Siempre he pensado que todas las cosas, con el paso del tiempo, son como el vino: o bien van mejorando con los años o se convierten en vinagre, pero todo evoluciona para bien o para mal.
Hoy voy a enfocar esta teoría tan simple en algo tan mundano como un conocido personaje de Nintendo ataviado con una gorra roja, mono de trabajo, bigote y barriga prominente. Sí, efectivamente me refiero a Mario; alguien explotado hasta la saciedad por la compañía japonesa y que empieza a pedir ya una jubilación a gritos por puro agotamiento.
Puede que hoy en día el sprite original de Mario en Super Mario Bros. os parezca una chapuza porque no son más que un puñado de pixels en tres o cuatro colores, pero aquella simpleza de líneas (apenas un par de posiciones para correr y una imagen fija a la hora de saltar) le daba un aire inconfundible a aquel personaje que acababa de hacer aparición en la consola Nintendo Entertainment System (más conocida como NES).
Mario apareció por primera vez en el videojuego Donkey Kong (con el nombre de Jumpman) en multitud de plataformas, pero no tomó su nombre oficial hasta la aparición del mítico Mario Bros, donde junto a su hermano Luigi cabeceaban tuberías y eliminaban a patadas a tortugas, moscas y todo bicho viviente que se cruzara en su camino.
En NES aparecieron tres títulos más de Mario en los que se mantuvo prácticamente intacto su aspecto original. Las 2D era la única opción en aquella época y así lo reflejaba el aspecto de Mario. Con el tiempo su sprite tuvo más colores, algún cambio de tonalidad y algún detalle más añadido, pero básicamente seguía siendo el Mario original.
Junto a la consola SNES apareció Super Mario World, que traía gráficos de más definición pero que seguían siendo en 2D, por lo que Mario seguía pareciendo el Mario de los primeros juegos de la saga. Tenía más habilidades, más animaciones, más detalles… pero en lo esencial seguía siendo nuestro entrañable Mario.
El cambio (a peor según mi manera de ver) vino en Super Mario 64, que sin ser un juego ni mucho menos malo hizo que pudieramos observar a Mario desde cualquier ángulo posible y mostrarnos su lado más «irritante», pues fue entonces cuando nos dimos cuenta de lo sumamente ridículo que puede llegar a ser el bigotudo fontanero cuando va dando volteretas por los escenarios mientras va gritando tonterías a los cuatro vientos como «that’s me, Mario!», «Oki, doki» o cosas por el estilo.
Bueno, Super Mario 64 tenía un pase porque era un juego innovador en el que el mundo se nos presentaba en tres dimensiones ante nuestros ojos y eso daba una libertad total, pero como digo, el hecho de ver a Mario en 3D fue una especie de trauma para muchos de nosotros que veíamos en él a un personaje carismático dentro del mundo del videojuego.
El gran problema de Mario es el agotamiento al que está sometido, porque aparte de que ha aparecido en multitud de juegos tanto de la saga Super Mario como de tipo «spin-off», los dos juegos posteriores a Super Mario 64 no son sino remakes de éste: Super Mario Sunshine es un Super Mario 64 con una manguera a la espalda para echar agua, y Super Mario Galaxy, aunque no tiene mala pinta, va a ser más de lo mismo, sólo que cambiando los escenarios planos por pequeños planetas al estilo de «El Principito» (y os lo dice alguien que probó el juego hace un par de meses).
En definitiva, Mario es un personaje que empieza a oler a quemado y aunque en Nintendo han intentado actualizarlo con una imagen más actual lo único que han conseguido es alargar la agonía de alguien que ha perdido muchísimo carisma en los videojuegos. Ya no estamos ante el mismo Mario que nos enganchaba horas y horas en Super Mario Bros, pues los tiempos han cambiado pese a que el reloj de Nintendo vaya más despacio que los del resto de los mortales.
Señores de Nintendo: planteense un cambio radical, piensen en dar un vuelco a Mario y a la saga Super Mario en general, porque aunque los juegos que van saliendo del veterano fontanero plantean algunas ideas divertidas exprimen una idea demasiado gastada ya y muchos jugadores estamos empezando a cansarnos de hacer siempre lo mismo.