Haciendo balance del 2010

Como cada tarde del 31 de diciembre, llega el momento de echar la vista atrás y hacer balance de los últimos doce meses en una costumbre que viene ya de lejos y que considero imprescindible para afrontar el nuevo año con perspectiva.

Enero de 1987

Un año para recordar

He de admitir que 2010 ha sido el mejor año de mi vida en todos los aspectos: laboralmente las cosas han ido francamente bien y en lo personal el año comenzó con un viaje por Bruselas y alrededores que me dio una perspectiva muy interesante. Durante aquellos cuatro días, además de visitar lugares fantásticos, me conocí mejor a mí mismo y afiancé todavía más mi idea de que la felicidad reside en las pequeñas cosas. Como os digo, aquel viaje lo aproveché al 100% y prueba de ello es que de él vienen recuerdos a mi memoria prácticamente a diario.

A medida que fue pasando el año prosiguieron las buenas sensaciones por unas cosas o por otras (vacaciones, amigos, cafés…) y ya casi terminando el 2010 sentimentalmente también me llevé una buena alegría conociendo a una persona maravillosa con la que me encanta compartir el tiempo y junto a la que me siento plenamente feliz.

La fotografía

En temas fotográficos, si miro mi evolución a lo largo del año me doy cuenta de que he aprendido y he mejorado mucho durante los últimos doce meses. En este momento me siento fotográficamente completo y con el equipo del que actualmente dispongo puedo plasmar las cosas desde mi particular punto de vista sin echar grandes cosas en falta. La llegada de la D300 supuso un buen impulso a mis aspiraciones fotográficas; algo a lo que también contribuyeron decisivamente los diferentes objetivos que han ido llegando a mis manos y a los que cada día saco más partido.

Prohibido...

Sin embargo, más allá de las cámaras y los objetivos que pueda tener, lo que más me gusta es ver que día a día se me ocurren nuevas ideas para hacer fotografías y gracias a ello cada vez que salgo a la calle de safari fotográfico disfruto como un auténtico niño.

El blog

Y en cuanto al blog, pues no podría estar más contento: vuestra afluencia sigue al alza, compruebo que los artículos de fotografía son apreciados y valorados, mucha gente enlaza a este rincón de Internet en foros y en otros blogs… Si bien tengo la espinita clavada de llevar tiempo sin responder a los comentarios pendientes y el hecho de que tengo una buena colección de consultas realizadas por email a la espera de contestación (pido perdón por ello). Quisiera poder llevar todo eso al día, pero en los últimos meses dispongo de tan poco tiempo libre que si saco un rato para el blog lo invierto en crear nuevos artículos. Sea como sea, espero encontrar una solución a esto en breve plazo de tiempo porque ya os digo que para mí es el único «pero» relacionado con el blog.

Dell Inspiron Mini 10

El futuro

No soy adivino y por lo tanto no tengo ni la menor idea de cómo será este 2011 que comienza en apenas unas horas; pero sí que os puedo decir que en No sé ni cómo te atreves seguiréis encontrando nuevos contenidos porque por mucho trabajo que tenga siempre sacaré unos minutos para hablaros de alguna técnica fotográfica, contaros alguna historia cotidiana o mostraros alguna imagen de la que me sienta orgulloso. Además, si todo sigue los cauces previstos, durante este 2011 habrá muchas vivencias que contaros de un tipo que siempre le pone ganas e ilusión a todo lo que hace.

Tonos pastel

Muchas gracias por vuestras visitas (mañana os daré algunas cifras tanto del mes de diciembre como del 2010 al completo), estrenad el año en buena compañía, sed constantes en todo lo que hagáis y empeñaos en ser felices todos los días de vuestra vida.

Después de todo esto ya sólo me queda desearos…

¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

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Morir de amor (o casi)

Sé que debo de ser el hazmerreír de todo el hospital, pero no fue mi culpa. Fue aquella chica del parque; la que se cruzó conmigo un poco antes de que me desplomara.

No era guapa, ni alta ni tenía nada que me llamara demasiado la atención a simple vista; pero un instante después de cruzarnos su perfume me trajo tan buenos recuerdos que inspiré con fuerza para retener el aire en mis pulmones todo el tiempo posible y así prolongar aquella sensación. Olía igual que mi amiga Inés, de la que llevo años sin saber nada, y gracias a ello volvieron a mi memoria momentos que creía olvidados para siempre. Me fascina comprobar que tengo una memoria olfativa prodigiosa; o al menos mucho mejor que la que empleo para recordar números de teléfono o el mes en el que tengo que cambiar el aceite al coche.

Con aquel olor embriagador dentro de mí, seguí caminando sin detenerme cargado con las bolsas de la compra mientras notaba que la vista se me nublaba un poco y la cabeza empezaba a embotarse. Sin embargo, aquello era un mal menor comparado con lo que estaba disfrutando al recordar aquellos paseos por la playa, el día que vino a Madrid y nos encontramos en la explanada de la plaza de Las Ventas, los atardeceres sentados en cualquier terraza tomando algo fresco, las veces en las que su padre bajaba a recogerla en pijama con el coche…

Fue entonces cuando noté un golpe seco y todo se volvió negro. De fondo empecé a escuchar voces agitadas, y poco después sentí que el olor a aquel perfume volvía a hacerse presente; sólo que esta vez no sabía si la chica con la que me acababa de cruzar había vuelto sobre sus pasos o era la propia Inés la que estaba a mi lado.

Ni una cosa ni la otra. Cuando abrí los ojos, una doctora de pelo castaño enfocaba directamente a mis pupilas con una linterna. Le pregunté dónde estaba Inés, pero en lugar de responderme me colocó una mascarilla verde conectada a un tubo flexible del que empezó a salir aire fresco.

– Todavía tiene el oxígeno demasiado bajo – dijo alguien que yo no alcanzaba a ver-. Un poco más y se muere.

– De amor – añadí yo justo antes de quedarme dormido en la camilla.

De charla con musarañas

Enamorarse de la vida

Hoy vamos a hablar de amor, aunque os advierto que no voy a entrar a valorar si el llamado día de los enamorados es un invento de El Corte Inglés o no. Sin embargo os diré una cosa al respecto: no creo que se pueda llamar amor a algo que sólo se demuestra una vez al año.

Cuando a media mañana salga a dar una vuelta por Alcalá estoy seguro de que veré a más de una pareja caminando de la mano por la calle Mayor y sus alrededores. Ella con una rosa en la mano; él oliendo a una colonia recién estrenada… Y me parece muy bien, pero siempre que dentro de unos días él le regale un ramo de flores «porque sí» o el mes que viene ella le sorprenda con algún otro detalle sin venir a cuento.

El amor no es algo que podamos hacer aparecer y desaparecer a voluntad como un David Copperfield cualquiera; sino una filosofía de vida que se lleva dentro y sale a relucir bajo cualquier circunstancia. Una auténtica actitud ante la vida. Quien tiene amor siempre lo da, sea 14 de Febrero o 25 de Octubre. Y no hay por qué entregárselo a una persona; no tenemos por qué guardar ese amor en lo más profundo de nuestra alma si no tenemos pareja.

En mi caso particular, aunque llevo tiempo soltero y sin compromiso siempre ando enamorado de algo: de las calles de la ciudad, de los atardeceres, de una canción, de las sorpresas que me va dando la vida… Por supuesto que muchas veces he estado enamorado de una chica y sé que algún día llegará el amor de mi vida; y aunque hasta el momento algunos de esos amores han durado apenas un cruce de miradas y otros mucho más tiempo, el denominador común de todos ellos es que han tenido fecha de caducidad. Del mismo modo, a veces ha sido un amor correspondido y otras ha quedado en el más absoluto de los secretos, dando a cada relación su propia identidad y personalidad.

De todos modos, enamorarse es compartir: si me enamoro de una chica quiero compartir con ella todo lo que se me pase por la cabeza y conocerla en todas sus facetas, si es de la vida en general lo que quiero es aprender de ella tanto como ella de mí, si es de una calle me gusta pasear por ella para empaparme de sus historias y luego escribir sobre ella… No sé si me explico; pero lo que quiero decir con esta entrada es que el amor no consiste en tener una pareja y cumplir años a su lado, sino en desarrollar la actitud necesaria para aprender, compartir y maravillarse ante todo lo que se presente día a día.

El amor está en más lugares de lo que parece, y hasta las cámaras fotográficas parecen comprender que se trata de un sentimiento que no entiende de edades ni formatos.

Nikon kiss

Amor cobarde

Sus ojos de color miel brillaban bajo el sol, que a estas alturas del invierno empieza ya a acostarse algo más tarde de las seis. De pie, junto a la puerta del Telepizza, aquella chica dirigía su vista al infinito en busca de la persona con la que debía encontrarse. Por eso, cuando aparecí en su campo de visión, fijó su mirada en mí apartándola en cuanto comprobó que no era yo a quien esperaba.

Era una de esas estampas cotidianas que siempre suelen llamar mi atención. Aquella chica menuda, morena que iba vestida con vaqueros y un abrigo negro aguardaba a alguien con la ilusión del que acude a su primera cita.

Conocía aquella sensación porque me recordaba a mí mismo años atrás, cuando después de varios intentos (y muchas horas de sueño perdidas) conseguía quedar a solas con la chica que me gustaba. Tal vez por eso siempre que veo a alguien esperando en plena calle con una sonrisa en los labios pienso que estoy contemplando los instantes previos a un primer encuentro.

Ni se me pasó por la cabeza escribir nada sobre ello porque al fin y al cabo se trataba de algo muy habitual, de modo que continué mi camino hacia la plaza de Cervantes olvidándome de aquella chica en cuanto doblé la esquina de la calle Pescadería.

Caminando calle arriba y calle abajo por el centro de Alcalá, al cabo de una hora sentí que mis piernas empezaban a protestar ante tanto paseo y me sugirieron que volviéramos a casa. Además, estaba refrescando bastante, y puesto que esta misma mañana la garganta me había estado dando un poco la lata, creí conveniente tomarme un té calentito cobijado en el sofá del salón.

Con mi habitual paso rápido atravesé el barrio de Venecia ya sin rastro de claridad en el cielo, y cuando llegué de nuevo a la puerta del Vado vi en la lejanía una figura a contraluz en los ventanales del Telepizza. Era la misma chica de antes, sólo que ahora estaba sentada en la cornisa de la ventana con la cabeza gacha, el pelo rizado tapándole la cara y pulsando con rapidez las teclas del móvil que sostenía en su mano derecha. Mientras tanto, con la otra cerraba el cuello de su abrigo en un intento de conservar el poco calor que le quedaba después de tanto tiempo allí plantada.

Pasé a su lado casi rozándola por culpa de la estrechez de la acera; pero, pese a ello, esta vez ni siquiera apartó la vista de la pantalla del teléfono. Estaba claro que ya no estaba esperando a nadie. En mi mente sólo cabía una pregunta: ¿Para quién sería el SMS?

Old shoes

Amor condensado

Los dos lados del cristal estaban mojados: la lluvia que caía en el exterior formaba caprichosos caminos por los que las gotas serpenteaban hasta desaparecer en la parte inferior de la ventanilla. Entre tanto, la respiración agitada de aquella pareja había logrado formar una gruesa capa de vaho sobre el vidrio que les ocultaba de cualquier posible mirada en aquella explanada perdida entre olmos.

Mientras Miguel se ataba los zapatos, Esther se puso a dibujar en el cristal un sol que parecía desafiar al mal tiempo. Vestida sólo con unas braguitas azules y una camiseta de manga larga, su mirada perdida en la negrura de la noche le daba un aire casi angelical.

No obstante, Miguel no lo veía de la misma manera.

-¡Oye, no pintes nada en el cristal, que luego se queda marcado y no hay quien lo quite! -protestó casi a gritos.

Ella, acostumbrada al agrio caracter de Miguel, se limitó a torcer el gesto sin decir una palabra y borrar su obra pictórica con la manga, resignada a que su novio jamás apreciaría esas pequeñas cosas que a ella tanto le gustaban.

Miguel y Esther eran muy diferentes: él era estudiante de medicina en su último año de carrera y ella acababa de terminar primero de historia. Esther fumaba; Miguel no. Esther siempre tenía una sonrisa en los labios; Miguel sólo en contadas ocasiones. Esther solía ver la tele; Miguel prefería la radio. Esther soñaba despierta; Miguel decía que era mejor tener los pies en la tierra… Eran tan opuestos en todo que no es de extrañar que la gente se preguntara cómo era posible que llevaran tanto tiempo saliendo.

A decir verdad, ni siquiera ellos dos se habían planteado muy bien por qué estaban juntos. Tal vez su relación se había convertido en algo casi exclusivamente carnal, o puede que símplemente se dejaran llevar por la inercia del día a día y que precisamente por llevar tantos años juntos ni siquiera se les pasaba por la cabeza la idea de que aquello pudiera tener fin algún día… El caso es que la relación parecía estar estancada prácticamente desde que comenzó y ninguno de los dos había hecho nunca nada para que la situación cambiara.

Dándole vueltas a todos aquellos pensamientos que se amontonaban en su cabeza, mientras Miguel conducía el coche en medio de la tormenta para dejar a su chica en casa Esther lanzó al aire una pregunta:

-Miguel, ¿por qué estamos juntos?

Durante unos segundos se hizo en aquel pequeño espacio un silencio tan incómodo que hasta la lluvia golpeando sobre el techo del coche parecía un regimiento de caballería al galope, de modo que viendo la gélida acogida que tuvo su consulta Esther prefirió no indagar más: la mirada de Miguel concentrado en la carretera como si no hubiera escuchado nada le hizo comprender que no tenía la más mínima intención de hablar sobre aquello.

Esa madrugada el beso de despedida en el portal fue más frío que de costumbre, y durante todo el día siguiente los móviles de ambos permanecieron mudos. Aquella pregunta sonó en medio de la noche como el mazazo de un juez que condenaba al amor a veinte años y un día de prisión sin fianza, así que las consecuencias no se hicieron esperar: una semana después Esther y Miguel decidieron dejar de verse.

Se acababa una época para los dos y, sin saber muy bien por qué, la misma tarde en la que pusieron punto y final a su relación Miguel se puso a limpiar con esmero los cristales de su coche mientras Esther daba un solitario paseo por aquella arboleda que fue testigo de tantas noches juntos.

Incluso en aquellas circunstancias seguían siendo tan distintos como siempre…

Amor casual

Amor casual

Fue su forma de caminar lo que me llamó la atención. Hacía una mañana fantástica, y mientras hacía algunas fotografías de la estatua de Cervantes me fijé en que aquella chica parecía flotar sobre sus zapatos rojos. A veces las cosas más espectaculares pasan completamente desapercibidas ante mis ojos, pero cada día me encuentro con decenas de pequeños detalles que no puedo dejar de mirar; y el caso es que tanto me llamaron la atención aquellos elegantes andares que al momento se dio cuenta de que estaba clavando mis ojos sobre ella sin ningún disimulo.

Nada más percatarse de mi presencia cambió el rumbo de sus pasos para dirigirse directamente hacia donde yo estaba sin dejar de observarme, lo que hizo que el pulso se me acelerara considerablemente. Estando ya muy cerca de mí pude distinguir unos preciosos ojos verdes que daban dos pinceladas de color a un rostro de porcelana. Se detuvo apenas a medio metro y sonriendo dijo:

– Perdona, ¿eres Luis?

– Ehmmm… sí, soy yo – respondí sin saber muy bien por qué aquella chica conocía mi nombre. Supuse que sería por el blog, por Flickr o algo así; pero antes de que tuviera ocasión de indagar tomó ella la palabra.

– Soy Paloma – me dijo al tiempo que me plantaba un beso en cada mejilla y me envolvía un suave aroma a vainilla. – Uf, creí que no vendrías. A última hora estaba a punto de echarme atrás, pero me dije: «Bueno, yo voy a ir, y si no se presenta él al menos tendré la conciencia tranquila». Tenía muchas ganas de conocerte – confesó – Después de tantas charlas por el Messenger ya era hora de que nos viéramos, ¿no?

Hablaba a toda velocidad y atropellando unas palabras con otras. Se notaba que estaba bastante nerviosa porque no paraba de mover las manos y se le escapaba alguna risa floja después de cada frase. Yo no entendía muy bien lo que estaba pasando: no conocía a ninguna chica llamada Paloma y además llevaba años sin usar el odioso Messenger. En cualquier caso, decidí seguirle un poco la corriente porque se la veía tan radiante de alegría que me daba un poco de pena cortar de raíz aquel momento tan curioso.

– Pues sí, algún día teníamos que encontrarnos – respondí sin saber si Paloma me conocía en realidad o era una lunática que pretendía meterme en algún lío extraño – Ya tenía ganas de poder saludarte en persona, sin ordenadores de por medio; y mira, llegó el gran día – me aventuré a improvisar.

– Me alegro de que digas eso, porque con lo que me costó que aceptaras este encuentro creí que no aparecerías. Siendo tan tímido pensé que me habrías dicho que sí para que no te diera más la lata con el tema. Por eso me sorprendí tanto cuando te vi ahí de pie. Por cierto, no sabía que eras fotógrafo – dijo señalando mi cámara.

– Y no lo soy. De hecho estoy empezando como quien dice – afirmé al tiempo que me daba cuenta de que en realidad Paloma nunca había visitado mi blog ni sabía de esa afición por la fotografía que saco a relucir en todo lo que hago.

– Pues ya me podías haber mandado alguna foto tuya; seguro que las haces muy bonitas. Y además, eres muy guapo…

Con el segundo de silencio que se creó tras aquella frase Paloma se sonrojó un poco. Eso me hizo darme cuenta de que era tímida y que, sin duda, aquel paso que había dado queriendo conocerme en persona tuvo que ser algo bastante costoso para ella.

Sin embargo, aquello no me cuadraba por ningún lado: Paloma hablaba de charlas por Internet que yo no recordaba en absoluto y además no conocía mi afición por la fotografía; algo que toda persona que sabe mínimamente de mí habrá notado alguna vez. Tenía la sensación de que Paloma se estaba equivocando de persona, algo que se confirmó segundos después.

– Bueno, dijiste que conocías un sitio muy chulo para ir a tomar algo. ¿Dónde me vas a llevar?

Yo no sabía dónde me conduciría nuestra extraña conversación, pero aquella muchacha tenía algo que me hacía no querer terminar con la manifiesta equivocación. Estaba claro que no había hablado con ella en mi vida, ni en persona ni por Internet, y que el Luis con el que había quedado era otro; pero por extrañas circunstancias ella pensó que la persona que estuvo todo el tiempo al otro lado del ordenador era aquel chico que minutos antes hacía fotos a Cervantes.

– Podemos ir al café Renacimiento. Es una antigua iglesia que restauraron y en la que hace tiempo hubo una discoteca. El efecto de estar sentados bajo su torre es bastante curioso. A mí me encanta ese sitio, ¿no lo conoces?

Abrió los ojos como platos sorprendida por la descripción del lugar y dijo que no había estado nunca allí, así que guardé mi cámara en la bolsa y recorrimos la calle Libreros con paso lento mientras hablábamos de cosas intrascendentes. No podía preguntarle por temas de estudios, trabajo ni nada parecido porque era muy posible que hubiera hablado mil veces de ello con su auténtica cita y quedara en evidencia, así que bajo un manto de timidez fui dejando que fuera ella quien sacara a la luz casi todos los temas de conversacion.

Criticando el tráfico del centro de la ciudad y mostrando extrañeza por el buen tiempo reinante esos días llegamos a la puerta de la cafetería; y si no llego a coger del brazo a Paloma hubiera seguido su camino hasta acabar en la fuente de Aguadores, porque iba tan entusiasmada con la charla que no parecía preocuparle lo más mínimo el resto del universo.

– Espera, espera, es aquí. ¿No has estado nunca?

– No, qué va. He pasado muchas veces por delante, pero nunca he entrado. Ni siquiera me había fijado en el nombre del sitio.

– Pues vamos, te va a gustar un montón, ya lo verás.

Abrí la puerta y dejé pasar delante a Paloma (viejas costumbres que no han de perderse). Nada más subir los escalones que llevaban a la sala principal se giró y me dijo en voz baja que era un sitio muy original, a lo que respondí que ya me imaginaba que le sorprendería si nunca había estado allí antes porque se trataba de un lugar muy diferente a todo lo que se estilaba en Alcalá.

Nos sentamos frente a frente en una mesa bajo una gran lámpara y pedimos un par de zumos que el camarero trajo enseguida acompañados de unas gominolas. Con la charla, el paseo, el calor y los lógicos nervios ante la extraña situación que estábamos viviendo los dos nos encontrábamos bastante sedientos, y durante los primeros tragos no intercambiamos ni media palabra. Sin embargo, tras morder un osito de goma, Paloma rompió el hielo una vez más:

– Me alegro de que nos hayamos podido ver. Después de lo que les pasó a mis padres necesitaba olvidarme de todo por  un rato. Por eso me puse tan pesada con lo de vernos en persona, y de ahí vino también la comparación con la princesa encerrada en su castillo y el príncipe que acude a su rescate que tanto te gustó.

Aquel fue un momento de bastante peligro. No tenía ni idea de lo que aquella chica que acababa de conocer me estaba contando, pero se supone que debía saber lo que les había ocurrido a sus padres. Podría ser un accidente de coche, un divorcio, una infidelidad o un cambio de trabajo; así que debía buscar una respuesta lo más neutra posible y, dentro de lo malo que soy improvisando, creo que conseguí salir del paso más o menos airoso:

– Ya te dije que podías contar conmigo. Me costó decidirme porque, al igual que tú, soy tímido con las personas hasta que las conozco bien; pero tú necesitabas ayuda y en el fondo no podía negarme – dije midiendo muy bien cada una de mis palabras.

– Gracias, Luis; eres un sol – respondió al tiempo que sonreía con una cierta amargura.

En ese momento estiró su brazo izquierdo y me acarició el hombro en un gesto entre cariñoso y complaciente. Me hizo sentir un poco como el delfín al que obsequian con una sardina porque ha hecho bien su salto, aunque aquello no me molestó en absoluto. Fue entonces cuando me di cuenta de que Paloma necesitaba un poco de afecto. Son pequeños detalles muy reveladores que siempre me han dado pistas sobre la forma de ser de la gente que me he ido encontrando por la vida, y estaba claro que Paloma se sentía muy sola y que al quedar conmigo trataba de encontrar un poco de cariño que la hiciera vivir por un rato en un mundo mejor.

Estuvimos cerca de media hora charlando sobre diversos temas, hasta que en un momento indeterminado Paloma miró el reloj y dijo que se tenía que marchar. Su abuela estaba sola en casa y no podía ausentarse demasiado tiempo por si necesitaba algo. Pagamos la cuenta a medias y salimos a la calle, donde el sol brillaba con una fuerza inusitada. Era casi mediodía, y por allí poca gente quedaba ya; de hecho, a esas horas yo tendría que estar ya en casa comiendo.

– Ha sido un rato fantástico, Luis. Tenemos que repetirlo, ¿eh? – dijo ella con los ojos chispeantes de felicidad.

– Sí, lo mismo digo. Cuando quieras volvemos a vernos.

– ¡Genial! Después de cenar hablamos por el Messenger y hacemos planes, ¿te parece?

Había llegado incluso a olvidar por unos minutos que aquella chica y yo no nos conocíamos de nada y que el verdadero Luis se quedaría con cara de bobo cuando se conectara a Internet esa noche. De todos modos, había sido un rato tan agradable el que había pasado con Paloma que no lo quise estropear al final, así que le prometí que allí estaría y que le iba a contar algo que sería toda una sorpresa para ella.

– ¿Sorprenderme? ¿A mi? – dijo en voz alta mientras se señalaba con su dedo índice.

– Sí, ya verás. Es algo que incluso dentro de mucho tiempo te hará recordar este día. No te preocupes, que esta noche te lo cuento todo, ¿de acuerdo?

– ¡Siempre estás inventando! ¿Qué será lo que tienes pensado esta vez? – preguntó riéndose.

– Nada; es una tontería, de verdad. Por la noche me meto al Messenger y te cuento. Venga, no le des más vueltas y no hagas esperar a tu abuela, no se vaya a empezar a preocupar.

– Muy bien, pues a las diez me conecto. Cuídate mucho, ¿vale? – dijo al tiempo que me guiñaba un ojo.

– Tú también, Paloma.

Entonces, sin darme tiempo a reaccionar se acercó a mí, puso su mano derecha bajo mi oreja y me dio un fugaz beso en los labios. A continuación se dio la vuelta y se encaminó con paso rápido hacia la estación de tren dejándome allí sin saber qué decir y escuchando hipnotizado aquel alegre repiqueteo de zapatos sobre la acera.

Volví a la realidad, suspiré y un instante después emprendí mi camino hacia casa. Al pasar de nuevo por la plaza de Cervantes un tipo con cara de pocos amigos torcía el gesto apoyado en una farola mientras miraba hacia todos lados a la vez. Supe su nombre en cuanto le vi, así que me acerqué a él y le pregunté:

– Perdona, ¿eres Luis?

– Sí, ¿por qué?

– Bueno, a ver cómo te lo explico…

El bonobús (micro-relato)

-¿Juan, tú me quieres?

-Sí, claro, te lo he dicho miles de veces -Respondió él sin apartar la vista del televisor al tiempo que pelaba con torpeza unos cacahuetes.

Juan y Laura llevaban mucho tiempo casados; el suficiente como para que las cosas se movieran por inercia. Se supone que él se sabía comprendido por ella y ella se sentía protegida por él, así que la ecuación parecía balanceada y la reacción química estabilizada.

Y así fue hasta que un tarde soleada Laura dijo que se iba a comprar un bonobús y Juan, sin perder detalle del partido que estaban retransmitiendo, sugirió que podía subirle un paquete de tabaco. No obtuvo más respuesta que un sonoro portazo justo al tiempo que el Barça metía un gol antológico.

Horas después, nervioso ante la tardanza de su mujer, se acercó a la nevera a beber un poco de agua fresca donde se encontró una nota pegada en la puerta que decía:

«Cuando nos casamos podías pasarte horas mirándome embelesado sin decir una palabra; pero desde hace demasiado tiempo siento que he sido sustituida por un maldito televisor. El Lunes a las 10 nos veremos en el juzgado.

Por cierto, el coche te lo puedes quedar tú; yo iré en autobús».

Laura

Akari-chan (Lucky Star)

Cristina: aquel primer amor platónico

Semanas enteras de verano compartidas con Javier, Raquel, Lidón, Irene, David, Cristina, Aitor, Oscar, Jose, Rebeca, Rubén, Natalia, Marta… y todos ellos perdidos ahora en el tiempo casi sin posibilidad de recuperarlos pese a que alguna vez que nos hemos cruzado por aquí no hemos dudado ni un segundo en cruzar algún saludo o incluso alguna palabra más como ahora os contaré.

Más que una cuestión de amistad olvidada o pérdida de contacto el problema de esta incomunicación es que hemos cambiado demasiado en todos estos años: nada queda ya de aquellas personas que se reunían cada tarde sobre la arena de la playa para hablar sobre lo que les había ocurrido durante el invierno o los planes que tenían para el futuro. Ese futuro que querían cambiar finalmente les alcanzó y al ver frustrados aquellos sueños infantiles se acabaron los temas de conversación, se terminó el soñar despiertos. Aquellos inocentes juegos en los que el mayor de los premios consistía en darse un pico con una de las chicas del grupo ahora no representarían el menor de los retos porque hemos crecido y todo se nos ha quedado pequeño.

Con aquella edad jamás lo habría reconocido públicamente, pero a mí Cristina me volvía loco. Poco me importaba que su hermana Marta me hiciera la vida (o al menos el verano) imposible hasta donde alcanza mi memoria, pues las noches en las que nos poníamos a charlar sobre el mundo o jugábamos a “la zapatilla por detrás” eran el mayor de los premios. Es más, todavía recuerdo con claridad la noche en la que todos bajamos nuestras bicicletas y Cristina tenía la suya con una rueda pinchada. Aquella era mi oportunidad de tenerla cerca de mí, así que venciendo mi antigua timidez me ofrecí a llevarla “de paquete” en mi montura de metal.

Grupo amigos Oropesa 1992

De izquierda a derecha y comenzando por la fila superior: Javier, Óscar, José, Lidón, Marta, Rebeca, Cristina ^_^, Cristina «la de valencia» y Javi.

Ella aceptó encantada, y aunque no hacía más que dar bandazos de un lado a otro debido a que hacía meses que no cogía mi bicicleta, el sentir sus manos apretando mi cintura me reconfortaba y me hacía sentir un hormigueo en el estómago hasta entonces desconocido para mí. Tengo claro que con doce años una experiencia así supera a muchas otras en teoría mucho más explícitas que vendrían una década después.

Sin embargo, una mala noche del verano de 1992 apareció un nuevo grupo de chicos por donde solíamos estar nosotros y enseguida comenzaron a tirarle los tejos a Cristina. Y claro, como aquellos tíos debían tener dos o tres años más que nosotros aquello era lo mejor que le podía pasar a una chica que no se perdía un capítulo de “Sensación de vivir” y enseguida noté un considerable alejamiento de aquella chica que tanto me gustaba (¡hasta su apellido Deluis parecía indicar que estábamos hechos el uno para el otro!) al tiempo que observaba con rabia cómo ella le reía todas las gracias a aquel grupo de extraños.

El verano siguiente Cristina y una buena parte de nuestro grupo original se mezcló con aquellos insolentes del 92 y comenzaron a hacer cosas radicalmente diferentes a las que hacíamos en el pasado: fiestas en la playa, botellones… cosas que con trece años veía como muy lejanas y que no iban con mi estilo de ver las cosas. Aquel fatídico verano fue el de la primera gran escisión de nuestro grupo; una escisión a la que seguirían muchas otras que acabarían por disgregarnos para siempre.

Todo aquello lo creía olvidado para siempre hasta que el pasado verano me crucé con Cristina tras muchos años sin verla. Tenía la misma cara que cuando nos despedimos en el verano de los juegos olímpicos de Barcelona y no dudé en ningún momento de que era ella, pues su sonrisa y la expresión de sus ojos las había conservado intactas en mi subconsciente durante los últimos 180 meses.

Ella estaba en el paseo de la playa, caminando sin rumbo aparente con paso lento, más o menos como yo; así que nos detuvimos frente a frente, pronunciamos el nombre el otro con tono de interrogación y, tras borrar nuestras muecas de sorpresa, preguntamos respectivamente por el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos.

¿Y qué me encontré? Pues algo tan aparentemente simple como que Cristina había acabado yéndose a vivir con Diego; uno de los integrantes de aquel grupo que la “arrebató” de nuestro lado en aquel verano que antes os relataba. Supongo que la cara de bobo que se me debió quedar fue épica, porque recuerdo perfectamente que en apenas dos segundos se me pasó por la cabeza toda la secuencia de acontecimientos de aquella noche en la que conoció a Diego y compañía. Tan aturdido me quedé con la noticia que ella misma me preguntó: “Luis, ¿qué te pasa?” a lo que respondí que me habían venido de golpe muchísimos recuerdos a la cabeza.

Es absolutamente alucinante comprobar cómo una pequeña acción puede cambiar la vida de dos personas. ¿Qué hubiera pasado si aquella noche hubiéramos estado en otro lugar? ¿Dónde estaría hoy Cristina si no hubiera conocido a Diego? ¿Qué papel hubiera jugado yo en su vida? Esas tres preguntas fueron las primeras de una larga lista que asaltó mi mente en aquel instante. Cristina, seguramente el que fuera mi primer amor platónico, había acabado viviendo con un tío al que conoció delante de mis narices.

De todos modos, no estaba triste, furioso ni celoso, pues los años transcurridos me habían hecho olvidar (o eso creía) aquella amistad tan especial con ella y además yo había hecho mi vida sin siquiera recordarla durante meses. Lo que me ocurrió fue una especie de “flashback” tan fuerte que me devolvió de golpe a aquellos años felices.

Lo peor de este “retorno al pasado” que os comento es que no fui capaz de reaccionar y pedirle a Cristina una dirección de e-mail o un número de teléfono para estar en contacto. Me da mucha rabia porque si mañana me la encontrara le contaría todo esto sin dudar ni un momento y le diría que me encantaría que estuviéramos en contacto para recordar aquellos años pasados; pero algo me dice que puede que tengan que pasar otros quince años para que nos volvamos a encontrar y a lo mejor entonces me cuenta alguna otra cosa que me devuelva de nuevo a aquellas primeras sensaciones que la gente se empeña en llamar amor.

Quince años después

Dieciseis años después de la fotografía original