obras ni siquiera han comenzado actualmente. Estas unirían la capital con las vecinas Almazora, Villareal y Burriana así como el Grao de Castellón con Benicassim; de modo que la funcionalidad del TRAM se vería muy ampliada de cara a desplazamientos tanto laborales como de ocio.
Como os decía al inicio de este artículo, el TRAM me resulta especialmente interesante por aunar propulsión eléctrica, neumáticos convencionales y sistema de guiado mediante reconocimiento óptico. Más allá de la polémica que ha habido sobre el coste de este sistema y el uso que se le está dando actualmente, creo que es una apuesta de futuro moderna, elegante, ecológica y muy capaz de desplazarnos de una punta a otra de la ciudad en muy poco tiempo si se desarrolla adecuadamente.
Y digo esto porque ahora falta que se añadan nuevas líneas a la actualmente existente, pues hay zonas de la ciudad (como el hospital general o el centro comercial La Salera) a las que vendría muy bien contar con una parada de TRAM; si bien el verdadero reto no es hacer líneas «sueltas» de un punto a otro, sino trazar una red plenamente funcional con sus transbordos al estilo de los metros de las grandes ciudades para que el TRAM se convierta en una alternativa real al transporte clásico de viajeros.
Al margen de las tres grandes playas de arena fina que hay en Oropesa (La Concha, Morro de Gos y Amplaries) existe en la parte sur de la localidad una zona de litoral virgen donde podemos darnos un baño lejos de aglomeraciones, prisas y empujones.
Se trata de la playa de la Renegá, visible desde el trazado de la conocida vía verde que une Oropesa y Benicassim y accesible a pie a través de un par de pasos que existen bajo la misma. Pasos que permiten el tránsito de vehículos; aunque lo más recomendable para evitar daños al entorno sería dejar el coche en las calles colindantes y bajar hasta la propia playa caminando, pues no hay más de doscientos metros entre el asfalto y el mar.
En esta playa donde la arena, los pinos y las rocas se mezclan a partes iguales no hay duchas como tampoco hay sombrillas de alquiler ni chiringuitos y el fondo del mar está tapizado de pequeñas piedras afiladas que se encargarán de dejarnos algún que otro rasguño en los dedos de los pies; pero a cambio de estos pequeños sacrificios podremos disfrutar de un día de playa lejos del mundanal ruido. Algo que hoy en día cada vez cuesta más encontrar en las costas de Levante.
Es cierto que se trata de una zona que hace unos años muy poca gente conocía y a la que cada vez acuden más veraneantes en busca de algo diferente; pero aun así, comparada con las principales playas de la localidad, La Renegá es un remanso de paz de lo más recomendable y que os recomiendo visitar alguna vez.
Benicassim es la localidad que limita al sur con Oropesa, de modo que plantarme en su casco urbano me lleva poco más de cinco minutos. Se trata de un lugar muy conocido por el festival que lleva celebrándose allí desde hace casi dos décadas, pero también por ser un lugar de veraneo que combina belleza y tranquilidad.
Benicassim tiene una extensión bastante amplia y muchos contrastes entre unas zonas y otras, por lo que para esta primera entrega me he centrado en la zona centro (alejada de la playa y con unas cuantas décadas en sus esquinas) en la que se mezclan viviendas muy coloristas con otras mucho más antiguas y algunas fachadas de cristal que reflejan el entorno dando lugar a imágenes muy vistosas.
Las zonas de reciente construcción de los pueblos que voy visitando me suelen dejar muy indiferente (lo siento por los arquitectos que realizarán sus proyectos con la ilusión de que la gente se fije en sus edificios) pero a cambio, cuando me encuentro con una casa de más de un siglo de antigüedad y observo en ella detalles que delatan el paso del tiempo no puedo evitar maravillarme y detenerme unos instantes a contemplarla.
Otro día me acercaré a zonas más costeras, donde el mar domina el paisaje y a sus orillas existen unas villas señoriales (hoy abandonadas casi todas ellas) que son dignas de retratar; pero quería hoy dejar constancia en esta especie de «diario de viaje» de unas calles que para mí tienen un encanto especial.
Hay un paraje en la zona interior de Castellón (a la altura de Benicassim) donde podéis encontrar un monasterio abandonado que fue construido hacia 1700 y que es un lugar de clara inspiración fotográfica.
Este lugar es otro de los rincones del desierto de las palmas que, al igual que la ermita de Les Santes, se encuentra en una zona en la que se respira tranquilidad por todos lados. De hecho, este parque natural castellonense siempre ha sido un lugar de retiro y espiritualidad, y de ahí que diseminadas por él haya multitud de pequeñas capillas con imágenes en su interior.
Al margen de la religiosidad dominante en el lugar, en lo que a fotografía se refiere hay que reconocer que el sitio es espectacular. No sólo porque nos encontramos a los pies del monte Bartolo; sino porque desde estos parajes tendremos una visión privilegiada de Benicassim y Castellón.
Sí que es cierto que al estar al lado del mar, en días muy calurosos os podéis encontrar con bastante bruma que puede restarle nitidez y claridad a las fotografías, por lo que mi consejo es que subáis en uno de esos días en los que hay algo de viento que limpia la atmósfera y deja la línea del horizonte que casi parece trazada con un tiralíneas.
Indicaros que para acceder a los lugares desde donde están hechas estas fotografías lo más fácil es coger la carretera CV-147 y seguir su trazado hasta llegar a una explanada en la que hay una gran cruz de madera (os dejo enlaces a los recorridos desde el acceso Benicassim Norte y desde el acceso Benicassim Sur). Son en total unos 12 Km de recorrido y os aseguro que merece la pena, especialmente si lleváis la cámara encima. Por cierto, cuidado con los ciclistas, que la carretera está llena de curvas y hay mucha gente que entrena por allí.
Añadir también que lo que es el monasterio abandonado está cercado mediante una verja metálica que no se ve hasta que estás casi en la puerta, por lo que no podréis acceder a su interior. Y puesto que para llegar hasta él hay que caminar un buen trecho cuesta abajo, por mi propia experiencia os aseguro que sienta muy mal tener que volver a subir todo lo andado cargando con el equipo fotográfico sin haber podido captar ni una instantánea.
Otro día os hablaré de más rincones en las cercanías de Oropesa que he ido descubriendo en los últimos meses.
Aunque ya hablé sobre la vía verde en una entrada de hace un par de años, para los que no sepáis de qué estoy hablando os diré que se trata de un itinerario de unos seis kilómetros que comunica las localidades castellonenses de Oropesa del Mar y Benicassim y que discurre por el antiguo trazado de la vía del tren que seguía la línea natural de la costa.
Este recorrido goza de gran popularidad entre gentes de todo tipo de uno y otro municipio, así que aprovechando unos de mis habituales paseos en bicicleta por allí, el pasado fin de semana me llevé mi Olympus E-PL1 y me dispuse a mostraros de una forma gráfica los paisajes que podréis ver en diferentes puntos del recorrido.
Indicaros nada más que las imágenes están tomadas secuencialmente comenzando el recorrido en Benicassim y terminando en Oropesa. Si habéis pasado por la vía verde en alguna ocasión os sonarán la mayoría de los paisajes que aquí os muestro; y si no es así al menos espero que disfrutéis de las fotografías.
Que a escasos diez minutos de casa tenga ocasión de captar imágenes como la que tenéis a continuación es algo que me motiva a sacar tiempo de debajo de las piedras para seguir practicando esta bendita afición.
Pues bien, hoy a última hora de la tarde me he acercado por allí con mi cámara y he captado algunas imágenes del lugar; pero mi breve vista ha conllevado dos sorpesas:
La primera es que apenas he podido hacer tres fotos a una distancia prudencial de la casa, ya que cuando me he acercado a la puerta con intención de fotografiar más de cerca las inscripciones que hay a ambos lados de la misma se han empezado a escuchar multitud de ladridos en el interior y ante el riesgo de convertirme en la cena de una jauría de canes he preferido «salir por patas» sin mirar atrás.
La segunda sorpresa vino delante del ordenador al procesar las fotografías, ya que si bien las inscripciones a las que me refería antes están casi borradas, empleando las capacidades de Lightroom para jugar con el contraste, la saturación de los colores y otros parámetros, a partir de la imagen que tenéis sobre estas líneas he podido saber al fin lo que decía en ellas, de modo que os dejo a continuación con un par de recortes.
"Término municipal de Oropesa"
"Itinerario XII - XIII. Valencia, Castellón, Tarragona, Molins de Rey"
Resulta que la línea férrea que discurre entre Valencia y Molins de Rei se fue inaugurando por tramos entre 1862 y 1867 con objeto de agilizar el tránsito de mercancías y viajeros entre Valencia y Barcelona. Si tenemos en cuenta que la primera línea férrea española se abrió a la circulación en el año 1851 os daréis cuenta de que el itinerario al que se refiere la inscripción data de los primeros tiempos del ferrocarril en nuestro país.
De hecho os invito a que le echéis un vistazo a este mapa creado por Wefer.com que muestra las redes de ferrocarril existentes en el año 1865 descubriendo que en aquellos tiempos este medio de transporte todavía no llegaba a muchas ciudades importantes de nuestra geografía. Como curiosidad os diré que en el mapa podéis ver que las estaciones que se enumeran en la inscripción de la casa coinciden con las existentes en el tramo de vía (Molins de Rei está en el extrarradio de la ciudad de Barcelona).
Por tanto, aunque está claro que la casa de las imágenes algo tiene que ver con la línea férrea que os comento, dado que está a algo más de un kilómetro de distancia del trazado de la antigua vía (trazado que se modificó a finales de los 90 para evitar el cuello de botella que representaba para los trenes el paso por esta zona de la comunidad valenciana) imagino que en realidad se trataba de un almacén de elementos para el mantenimiento de las instalaciones o algo similar, ya que una estación propiamente dicha carece de todo sentido en un lugar tan alejado de Oropesa, de Benicassim y de la propia vía férrea.