Cristina: aquel primer amor platónico

Semanas enteras de verano compartidas con Javier, Raquel, Lidón, Irene, David, Cristina, Aitor, Oscar, Jose, Rebeca, Rubén, Natalia, Marta… y todos ellos perdidos ahora en el tiempo casi sin posibilidad de recuperarlos pese a que alguna vez que nos hemos cruzado por aquí no hemos dudado ni un segundo en cruzar algún saludo o incluso alguna palabra más como ahora os contaré.

Más que una cuestión de amistad olvidada o pérdida de contacto el problema de esta incomunicación es que hemos cambiado demasiado en todos estos años: nada queda ya de aquellas personas que se reunían cada tarde sobre la arena de la playa para hablar sobre lo que les había ocurrido durante el invierno o los planes que tenían para el futuro. Ese futuro que querían cambiar finalmente les alcanzó y al ver frustrados aquellos sueños infantiles se acabaron los temas de conversación, se terminó el soñar despiertos. Aquellos inocentes juegos en los que el mayor de los premios consistía en darse un pico con una de las chicas del grupo ahora no representarían el menor de los retos porque hemos crecido y todo se nos ha quedado pequeño.

Con aquella edad jamás lo habría reconocido públicamente, pero a mí Cristina me volvía loco. Poco me importaba que su hermana Marta me hiciera la vida (o al menos el verano) imposible hasta donde alcanza mi memoria, pues las noches en las que nos poníamos a charlar sobre el mundo o jugábamos a “la zapatilla por detrás” eran el mayor de los premios. Es más, todavía recuerdo con claridad la noche en la que todos bajamos nuestras bicicletas y Cristina tenía la suya con una rueda pinchada. Aquella era mi oportunidad de tenerla cerca de mí, así que venciendo mi antigua timidez me ofrecí a llevarla “de paquete” en mi montura de metal.

Grupo amigos Oropesa 1992

De izquierda a derecha y comenzando por la fila superior: Javier, Óscar, José, Lidón, Marta, Rebeca, Cristina ^_^, Cristina «la de valencia» y Javi.

Ella aceptó encantada, y aunque no hacía más que dar bandazos de un lado a otro debido a que hacía meses que no cogía mi bicicleta, el sentir sus manos apretando mi cintura me reconfortaba y me hacía sentir un hormigueo en el estómago hasta entonces desconocido para mí. Tengo claro que con doce años una experiencia así supera a muchas otras en teoría mucho más explícitas que vendrían una década después.

Sin embargo, una mala noche del verano de 1992 apareció un nuevo grupo de chicos por donde solíamos estar nosotros y enseguida comenzaron a tirarle los tejos a Cristina. Y claro, como aquellos tíos debían tener dos o tres años más que nosotros aquello era lo mejor que le podía pasar a una chica que no se perdía un capítulo de “Sensación de vivir” y enseguida noté un considerable alejamiento de aquella chica que tanto me gustaba (¡hasta su apellido Deluis parecía indicar que estábamos hechos el uno para el otro!) al tiempo que observaba con rabia cómo ella le reía todas las gracias a aquel grupo de extraños.

El verano siguiente Cristina y una buena parte de nuestro grupo original se mezcló con aquellos insolentes del 92 y comenzaron a hacer cosas radicalmente diferentes a las que hacíamos en el pasado: fiestas en la playa, botellones… cosas que con trece años veía como muy lejanas y que no iban con mi estilo de ver las cosas. Aquel fatídico verano fue el de la primera gran escisión de nuestro grupo; una escisión a la que seguirían muchas otras que acabarían por disgregarnos para siempre.

Todo aquello lo creía olvidado para siempre hasta que el pasado verano me crucé con Cristina tras muchos años sin verla. Tenía la misma cara que cuando nos despedimos en el verano de los juegos olímpicos de Barcelona y no dudé en ningún momento de que era ella, pues su sonrisa y la expresión de sus ojos las había conservado intactas en mi subconsciente durante los últimos 180 meses.

Ella estaba en el paseo de la playa, caminando sin rumbo aparente con paso lento, más o menos como yo; así que nos detuvimos frente a frente, pronunciamos el nombre el otro con tono de interrogación y, tras borrar nuestras muecas de sorpresa, preguntamos respectivamente por el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos.

¿Y qué me encontré? Pues algo tan aparentemente simple como que Cristina había acabado yéndose a vivir con Diego; uno de los integrantes de aquel grupo que la “arrebató” de nuestro lado en aquel verano que antes os relataba. Supongo que la cara de bobo que se me debió quedar fue épica, porque recuerdo perfectamente que en apenas dos segundos se me pasó por la cabeza toda la secuencia de acontecimientos de aquella noche en la que conoció a Diego y compañía. Tan aturdido me quedé con la noticia que ella misma me preguntó: “Luis, ¿qué te pasa?” a lo que respondí que me habían venido de golpe muchísimos recuerdos a la cabeza.

Es absolutamente alucinante comprobar cómo una pequeña acción puede cambiar la vida de dos personas. ¿Qué hubiera pasado si aquella noche hubiéramos estado en otro lugar? ¿Dónde estaría hoy Cristina si no hubiera conocido a Diego? ¿Qué papel hubiera jugado yo en su vida? Esas tres preguntas fueron las primeras de una larga lista que asaltó mi mente en aquel instante. Cristina, seguramente el que fuera mi primer amor platónico, había acabado viviendo con un tío al que conoció delante de mis narices.

De todos modos, no estaba triste, furioso ni celoso, pues los años transcurridos me habían hecho olvidar (o eso creía) aquella amistad tan especial con ella y además yo había hecho mi vida sin siquiera recordarla durante meses. Lo que me ocurrió fue una especie de “flashback” tan fuerte que me devolvió de golpe a aquellos años felices.

Lo peor de este “retorno al pasado” que os comento es que no fui capaz de reaccionar y pedirle a Cristina una dirección de e-mail o un número de teléfono para estar en contacto. Me da mucha rabia porque si mañana me la encontrara le contaría todo esto sin dudar ni un momento y le diría que me encantaría que estuviéramos en contacto para recordar aquellos años pasados; pero algo me dice que puede que tengan que pasar otros quince años para que nos volvamos a encontrar y a lo mejor entonces me cuenta alguna otra cosa que me devuelva de nuevo a aquellas primeras sensaciones que la gente se empeña en llamar amor.

Quince años después

Dieciseis años después de la fotografía original

12 pensamientos en “Cristina: aquel primer amor platónico

  1. Yo creo que todos los que hemos veraneado en sitios de playa hemos pasado por vivencias parecidas. Yo tenía mi grupo de amigos en Torremolinos, pero nuestras inquietudes nos hicieron recorrer caminos diferentes.

    Sé de algunos de ellos, pero me gustaría poder saber de todos, como tú dices, tener un teléfono, una dirección de correo electrónico, y poder quedar algún día delante de un café a recordar ese pasado que recordamos como más feliz (creo que simplemente por el hecho de que éramos unos niños).

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  5. Qué historia más bonita tío. Y las fotos tienen una gran fuerza visual, marcando el paso del tiempo.

    Te voy a contar mi historia. Yo me enamoré de una niña cuando tenía 9 años, y fue mi amor platónico hasta los 13. Me declaré por carta y ella me rechazó.

    Aquello tuvo un gran «coste emocional», pues yo la había idealizado. Siempre me he preguntado qué sería de ella y por qué me respondió de aquella manera tan cruel.

    Así que como no quería morirme con la intriga, porque yo sentí algo muy hermoso, hace poco la busqué por Internet -recordaba perfectamente su nombre y apellidos-, le mandé un correo para preguntarle si era la que vivía en tal calle, me dijo que sí, y le conté quién era yo y por qué contactaba con ella, con todo lujo de detalles e incluso con fotos mías de entonces y de ahora. Ella no me recordaba y estaba un poco abrumada. Yo no quería nada de ella, nada más que contarle aquello. Pero pasé una semana fatal porque aquello había despertado sentimientos que me ví obligado a enterrar, por lo que acabé llamándola para pedirle vernos un rato y hablar. Naturalmente me dijo que no, e incluso se preocupó un poco porque al fin y al cabo yo podía ser un perturbado. Total, que al final acabé haciendo el ridículo como entonces.

    El caso es que me siento igual que entonces, sin haber contado todo lo que quería contar. Seguramente le envíe un último correo o carta para contárselo. Dejé algo por decir cuando era niño y tras 25 años ha renacido y me pedía sacarlo de una vez, decirle lo que significó para mí, aunque no signifique nada para ella. Aunque haga el ridículo.

    Yo siempre esperé a que un día volveríamos a coincidir, pero me harté de esperar. Si quieres que te pasen cosas bonitas, tienes que hacer que te pasen, no te conformes con desearlas. Búscala si recuerdas los apellidos, o a su hermana, o a sus padres, localiza su teléfono, diles que eres un amigo de la infancia y que quieres hablar con ella, pídela quedar un día para tomar un café y cuéntaselo. Es probable que se quede un poco perpleja porque se sienta obligada a decirte algo, así que pónselo fácil y dile que no quieres que te malinterprete, que eso pasó hace mucho pero que querías contárselo, y que no tiene que responder nada, que sólo tiene que escucharte.

    Si esta chica de la que te he hablado me hubiese concedido tan sólo cinco minutos….. me hubiese encantado volver a ver sus ojos. Cuando era niño, con sólo cruzar mi mirada con la suya mi corazón se ponía a cien. También podría esperarla -ya que sé donde trabaja-, pero ya no tengo edad para esas cosas, como cuando la esperaba a la salida del colegio sólo para verla, sin decirla nada. Esta vez le envié fotos mías, mi nombre, le conté mi vida. Esta vez no era una carta de un desconocido, como entonces. Esta vez, quería verla y que ella me viera sabiendo quién era yo y por qué quería verla, nada más.

    Busca a Cristina y cuéntaselo. Seguramente de niño hubieses preferido morirte a confesar, pero eso ya pasó. Y lo que se vive de niño es muy importante; uno no se acuesta siendo un niño y se levanta siendo un adolescente. La maduración es un proceso continuo, y en todas las etapas, ya sea uno un hombre, adolescente, o niño, no deja de ser una PERSONA. Y una persona tiene derecho a tener sentimientos, sin tener que sentirse culpable por ellos.

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  6. Por cierto, decir que tenemos otra cosa en común aparte de amores platónicos de infancia. Yo también estudié en Alcalá, cuando no existía la Escuela Politécnica y estábamos en un edificio prefabricado que ahora es fisioterapia. Presenté el proyecto en 1995. Ya ha llovido un poco…..

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  9. Esta anécdota realmente me tocó el corazón. Yo también he experimentado muchos amores platónicos através de mi vida, pero han sucedido en situaciones donde es completamente imposible confesar mis sentimientos. Además de que soy mujer chapada a la antigua, de forma que creo firmemente que el hombre siempre debe de tomar la iniciativa.

    Pero esos amores son sublimes y nos inspiran a escribir cosas que inspiran a otros. Tienes un estilo bastante bueno de escribir. Mi sugerencia esque escribas un libro de ficción donde cuentas lo que habría sucedido si Cristina hubiese terminado siendo tu novia.

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    • Me alegro de que te sientas identificada con estas vivencias; y es que son cosas que en mayor o menor medida nos han ocurrido a todos alguna vez. Al fin y al cabo, siempre intento recalcar «las pequeñas cosas de cada día»; y esta es una de ellas.

      Por cierto, tomo nota de tu sugerencia; puede ser interesante. Además, estos días me noto bastante inspirado para escribir, así que a lo mejor me acabo animando a narrar esa historia de ficción que señalas.

      ¡Un saludo!

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  10. Hola Luis, no esperas otro dieciséis años màs, cuéntale a Cristina todo lo que sentiste y todo lo que viviste en aquellos días, pienso que ella tiene derecho a saberlo, a escucharlo y tu tienes también derecho a contárselo todo.

    Esta historia no debería quedar como aquella canción de La Oreja de Van Gogh, «La Playa», debería tener un final feliz, pero sobre todo no guardes tus sentimientos, podría ser que tu también fuiste el amor platónico de ella.

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