Sus ojos de color miel brillaban bajo el sol, que a estas alturas del invierno empieza ya a acostarse algo más tarde de las seis. De pie, junto a la puerta del Telepizza, aquella chica dirigía su vista al infinito en busca de la persona con la que debía encontrarse. Por eso, cuando aparecí en su campo de visión, fijó su mirada en mí apartándola en cuanto comprobó que no era yo a quien esperaba.
Era una de esas estampas cotidianas que siempre suelen llamar mi atención. Aquella chica menuda, morena que iba vestida con vaqueros y un abrigo negro aguardaba a alguien con la ilusión del que acude a su primera cita.
Conocía aquella sensación porque me recordaba a mí mismo años atrás, cuando después de varios intentos (y muchas horas de sueño perdidas) conseguía quedar a solas con la chica que me gustaba. Tal vez por eso siempre que veo a alguien esperando en plena calle con una sonrisa en los labios pienso que estoy contemplando los instantes previos a un primer encuentro.
Ni se me pasó por la cabeza escribir nada sobre ello porque al fin y al cabo se trataba de algo muy habitual, de modo que continué mi camino hacia la plaza de Cervantes olvidándome de aquella chica en cuanto doblé la esquina de la calle Pescadería.
Caminando calle arriba y calle abajo por el centro de Alcalá, al cabo de una hora sentí que mis piernas empezaban a protestar ante tanto paseo y me sugirieron que volviéramos a casa. Además, estaba refrescando bastante, y puesto que esta misma mañana la garganta me había estado dando un poco la lata, creí conveniente tomarme un té calentito cobijado en el sofá del salón.
Con mi habitual paso rápido atravesé el barrio de Venecia ya sin rastro de claridad en el cielo, y cuando llegué de nuevo a la puerta del Vado vi en la lejanía una figura a contraluz en los ventanales del Telepizza. Era la misma chica de antes, sólo que ahora estaba sentada en la cornisa de la ventana con la cabeza gacha, el pelo rizado tapándole la cara y pulsando con rapidez las teclas del móvil que sostenía en su mano derecha. Mientras tanto, con la otra cerraba el cuello de su abrigo en un intento de conservar el poco calor que le quedaba después de tanto tiempo allí plantada.
Pasé a su lado casi rozándola por culpa de la estrechez de la acera; pero, pese a ello, esta vez ni siquiera apartó la vista de la pantalla del teléfono. Estaba claro que ya no estaba esperando a nadie. En mi mente sólo cabía una pregunta: ¿Para quién sería el SMS?
Jop Luis.
Tus relatos siempre tienen un sabor agridulce… Te has dado cuenta? No se, a lo mejor es cosa mía.
Se que este puede ser totalmente verídico, no te fuiste con ella a tomar café al Renacimiento ;P ;P
Por supuesto, este también me ha gustado mucho.
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¡Hola Laura!
Efectivamente, el relato es totalmente verídico de principio a fin; incluidos lugares, vestimentas y acciones. De todos modos, sí que me doy cuenta de que todos mis relatos basados en el amor tienen un punto de tristeza, tal vez inspirado en mis propias experiencias en ese campo.
Me voy a marcar un pequeño reto, y es que el próximo relato de este tipo tenga un final más luminoso.
¡Un beso!
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A diario se puede observar la misma escena de aquellos que se invaden de cobardía y se llenan de temor, de los que se convierten en asesinos del amor sin pensar que lo que siembras eso cosechas.
Me gusto tu entrada.
Saludos desde el Puente del Mundo, Panamá.
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Me ha gustado mucho tu comentario; es muy literario. ¡Muchas gracias!
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